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Sobrepasados aquellos malos 
momentos que se hicieran pasar a su Graciosa Majestad Británica por parte del 
gobierno de María Estela Martínez de Perón, expulsando el 13 de enero de 1976  a 
su Comisario Político y Jefe del Espionaje Inglés, escondido bajo el eufemismo 
de Embajador de la Gran Bretaña; puesta presa en el Mesidor y con siete llaves 
la autora de semejante desatino para escarmiento de todos los díscolos presente 
y por venir; derrocado el gobierno constitucional que había llamado a elecciones 
para octubre de 1976, con la amplia colaboración del peronismo en manos de la 
banda de Deolindo F. Bittel y del sindicalismo preparado pacientemente por 
Victorio Calabró y sus facinerosos, más con las fuerzas terroristas que habían 
pasado a la clandestinidad dos años atrás para seguir asesinando a mansalva; se 
instaló en la Nación un virreinato de gente decente,  como querían Mitre 
y Sarmiento, encabezado por el General Jorge R. Videla, el otro subversivo que 
venía preparando la sedición desde la muerte del General Perón. 
¡Oh, Dios mío, que dolor produce el llamar a las 
cosas por su nombre! Y todo esto se hizo bajo el gran pretexto que se llamó José 
López Rega. Todo era López Rega, hábilmente explotado por la prensa melindrosa y 
canalla. Con Isabel Perón no hubo nada positivo y tanto es así que casi a dos 
años de aquel golpe del 24 de marzo, Videla seguía inaugurando obras que habían 
quedado a medio terminar en el gobierno de ella. Como por ejemplo el monumental 
puente Zárate-Brazo Largo. Pero, ¿y obras de él? Nada de nada. Préstamos. Meta 
préstamos con Martínez de Hoz  y sus Chicago Boys a la cabeza, hasta llegar a 
los tumbos con Cavallo que estatiza la deuda privada. 
   
Recordamos de paso que, el primer país que reconoció al Proceso de 
Reorganización Nacional, fue el Reino de España. ¿Cómo? Sí, amigo lector, el 
país donde vive el juez Baltasar Garzón, el que saca las pajitas del ojo ajeno y 
no ve la viga en el propio. Donde sobrevive el adalid Juan Manuel Serrat, que 
oficiaba de banco para depósitos y giros del dinero de la subversión desde 
Cataluña y Madrid. Y el último, aunque usted no lo crea, fueron los EE. UU. de 
América. ¿Qué me dice? Cuénteme ahora, que ya hemos caminado esta senda 
maloliente, si no parece que fue al revés. No. Fue así. Una mano que nos dio la 
Madre Patria como la que nos daría seis años después con Malvinas. Y a esto no 
lo van a poder borrar porque está en los diarios y revistas de la época. 
   
Pero los EE. UU., ¿procedieron así por su honestidad? No. Pensar esto es como 
creen algunos que, porque el diablo perdió la cola, dejará de ser diablo. La 
Gran Democracia del Norte, la Patronal digamos, le exigió la virreinato del Río 
de la Plata que, para ser reconocido en la trapisonda que se acababa de mandar, 
primero debería reanudar sus relaciones diplomáticas con Gran Bretaña. Cosa que 
se hizo de inmediato pero, como todavía estaba calentito lo de la expulsión, se 
llevó a cabo en el máximo secreto. Casi clandestinamente. Como fueron casi todos 
los amoríos con Gran Bretaña: unas veces por pudor como en este caso, en otras 
porque el mismo Reino Unido lo dispuso. 
   
Pero, ¿cómo habían quedado las cosas? En el comunicado del Gobierno de doña 
Isabel del 13 de enero de 1976, se expresa que el Ministro inglés, James 
Callaghan, “insiste en su intento persuasivo a referirse a la cooperación 
económica, calificando en cambio de estéril la disputa de la 
soberanía.” Por eso los echaron a los gringos. Pero volvieron de la mano del 
Proceso y bajo el paraguas de los United States. 
   
Lógicamente la novela continúa desde este capítulo. En enero de 1977 aparece el
Informe Shakleton que se descuelga con un “el status político 
sobre Malvinas continuará siendo el mismo que el imperante durante el último 
siglo y medio” (pág. 115). Digamos, como para que nadie tenga dudas. Pero mire 
el sufrido leyente: los ingleses, después de todo no son tan malos. Porque sus 
pretensiones en 1833 eran Malvinas, el Estrecho de Magallanes y la Isla Grande 
de Tierra del Fuego. Cosa que se le olvidan a casi todos los historiadores. Diga 
ahora usted, si pretender entonces solamente Malvinas, renunciando al resto, no 
es de gente buena y, se podría decir, que nos quiere. Muertos o vivos, pero nos 
quieren. 
   
Lord Shakleton omite toda cuestión histórica; reconoce la postración 
económica de las islas, devenida no sólo de su situación geográfica, sino en 
particular de su estructura económico-social, consecuencia de una economía de 
monoproducción dependiente de una variable dominante: el precio de la lana en el 
mercado internacional, que, justamente por esos años se venía abajo. Algo 
parecido ocurría con el azúcar. Y hoy, a treinta años de aquellas experiencias, 
no crea el lector que las cosas en estos dos rubros, han cambiado mucho. Salga 
usted a vender lana o azúcar por el mundo y después me cuenta. 
   
Respecto a la cuestión de la soberanía (pág. 115) dice en su Introducción que el 
“tema de soberanía pende sobre nuestro informe, como pende sobre Malvinas, y la 
falta de acuerdo podría cohibir el pleno desarrollo de las islas”. Digamos: el 
viejo truco. Y sin más se mete de lleno en el asunto de la cooperación 
económica. Por lo que agrega casi a renglón seguido que “es lógico, por lo 
tanto, que en cualesquiera nuevos avances de magnitud de la economía de las 
Islas, especialmente en la explotación de los recursos submarinos, se asegure, 
de ser posible, la cooperación y la participación de la Argentina.” Un atrevido. 
   
Pero este sainete no terminaría allí. El 2 de febrero de 1976 aparece un 
comunicado anunciando la visita de Sir Edward Rowlands, la que se haría efectiva 
en la segunda quincena de ese mes. Así fue como, a menos de un año de la 
defenestración de doña Isabel, llega al virreinato una delegación del gobierno 
del Reino Unido, encabezado por el Ministro de Estado en el Foreing and 
Commonwealth Office, Sir Eduard (Ted) Rowlands. Vienen a discutir  con otro 
grupo argentino dirigido por el Subsecretario de Relaciones Exteriores, Capitán 
de Navío Gualter O. Allara, acerca del futuro de la negociación sobre Malvinas. 
El 21 de febrero Allara hace declaraciones a la prensa en donde aclara todo lo 
que nosotros en esta minúscula Enfermérides conocemos sobre la cooperación 
económica (lo único que le interesaba a los ingleses) y, al final de su 
discurso, eso sí, se acuerda de la soberanía, asunto que promete será tratado. 
   
Ese mismo día, Sir Rowlands había finalizado su visita a Malvinas, y partía para 
el virreinato del Río de la Plata. Con un pie en el estribo se mandó unas 
declaraciones. En ella les asegura a los isleños (nativos en su gran mayoría de 
la Gran Bretaña), que marchaba al virreinato para buscar puntos de contactos 
sobre la cooperación económica. Nada más. En clara alusión a que el tema 
soberanía no sería tocado ni tangencialmente. Que cualquier tratativa que se 
hiciera no sería perjudicial para ellos y, que en caso de ser necesario, se los 
consultaría. Además prometió mantener informadas a las autoridades isleñas sobre 
las negociaciones. Por lo que se colige los malvinenses lo apretaron fiero. Y 
Sir Edward da a entender, entre líneas, que él no va al virreinato con los 
fundillos bajos. Al contrario: espera encontrar no sólo los pantalones bajos, 
sino también los calzoncillos y todo lubricado, porque sino Jorge Rafael no liga 
un solo petrodólar más para que siga la pachanga. 
   
El 23 de febrero de 1976 aparece una declaración conjunta (Sir Edward + Allara) 
en donde se aclara, y desde luego, que lo único que se trató fue lo de la 
complementación económica. Es decir lo único que querían ver y tratar los 
ingleses. Como corresponde a un obediente Sir de su Majestad y a un marino que 
lleva el luto por Nelson en cuatro prendas de su uniforme que se supone es 
argentino. Faltaba más. Lo que me parece acertado, digo para que no piensen que 
somos nazifascistas, que amamos la libertad y, mucho más si ella viene de 
Londres o de yanquilandia. Así lo pedían a los gritos los Padres de la Patria: 
Alberdi, Sarmiento, Mitre, Urquiza, Julito Roca, Federico Pinedo, Alvear, Justo, 
Ortiz y Norteamérico Ghioldi. 
   
Ahora dígame el lector, con una mano en el corazón, si esto no se merecía una 
Enfermérides de la Claudicación. Por eso siempre digo: las Malvinas son 
argentinas, y las malvinas fueron del Proceso. 
¿THE END? 
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