CIUDADANOS ALERTA

   

ÍNDICE

PERSONAJES

MEMORIA

OPINE

NOTICIAS

MAPA DEL SITIO

 

EL MARXISMO ES EL DESTINO JUDIO - 02

(Y éste forma parte del misterio de la historia)

Un trabajo del Profesor Mate Amargo

FORMATO PDF: PULSE AQUÍ

 

5. El comunismo religioso y teosófico

   Todas esas manifestaciones forman parte del movimiento que Lorenz von Stein llama el comunismo materialista. Pero distinguía ya otras corrientes igualitarias, a las que denomina comunismo religioso y comunismo teosófico.

   El comunismo religioso estaba representado por La Mennais (a la izquierda) que, después de haber sido el gran defensor del trono y del altar, desde 1830 quiso conciliar la Iglesia y la Revolución. Condenado por Roma, opuso a la autoridad de la Iglesia el nuevo dogma democrático de la infalibilidad del género humano que su viejo amigo Lacordaire (a la derecha) llamaba el fundamento de uno de los más formidables errores aparecidos en el mundo [6]. El mito Humanidad, en efecto, era la religión por excelencia de la Democracia, y fue recibido apresuradamente por los comunistas. La humanidad, esa nueva aristocracia popular de nacimiento, era como el cuerpo místico de los proletarios desarraigados, a los que confería un sentimiento de unidad, de solidaridad y de superioridad con respecto a lodos los que aún estaban atados por los lazos de la propiedad, de la sociedad, de la familia y de la religión. Ella unifica, libera, iguala, realiza la fraternidad. La desigualdad ya no era solamente un crimen contra la sociedad, sino una violación de la ley divina.

   Ese comunismo religioso también tendía la mano al comunismo Teosófico representado exclusivamente por masones tales como el abate Constant, Alfonso Esquiros, Etienne Cabet y Pierre Leroux (a la izquierda). Sus obras tienen títulos muy seductores: Biblia de la Libertad (1840), Evangelio del Pueblo (1840), Credo comunista (1841). Pierre Leroux se pre­senta como el profeta de una tercera Revelación. Según él, ni el mosaísmo, ni el cristianismo entendió bien la unidad de la humanidad, porque el fundamento y la causa de esa unidad no es ni Dios Creador, ni Dios Regenerador, sino el Hombre. El hombreescribe- lleva en sí a la Humanidad: quien dice hombre dice humanidad. [7]. En la Edad Media semejante doctrina era inconcebible. En un hombre, en efecto, decía el dominicano Eckhart en un sermón, no se encuentra toda la huma­nidad [8], porque un hombre no es todos, los hombres. Por el contrario en Dios, el alma reconoce a toda la humanidad y a todas las cosas en su más alta realidad, porque ahí su conocimiento se funda sobre el Ser.

   Los comunismos religiosos y teosóficos tenían asimismo un rasgo común: los dos profesaban la no violencia, ese viejo caballo de batalla del comunismo que aún hoy conserva cierto vigor bajo los blancos ca­bellos de un Lanza Del Vasto. Creo -escribía Cabet en su Credo comu­nista-, que amenaza y violencia serían un contrasentido, y que los comunistas deben demostrar la perfección de su doctrina por su paciencia, su buena voluntad y su amor fraternal hacia los que marchan más o menos rápido por el camino de la reforma y del progreso".

6. El comunismo queda perfectamente definido en 1850

 

      El estudio de las tres grandes corrientes comunistas en la Francia de la primera mitad del Siglo XIX, le permitió a Lorenz von Stein fijar los rasgos esenciales del comunismo naciente y, después de más de un siglo, aún sus observaciones conservan todo su valor. Hay que cuidarse en primer lugar -escribe-, de buscar en el comunismo un sistema defi­nido, un principio claro y lógico (…)Todas las tendencias y sistemas co­munistas no tienen ningún poder sobre él: tanto las rechaza como las adopta o se entrega a ellas, o bien las olvida sin cambiar por eso su carácter y su tendencia. Por ello es mucho más importante y más fuerte que e! socialismo (…) No es una doctrina, sino un estado de concien­cia (…) El comunismo es el estado de conciencia de! que el socialismo só­lo es un síntoma; no es otra cosa que la fase espiritual de una evolución de la oposición de los elementos de la sociedad industrial, que precede la lucha abierta (…) El Estado y la sociedad no hacen causa común con­tra el comunismo por temor a los desórdenes y a las insurrecciones obre­ras que podrían producirse aisladamente, pero siendo el comunismo la expresión de un estado de conciencia en el proletariado, temen que la difusión de ese estado de espíritu conduzca a una oposición y a un odio generalizados de las dos grandes clases de la sociedad [9]. Es claro que cada comunismo necesariamente acarrea una nueva forma de esclavitud aún más insoportable que los antiguos lazos de dependencia so­cial y, entonces, la idea de la igualdad se separa de ellos para abrirse otro camino. Por eso el comunismo no tiene sino que establecerse pa­ra disolverse por sí mismo [10].

   Los que prefieren la oscuridad a la claridad profética de esos textos, encontrarán en las obras de Karl Marx (daguerrotipo a la derecha) y de los pretendidos filósofos, marxistas un buen tema de divagaciones. He aquí, por ejemplo, una defi­nición del comunismo dada por Marx: El comunismo no es un estado que debe ser creado, ni tampoco un ideal destinado a orientar la realidad. Llamamos comunismo al movimiento efectivo que suprimirá la si­tuación presente. Frases como éstas han permitido a los cristianos y a los sacerdotes progresistas discurrir ampliamente acerca de las tesis de Marx [11], y el éxito del marxismo, en gran parte, se debe a la oscuridad con que los judíos voluntariamente han rodeado esa preten­dida filosofía. Todos los enemigos de la sociedad prefieren la oscuridad a la luz del día.

   Lorenz von Stein ha tenido un gran mérito al consagrar tan vasto es­tudio al comunismo en Francia, sobre todo porque, después de la repre­sión del Genera! Cavaignac, el comunismo parecía definitivamente extinguido. En 1848 los grandes escritores franceses sólo creían en el próximo arribo irresistible y universal de la democracia en el mundo [12]. El mundo futuro pertenece a la democracia, escribía Chateaubriand poco antes de su muerte, en las Memorias de ultratumba. Para la mayoría de los franceses, el comunismo solamente había sido un ac­ceso de locura revolucionaria, y aún en 1862 podía leerse en el Diccio­nario universal de las ciencias, las letras y las artes: Los excesos a los que se entregaron en ciertas épocas los que proclamaban el comunismo, tales como los Jacques, los anabaptistas, los proyectos subversivos de los Iguales, discípulos de Babeuf, las jornadas de junio 1848, que ensangrentaron París en nombre de la República Democrática y social, al mismo tiempo que la impotencia de los socialistas para fundar nada, ha establecido suficientemente la vanidad de sus teorías. No obstante, el futuro le dio la razón a Lorenz von Stein.

7. El comunismo internacional

   Algunos espíritus prevenidos quizá piensen: ¿Cómo Lorenz von Stein ha podido hablar del comunismo sin mencionar ni a Karl Marx, que tomó parte de la Revolución de 1848, ni al famoso rabino comunista Moses Hoss, este pionero del comunismo? Es cierto que a esos ilustres escritores judíos no se los cita ni una vez en sus obras. La respuesta es simple. Marx -observa justamente Jean Ousset en El Marxismo Leninis­mo-, no es el inventor del comunismo, ni de la cosa, ni de la palabra (…) Por consiguiente Marx no inventó nada. Además, como lo había com­probado Drumont: Antes de 1870, no se habrían encontrado cincuen­ta franceses que hubiesen leído a Karl Marx y que conociesen su doctri­na [13], y Dostoievski, en su novela Los endemoniados (1873), en la cual analiza las manifestaciones y las causas de la revolución social en Rusia, no habla tampoco de Marx. Ese desprecio general por el autor de El Capital (1862) era justificado y fue preciso el concurso de circuns­tancias excepcionales, de las que vamos a hablar, para que Marx salie­ra de la oscuridad.

   En 1848, el comunismo se había convertido, como lo observa Lorenz von Stein, en la semilla de un combate europeo en el corazón de la sociedad". Dicho de otra manera, el estado de conciencia producido por la contradicción entre la situación material del obrero y las ideas de Igualdad y de Libertad había desbordado las fronteras de los Estados particulares y escapaba al control de los gobiernos nacionales. He ahí el gran acontecimiento de la segunda mitad del Siglo XIX. Ahora bien, el ideal de libertad y de igualdad sólo era un cristianismo reducido al estado de sentimiento, la ceniza aún caliente de la religión de los pueblos católicos que habían perdido la fe. Bastaba soplar sobre esas ce­nizas para encender el gran incendio que destruiría hasta en sus funda­mentos al cristianismo. ¿Quién iba a tomar esta iniciativa?

   Desde 1848 el comunismo se había convertido en un fenómeno internacional. Entonces los judíos, pueblo sin patria, cosmopolita, intervinieron. Tenían de una mano la alta finanza y la prensa. Sólo debían tender la otra a los obreros de todos los países para ser los jefes de la Internacional Comunista, contra la que eran impotentes los gobiernos. Esa fue su polí­tica invariable desde la fundación de la Primera Internacional, reunida en Londres en 1864, ciudad de donde salen todos los libertadores, a instigación de Karl Marx, bajo el amparo de su Graciosa Majestad. Así se convertirían en los amos del más formidable medio de destrucción de los tiempos moder­nos: la Revolución Mundial. La manera en que utilizaron el capital y la propaganda para mantener el estado de conciencia comunista internacional, llevarlo a su paroxismo y provocar la lucha armada, ha sido te­ma de numerosos estudios. Estos últimos hicieron conocer el nombre de los bancos judíos norteamericanos y de los agitadores judíos, que han fomentado y dirigido en todos los países de Europa los movimien­tos revolucionarios en pos de la primera guerra mundial.

   Sin embargo las pasiones raciales, que se apoderaron de estos hechos y los pusieron al servicio del antisemitismo carnal, no han dejado entender su alcan­ce sobrenatural. Hay, en efecto, en la conducta de este pueblo, un profundo misterio que no ha atraído la atención de ningún sociólogo y que, no obstante, es la constante de su historia.

Marxismo y destino judío

   Los judíos han abrazado el comunismo, como han abrazado todos los movimientos que amenazaron la unidad o la existencia de la Iglesia, y, en cada ocasión, ellos han sido decepcionados y castigados de modo ejemplar. No hay nada más dramático que este destino, y Donoso Cortés tuvo una inspiración genial cuando lo comparó al de Edipo [14]. Hay, en efecto, entre la tragedia clásica de la Antigüedad y el drama que tuvo lugar en los comienzos de la era cristiana, trece siglos después, una concordancia impresionante, que causa una profunda emoción. Recor­démosla.

-          Los dioses, por la voz de los oráculos de Delfos, habían anunciado que Edipo sería el asesino de su padre; Yahvé, por la voz de los Pro­fetas, anunció que los judíos darían muerte a su Dios.

-          Un hombre muere a manos de Edipo en un sendero alejado; un hombre muere a manos del pueblo elegido en el Calvario.

-          El hombre muerto por Edipo era su padre; el hombre crucificado por el pueblo judío era su Dios.

-          Edipo interroga a Yocasta y a Tiresias: ¿Quién es el hombre del sendero? ¿Quién es mi padre?; el pueblo judío pregunta a Jesús: Si tú eres el Hijo de Dios ¿por qué no desciendes de la cruz.

-          Edipo se casa con su madre; Israel carnal busca su consolidación en la grandeza pasada de su raza.

-          Edipo, con sus ojos cegados, declara al pueblo de Tebas que el culpable será castigado y expulsado lejos de su patria; el pueblo judío, con los ojos ciegos, camina sin descanso de país en país, de pueblo en pueblo, de espejismo en espejismo.

-          Los dioses de Edipo no le dejan otra esperanza que su hija Antígona; Dios no deja al pueblo judío otra esperanza que la  Flor salida de la raíz de Jesé.

   Los últimos actos del sagrado drama no son menos trágicos para quien los escruta con rigurosa objetividad. Veamos ahora cómo, de falsos Mesías, de ilusiones en ilusiones, de mitos en mitad, ellos han llegado a adoptar el comunismo y a hacer de esta nueva religión una doctrina típicamente judaica.

   La Revolución Francesa había emancipado a los judíos, en virtud de la nueva concepción abstracta del hombre en sí, y estos últimos pensaron reconocer en ella al Mesías: "El Mesías –dijeron-, ha venido para nosotros el 28 de febrero de 1790, con la Declaración de los Derechosi del Hombre (Archivos Israelitas, 1847). Ahora bien, los judíos, convertidos en ciudadanos, se encontraron frente a una nueva forma de hostilidad: el antisemitismo.

Entonces los judíos, inspirados en el ejemplo de los pueblos cristia­nos, buscaron su salvación en el nacionalismo, y, después de la conde­nación de Dreyfus, en 1885, Herzl escribió El Estado judío. Proponían reunirse en un territorio, —no importando cuál fuera, si Argentina o Pa­lestina—, donde pudieran vivir independientemente. Voltaire, en 1771, había suplicado a la Emperatriz Catalina de Rusia interceder ante Alí Bey a fin de hacer reedificar el Templo de Jerusalén y llamar a todos los judíos. En 1898, el fundador del Sionismo, Teodoro Herzl, pidió al Em­perador de Alemania, Guillermo II, interceder ante e! Sultán para que permitiera a los judíos emigrar a Palestina. Entonces Inglate­rra y Alemania rivalizaron celosamente para satisfacer la aspiración de los judíos, hasta que finalmente, en 1948, la O.N.U. creó el Estado de Israel, que no es de Israel, sino del Pueblo Palestino. Y helos aquí envueltos en una guerra sin término, que amenaza no sólo al nuevo Estado, sino que com­promete los esfuerzos de asimilación de los judíos con las naciones cristianas.

   Otro acto de esta tragedia de las ilusiones judías acaeció en la se­gunda mitad del Siglo XVIII. Sabios materialistas habían puesto en bo­ga el estudio de los caracteres físicos de las razas humanas, y el zoologista alemán Eichhorn había inventado la palabra semita, la cual pa­recía más científica y menos agresiva que la palabra judío. Los judíos entonces pensa­ron que había llegado la hora de gloriarse de su antigua raza, y pro­clamaron la inmutable ley natural según la cual una raza superior nunca es aniquilada o absorbida por una raza inferior  [15]. Todo es raza, no hay otra verdad, declararon Disraeli y sus correligionarios. Ahora bien, menos de un siglo más tarde, los judíos fueron las primeras vícti­mas del racismo, y, para salvarse, no les quedó otro remedio que fo­mentar una campaña de prensa mundial contra la discriminación racial. Que entre ellos se dicen y maldicen de judíos, pero si alguien los trata de judíos irá a dar a un tribunal donde, desde luego, el señor Juez, el Fiscal y el Secretario serán judíos.

   Desde entonces los judíos abandonaron la peligrosa ilusión racista para abrazar el Humanitarismo. Los masones habían logrado poner en boga el Mito-Humanidad. Nada parecía más incompatible con el racismo. Sin embargo los judíos abrazaron con entusiasmo esta falsa religión humanitaria, y creyeron que el advenimiento del Mesías-Humanidad marca el triunfo del antiguo sueño judaico [16]. Se podría hacer una pintoresca colección de todos los mesías que hicieron correr a los judíos desde que rechazaron a Cristo (en mi Defensa de Santa Isabel I de Castilla, la Católica, hice un gracioso inventario de estos mesías fraudulentos). Pero fue solamente desde la Reforma que hubo cristianos tan tontos como para seguirlos, azuzados desde luego por buena caterva de curas ateos y judíos conversos.

   Ahora bien los mitos tienen todas sus fases polémicas, agresivas y sanguinarias. En el siglo XIX, se manifestó, en Francia, una nueva forma de lucha social: la lucha de clases. Marx, (Mordechai Kissel) nieto de rabinos (y según investigadores él también lo era), que había leído mucho, en particular El socialismo y el comunismo de la Francia contemporánea, de Lorenz von Stein (1842) (lectura que les recomiendo a todos nuestros filósofos y bolcheviques), a quien evitó mencionar porque lo estaba plagiando en la idea, se apre­suró en acudir, atraído como un buitre carroñero por esta lucha sanguinaria entre cristianos, y edificó, sobre un hecho propio de la Edad Industrial, una filosofía de la historia: Toda la historia de la sociedad humana hasta ahora -escribe en el Manifiesto comunista (1848)-, es una historia de lucha de clases [17]. No se podía imaginar nada tan estúpido como esta ge­neralización. Y nadie se hubiese atrevido a decirla en su época. No en esta época en que nuestros intelectuales están tan cerca de los malhechores. Tampoco hubo alguno que profundizara los escritos de Karl Marx, sencillamente porque era una sandez. Sus correligionarios bautizaron a esta doctrina con el nombre de Marxismo y se llenan la boca con ella. Pero el marxismo lleva a los judíos al cadalso y a nuevas hecatombes, que no se puede vislumbrar sin horror.

   Atados al marxismo, como el ahorcado a la soga que lo ajusta, los judíos siguen militando en favor del advenimiento de una sociedad universal sin re­ligión, sin clases, sin familias y sin tradiciones, en la cual no haya más judíos ni cristianos, pues, como escribe Abraham León: sólo la más amplia democracia puede permitir resolver el problema judío con el mínimo de sufrimientos (…) Pero esto supone, naturalmente, la Revolución proletaria [18]. Llevados por su fatal destino a poner en práctica todas las locuras religiosas y sociales inventadas por cristianos apóstatas y curas malditos y blasfemos, los judíos realizan hasta sus últimas consecuencias la concepción libe­ral del hombre en , a la cual deben su ficticia emancipación política. Y el drama no ha llegado a su desenlace. Sabemos por las Escrituras Sagradas que la historia milenaria de las grandes ilusiones del Israel carnal durará hasta el fin del mundo, y que el último acto ha de ser una tragedia espantosa (a esto se los mando, a propósito, para los que rezan por la conversión de los judíos). Cuando Satanás utilice sus últimos recursos para seducir a los hombres, en medio de la confusión universal, los unos reconocerán al Cristo que sus antepasados han crucificado, y los otros seguirán al Anticristo, creyendo reconocer en él al Mesías que tendrá la forma de la Bestia. Esta alternativa se presenta cada día de manera más imperativa. Será el último episodio de la historia de la Redención. Por eso es que yo me río de todos estos curas chirles que cuecen el frangollo y sus devotos y devotas que dicen por radio que soy Satanás. Ya habrá un tiempo en que conocerán a Satanás, porque vivirán con él, y verán que yo no soy ni he sido discípulo del innombrable.

Filosofía de la historia o teología de la historia

   Frente a la teología de la historia se erige hoy el marxismo con su filosofía materialista de la historia. El ha liberado al hombre de sus creencias religiosas para someterlo a leyes implacables, como hizo el liberalismo para esclavizarlo y robarle con las leyes del mercado. El ha reemplazado a la acción providencial de Dios, que constituye la trama invisible de la historia, por divinidades celosas y tiránicas: evolución, perfectibilidad, progreso. Son estas últimas, y no más Cristo, las que rigen la historia, y el hombre, deslumbrado por la magia de estas palabras, no es más que un autómata ciego, incapaz de elevar su espíritu hacia una visón sobrenatural de la historia. Como lo comprobaba, ya en 1750, un sacerdote del Oratorio, Carlos Francisco Houbigant: Los cristianos se han convertido en judíos que tienen un velo sobre sus ojos: no entien­den ya nada de las Escrituras, no poseen más doctores, si no son rabinos [19]. Vaya esto para los que admiran al rabino Bergman. Ahora bien: los mitos tienen solamente un tiempo, y muchos signos anuncian que la era de los grandes sistemas ha llegado a su oca­so. Su decadencia, el permanente cuestionarlos, los pueblos que los aborrecen, las acusaciones que se les hace, están anunciado su ocaso. ¿Acaso no dice San Pablo que el Señor declara que hará cesar las cosas móviles, hechas en un tiempo, a fin de que las cosas estables e inmóvi­les perduren siempre?

   Recordemos, a manera de conclusión, el testimonio de un gran jurista alemán, Carl Schmitt: Hay muchas posibilidades de una visión cristiana de la Historia, olvidadas o nuevas, insospechadas o inesperadas, cuya riqueza es infinitamente superior a la filosofía marxista del Orien­te y el progresismo del Occidente [20]. Buscarlas, revivificarlas, proclamarlas, ponerlas en práctica es el único medio de vencer al marxismo y a su padre putativo el liberalismo, cualquiera sean sus disfraces, como es el caso del que llaman progresismo.

VOLVER A ÍNDICE DE "HISTORIA"

kkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkk


REFERENCIAS
  • [6] Consideraciones acerca del  sistema de M.  de  La Mennais,  1834.

  • [7] Citado por Lorenz von Stein en su Historia del  movimiento social en Francia.

  • [8]   Eckhart no empleaba la palabra humanidad, sino Menschhelt.

  • [9] Citas del capítulo titulado: Esencia  del  comunismo  y   la relación  con  el  socialismo.

  • [10]  El comunismo, el socialismo y la idea da la democracia social.

  • [11]  J. Arduriz, S.J., El Hombre, el Marxismo y Cristianismo, pág. 47, Buenos Aires 1961

  • [12]   Tocqueville, Advertencia a La Democracia en América.

  • [13]  Figuras de bronce y estatuas de nieve,  p. 317, París.  1900.

  • [14] Discurso pronunciado en la Academia Española, el 16 de abril de 1848.  

  • [15] Bedarriede, Les Juifs en France,  en Italie, en Espagne, 1851.

  • [16] A. Naquet, político judío, que hizo votar la ley de divorcio en Francia. 

  • [17] Solamente en 1859, Marx,  bajo la influencia  de  los economistas ingleses, hizo  intervenir la economía como factor decisivo de la   lucha de clases. De manera que si alguien dijese que Marx creó su Utopía a medias con los ingleses, no estaría faltando a la verdad. A su vez los ingleses inventaron a Marx para tener un enemigo, como inventaron la Masonería para sojuzgar a los pueblos. Con el pretexto del marxismo se ha despedazado la unidad monolítica que fue Hispanoamérica. Y aún sigue dando leche y muchísimo dinero al imperialismo. 

  • [18] Bases para un estudio  científico  de  la  historia judía,  en   El   Sionismo,  Crítica  y Defensa, pp. 115 y 108, Bs. As. 1968.

  • [19] Conferencias de Metz entre un judío, un protestante y dos doctores de la Sorbona, pág. 203, Leyda 1750.

  • [20] Carl Schmitt, La unidad del mundo; conferencia pronunciada en el Ateneo de Madrid, 11 de mayo de 1951.