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NUESTROS MALES SE LLAMAN:

VENGANZA POR LAS MALVINAS

Juan Pampero

 

En Incalaperra, los gringos se la van a fumar en pipa. Y la paica grela, que nació

 en un conventillo de la calle Olavaría, minga de puerta cancel, con los pisos

e ladrillos, alumbrado a querosén, volverá con el mate lleno de infelices ilusiones

 

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Quinta Los Colorados del Monte, marzo de 2008.  

   Carta a don CARLOS FERNANDEZ.

   Querido amigo y nunca bien ponderado compatriota:

   Verá usted don Carlos si a ésta, que se la hago con todo pundonor, la puede colocar como colofón de mi anterior, lo que estaría bien pensado, porque tiene un poco de aquélla que no quise fuera tan larga, y cortada que fue, se la mandé sin más. Ahora no se le ocurra preguntarme cómo ando, porque ya se ha de imaginar que igual: afligido como rengo cruzando la 9 de Julio un lunes a las diez de la mañana.

   Como usted sabrá al desencadenarse en Inglaterra la Revolución de Cromwell y ejecutado Guillermo I, sobrevino una ola de inmigrantes a la isla, sobre todo a partir de 1643. Entre ellos desembarcó el marrano Antonio Fernández Carvajal, un adelantado de los judíos de Holanda que no podían, de años atrás, encontrar un interlocutor que disponga mejor las cosas en isla para el desembarco masivo de la comunidad hebrea que veían al Támesis como al Jordán y a Londres como la Nueva Jerusalén. Mientras tanto los lazos, cada día más estrechos entre la City londinense y la Bolsa de Ámsterdam, la ayuda financiera concedida al Parlamento largo, siempre corto de dinero, justificaba una tolerancia plena por la que, a la larga, resultarían beneficiados. En 1645, el enviado Antonio Fernández Carvajal, una variedad de mesías sin chancletas (los judíos siempre tienen uno disponible, o dos y tres si fuere menester), ya estaba instalado como rico armador y se había casado con la hija del embajador de Portugal, su tocayo Antonio de Souza, otro marrano convenientemente disfrazado, con cuya complicidad transformó la capilla portuguesa en sinagoga, donde se reunían los judíos conversos para celebrar la liturgia cristiana bajo la batuta de un rabino. Por esta herejía fueron denunciados, pero la intervención de los ricos comerciantes de la City, deudores todos de la judería holandesa, los sacó de apuros y el Parlamento obligó a sus acusadores a callarse, so pena de pasar de denunciadores a denunciados. Digamos que como aquí, pero 363 años atrás.

   Misteriosamente el sefardí Fernández Carvajal, llamado de entre casa “the great Jew”, había pasado a ser el primer suministrador del ejército parlamentario y principal comanditario de la República, actuando como su jefe de fila. En 1649 formó parte de un grupo de cinco comerciantes designado por el Consejo de Estado (un órgano del gobierno inglés, armado por los puritanos, pero de igual estructura que el Sanedrín de Jerusalén en tiempos de la Pasión de Cristo), para proporcionar trigo al ejército. Entonces importaba por un valor anual de 100.000 libras. De manera que, por cualquier contingencia, el bueno de don Carvajal tenía siempre la riñonada bien cubierta.

   Y fue a caballo de este período que comenzaron las negociaciones oficiales para el desembarco de los Selectos Elegidos de Jehová en la islilla, conducidos por Manasseh ben Isräel (1604 – 1657), famoso judío de Ámsterdam, casado con la biznieta del filósofo Isaac Abrabanel. Hombre Inclinado al misticismo, Manasseh no estaba alejado de la esperanza mesiánica del milenarismo que animaba a los puritanos (y no podía ser de otro modo desde que el milenario es un invento judío). En 1650 Manasseh presentó oficialmente el asunto del regreso de los judíos a Inglaterra ante el Parlamento y el Consejo de Estado, en un tratado dictado por él pero escrito en latín por un puritano inglés, al que tituló La Esperanza de Israël, que es un ensayo sobre las diez tribus perdidas, supuestamente descubiertas en América. Acompañando a este mamotreto, presentó un manuscrito intentando probar, silogismeando, que antes de regresar a su país de origen, los judíos tenían que ser diseminados por toda la tierra. Si esto no ocurría el mesías, previsto por Manasseh, convertido en profeta, para 1648, no aparecería. Mas hete aquí que, en ese tiempo (o por mejor decir, desde los tiempos de Imperio Romano según nos cuentan los historiadores judíos como Flavio Josefo y griegos como Dión Casio), los judíos ya se encontraban desparramados por todo el mundo conocido (incluida Buenos Aires en el Río de la Plata, con los punteros conversos Bernardo Sánchez, los Barragán emparentados con los Trigueros, Diego López de Lisboa, Antonio de León Pinelo, Diego de Vega, Méndez de Sosa y hasta un cura: el judío Fray Francisco de Victoria, que llegó a Obispo de Tucumán y tal vez el más sinvergüenza y ladrón de todos; y así lo dice en su cédula de 1602 el gobernador Hernandarias de Saavedra que decreta su expulsión, tildándolos de enemigos de la Patria en su correspondencia con Felipe III). Solamente faltaba el archipiélago británico del cual habían sido expulsados trescientos años atrás. Fundándose en esta patraña, solicitó al Parlamento (terrible cóctel de luteranos, anabaptistas, presbiterianos y puritanos), que se permitiese el regreso de los hebreos a Inglaterra, para que bajase el mesías, y se les otorgara el derecho de practicar libremente su religión y de edificar sinagogas. La respuesta estuvo a cargo de lord Middlesex que fue amable con los Predilectos y les dio alguna esperanza, miserable por cierto, pero ilusión en fin.

   Y vino a ocurrirles a los judíos que Jehová, que los perdona cada diez minutos y hace alianzas con ellos cada quince, los abandonó o algo parecido, porque cuando esta fruta estaba pintona como queda dicho, estalló el conflicto entre Inglaterra y Holanda. Entonces todo se vino abajo y el expediente del bueno de Manasseh fue a dar al desván do moran los trastos. Pero sobrevenida la paz, se reanudaron los conventículos con Cromwell, principal interesado, a la cabeza: sus dos secretarios Hugh Peters y Harry Martens, miembros del Consejo de Estado, se encargaron de preparar un ambiente adecuado para que el proyecto se hiciera realidad. En fin de cuentas, se permitió la estancia de los judíos en Inglaterra, con la condición, por la protesta del clero, de no celebrar su culto en público sino privadamente. Hecho que, por supuesto, duró menos que un suspiro contra el viento: lentamente fueron adquiriendo derechos, como por ejemplo, en 1657, esto es dos años después de sobrevenido el malón hebreo de los emporios que tenían en Ámsterdam, Amberes, Rotterdam y Hamburgo, ya existía en Londres un cementerio israelita y varias sinagogas, hasta llegar a la igualdad de derechos con los ingleses nativos, mezclándose luego por casamientos con los nobles ingleses, como hicieron con los nobles de Francia, Alemania e Italia. O comprando, derechamente, los títulos nobiliarios, que es mucho más práctico y rápido (el caso concreto de los hermanitos Rothschild salidos del ghetto de Francfort).

   Más aún, el pueblo británico pasó a ser lugarteniente del Pueblo Elegido y, consciente de que ésta era su vocación y destino, se preparó para edificar el Imperio Marítimo, Comercial y Colonial, sin precedentes en la historia. Cualesquiera que sean sus regímenes políticos, Inglaterra se mantendrá bajo la influencia tutelar de Israel y entre estos dos amantes se establecerá un grueso cordón umbilical que sigue fresco y latente como si fuese de una parición ocurrida hace tres minutos. Y fue de esta manera que Londres eclipsó a la opulenta Ámsterdam (al irse los judíos se llevaron el dinero a su nueva patria), trasformándose desde entonces y hasta el día de hoy (335 años) en el centro mundial de las operaciones de la Alta Finanza judía. En el mundo entero no puede haber, ni hoy como ayer, ningún movimiento financiero que no haya sido pasado por el cernidor londinense. Incluidas las transacciones norteamericanas, que siempre se las da como muy ufanas e independientes. ¿Acaso será por esto que todos los libertadores, absolutamente todos, han abrevado previamente por Londres? Y, ¿será por esto que aquellos libertadores que no pasaron por Londres fueron a dar al tacho de basura, cuando no desterrados o muertos sin asco?

   Una de las características del pueblo inglés, otros dicen que de su dirigencia, es el de ser rencoroso, vengativo y sumamente cruel. A esto no lo digo yo, que por tocar a Su Majestad ya debo tener endilgado el mote nazi, sino la misma historia de Inglaterra que es una lágrima viva. Pero da la enorme casualidad que las tres patas que sostienen esta mesa despreciable: el rencor, la venganza y la crueldad, son atributos que hoy nadie discute como pertenecientes a los judíos. Su historia, desde los tiempos bíblicos  (con la Pasión de Cristo a la cabeza), hasta hoy, en que pueden haber bombardeado cuatro manzanas para buscar un supuesto terrorista, los deja desnudos ante los ojos de cualquiera que se adentre en el tema. Luego es de preguntarse cuál fue el primero, si el huevo o la gallina. Quiero decir con esto si los ingleses ya eran así, o si por ósmosis fueron transfundidos por el aluvión judío y pasaron a ser rencorosos, vengativos y crueles como la nueva patronal venida de Flandes; o bien que les exigieron que fuesen de esta manera. Es lo que no sé. Pero la madeja ensortijada tiene una puntita que nos puede ayudar: hasta la llegada de Cromwell, mediados del Siglo XVII, Inglaterra no tiene estos antecedentes, por lo menos volcados hacia el exterior y, no teniendo en qué entretenerse, se masacraban prolijamente entre ellos. Entonces, ¿es esto una simple casualidad y nada más? De mi parte sólo puedo decirle, caro amigo, que el rencor sin límites, la venganza insaciable y la crueldad infinita es patrimonio de los ingleses y de los judíos, y a esto es difícil contradecirlo, por lo menos con hechos a la mano.

   Y como usted ya se debe estar preguntando a qué viene esto, le respondo escuetamente que a Malvinas. Desde hace cierto tiempo he lanzado la hipótesis de que todo lo que nos acontece a los argentinos es un derivado de Malvinas. De hecho, tras el manto de neblinas, están los ingleses moviendo sus influencias. De manera que esta realidad penosa que nos asiste en nuestra cacheteada Patria, es obra de los británicos con la invalorable ayuda de la mano de obra nativa. Y así como en la década de los ’30 tenían por aliados incondicionales a la oligarquía vacuna, hoy tienen por empleados fieles e ilimitados a la nueva oligarquía: los políticos que detentan el poder; liberales por un lado reforzados por el ala marxista que, en realidad, nunca estuvo divorciada de ellos. ¿O puede decirme usted cuál es la diferencia entre Julito Roca y Juan B. Justo? ¿Y sin ir tan lejos entre Pedro E. Aramburu y Alfredo Palacios que fue su embajador en el Uruguay? ¡Si hasta participaban de la misma logia masónica que, por supuesto, era inglesa! Ni hablarle del General Videla y del General Santucho, ¿no luchaban los dos para derrocar un gobierno constitucional? Suena a desaguisado, ¿no? Dicen que los extremos se tocan: bien, en este caso, aparte de tocarse, se amaron. Harguideguy, Alfonsín: ustedes que saben mucho de esto, por qué no les cuentan a la muchachada como fue esta butifarra.

   La verdad que no sé cuando cesará el rencor por Malvinas, tal vez no tenga límites en el tiempo. Pero la venganza, la otra pata de la mesa, tiene que ser ejecutada ahora, ya, todos los días, de todos los meses de todos los años. Pero no se puede ejecutar por la acción directa, porque se deschavaría todo. E Inglaterra no tiene que figurar. Ni someramente. Por eso quien pone en funcionamiento esta rueca espantosa es un yaqui: Jimmy Carter, justamente el presidente del país sobre el que pesan los mayores atentados contra los Derechos Humanos. Luego recubrieron la venganza con el denso telón de los Derechos Humanos. Con ellos desarmaron a la Nación, con la ayuda inestimable de un grupo de viejas purulentas; que no alcanzo a dimensionar el daño que han causado y que causarán seguramente. Ayer soltaban a sus terribles hijos (luego de aplaudirlos seguramente) para tronchar vidas, segar brazos y hachar piernas. Hoy sueltan la lengua para que esto desaparezca. ¿Acaso los cheques más jugosos que recibían las Madres de Plaza de Mayo no venían de Holanda so pretexto de ayuda humanitaria? ¿Y Holanda no es una sucursal de Londres?

   Pero, ¿esto de la venganza, terminará aquí? No, porque tiene que ser venganza con crueldad, la tercera pata de la mesa británica donde se sentará Cristina, con su último modelito por lucir. Le confieso, mi buen amigo, que desde hace un tiempo se me ha puesto en la cabeza que esto se podría dar con una guerra civil. Sí, una guerra civil, tras la cual no quedarán ni los cascotes para juntarlos y rellenar un hoyo. Si usted tiene la paciencia de recorrer los años que llevamos con esta cantinela, verá con asombro que cada día que pasa es un nuevo paso hacia una guerra sangrienta entre hermanos, que traerá aparejada la desintegración argentina (vaticinada por la Sinarquía de años ha). También comprobará pasmado que mucho no nos falta. Y hay ocasiones, como esta pasada con los hombres del campo, que parecerían son las que rebasarán la medida. El cacerolazo que se dio en las calles de muchas ciudades, no fue sólo en apoyo a los agricultores. No. Lo agropecuario fue la excusa, el mar de fondo era otro, mucho más denso y asaz de profundo. Mas como este estofado no ha terminado aún y amenaza continuar con pronóstico reservado, no me animo a vaticinarle el futuro. Para ello piense usted en una habitación llena de barriles de pólvora y tambores colmados con nafta súper: pues bien, estos progresistas, de presente oscuro, de pasado siniestro y de futuro impredecible, andan jugando con fósforos a la mancha venenosa. Tal vez una chispita. No sé. Pero si sé que, cuando comienza a arder, no para.

   Todo es Malvinas don Carlos. Todo. Cuando usted vea un hecho cualquiera ocurrido o provocado por esta caterva de forajidos de cuello duro, póngale a sus ojos por delante el cristal de Malvinas. Verá maravillado que todo lo circundante toma el color de esta lente. Y pueda ser que se sienta como un loco, incomprendido además, pero debe saber que no lo está.

   Un abrazo como siempre y saludo a nuestro estilo.

                                                                                                                                                                                               JUAN

Milico Cimarrón  (por la Gracia de Dios).

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