| 
    
      
      
      
        
        
        
        
        
          
        
        
        
        JAMES DARMESTETTER, 
        
        
        
        PROFETA DEL JUDEO CRISTIANISMO 
        
        
        (Que 
        versa sobre el Vaticano al gobierno y Darmestetter al poder) 
        
        
          
          
            
              | 
               
              
              Un trabajo exquisito del Licenciado Tomás Elvino Blanco  | 
             
           
          
         
        
          
            
              | 
              
              Dedicado con mucho cariño al Hermano.·. 
              Monseñor Fernando Lugo, Grado 33º en el Rito Escocés, Presidente 
              electo del Paraguay. | 
             
           
         
        
          
        
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        Un buen discípulo que hace profecías 
        
        
           James
        Darmestetter fue un discípulo de aquel precursor 
        (tal como lo indica en el prólogo que le hiciera a su libro Teodoro 
        Reinach, que era historiador y hermano del político Joseph 
        Reinach), que se nutre de las ideas filosóficas de Philon 
[1],
        orientalista, especialista en Parsismo 
        [2]
        y en Avesta 
        [3]. 
        Don James fue profesor de la Escuela 
        des Hautes Etudes de París 
        y falleció tan repentina como prematuramente a la edad de cuarenta y 
        cinco años el 1 de octubre de 1894. Poco antes, digamos para la 
        Navidad de 1891, había escrito una serie de estudios que fueron 
        publicados en 1892 en París bajo el título Los 
        Profetas de 
         Israel: diga el lector si este título no promete ser 
        un asunto interesantísimo. Más adelante lo editarían en los Estados
        Unidos con la etiqueta de Selected Essays, y 
        fueron precedidos de una introducción de Morris Jastrow, 
         profesor de la universidad de Pensilvania. La madre del autor, 
        era de apellido Brandéis: y ya se conoce el papel que jugó el juez 
        Louis Brandéis, hermano de esta señora, e integrante 
        intrigante de la
        Suprema Corte, sobre la carrera y correrías del masón, presidente 
        estadounidense, Woodrow Wilson (recuadro izquierda durante 
        la firma del Tratado de Versalles). De manera que ayer como hoy, una 
        mano lava a la otra y las dos le dan una zurra a la nalgada. A la 
        derecha antiguo mosaico judío hallado en una excavación en Jerusalén. 
        
           El 
        librito de don Darmestetter, hombrecillo siempre pachucho y 
        esmirriado, pobrecito, fue divulgado en forma casi simultánea en ambas 
        riveras del Atlántico. Principalmente en las sinagogas 
        y en las logias masónicas. Y este hecho añadió peso a sus 
        tesis, porque ya se sabe que en estos dos lugares satánicos siempre 
        moran personajes importantes, sea de la plutocracia, sea de la 
        burguesía. En la primera parte de su discurso, 
        Darmestetter corta el bife ancho, casi como costeleta, y define: 
        el papel y la misión del profetismo (que) no es el de 
        sumar una religión más a las existentes ni a los sacerdocios, 
        (sino) el de vivificar ambas religiones que 
        de hecho hoy se disputan Francia y que mañana se la repartirán 
        pacíficamente, la de 
        
        la Ciencia y la 
         de Cristo 
        (esto es: la Masonería y el Catolicismo, que vendría a ser 
        como la actual Iglesia Clandestina de Quilmes, ¿o no? Que nos 
        instruya Monseñor Bergagoglio) (pág. 28). Y continúa: Pues bien, 
        de las fuerzas que nos ha transmitido el pasado –dice este 
        descaminado enclenque-, 
        el Profetismo es la única que pueda hablar a una religión y a la otra, 
        hacer de ellas dos sectas, una misma religión del progreso. Sólo él 
        puede devolver a 
        
        la Iglesia el soplo del porvenir, devolviéndole el 
        sentido de las fórmulas de donde salió; y sólo él puede dar a la Ciencia 
        la potencia de expansión moral que le falta. Y la razón de ello es que 
        la letra de los profetas está en la Iglesia y su espíritu en la Ciencia 
        (pág. 29).  
        
        
           Y sobre el pucho la escupida: le  formulaba 
        una propuesta al Vaticano (pág. 33): 
        El día en que 
        
        la Iglesia católica —por una audacia lícita y sin 
        renegarse, ya que con ello sólo volverá a sus fuentes— desde lo alto del 
        pulpito, pondrá en boca de Cristo la palabra de los profetas, concluirá 
        un nuevo contrato con la vida y podrá volver a ejercer, con holgura, la 
        dirección de las sociedades humanas 
        (y) la revolución necesaria que sin cambiar un dogma, un rito, un 
        gesto del sacerdote (¡y en esto el Concilio y el post-Concilio 
        se mostrarían muy generosos; y ni hablar de sus curas: una recua de 
        poca lacha jamás hallada ni imaginada!), 
        cambiaría el espíritu del cristianismo, devolvería a Europa un centro, 
        un arbitro, un guía, volvería a hacer de 
        
        la Iglesia, que se ha convertido en obstáculo, una fuerza 
        de vida; quizá para ello sea necesario un cisma peligroso, quizá se 
        necesite el genio de un fray Hildebrando 
        (durante la  Reforma apareció la predica de Hildebrando, 
        caudillo del clero que llevó al trono de San Pedro a un 
        Pontífice judío, Anacleto 
        
        
        II,
        
        
        de la familia judía Perleoni, tenido como 
        Antipapa y sostenido por Rogelio II, Rey de Sicilia) 
        [4]. 
        Y, para concluir, esta amenaza agrega: Si
        
        
        la Iglesia deja pasar esta oportunidad; si en nombre de 
        una inmutabilidad que no es más que una ficción de dogma que toda su 
        historia desmiente desde la primera hora, opone a las conminaciones del 
        porvenir un
        Non possumus, la obra necesaria se hará de otra forma y más 
        penosamente; el provecho que el espíritu del porvenir podría sacar de 
        este admirable instrumento de unidad y de propaganda 
        será perdido para la obra, y la secta 
        científica tendrá que hacerse cargo sola del mundo. 
        
        
           Pero, 
        ¿cuáles son, pues, los títulos que permiten al judaísmo y a los
        profetas reivindicar esta misión de  
        Guías 
         de
         
        
        
        la Humanidad? 
        Mientras el judío holandés de origen portugués Baruch Spinoza (en 
        el recuadro; él solo es merecedor de un artículo aparte)
        
        
        ,
        
        
        
        reducía su papel 
        (magnificado por la clase sacerdotal), a un país y a una época 
        determinada y hacía justicia al mensaje permanente y universal de Cristo,
        Darmestetter ve en ellos a los salvadores del mundo, a partir del 
        momento en que han salido de su medio nacional. En cuanto a los 
        primeros, los 
         judíos, encuentra seductora la hipótesis 
        según la cual Moisés –en recuadro derecho-, llevando a pastar los 
        rebaños de su suegro Jethro, sacerdote de Madián, hubiera 
        encontrado a Jehová, Dios local del Sinaí (pág. 
        51), la montaña fulgurante (expresión que se la robó al 
        Barón de Holbach  
        
        de su panfleto blasfemo Moisés, Cristo y 
        Mahoma). Y explica (pág. 210): Moab tenía al dios Camoch; 
        Israel se fabrica al dios Jahvé que va a ser su propio dios 
        (digamos: ¿un Dios permisivo, a su medida, gusto y paladar?). Como 
        todos los dioses nacionales es un dios feroz y cruel, que odia al 
        extranjero y lo extermina (aquí sigue actuando de Holbach).
        En el proceso de la conciencia humana, Jahvé representa un 
        retroceso respecto a los Elohim; los primeros profetas 
        representan un paso atrás respecto a los Patriarcas. En la 
        página 67 agrega: para los profetas, Israel desgarrada por sus 
        revoluciones ofrecía un terreno más favorable que Judá que aun sin 
        tener una moralidad muy elevada, poseía por lo menos, gracias al 
        prestigio legitimista de su realeza, el primero de los bienes políticos, 
        la estabilidad (a esto se lo debe haber copiado a Mariano 
        Grondona). Pero los primeros profetas  
        
        (Amós 
        y Oseas)
        
         –sigue diciendo-, sólo sueñan 
         con salvar moralmente 
        a Israel y al pueblo elegido; ignoran el resto del mundo (esto 
        está en la página 81, donde se le va la mano para el lado de Voltaire
        o de d’Alembert). Pero, no es de los nombrados de donde parte 
        el mensaje universal ofrecido por Darmestetter, seguidor 
        del gordito Ernesto Renán 
        
        
        (en el recuadro; se lo llevó la Parca en 1892 y por ello don James, 
        pluma fácil, pudo conocerlo en aquellos vericuetos por donde se metió el 
        franchute estudiando a los israelitas: que empezó bien y 
        terminó mal, muy mal), al mundo moderno, sino de Isaías. 
        
        
        
          
        La visión de Isaías, es Israel salvado y salvando al mundo 
        (…) ve llegar un día, al final de los días, cuando la montaña de 
        Jehová se erguirá por encima de todas las montañas; todas las naciones 
        acudirán a ella y los pueblos vendrán en masa diciendo: 
        Vayamos a la montaña de Jehová, a casa del dios de Israel, para que nos 
        instruya de sus vías y que andemos por sus senderos.  
        Porque es 
        de Sión que vendrá  
        
        la Enseñanza, y de Jerusalén la palabra del Eterno. Ya se ha soltado la 
        palabra decisiva: una religión universal queda fundada 
        (pp. 81 y ss.). Digresión mía: Señor Jesucristo, ¿por qué 
        me haces leer esto? Si yo, después de todo, soy un tipo bueno como un té 
        de malva: no piso el pasto, no escupo en el suelo, pago los impuestos, 
        amo a la Iglesia a pesar de los curas. Entonces, ¿por qué? Mas hágase Tu 
        voluntad y no la mía.  Sigo. En síntesis entonces:  
        el ideal del 
        mesianismo ya está trazado.   
        
        
          
        
         En aquel tiempo es cuando comienzan las tribulaciones. Darmestetter 
        continúa: Estos tribunos, Amós y Oseas, 
        a ratos también Isaías, nos extrañan por su 
        atrevimiento. Razonan un poco como los anarquistas de hoy día; si el 
        mundo no puede ser mejorado, hay que destruirlo (...) 
        Jeremías es un fanático (pág. 90). Su sueño es, 
        al igual que todos sus predecesores, una patria terrestre, una patria 
        nacional, una patria judía; con una capital nacional, 
        Jerusalén, con una dinastía nacional, la de David 
        (pág. 107). De este sueño hecho añicos, ya que no pudo crearse la 
        nación santa a través del Estador había a la fuerza que 
        realizarla por el rito. El desarrollo sacerdotal salió como imperativo 
        vital, de la aniquilación política. Nuestro autor continúa: 
        Ezequiel tiene fama de ser el más oscuro de los profetas 
        (...)  es el antepasado de
         
        
        la
        Cabala, él es el primero que llena, para pasarla luego a
        Daniel, Enoch, Juan de Patmos y tantos más, 
        la copa vaporosa del Apocalipsis. 
        
        
          
        
        
        Y he aquí la manera en que nuestro autor de relata el nacimiento del 
        cristianismo (pág. 127): Llegó un día en que, frente a los mentís 
        de la realidad, la nación (judía) se divide y parte 
        piensa: el reino anunciado no es de este mundo. La concepción de los 
        Profetas se convierte en imagen, en alegoría, y el cristianismo, 
        apoyándose sobre este nuevo dogma, sacado de la filosofía griega- y que 
        el judaismo siempre ignorará —creencia en una resurrección y en una 
        futura remuneración—, suprimió el problema que perturbaba la conciencia 
        de Israel, dejando para otro mundo su solución. ¿Y el nacimiento 
        del Islam? Mahoma -dice Darmestetter-, de la escuela 
        de los judíos y de los judeo-cristianos, funda el Islam, cuyo dogma es 
        el dogma judío (pág. 181). Como consecuencia: a partir del
        
        
        VII  
        
        siglo de nuestra era, dos colonias del judaísmo cubren el pensamiento 
        humano, colonias en lucha contra su metrópoli, que la maldicen y 
        reniegan de ella. 
        
ñ 
        
        kkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkk 
        
        
          
            | 
             | 
           
          
            
      
        
        
          
            
             
            
              
              
                
                  
        
        
                  Referencias
   
  
- 
        
 
      - 
        
         
        El 
        Parsismo es la religión de los Parsis 
        (del antiguo persa, Parsa, Persia), seguidores de la 
        antigua religión persa conocida como zoroastrismo. Vivían en 
        Persia, y hoy, conformando reducidas comunidades, en la India, en Irán y 
        en Pakistán. Sus ancestros huyeron de Persia en los Siglos VII y VIII 
        para evitar la represión de los invasores musulmanes que casi los 
        exterminaron. Los parsis se dividieron en dos sectas en el Siglo 
        XVIII debido a un desacuerdo respecto a su calendario. La literatura 
        religiosa y ética de los parsis proviene sobre todo del Avesta, 
        pero su ideología insiste en la fe monoteísta. Su sacerdocio es 
        hereditario y consideran que Dios está representado por el fuego,
        que es purificador y sagrado. En los templos los sacerdotes 
        mantienen un fuego que arde sin interrupción, y todas las oraciones y 
        los sacrificios se ofrecen a este fuego en los días de fiesta. 
      
        - 
        
        
          Avesta, 
        el libro de oraciones del zoroastrismo o mazdeísmo. Es 
        parte de los libros sagrados de los zoroastristas de nuestros 
        días, conocidos como parsis (mazdeístas o adoradores 
        del fuego). La cuna de este culto y de sus escrituras sagradas es la 
        antigua Persia (actual Irak, aproximadamente), y la fe que profesan es 
        la establecida por el sabio persa Zaratustra o Zoroastro, 
        uno de los grandes maestros religiosos del Oriente. Las doctrinas de 
        esta fe ancestral y el registro de las costumbres del primer periodo de 
        la historia persa se conservan en el Avesta. Esta obra consta de 
        cinco partes, la principal de las cuales son los gathas, 
        himnos y canciones que, según se piensa, son palabras del propio 
        Zoroastro. Éstos y otros detalles relativos a los ritos constituyen 
        el Yasna, principal documento litúrgico del zoroastrismo. 
        Una parte similar, aunque menor es el Visprat, que incluye 
        alabanzas a los grandes líderes de la secta. El Vendidad 
        constituye la base de la ley zoroastrista, e incluye también 
        un relato mítico de la creación. El Khurda Avesta incorpora 
        textos, himnos y oraciones menores. Por último, los Yashts son 21 
        himnos dedicados a ángeles y héroes. La religión representada por el 
        Avesta floreció seis siglos antes de la era cristiana, y es probable 
        que fuera la fe de los Aqueménidas, la dinastía a la que 
        pertenecieron los reyes persas Ciro el Grande, Darío I 
        y Jerjes I. La religión perdió adherentes tras la conquista de 
        Persia por los ejércitos de Alejandro Magno en el siglo IV a.C., y se 
        perdieron muchos de los libros sagrados. Durante su cautiverio en 
        Babilonia los judíos fueron severamente afectados por el zoroastrismo: 
        Esdras (el nuevo Moisés) y Nehemías (el nuevo José) son el testimonio.  - 
        
        
          
        I  nocencio 
        II, 
        Gregorio Papareschi, (fallecido en Roma en 1143), Papa (de 1130 a 1143), 
        nació en Roma y en 1116 se convirtió en cardenal. En calidad de tal, 
        estuvo directamente vinculado a los papados de Pascual II 
        (1099-1118), Gelasio II (1118-1119) y Calixto II 
        (1119-1124). Durante el pontificado de este último intervino activamente 
        en las negociaciones que dieron lugar a la firma del Concordato de 
        Worms (1122), que puso fin a la Querella 
        de las Investiduras. 
        En 1130 falleció su predecesor, Honorio II (1124-1130), y, en medio de 
        la violenta rivalidad entre las familias Fringipani y Perleoni, 
        Papareschi resultó elegido papa con el nombre de Inocencio II. No 
        obstante, los miembros de la curia descontentos con su designación 
        eligieron a su vez al judío Anacleto II, tenido después como 
        antipapa o Papa Negro. Inocencio II huyó a Francia, de donde 
        regresó a Roma tres años después, gracias a la ayuda del emperador 
        Lotario III. En 1139 convocó el II Concilio de Letrán con el 
        objeto de excomulgar a los partidarios del hebreo Anacleto II, 
        entre ellos Roger II de Sicilia. En julio de ese mismo año, por medio 
        del Tratado de Miniano, finalizó esta situación cismática en 
        el seno de 
        la Iglesia católica 
        al reconciliarse 
        con él Víctor IV, sucesor de Anacleto II, y al aceptar 
        Roger II jurar fidelidad a Inocencio II. 
      - 
        
        
          
        Baruch Spinoza (1632 – 1677) fue un judío holandés 
        nacido en Ámsterdam. Practicó el racionalismo religioso en su 
        Tractatus Theologico-politicus y desarrolló el método cartesiano en 
        su 
        Etica, dándole una forma rigurosamente geométrica. Su filosofía 
        puede considerarse como la forma más perfecta del panteísmo. 
          
      
      
      - 
        
           
         
      
        
        
        Pablo Enrique Dietrich, barón de Holbach (1723 – 1789), 
        fue un filósofo alemán naturalizado francés. Siendo masón activísimo en 
        contacto permanente con la logia Matriz de Inglaterra, su pensamiento se 
        caracterizó por tres notas básicas: racionalismo, ateísmo 
        y materialismo. Si por un lado su obra representa cierta 
        continuidad con la de John Locke (su paradigma), por otro recusó el
        dualismo de René Descartes (un Rosa-Cruz que se 
        hacía pasar por católico), quien según él prestó demasiada atención al 
        espíritu. Para Holbach, el hombre, el espíritu, el mundo físico y la 
        materia forman parte del mismo todo, que es animado por las leyes 
        mecánicas de la naturaleza. Planteó esta tesis en uno de sus 
        principales trabajos: Sistema de la naturaleza (1770). Ardiente 
        crítico de las religiones (y del cristianismo en particular, al que 
        ataca sin piedad), en El cristianismo desenmascarado o Examen de los 
        principios y de los efectos de la religión cristiana (1767) se 
        esforzó por combatir la superstición (nombre que da a la Fe de 
        los creyentes) y elucidar los presuntos misterios de la religión 
        (a los santos y sacerdotes los llama impostores), que 
        constituyen, a sus ojos, el fundamento del despotismo y del fin de la 
        libertad humana. Similares hipótesis expuso en El buen sentido 
        del sacerdote Meslier o Ideas naturales opuestas a ideas sobrenaturales
        (aparecido en 1772; de aquí habría salido el panfleto Cien 
        razones que prueban que Dios no existe que publicó la República 
        Española en 1935). Intentó fundar, basándose en la ética, una teoría de 
        la sociedad y del Estado que condujese al hombre a la felicidad, dado 
        que afirmaba que el hombre sólo es infeliz por desconocimiento
        de la 
        naturaleza. 
        Otras obras suyas fueron La política natural (1773) y La moral 
        universal (1776).- 
        
          
      
         
      
        
      
        Ernesto Renán (1823 
        – 1892), fue un filólogo, filósofo e historiados francés, cuyas obras 
        exponen su fe en la ciencia y 
        sus convicciones racionalistas tales como: El porvenir de 
        la ciencia; Historia de los orígenes del cristianismo, que 
        resultaron un catálogo  de los famosos y discutidos estudios sobre 
        el pueblo de Israel y los orígenes del cristianismo, donde se acomodan 
        los hechos y sus conclusiones de manera que lo pensado por  el 
        autor resulta una maravilla. También es autor de la Vida 
        de Jesús.
        
 
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