DOCTRINA CATÓLICA
La Familia Cristiana - 61  
S. S. Pío XII

   LXXVI

LAS VIRTUDES DEL HOGAR DOMÉSTICO
II. ¿Qué es la virtud?

7 de Abril de 1943.

(Ecclesia, 24 de Abril de 1943.)

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   Bienvenidos seáis, amados recién casados, a quienes la fe y la esperanza hacen correr hasta Nos para recibir, con nuestra bendición, la bendición de Cristo sobre el hogar que habéis fundado en el amor. Vosotros os imagináis hermoso este hogar; no que os lo imaginéis sin pruebas y sin lágrimas, porque sabéis, que esto sería acá abajo una esperanza vana. Pero os lo imagináis hermoso porque, a pesar de las pruebas y de las lágrimas, queréis que sea casto, santo, amable, atrayente, radiante; en una palabra, como hemos procurado describíroslo en nuestro último discurso a los recién casados que os han precedido.

   ¿Pero cómo llevar a la práctica lo mejor que se pueda un ideal tan elevado? Desde vuestro noviazgo habéis hecho sabios propósitos y fervorosos preparativos para construir, ordenar, establecer y montar viva y risueña vuestra casa; os lo exigían la prudencia y la previsión; pero más que nada triunfaba el deseo común de ayudaros mutuamente para perfeccionaros y crecer en todas las virtudes, a emularos mutuamente en el bien y en el mutuo acuerdo, que son los elementos necesarios para la constitución del hogar que vosotros deseáis.

   Pero, ¿qué son estas virtudes? Y más en especial, ¿qué son las virtudes del hogar doméstico?

   Es realmente una desgracia que una palabra tan noble como es la de "virtud" haya sido profanada, no tanto, es verdad, por desprecio o por burla, cuanto por el abuso y extensión que de ella se ha hecho, diluyéndola hasta hacerla equívoca, mezquina y hasta desagradable al oído de la gente verdaderamente virtuosa. En sentido propio la palabra "virtud", "virtus", derivada de "vir", significa fortaleza[1], y sirve para designar una fuerza capaz de producir un fin bueno[2]. Así, por ejemplo, en el orden puramente físico (en donde las potencias naturales obran necesariamente según normas fijas) se habla de la "virtud" de algunas plantas medicinales; en cambio, en el orden jurídico y social (en donde los seres racionales son libres en el obrar) el superior manda en "virtud" de su autoridad, mientras que el inferior se siente obligado en "virtud" de la ley divina o humana natural o positiva; cada uno puede estar obligado a hacer un acto, que podría omitir libremente si no estuviese ligado en "virtud" de su juramento o de su palabra de honor. También el orden intelectual tiene sus "virtudes": la sabiduría, la inteligencia, la ciencia, la prudencia, que guían la voluntad; nuestra memoria tiene la virtud de conservar los datos que le han sido confiados; la imaginación tiene la virtud de hacernos sensibles las formas de las cosas ausentes, lejanas o pasadas, de representarnos las que son espirituales y abstractas; la inteligencia tiene la virtud de elevarnos más allá de los sentidos y aun descubrirnos lo que hemos recibido por ellos.

   Pero más comúnmente el nombre de virtud se aplica al orden moral, en el que las virtudes del corazón, de la voluntad y de la inteligencia dan la dignidad, la nobleza y el verdadero valor de la vida.

   De estas virtudes del orden moral nos proponemos hablaros, y lo haremos en cuanto que son virtudes del hogar y adquieren importancia por la intimidad y la irradiación de la familia. ¿De dónde efectivamente nace y resulta la verdadera vida de un buen hogar doméstico, sino precisamente del concurso de estas virtudes, tan variadas, tan sólidas y encantadoras, que los dos novios desean encontrar el uno en el otro y con las que querrían adornarse como con las joyas más preciosas?

   Imaginaos uno de estos hogares verdaderamente modelo. Veis allí a cada uno diligente y solícito en cumplir a conciencia y eficazmente el propio deber, en agradar a todos, practicar la justicia, la sinceridad, la dulzura, la abnegación de sí mismo con la sonrisa en los labios y en el corazón, la paciencia en el soportar y en el perdonar, la fuerza en la hora de la prueba y bajo el peso del trabajo. Veis allí a los padres que educan a los hijos en el amor y en la práctica de todas las virtudes, En este hogar Dios es honrado y servido con fidelidad, el prójimo es tratado con bondad. ¿Hay o puede haber nada más hermoso y edificante?

   En realidad no habría ni podría haber nada más hermoso que un hogar semejante si Dios, que ha creado al hombre dotado de facultades que sirven para adquirir, perfeccionar y practicar estas virtudes y hacer fructificar estos dones, no hubiera sido todavía más soberanamente bienhechor y generoso, acudiendo de nuevo para comunicarle una vida divina, la gracia, que le hace hijo adoptivo de Dios, e infundirle con ella ciertas potencias, fuerzas nuevas de carácter divino, ayudas infinitamente más allá de la capacidad de toda naturaleza creada. Por eso estas virtudes son llamadas "sobrenaturales" y esencialmente lo son. En cuanto a las otras, las virtudes naturales y humanas de orden moral, la naturaleza da la inclinación y la disposición para ellas, no la perfección, y el hombre puede adquirirlas y aumentarlas con su esfuerzo personal[3]; pero la adopción divina con la forma de la caridad sobrenaturaliza sus actos y los hace resplandecer con un fulgor y una eficacia que valen para la vida eterna[4].

   Estas virtudes sobrenaturales se llaman infusas, porque han sido en cierto modo derramadas en el alma, unidas con la gracia santificante, con lo cual el alma queda elevada a la vida divina y a la dignidad de hija de Dios.

   De la misma manera que nuestros órganos, en virtud de su oficio y de su constitución fisiológica, aseguran la conservación, el desarrollo y la salud de nuestra vida corporal, como nuestro espíritu, en virtud de sus facultades, mantiene, alimenta, perfecciona y enriquece nuestra vida intelectual; como nuestra voluntad, en virtud de su libertad iluminada y vigilada por la conciencia, asegura y dirige nuestra vida moral por los senderos de la justicia, hacia el bien y la felicidad de nuestra naturaleza humana, o por lo menos hacia lo que así le parece; así la actividad de una vida sobrenatural de la gracia, en fuerza de aquellas facultades superiores que son las virtudes infusas, nos dirige hacia la plenitud del vigor espiritual acá abajo, hacia la participación de la felicidad divina, un día, en el cielo, durante una eternidad.

   Las virtudes infusas sobrenaturales no son sino el regalo que el día del bautismo hace a sus hijos el Padre celestial.

   ¿Cómo? Aquel pequeñín que, escondido antes en el santuario del seno materno, veréis derramar después de algunos meses sus primeras lágrimas, esperando sus primeras sonrisas, que nunca brillan sino después del llanto; el día en que, orgullosos de vuestra paternidad, al volver de la iglesia, le lleváis, regenerado ya con las aguas del bautismo, a su madre, para que le dé un beso, más tierno todavía del que le dio al salir de casa; este niño, pues, ¿tendrá ya virtudes tan altas y tan sublimes como aquellas que vencen a la naturaleza? No lo dudéis.

   ¿No ha recibido acaso de vosotros desde que nació, desde el primer instante de su existencia, un sello, en el que bien pronto será fácil reconocer la semejanza de su doble ascendencia paterna y materna? En realidad, aquellos primeros días un niño se diferencia bien poco de los otros recién nacidos. Pero después, sin esperar a que hable o a que se explique, descubriréis en sus gracias, en sus caprichos, algún detalle de vuestro carácter; luego su inteligencia y su voluntad se despertarán, o mejor aún se manifestarán, porque sabido es que, dormidas en cierto modo hasta entonces, inactivas, sin embargo recogían del exterior tantas ideas y deseos de cosas con sus inquietas y ávidas miradas y deseos y llantos; y que no solamente en el día de sus primeras manifestaciones habéis transmitido a vuestro hijo aquellos rasgos de fisonomía física, intelectual y moral.

   De la misma manera, en el orden de la gracia aquellas facultades divinas, que son las virtudes de fe, esperanza y caridad, han sido infundidas por Dios en él con el sacramento del bautismo, que le regenera a la vida espiritual; y del mismo modo los gérmenes racionales e individuales que les llevan a las virtudes naturales, comunicados por vosotros con la generación, son protegidos y custodiados, en virtud de esta regeneración, hasta el uso de la razón.

   Ahora podéis entender bien en cuál sentido Nos pretendemos hablar de las virtudes del hogar; en el sentido de que la gracia desea unirse en la familia a las buenas disposiciones de la naturaleza, que llevan a la virtud, y a vencer a las malas, en cuanto que "los pensamientos del corazón humano están inclinados al mal desde la adolescencia"[5]. Pero sobre la naturaleza triunfa la gracia y la exalta, dando el poder de hacer hijos de Dios a los que creen en el nombre de Cristo, "los cuales no por vía de sangre ni por voluntad de la carne ni por voluntad de hombre, sino de Dios, han nacido"[6].

   No olvidéis que todos nacemos con el pecado original y que si la nueva familia une en sí las virtudes naturales y cristianas, cultivadas antes en los recién casados por la educación sana y religiosa que tuvieron en su casa, educación basada en tradiciones y mantenida y transmitida de generación en generación, ellos, los recién casados, vienen con ello a formar un hogar, que emula y continúa la santa y virtuosa belleza de sus antepasados y de sus familias en donde ellos nacieron. Porque si el bautismo hace a los niños hijos de Dios y basta para hacerles ángeles del cielo antes del uso de la razón y de la recta cognición del bien y del mal, su educación, sin embargo, ha de iniciarse ya desde la niñez, porque las buenas inclinaciones naturales pueden extraviarse cuando no van bien dirigidas y desarrolladas con actos buenos, que con su repetición las transforman propiamente en virtudes, bajo la dirección del entendimiento y de la voluntad, hasta más allá de la edad infantil o pueril.

   ¿Acaso la disciplina y la vigilancia de los padres no son las que forman e informan el carácter de los hijos? ¿No es su ejemplar actitud virtuosa la que enseña a los hijos mismos el camino del bien y de la virtud y custodia en ellos el tesoro de la gracia y de todas las virtudes que le están unidas recibidas en el bautismo?

   Acordaos también de que:

"rade volte risurge per le rami
I'humana probitade; e questo vuole
quei che la da, perché da lui si chiami".

   Por eso aun aquellos hijos que gozan de una buena condición tienen necesidad de gran cuidado para desarrollarse bien y ser honor del hogar doméstico y del nombre de sus padres. Alzad, pues, a Dios vuestras devotas plegarias, oh jóvenes esposos, herederos de los hogares cristianos de vuestros padres y de vuestros abuelos, para que en vuestros hijos resuciten vuestras virtudes y se difunda sobre todos los que os rodean el reflejo de su luz y de su calor. ¡Qué magnífico ejemplo va a ser el vuestro! ¡Qué misión y al mismo tiempo qué augusta responsabilidad! Hacedle frente con valor, con alegría y con humildad, en el santo temor de Dios, que es el que forma a los héroes de las virtudes conyugales y atrae del cielo la abundancia de las más escogidas gracias.

   Para tan alto y religioso fin, y para que os acompañe en todos los días de vuestra vida, os damos con efusión de corazón nuestra paternal bendición apostólica.

KKKKKKKKKKKKKKKKKKKKKK

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NOTAS
  • [1] Cfr. Cic. Tuse., 2, 18, 43.  

  • [2] Cfr. S. Th., 1ª 2ª, q. 55.

  • [3] Th. 1ª. 2ª, p. q. 63, a. 1 et 2.

  • [4] S. Th. 2ª, 2ª, p. q. 23 a. 8.  

  • [5] Gen., 8, 21. 

  • [6] Io., 1, 12, 13.