La Ilíada es sobre la Cólera de Aquiles
a causa de la afrenta a su honor por el hubrístico Agamemnón...
pero, también es sobre muchas otras cosas, tanto humanas como
divinas: es una obra que, a pesar de haber sido ya establecida en un
texto permanente, se encuentra, paradójicamente, en un estado
de flujo continuo, pues ningunas dos lecturas jamás son iguales.
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CANTO
I
Se
pide desde el principio a la musa que mande el canto de las desgracias
alcanzadas por la ira de Aquiles (1-7). Llega a la asamblea de los argivos,
Crises, sacerdote de Apolo para rescatar a su hija, hecha cautiva hacía
poco en la guerra y por honor entregada a Agamenón (8-21). Apolo
mandó sobre el ejército una terrible epidemia por haber
sido rechazado ignominiosamente su sacerdote (22-52). Aquiles hace una
asamblea, para aplacar al dios, en la que el adivino Calcas pregona
que ellos debían liberar a su hija Briseida de tan terrible disputa
y no rehusa entregarle su hija ciertamente a Crises, pero le arrebata
a Aquiles a Briseida a quien había sido concedida como premio
a su valor. Se apodera de Briseida aunque Néstor se opone (130-311
y 318-347). Enardecido por esta ofensa, decide el firme joven separarse
de la guerra con los mirmidones, sus soldados. Su madre Tetis reafirma
su propósito y promete venganza al suplicante (348-427). Mientras
tanto el ejército ofrece sacrificios expiatorios y son ofrecidos
a Apolo (312-317). Entonces se hace retirar a Crises a su casa junto
con las víctimas propiciatorias, por quienes es expiado el crimen
siendo sacrificadas (428-487), puesto que se había presentado
Tetis en el Olimpo ocultamente, favoreció con la victoria a los
troyanos, mientras los aqueos no dieran una satisfacción a Aquiles
(488-533). Hera, enemiga de los troyanos ataca estas determinaciones
clandestinas y riñe con Zeus en la cena (534-567). Por esta causa
se entristece toda la asamblea de los dioses, a quienes Hefesto hace
volver finalmente a la tranquilidad y alegría (568-611).
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CANTO
XIII
Pasando
el muro los troyanos, por diversas partes, matan a los aqueos, cuando
Poseidón conmovido por la calamidad en su interior por Zeus,
se acerca a los que defendían las naves (1-42). Oculto bajo forma
humana para animar a los que se detenían, exhorta primero a los
dos Áyax y después a los demás capitanes (43-124).
Así los Áyax y otros, rechazan a Héctor de la matanza
de las naves en plena fila de combate (125-205); al poco, Idomeneo,
movido por Poseidón a combatir, habiéndose unido con Merión,
socorre por la izquierda a los afligidos aqueos (206-329). Después
se traba un feroz combate en el que Zeus favorece a los troyanos y Poseidón
a los aqueos. Sobresale entre éstos, el valor de Idomeneo (330-662).
Éste, da muerte a Otrioneo, Asio y Alcátoo y asimismo,
en compañía de Merión, Antíloco y Menelao
lucha con superioridad contra Eneas, Deífobo, Héleno y
Paris (363-672). También detiene a Héctor quien hacía
poco se hallaba en el centro del lugar y de tal modo lo apremian los
Áyax y otros grupos, que ya se retiran los troyanos: pero fortalecido
Héctor por el consejo de Polidamante, conduce repentinamente
contra el enemigo a los que había reunido (673-808). Áyax
da comienzo a un nuevo combate y se pelea por ambas partes con grandes
clamores (809-837).
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CANTO
II
Zeus-quien
habría de vengar la injuria inferida a Aquiles-, le envió
un sueño a Agamenón para incitarlo a realizar la batalla
con la esperanza de la victoria (1-40). Al amanecer, Agamenón
manifestó lo comunicado en el sueño y su propia decisión
a los jefes de los argivos; reunió al poco una asamblea de todos
(41-100). Le agradaba para probar la fe del pueblo, del que desconfiaba,
fingir la determinación de retornar a la patria: habiendo oído
esto la multitud comenzó enseguida, cansada ya por la guerra,
a sublevarse y a preparar la navegación (101-154). Odiseo reprimió
la rendición de común acuerdo y por consejo de Atenea
se valió de súplicas, amenazas y oprobios para que volvieran
de este modo a la asamblea (155-210). A Tersites, aquel hombre torpe
y malhablado que no cesaba de urgir la retirada, lo castigó con
mayor severidad para escarmiento de los demás (211-277). Así
cohibido el populacho se doblegó por fin a dejarse persuadir
por los excelentes discursos de Odiseo y de Néstor quienes renovaron
las antiguas promesas y se valieron de estas ostentaciones para que
los aqueos tuvieran confianza en el combate; el mismo Agamenón
ordenó el combate y llenó del ardor de la pelea el ánimo
de todos (287-393). Ya se anima el ejército; los primeros, sacrificadas
ya las mayores víctimas, se sientan al convite delante de Agamenón;
los demás toman sus alimentos por diversas partes y of recen
sacrificios, y cada pueblo, instruido por sus jefes marcha a la batalla
(394-484). Se inserta en este lugar el cuidadoso catálogo de
las naves, pueblos, jefes, que habían seguido a Agamenón
a la guerra de Troya (485-785). También los troyanos, descubrieron
lo que tramaban los aqueos, marchan al campo bajo el mando de Héctor
junto con sus aliados, de los que se añade una breve reseña
(786-877).
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CANTO
XIV
Néstor,
atemorizado por el clamorío del combate, sale de su tienda en
la que aún se curaba Macaón, para explorar los hechos
en el lugar en que se realizaban (1-26). Agamenón, Odiseo y Diomedes,
doliéndose aún por las heridas, le salen al encuentro
cambiándose de lugar por la misma causa; el primero de los cuales
angustiado por el éxito de la guerra y viendo ahora abierta la
muralla, reflexiona sobre la huida (27-81). Odiseo reprueba esta determinación,
y así Diomedes persuade a todos a que vuelvan a la batalla y
que con su presencia ayuden a todos, dándoles certidumbre y consejos;
al mismo tiempo Poseidón conforta a Agamenón que ya se
iba y da fortaleza al ejército (82-152). Mientras tanto Hera,
para elevar la moral de los aqueos, se arregla en su persona y se prepara
delante de Zeus en el monte lda para atraerlo con todos los halagos
de una esposa; para lo cual se coloca el cíngulo de Afrodita
y hace venir desde Lemnos al dios Sueño, quien lo entretiene
en el estado de descanso (153-351). Poseidón había puesto
asechanzas en este tiempo, mediante el consejo de Sueño, la suerte
de los aqueos que les devolvió auxiliándolos prontamente
(352-401). Héctor, herido por el golpe de la piedra que le había
lanzado Áyax, estaba sin alientos y fue transportado y curado
por sus soldados (402-439). Combatiendo los aqueos a los troyanos, elevados
ya sus fuerzas y espíritu de combate, los alejan de las naves,
persiguiéndolos en primer término Áyax el menor
(440-522).
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CANTO
III
Al
primer encuentro del combate, Paris o Alejandro provoca con suma fiereza
a cada uno de los aqueos para el combate; pero en cuanto ve a Menelao
saltando de su carro, huye atemorizado (1-37). Poco después él
mismo, impulsado por los gritos de Héctor se ofrece en singular
desafío con Menelao, comenzando lo más importante de la
batalla; aceptada la condición pide Menelao que vaya por medio
una promesa, consagrándola ante la presencia de Príamo
(38-110). Así pues los ejércitos dejan las armas y se
preparan sacrificios de ambas partes, mientras tanto Helena llama desde
la torre a Príamo y a los ancianos de Troya, a los jefes argivos
que están en el campo inferior (l l l-244). Siendo llamado, se
presenta Príamo en compañía de Antenor y se hace
un pacto según el antiguo rito y bajo estas condiciones, de que
si uno de los dos venciese al otro, obtendría a Helena y sus
riquezas; pero los troyanos inferiores a los aqueos pagarían
una fuerte multa (245-301). Después de la partida de Príamo,
toman las armas Menelao y Paris y marchan al espacio convenido para
la pelea; pero Paris, superado, es sutraído por Hera ocultamente
y se lo lleva incólume a su propia morada (302-382). Al mismo
lugar lleva a Helena, quien resistiendo primero al nuevo marido le echa
en cara su cobardía; sin embargo poco después se reconcilia
con él (383-448). De esta manera, en vano busca Menelao al adversario
que estaba gozando de la protección de la diosa, mientras Agamenón
busca públicamente el precio de la victoria que se había
pactado (449-461).
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CANTO
XV
Despertando
de su letargo Zeus, ve a Poseidón dando ayuda a los troyanos
contra los aqueos (1-11). Enseguida, reprende ásperamente a Hera
y manda llamar del Olimpo a Iris y Apolo; se sirve de ellos como de
sus ministros para restituir sus fuerzas a los troyanos y simultáneamente
predice toda la serie de designios hasta la destrucción de la
ciudad (12-77). Habiendo regresado Hera a la morada de los dioses, Ares
sabe por ella lo referente a la muerte de su hijo Ascálafo y
se apresta para la venganza; Atenea reprime su cólera (78-142).
Apolo e Iris se presentan ante Zeus y por mandato de éste obliga
a Poseidón bajo amenazas a que abandone la guerra. Éste
a pesar de estar lleno de temor aún se atreve a resistirse (143-219).
Apolo alienta a Héctor, ya sanado y retirado del combate por
esa causa, y renueva la suerte de los troyanos (220-280). Héctor
acomete a los fortísimos aqueos que dejando de combatir se retiraban
a las naves; mata a una parte de ellos; a otros los hace huir, yendo
delante el dios, quien agitando su égida estremeció de
temor a los aqueos y fortaleció a los troyanos, pues derribando
el muro, preparó el camino para destruir al ejército (281-389).
Por esta terrible desgracia que le comunicó Eurípilo,
Patroclo regresó ante Aquiles y lo exhortó para que los
ayudara en ese último trance (390-404). Mientras tanto los aqueos
combaten terriblemente ante sus naves cayendo muchos de ambas partes
(405-590). Finalmente ellos se retiran sin dispersarse entre las filas
de las naves, desde las que Áyax Telamonio defiende del fuego,
armado con una lanza, porque ya Héctor amenazaba quemar la nave
de Protesilao (591-746).
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CANTO
IV
Debiendo
ser devuelta Helena a los aqueos según el pacto y dirimidas las
diferencias en la línea de combate en la que fue separado Paris;
Hera indignada en la asamblea de los dioses, no pudo contener ya su
odio contra los troyanos e insiste ante Zeus a fin de que conceda que
los aqueos den muerte a Paris (1-49). Atenea, enemiga también
de los troyanos, enviada a la tierra por la exhortación de Zeus,
persuade a Píndaro Licio para que lanzada una flecha contra Menelao,
rompa el pacto e introduzca una nueva causa para combatir (50-104).
Llamado el médico Macaón, cura a Menelao de su herida
no mortal (105-219). Mientras tanto, armados nuevamente vuelven a combatir
los troyanos, mientras Agamenón va y viene entre la multitud
de aqueos, alabando el valor de algunos como Idomeneo, Áyax y
Néstor, que ya estaban situados en el campo de batalla y reprendiendo
la tardanza de los otros como Menesteo, Odiseo, Diomedes que aún
no se llenaban del nuevo ardor para combatir (220-421). Se reanuda la
lucha, en la que Ares por una parte y Apolo, Atenea y otras divinidades
por la otra, ayudan respectivamente a los troyanos y a los aqueos (422-544).
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CANTO
XVI
Aquiles
le presta a su amigo Patroclo que le suplicaba y pedía ayuda,
sus propias armas y tropas para salir a combatir bajo la condición
de que se contentase con rechazar a los troyanos de las naves y no se
expusiese a mayores peligros (1-100). Debilitado ya el mismo Ayax, no
pudo impedir que se pusiese fuego a la nave (101-123). Visto lo cual
Aquiles, llama a su amigo a las armas, prepara las filas de los suyos,
les habla y hechas las libaciones y las preces los despide (124-256).
De pronto, habiendo visto el jefe de los mirmidones, aterrorizados a
los enemigos, el engaño de la figura de Aquiles, libra del ataque
a la nave y apaga el incendio (257-303). Comienza de nuevo la batalla
y a los que huian cegados por el pavor, los persigue sobre la trinchera
y aun a campo abierto (306-418). Enseguida, Glauco mata a Sarpedón,
hijo de Zeus, habiendo quedado asi vengadas las matanzas (419-507).
Éste juntamente con Héctor y otros de los en terrible
combate con los aqueos que arrastraban los despojos, les quita el cuerpo
de Sarpedón. Apolo ve esto y por mandato de Zeus es lavado el
cuerpo y ungido y llevado a Licia por sus amigos (508-683). Por aquel
tenor de los acontecimientos el feroz Patroclo persigue a los troyanos
hasta la ciudad, sube a su muralla pero es apartado de aquel lugar por
el dios (684-711); sin embargo, resiste de nuevo a Héctor que
irrumpe lleno de fuerza, mata a su auriga Cebrión y se lleva
el cadáver después de haberlo despojado (712-782). Finalmente
mata a muchos de la masa de soldados hasta que Eufrobio lo hiere, aterrorizado
él mismo por la fuerza de Apolo y despojado de sus armas; Héctor
le da muerte e insta a Automedonte a encaminar el carro de Aquiles llevándolo
junto a las naves (783-867).
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CANTO
V
Los
aqueos continúan despedazando a los troyanos; delante de todos,
el insigne Diomedes lleno de ferocidad por la protección de Palas
retira a Ares de la batalla (1-94). Pero él mismo herido por
Pándaro, ataca con mayor vehemencia a los enemigos (95-166);
mata a Pándaro, estando de pie, y después peleando desde
el carro de Eneas (167-296); hiere a Eneas que cubría el cuerpo
de su amigo (297-310); hiere a Afrodita en la mano, pero Iris la saca
del combate (311-351). Afrodita librada por su hija en el carro de Ares,
la lleva al Olimpo, en donde su madre Dione la cobija en su seno. Los
otros dioses se ríen sin que lo note (352-431). Apolo libra a
Eneas, apartado por Atenea del furor de Diomedes y lo cura recreándolo
en la fortaleza troyana y llama nuevamente a Ares a las filas (432-460).
Ares exhorta a los troyanos para que peleen con fortaleza; enseguida
se presenta ante ellos Eneas, ya curado (461-518). Tampoco los aqueos
combaten con cobardía y caen muchos de una y otra parte, entre
éstos Tlepolemo contra Sarpedón; finalmente se alejan
poco a poco los aqueos (519-710). Hera y Atenea vienen desde el Olimpo
en auxilio de éstos que luchaban (711 -777). Por estas palabras
de Hera se enardece nuevamente la masa; pero Diomedes aconsejado y conducido
por Atenea, hiere al mismo Ares (778-883) quien regresa enseguida al
Olimpo desde el campo de batalla y ahí sana, siguiéndolo
también las diosas (864-909).
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CANTO
XVII
Muerto
Patroclo, Menelao mata a Euforbo y lo despoja de sus armas (1-60). Héctor
por consejo de Apolo dejando de perseguir a Automedonte le quita los
despojos y regresa, mientras Menelao hace venir a Áyax el mayor,
para que cuide el cadáver (61-139). Héctor se retira ante
Áyax, pero incitado por la reprensión de Glauco vuelve
nuevamente, luciendo soberbiamente las armas de Aquiles, a fin de arrebatar
el cuerpo y lleno de fortaleza anima a cada uno de los suyos en el mismo
campo de batalla; simultáneamente llamados por Menelao acuden
con presteza los más valientes aqueos (140-261). Así en
un mismo lugar se origina un terrible combate entre Menelao y Héctor
con cada una de sus tropas y pelean uno y otro con distinta suerte.
Ellos para defender el cuerpo de Patroclo y éstos para que lo
arrastren y sea causa de ludibrio (262-425). Zeus vuelve el vigor a
los caballos de Aquiles que se dolían por la muerte de Patroclo
y Automedonte los regresa al combate en unión con Alcimedonte
(426-483). Héctor, Eneas y otros, atacan el carro de Aquiles
para apoderarse de los nobles caballos y los aqueos sostienen con fiereza
el ímpetu de aquellos, quienes tratan también de rescatar
el cadáver. Entonces Menelao implora nuevas fuerzas a Atenea,
y Apolo exhorta a Héctor con la aprobación de Zeus (484-596).
Finalmente viene a menos la fuerza aquea, y aun el mismo Áyax
Telamonio, tiembla, bajo cuyo mandato Menelao envía un mensajero
a Aquiles, y es Antíloco, quien le anuncia la muerte de Patroclo
y las derrotas recibidas, (597-701), y el mismo Menelao junto con Merión
apoyado por la compañía de los Áyax, se atreve
a llevarse el cadáver hasta las naves, metiéndose entre
los enemigos que combatían (702-761).
CANTO VI
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CANTO
VI
El
adivino Héleno, cuando decaía en huida el ejército
troyano exhorta a Héctor para que haga un sacrificio público
a Atenea en la fortaleza (1-101). Así pues él, habiéndose
reanudado la lucha rápidamente, marcha a la ciudad; en este combate,
Diomedes y Glauco, jefe de los licios, encaminándose al lugar
de la lucha, antes de llegar a las manos, habiendo recordado la hospitalidad
de sus padres, hecho el cambio de las armas, unen sus diestras (102-236).
Hécuba y las demás matronas, por consejo de Héctor
y de los próceres troyanos, llevan el manto al templo de Atenea
y expresan sus votos por la salvación de la patria (237-311).
Mientras tanto Héctor, en su casa, hace volver a Paris reprendiéndolo
en el campo de batalla (312-368); a su esposa Andrómaca, la buscó
en vano en sus habitaciones y salió finalmente de la ciudad por
la puerta Escea; la encuentra con su hijo Astianacte y les habla por
última vez (369-502). Armado, Paris alcanza a su hermano en el
camino (503-529).
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CANTO
XVIII
Recibida
la noticia de la muerte de Patroclo, Aquiles se entrega a la desesperación
y a los lamentos (1-34). Ante estas lamentaciones despertada Tetis,
llega desde el mar con su cohorte de Nereidas para consolar a su hijo;
a quien cuando ve lleno de ambición de vengarse de Héctor,
aunque aquello habría de ser decidido por el destino, difiere
su deseo para el último día, pero le promete que le llevará
armas nuevas fabricadas por Hefesto (35-137). Habiendo regresado las
Nereidas a su mansión, Tetis se apresura hacia el Olimpo, mientras
se renueva la batalla sobre el cuerpo de Patroclo que finalmente hubiera
quedado en poder de Héctor, a no ser que Aquiles por consejo
de Hera hubiese aterrorizado a los troyanos con su aspecto y voz terribles
y los hubiese hecho huir hasta las murallas enemigas (138-231); mientras
tanto los aqueos, rescatado el cuerpo, lo llevan a la tienda de Aquiles,
al entrar la noche (232-242). Los troyanos tienen una tumultosa asamblea
y Polidamante los persuade de que se salven dentro de las murallas,
no sea que Aquiles venga a las filas y acabe con ellos; pero este prudente
consejo desagrada a Héctor y al pueblo (248-314). Los troyanos
redoblan la vigilancia durante la noche con sus armas; los aqueos y
al frente de ellos Aquiles, lloran la muerte de Patroclo, embalsaman
el cadáver y lo colocan en el ataúd (315-355). Aquella
misma noche llega Tetis al Olimpo en donde Zeus acababa de reprender
a su esposa porque ayudó a Aquiles y es recibida amigablemente
en la mansión de Hefesto (356-427). Para Hefesto le era fácil
si se lo pedían con insistencia, fabricar escudos y toda clase
de armas con su arte exquisito (428-617).
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CANTO
VII
Héctor
y Paris impulsan a los aqueos para que vuelvan a la batalla, combatiendo
ya sea con armas iguales o mejores (1-16); lo cual, para que sea terminado
finalmente, de acuerdo con el designio de Atenea y de Apolo, y la persuasión
de Héleno sea provocado cada uno con la mayor fuerza posible
por parte de Héctor para un combate cuerpo a cuerpo (17-91).
Agamenón disuade a Menelao que se muestra alegre y confiado mientras
los demás vacilan (92-122); al poco instigados por Néstor
salen a combatir nueve héroes de cuyas suertes señala
el suceso Áyax Telamonio (123-205). Se reúnen Héctor
y Áyax y pelean duramente, mientras bajo la noche apartan a éstos,
iguales en fuerzas, habiéndoles dado a su vez regalos (206-312).
En los banquetes públicos Néstor hace el recuento de los
cuerpos de los caídos que deben sepultarse y los campamentos
que deben fortificarse. Cuando en la asamblea de los troyanos, Paris
responde a Antenor quien dice que deben ser restituidos al dueño,
Helena juntamente con sus riquezas, añade que él no regresará
ningunas riquezas sino que a aquéllas se añadirán
las propias (313-364). Al día siguiente Príamo lleva aquella
respuesta a los aqueos y a fin de que también puedan ser sepultados
los cuerpos de los troyanos manda que se haga una tregua (365-420).
Después de estos sucesos cada bando procura dar sepultura a los
suyos y al mismo tiempo los aqueos rodean su base naval con un muro
y fosas; Poseidón se admira de estas obras con indignación
en la asamblea de los dioses (421-464). A la cena sigue la noche amenazadora
con sus rayos (465-482).
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CANTO
XIX
A
la salida del sol, Tetis le da a Aquiles las armas que había
hecho Hefesto y lo excita nuevamente a la alianza para la guerra; pues
el cuerpo de Patroclo derrama divinos olores a fin de que dure incorrupto
para la sepultura (1-39). Aquiles, reuniendo una samblea, olvida su
ira, y pide continuar la guerra cuanto antes (40-73). Por su parte Agamenón
confiesa su error y una vez reconciliado, ofrece los dones prometidos
por medio de su legado Odiseo; pero olvidándolos él, tal
vez con intención de vengarse, apremia a comenzar la batalla
(74-153). Finalmente cede ante Odiseo y espera hasta hallarse presente
al que lo aconsejaba mientras las tropas tomaban el desayuno y recibe
ante la asamblea los dones y a la hija de Brises, causa de la discordia
a la que Agamenón juró devolverla intacta mediante un
sacrificio expiatorio (154-275). Se trasladaron los dones desde un lugar
público a la tienda de Aquiles en donde las mujeres lloraban
a Patroclo y el héroe mismo vuelve a lamentarse y se abstiene
firmemente de probar alimento, tomándolo el ejército (276-339).
Aquiles es deleitado por Atenea, enviada desde el cielo; poco después
se pone las nuevas armas, sube al carro con Automedonte y sabido por
otro el destino de sus caballos, marcha a la fila lleno de vida (340-424).
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CANTO
VIII
Zeus
pide a los dioses llamados a asamblea que no se presenten en la batalla
contra ninguno de los dos pueblos, y es llevado en su carroza al monte
Ida (1-52). Desde ahí contempla durante la mañana a los
ejércitos que combaten en dudosa victoria; después habiendo
pesado cuidadosamente sus suertes en la balanza del destino, y lanzando
sus terribles rayos, pronostica la muerte a los aqueos (53-77). Hera
en vano pide a su aliado Poseidón que le sean apartadas a aquellos
toda clase de ayudas; después vuelve Agamenón, levantando
los ánimos y señala que Zeus se le ha mostrado propicio
(78-250). Ya los aqueos, algún tanto superiores, repelen a los
troyanos en un nuevo encuentro, y Teucro hiere a muchos de aquéllos
con sus flechas y a su vez es herido por Héctor (251-334). Una
vez más, se lanzan a la huida los aqueos cuando Hera y Atenea
se preparan a marchar a Troya para llevar auxilio; pero Zeus habiéndolas
visto desde el monte, las rechaza inmediatamente por medio de Iris (335-437).
Él mismo, habiendo regresado al Olimpo reprende con suma severidad
a las desobedientes diosas y aun amenaza a los aqueos con mayores matanzas
para la mañana siguiente (438-484). Terminada la batalla a causa
de la noche y habiendo realizado una asamblea los troyanos vencedores,
ponen guardias de asedio en el mismo lugar de la batalla, y para impedir
a los enemigos asechanzas o navegación, encienden innumerables
fogatas a través de la ciudad y del campo (485-565).
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CANTO
XX
Preparados
ambos ejércitos y llamados los dioses a la asamblea, Zeus les
permite que cada uno socorra a cualquiera de los dos que desee a fin
de que no madure la matanza para los troyanos por la crueldad de Aquiles
(1-30). Así marchan a la guerra, Hera, Atenea, Poseidón,
Hermes, Hefesto, para ayudar a los aqueos; y Ares, Febo, Artemisa, Latona,
Janto y Afrodita, a los troyanos. Las tierras celebran con estremecimiento
y temor la entrada de los dioses (31-74). Antes del comienzo de la batalla,
Febo excita a Eneas contra Aquiles que amenazaba a Héctor. Mientras
tanto los dioses por convencimiento de Poseidón se sitúan
alejados del combate (75-155). A varias provocaciones sigue el combate
de Aquiles con Eneas a quien Poseidón libra por medio de una
nube, pues según los oráculos le tenía destinado
un reino entre los troyanos (156-352); Héctor, que está
por agredir a Aquiles, es rechazado por Febo. Aquiles mata entre otros
troyanos a Polidoro, hijo de Príamo (353-418). Estando ya por
vengar la muerte de su hermano, se dirige Héctor contra Aquiles
a quien lo salva también Febo rodeándolo con una nube
(419-454). Movido por el dolor Aquiles ataca a los demás troyanos
y llena el campo de una espantosa ruina de muertos y armas (455-503).
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CANTO
IX
Entre
los aqueos, una vez pasado el peligro, aterrorizados y rechazados de
momento, convoca Agamenón ocultamente a los jefes a quienes el
rey les señala la determinación de huir y dirigir la navegación
durante la noche (1-38). Diomedes y Néstor lo desaconsejan de
este torpe intento (39-78). Se colocan fogatas en las trincheras de
los campamentos, se prepara una cena en la tienda de Agamenón
y después de la cena se trata a toda costa de hacer las paces
con Aquiles y atraerlo al ejército (79-113). El propio Agamenón
mandó decir que si cedía en su enojo ante la pública
necesidad, le prometía devolverle intacta a Briseida y magníficos
regalos (114-161). Néstor envió con estas condiciones
a varios escogidos, como Fénix a quien el padre de Aquiles lo
había hecho mentor en su juventud, Áyax el mayor, Odiseo
y dos embajadores de paz (162-184). Aquiles recibió amigablemente
a los legados, pero rechazó todas las promesas de Agamenón
y los discursos, ya los esmerados como los ásperos y suaves;
además retuvo a Fénix y amenazó con que regresaría
al poco juntamente con él a la patria (185-668). De este modo,
después de que Áyax y Odiseo anunciaron tan dolorosa resolución,
Diomedes lo confirma en toda su gravedad a los afligidos jefes y los
exhorta a la tenacidad en la lucha (669-713).
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CANTO
XXI
Aquiles
acosa a los troyanos, parte hacia la ciudad y parte hacia el Janto (el
Escamandro) y habiendo despedazado a muchos en el río, conserva
a doce jóvenes vencidos, para las exequias de Patroclo (1-33).
Ahí mismo mata a Licaón, hijo de Príamo a pesar
de sus súplicas (34-135); después a Asteropeo, jefe de
los peonios junto con otros de aquel pueblo, habiéndose librado
del enfurecido río desigual en fuerza (136-210). Continuaba la
matanza hasta que Janto, obstruido por el número de cadáveres,
compadeciéndose, mandó que su cauce se desbordara contra
él. Apenas se escapaba Aquiles cuando de nuevo tenía que
saltar; pero el río enfurecido lo sumergía en sus ondas
y perseguía al que volvía a escapar (211-271). Ya le faltaban
las fuerzas al que luchaba entre las olas, pero Poseidón y Atenea
se las aumentaban; entonces Janto que estaba demasiado irritado, llamó
en su ayuda a Simóis, pero Hera llamó a Hefesto que quemó
el campo y al río y ni las llamas lo detenían si no las
hubiese aumentado la misma diosa (272-384). Se iniciaron después
combates personales entre los demás dioses: Ares, Atenea, Afrodita,
Febo, Poseidón; Hera, Artemisa; Hermes, Latona (385-513). Después
de esto vuelven al Olimpo los dioses, excepto Febo quien se dirigió
a Troya, mientras Aquiles hacía estragos a través del
campo y a los demás los empujó su furia hacia el interior
de la ciudad en la que Príamo mandó que se cerrara la
puerta (514-543). Para que aquellos no fueran diezmados en la fuga,
Apolo detuvo a Aquiles introduciendoa Agenor, y después él
mismo disfrazado bajo la apariencia de Agenor, lo engañó
huyendo y así lo alejó de la ciudad (544-611).
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CANTO
X
Electos
los vigías, Agamenón en unión con su hermano Menelao
llama a Néstor y a los demás jefes y hacen guardia con
ellos ante el foso (1-193). Toman determinaciones ahí mismo donde
habían
sufrido las calamidades y envían como observadores a Diomedes
y a Odiseo (194-271). Habiendo avanzado éstos algún tanto,
un ave de raudo vuelo ofreció próspero augurio (272-298).
Al mismo tiempo había salido cierto troyano, Dolón, que
había sabido las determinaciones de los aqueos, e incitado por
las promesas de Héctor, fue aprehendido por los que se habían
adelantado más hacia la base naval (299-381). Implorando éste
por su vida, denunció todos los sitios de los campamentos y a
dónde se dirigía Reso, el rey de los tracios, pero sorprendido
por Diomedes fue asesinado (382-464). Ya marchan a los aposentos de
Reso, a quien habían oído llegar con sus famosos caballos
(465-503). Atenea amonesta a los héroes para que no se retarden
más tiempo con la esperanza de obtener demasiados botines; mientras
tanto Apolo incita a los tracios y a los troyanos y los regresa a sus
campamentos (504-579).
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CANTO
XXII
Ambos
ejércitos se habían puesto en lugar seguro en el campo,
cuando Héctor, estando él solo, permanece frente a Aquiles
que volvía de perseguir a Febo. Desde el muro querían
detener a Héctor sus parientes que lloraban desolados (1-89).
Vanamente, porque a éste el pudor y a aquél el afecto
les impedía retirarse del lugar; sin embargo, apareciéndosele
un dios bajo aspecto de hombre, hizo huir a Héctor atemorizado.
Lo persiguió fieramente Aquiles y dio tres vueltas alrededor
de la muralla (90-166). Entre tanto Zeus, compadeciéndose de
Héctor, pesó su destino en la balanza y decretó
su muerte. Febo lo abandonó al instante y Atenea lo incitó
a combatir bajo la apariencia de su hermano Deífobo (l67-247).
De esta manera los héroes se unen en singular combate en el que
estando presente Atenea, ayuda a Aquiles y se burla de Héctor
con terrible engaño (248-305). Finalmente, Aquiles, en lo más
álgido del combate lo atraviesa con su lanza, lo despoja de sus
armas e insultándolo y manchándose de ignominia, insulta
a los suyos y atado a su carro lo arrastra hacia la base naval (306-404).
Toda la ciudad llora la muerte de su querido Héctor y gritan
amargamente sus parientes desde la muralla y Andrómaca es llevada
a su casa (405-515).
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CANTO
XI
Armado
Agamenón con espléndidas armas conduce por la mañana
a sus tropas a las filas de combate; lo mismo hacen Héctor y
los otros príncipes de Troya (1-66). Ante el insólito
valor de Agamenón que enardece a la turba desconocida, se excitan
los troyanos y se inicia una gran batalla (67-162). El mismo Héctor
apartado por mandato de Zeus hasta las murallas de la ciudad, evita
el coraje del enardecido adversario, mientras aquél se marcha
del combate mal herido (163-283). Realizado esto, Héctor vuelve
a pelear e infunde a los suyos un nuevo valor (284-309). Diomedes, Odiseo
y Áyax vuelven a la decaída batalla; pero Diomedes herido
por Paris se regresa violentamente hacia las naves (310 400); asimismo
Odiseo herido por Soco y muerto aquél, viéndose rodeado
por los troyanos, se libra del combate ayudado por Menelao y Áyax
(401-488). A poco a Macaón y Euripilo los hieren las flechas
de Paris (489-596). Viendo Aquiles a Macaón que se adelantaba
en el carro de Néstor, envió a Patroclo para reconocer
su presentación (596-617). Tan pronto como reconoció éste
a Macaón y librado por Néstor de tan miserable muerte,
le pide que o bien implore directamente la ayuda de Aquiles en auxilio
de los aqueos o que él mismo espante a los enemigos revestido
con el armamento de Aquiles (618-803). Al regreso Patroclo hiere al
peligroso Euripilo y es curado en su tienda de campaña (804-848).
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CANTO
XXIII
Los
mirmidones dejan sus armas alrededor del féretro de Patroclo,
yendo delante Aquiles quien poco después les prepara el banquete
fúnebre. Él mismo cena ante Agamenón y anuncia
las exequias para el próximo día (1-58). A la siguiente
noche se le presenta durante el sueño la imagen de Patroclo que
le pide justos funerales (59-107). Por mandato de Agamenón se
llevan leños por la mañana, se presenta el cuerpo y se
dispersan las caballerias de Aquiles y de los demás; sacrificadas
ante él muchas víctimas y los doce jóvenes troyanos,
se hace la hoguera, se enciende y arde con el soplo del Bóreas
y del Céfiro, mientras el cuerpo de Héctor es preparado
por Afrodita y por Febo (108-225). Al día siguiente se recogen
y llevan a la urna los huesos de Patroclo para que estén algún
dia, según promesa hecha, junto con los de Aquiles; se levanta
también un túmulo improvisado (226-256). Aquiles añade
en honor del difunto, certámenes de varias clases en los que
se llevan premios y regalos los principales jefes aqueos. En equitación:
Diomedes, Antíloco, Menelao, Merión, Eumelo y Néstor
(257-650?; en pugilato: Epeo y Eurialo (651-699); en lucha: Áyax
Telamonio y Odiseo (700-739); en carreras: Odiseo y Áyax el menor,
así como Antiloco (740-797); en competencia de armas: Diomedes
y Áyax Telamonio (798-825); en disco: Polipetes (826-849); en
flechas: Meriones y Teucro (850-883); y lanzando dardos: Agamenón
y Meriones (884-897).
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CANTO
XII
Rechazados
los aqueos contra las murallas (hecho abominable a los dioses; a ellos
mismos los rechazan detrás de la misma ciudad), ven que los troyanos
se dirigen a las naves y que están a punto de atravesar ya el
foso (1-59). Desconcertados al principio por lo difícil del momento
bajan de los carros por consejo de Polidamante y corren divididos en
cuatro grupos (60-107). Asio se atrevió a atacar una de las puertas
desde su carro y fue rechazado por los dos Lapitas con gran matanza
de los suyos (108-194). Polidamante interpretó augurios adversos
que no intimidaron a Héctor en perseguir a los enemigos (195-250).
Éstos aunque molestados por un viento tempestuoso, defienden
sus trincheras con suma fortaleza, estando en los primeros lugares los
dos Áyax (251-289). Por otra parte entran Sarpedón y Glauco
a quienes se les opone Menesteo y son llamados por él, Áyax
el mayor y Teucro (290-377). Son heridos Epicles, el compañero
de Sarpedón y Glauco por Teucro; finalmente él es derrotado
en la almena del muro (378-399). Los aqueos atacan duramente la muralla,
abierta por la parte de los licios; Héctor conjura el peligro
y tapa la puerta con una enorme piedra y abre a los suyos el camino
hacia las naves (400-471).
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CANTO
XXIV
Terminados
los juegos, los aqueos se entregan a la cena y al sueño; Aquiles
permanece insomne y durante la mañana arrebata el cadáver
de Héctor atado al carro cerca del túmulo de Patroclo
(1-18), repetida esta profanación ante los dioses durante varios
días, parte se duelen de ello, parte se alegran; compadecido
Febo, que guardaba aun íntegro el cuerpo, se queja ante todos
gravemente (19-54), y por esto Zeus, llamando a Iris por medio de Tetis,
manda a Aquiles que desista de tanta crueldad y que no rehúse
devolver el cuerpo a los que quieren redimirlo; al mismo tiempo y por
su mandato, Iris exhorta a Príamo a que, pagado el rescate de
redención, reciba a su hijo (55-186). Se llevan a cabo estas
gestiones doce días después de la muerte de Héctor.
Príamo, durante la noche, al igual que Hécuba y todos
los demás troyanos, reúnen preciosos dones y cargan con
ellos un carro conducido por el pregonero Ideo y manda que se prepare
otro (187-282). Entonces hechas las libaciones y aceptado el augurio
directo, comienzan a recorrer el camino (283-330). Hermes llega ante
Príamo por mandato de Zeus, y lo lleva a la tienda, sirviéndole
de vigía durante el tiempo dedicado al sueño (331-467).
Aquiles, vencido fácilmente por las súplicas del rey,
recibe el precio de la redención, le devuelve el cuerpo lavado,
envuelto en túnicas y concede once días de tregua para
la sepultura y of reciéndole honrosa cena lo manda a descansar
(468-676). Al amanecer del dia siguiente, conduciéndolos Hermes,
Príamo lleva el cuerpo a la ciudad a cuya vista salieron todos
los troyanos con grandes lamentos; colocado poco después en palacio,
después de haberse presentado los cantores, lloran Andrómaca,
Hécuba y Helena (677-776). Hecha después la pira, se celebra
el funeral y el banquete (777-804).
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