Magisterio de la Iglesia

Tratado del Amor de Dios

Libro II: ORIGEN DEL AMOR DIVINO

CAPÍTULO IV

PROVIDENCIA SOBRENATURAL DE DIOS
SOBRE LAS CRIATURAS RACIONALES 

   Todo cuanto Dios ha hecho lo ha ordenado a la salvación de los hombres y de los ángeles; y he y he aquí el orden de su providencia a este respecto, según podemos deducirlo de la Sagrada Escritura y la doctrina de los Santos Padres, teniendo en cuenta la imperfecci6n con que 
solemos expresarnos. 

   Dios conoció "ab aeterno" que podía crear un número incalculable de criaturas de diversas especies y cualidades a las que El se podría comunicar, considerando que de todas las formas de comunicación no existiría ninguna tan excelente como la de unirse a alguna naturaleza creada, de tal suerte que la criatura fuese como injerta e incorporada a la Divinidad, formando con Ella una sola persona, su infinita bondad, que por sí misma. tiende a comunicarse, resolvió y determinó proceder de tal manera para que, así como eternamente hay una comunicación esencial en Dios, por la cual el Padre, engendrando al Hijo, le comunica toda su infinita e indivisible Divinidad, y el Padre y el Hijo juntos dan origen al Espíritu Santo comunicándole la propia y única Divinidad, esta Bondad soberana se comunicó tan perfectamente a la criatura, que la naturaleza creada y la Divinidad,  conservando cada una sus propiedades, quedaron íntimamente unidas en una sola persona.

   Entre todas las criaturas que la soberana omnipotencia podía producir tuvo a bien escoger la misma humanidad que unió después a la persona de Dios Hijo, reservándole la honra incomparable de quedar estrechamente ligada a su Divina Majestad, a fin de que gozase eternamente los tesoros de la infinita gloria.

   Después, habiendo preferido para esta suerte la humanidad sagrada de nuestro Salvador, dispuso la divina Providencia no reducir su Bondad a la sola persona del Hijo amado, sino extenderla benignamente a muchas otras criaturas; sobre el cúmulo de cosas que podía producir, determinó crear a los hombres y a los ángeles, como para que hiciesen compañía a su Hijo, participasen de sus gracias y de su gloria y le adorasen y alabasen eternamente.

   Y viendo que podía realizar de muchas maneras la humanación del Verbo, por ejemplo, creando su cuerpo y su alma de la nada, o formando el cuerpo de alguna materia ya existente, como hizo a Adán ya Eva, o por generación ordinaria de hombre y mujer o, finalmente, por generación extraordinaria, mediante la mujer sin la intervención del hombre, determinó hacerlo de esta última manera; y entre todas las mujeres que para ello pudo elegir escogió a Nuestra Señora, por medio de la cual el Salvador de nuestras almas sería no solamente hombre, sino también hijo del género humano.

   Además, en obsequio al mismo Salvador, la divina Providencia determinó producir todas las cosas naturales y sobrenaturales para que, sirviéndole ángeles y hombres, pudieran participar de su gloria; por la cual, aunque Dios quiso crearlos dotados del libre albedrío, con verdadera libertad de escoger entre el bien y el mal, para demostrar que la Bondad divina los había destinado al bien ya la gloria, creólos en estado de justicia original, amor delicado que los disponía y encaminaba a la felicidad eterna.

   Mas como la suprema sabiduría había determinado combinar el amor original con el querer de las criaturas, en forma que aquél no forzase a éste, dejándolo libre así, previó que una parte, la más pequeña de la naturaleza angélica, perdiendo voluntariamente el santo amor, perdería en consecuencia su derecho a la gloria. y como la naturaleza angélica sólo podría cometer pecado mediante malicia expresa, sin tentación precedente ni motivo que la pudiera excusar, y por otra parte, la más grande porción permanecería fiel al Salvador, Dios, que había glorificado de manera tan amplia su misericordia en la creación de los ángeles, quiso magnificar su justicia y, en la plenitud de su indignación, abandonar para siempre aquella desgraciada y triste facción de rebeldes que, obcecados por la soberbia, tan ingratamente habían intentado seducir a los demás y abandonarle.

   Previó también que el primer hombre abusaría de su libertad y que, al perder la gracia, veríase privado de la gloria: pero no quiso tratar de manera tan rigurosa a la naturaleza humana, como lo había hecho con la angélica. De ella había decretado elegir una venturosa porción para unirla a su Divinidad; vio que era una naturaleza débil, cual soplo que se va, pero no vuelve (7), es decir, que se disipa en el camino; tuvo en cuenta la emboscada que Satanás había preparado al primer hombre y la magnitud de la tentación, que dio al traste con su estado; consideró que todo el género humano perecería tras la falta de uno sólo, y por todos estos motivos miró con lástima a nuestra naturaleza y decidió prodigarle su misericordia.

   Pero a fin de que la dulzura de su misericordia apareciese adornada con la belleza de su justicia, pensó salvar al hombre mediante una rigurosa redención, la cual no se podría cumplir sin intermedio de su Hijo; así estableció que éste redimiese a los mortales no tan sólo con un simple acto de amor, más que suficiente de suyo para rescatar millares y millares de mundos (8), sino con todos los actos de amor y de dolor que él haría y soportaría hasta la muerte, y muerte de cruz (9)a la cual lo destinó, queriendo que de esta manera fuese compañero de nuestras miserias para hacernos después partícipes de su gloria. Mostró con ello las riquezas de su bondad (10), mediante una redención copiosa(11), abundante, sobreabundante, grandiosa y excelente, que nos proporcionó y reconquistó todos los recursos necesarios para poder llegar a la gloria de manera que nadie pudiera quejarse de que la misericordia divina le tiene desamparado.

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NOTAS

  • (7) Ps. 77, 39  (volver)

  • (8) Alusión, sin duda, a la célebre estrofa de Santo Tomás en el Oficio del Corpus. (volver)

  • (9) Phil. 2,8. (volver)

  • (10) Rom. 2,4; 9, 23. (volver)

  • (11)  Ps. 129,7. volver)