Magisterio de la Iglesia

Tratado del Amor de Dios

CAPÍTULO V

LA DIVINA PROVIDENCIA DOTÓ A LOS HOMBRES
DE ABUNDANTÍSIMA REDENCIÓN

   Teótimo, al decir que Dios había previsto y buscado primeramente una cosa y en segundo lugar otra, observando cierto género de orden en sus deseos, entiendo hablar según mi forma anterior de expresarme; a saber: que, aunque todo es efecto de un acto único y simple, el orden, la distinción o la dependencia de las cosas no han sido menos respetados que si hubiesen existido muchos actos en el entendimiento y en la voluntad de Dios. De que toda voluntad bien dispuesta, que se determina a querer muchos objetos igualmente presentes, ame mejor ante todo al objeto más amable, se sigue que la Providencia soberana, señalando "ab aeterrio" su plan y sus rasgos a las cosas futuras, quiso primero y amó con preferente excelencia al objeto más digno de su amor que es nuestro Salvador; y después, por orden, a las demás criaturas, según que se relacionen más o menos con su honor y con su gloria.

   Todo se hizo para este Hombre divino, que por eso es llamado primogénito entre todas las criaturas (12), poseído por la Divina Majestad antes que existiesen todas las cosas (13), creado al principio antes que todos los siglos, (14) en quien todas las cosas fueron hechas y que existe anteriormente a todo, y así todas las cosas fueron establecidas en El, y El es el jefe de la Iglesia, teniendo en todo y por todo la primacía (15).

      La viña se planta principalmente por el fruto: esto es lo que primero, se desea y busca, aunque las hojas y las flores precedan a la vendimia. Del mismo modo el Salvador fue primero en la mente creadora y en el plan de la Providencia al determinar la creación de todas las criaturas: en atención a este esperado fruto, plantó la viña del Universo y estableció la sucesión de las generaciones que, a manera de hojas y flores, debíanle preceder como heraldos convenientes del divino racimo que la Esposa celebra en los Cantares (16), cuyo licor alegra a Dios y a los hombres (17).

   ¿Quién dudará ahora, Teótimo, de la abundancia de medios de salvación, si tenemos un tan grande Salvador, por cuya mira hemos sido creados y por cuyos merecimientos hemos sido redimidos? El murió por todos, porque todos estaban muertos (18); su misericordia fue más saludable para rescatar a la especie humana que dañina la culpa de Adán para perderla. Tan lejos estuvo el pecado de Adán de superar a la Bondad divina, que más bien sirvió para excitarla y promoverla; de modo que, por una suave y amorosísima reacción y contienda se vigorizó a la vista del adversario y, como recogiendo todas sus fuerzas para vencer, hizo sobreabundar la gracia, donde había abundado la iniquidad (19). De aquí que la Santa Iglesia, por un exceso santo de admiración, exclama en la vigilia pascual (20):  ¡Oh pecado de Adán, verdaderamente necesario, destruido por la muerte de Jesucristo! ¡Oh feliz culpa, que mereció tal y tan grande Redentor!"

   Bien podemos decir nosotros, ¡oh Teótimo!, lo del antiguo escritor (21): "Estábamos perdidos si no nos hubiésemos perdido". Es decir, nuestra pérdida se ha trocado en ganancia, pues la naturaleza humana recibió más favores mediante la redención de su Salvador de los que hubiera recibido por la inocencia de Adán, si hubiera perseverado en ella.

   Aunque la divina Providencia dejó en el hombre grandes señales de su rigor junto a la gracia misma de su misericordia, como por ejemplo, deber morir, tener enfermedades, sentir trabajos, padecer rebeldías de los sentidos, es cierto que la divina Bondad, sobreponiéndose a todo, se complace en convertir esas miserias en mayor provecho de los que le aman (22), haciendo brotar la paciencia en los trabajos, el menosprecio al mundo ante la necesidad de morir y mil victorias sobre la concupiscencia: como el arco iris, cuando toca la planta llamada "palo rosa", la torna más fragante que azucena (23), la redención de Cristo, en contacto con nuestras miserias, hácelas más ventajosas y amables que la misma inocencia original. Mayor fiesta habrá en el cielo, dice el Salvador, por un pecador arrepentido, que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de penitencia (24). De la misma manera el estado de redención vale cien veces más que el de inocencia. Al ser rociados por la sangre de Nuestro Señor Jesucristo con el hisopo de la cruz, adquirimos incomparable blancura, mayor que la de la nieve de la inocencia (25); salimos como Naamán (26) del río de la salud, más puros y limpios que si jamás hubiésemos sido leprosos, a fin de que la Divina Majestad no sea vencida por el mal, sino que venza al mal por medio del bien (27), su compasión, como aceite sagrado, nade sobre el rigor del juicio (28), y sus misericordias estén muy por encima de todas sus obras (29).

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NOTAS

  • (12) Col. 1, 15. (volver)

  • (13) Prov. 8, 22. (volver)

  • (14) Eccl. 24, 14.  (volver)

  • (15)  Col. 1, 16-18. (volver)

  • (16)  Cant. 1, 13. (volver)

  • (17)  Iud. 9, 13. (volver)

  • (18) 2 Cor. 5,14 s. (volver)

  • (19) Rom. 5, 20. (volver)

  • (20)  En el Praeconium Paschale.  (volver)  

  • (21)  Plutarco, Vita Tem., 29. (volver)

  • (22)  Rom. 8, 28. (volver)

  • (23)   Plinio, Hist. Nat., 12, 24-52. La fragancia atribuida al palo rosa por el contacto del arco iris se explica hoy por la humedad del ambiente paralela "a. la descomposición de la luz, que hace despedir olor característico a ciertas plantas. (volver)

  • (24)  Lc. 15, 7.  (volver)

  • (25) Ps. 50, 9.  (volver)

  • (26)  4 Reg. 5, 14. (volver) 

  • (27) Rom. 12, 21. (volver) 

  • (28) Iac. 2, 13. (volver) 

  • (29) Ps. 144; 9. (volver)