Magisterio de la Iglesia
Quadragesimo anno![]()
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e) Títulos que justifican la adquisición del dominio La tradición universal y la doctrina de Nuestro Predecesor León XIII atestiguan que la ocupación de una cosa sin dueño, y el trabajo, o la especificación como suele decirse, son títulos originarios de propiedad. Porque a nadie se hace injuria, aunque neciamente digan algunos lo contrario, cuando se procede a ocupar lo que está a disposición del público, o no pertenece a nadie. El trabajo que el hombre ejecuta en nombre propio, y que produce en los objetos nueva forma o aumenta el valor de los mismos, basta también para adjudicar estos frutos al que trabaja(65). 2. CAPITAL Y TRABAJO Muy distinta es la condición del trabajo cuando se ocupa en cosa ajena mediante un contrato(66). A él se aplica principalmente lo que León XIII dijo ser cosa certísima, a saber: "que la riqueza de los pueblos no la hace sino el trabajo de los obreros"(67). No vemos acaso con nuestros propios ojos cómo los inmensos bienes que forman la riqueza de los hombres salen y brotan de las manos de los obreros, ya directamente, ya por medio de instrumentos o máquinas que aumentan su eficacia de manera tan admirable? No hay nadie que desconozca que los pueblos no han labrado su fortuna, ni han subido desde la pobreza y carencia, a la cumbre de la riqueza, sino por medio del inmenso trabajo acumulado por todos los ciudadanos, trabajo de los directores y trabajo de los ejecutores. Pero es más claro todavía que todos esos esfuerzos hubieran sido vanos e inútiles, más aun, ni se hubieran podido comenzar, si la bondad del Creador de todas las cosas, Dios, no hubiera antes otorgado las riquezas y los instrumentos naturales, el poder y las fuerzas de la naturaleza. Porque ¿qué es el trabajo sino el empleo y ejercicio de las fuerzas del alma y del cuerpo en los bienes naturales o por medio de ellos? Ahora bien, la ley natural, o sea, la voluntad de Dios, promulgada por su medio, exige que en la aplicación de las cosas naturales a los usos humanos se guarde el orden debido, y éste consiste en que cada cosa tenga un dueño. De ahí resulta que, fuera de los casos en que el propietario trabaja con sus propios objetos, el trabajo y el capital deberán unirse en una empresa común, pues, el uno sin el otro son completamente ineficaces. Tenía esto presente León XIII cuando escribía: "No puede existir el capital sin trabajo, ni trabajo sin capital"(68). Por consiguiente, es completamente falso atribuir sólo al capital o sólo al trabajo lo que ha resultado de la eficaz colaboración de ambos; y es totalmente injusto que el uno o el otro, desconociendo la eficacia de la otra parte, se alce con todo el fruto(69). a) Pretensiones injustas del capital Por largo tiempo el capital logró aprovecharse
excesivamente. El capital reclamaba, para sí todo el rendimiento, todos los
productos, y al obrero apenas se le dejaba lo suficiente para reparar y
reconstituir sus fuerzas. Se decía que por una ley económica, completamente
incontrastable toda la acumulación de capital cedía en provecho de los
afortunados, y que por la misma ley los obreros estaban condenados a la pobreza
perpetua o reducidos a un bienestar escasísimo b) Pretensiones injustas del trabajo A los obreros ya irritados, se acercaron los que se llaman "intelectuales"(71), oponiendo a aquella pretendida ley un principio moral no menos infundado, a saber: todo lo que se produce o rinde, separado únicamente cuanto baste para amortizar y reconstruir el capital, corresponde en pleno derecho a los obreros. Este error, por lo mismo que se muestra más falaz que el de los socialistas, según los cuales los medios de producción deben transferirse al Estado, o socializarse como vulgarmente se dice, es mucho más peligroso y apto para engañar a los incautos; suave veneno, que bebieron ávidamente muchos a quienes jamás había podido engañar un franco socialismo(72). c) Principio directivo de la justa distribución Por cierto, para que con estas falsedades no se cerrara el paso a la justicia y a la paz, unos y otros tuvieron que ser advertidos por las sapientísimas palabras de Nuestro Predecesor: "La tierra no deja de servir a la utilidad de todos, por diversa que sea la forma en que esté distribuida entre los particulares"(73). Y esto mismo Nos hemos enseñado poco antes al decir que la naturaleza misma estableció la repartición de los bienes entre los particulares para que rindan utilidad a los hombres de una manera segura y determinada. Importa tener siempre presente este principio para no apartarse uno del recto camino de la verdad(74). Ahora bien, para obtener enteramente, o al menos con la posible perfección, el fin señalado por Dios, no sirve cualquier distribución de bienes y riquezas entre los hombres. Por lo mismo, las riquezas incesantemente aumentadas por el incremento económico-social deben distribuirse entre las personas y clases de manera que quede a salvo lo que León XIII llama la utilidad común de todos, o con otras palabras, de suerte que no padezca el bien común de toda la sociedad(75). Esta ley de justicia social prohíbe que una clase excluya a otra de la participación de los beneficios. Viola esta ley no sólo la clase de los ricos, que libres de cuidados en la abundancia de su fortuna, piensan que el justo orden de las cosas está en que todo rinda para ellos y nada llegue al obrero, sino también la clase de los proletarios que vehementemente enfurecidos por la violación de la justicia y excesivamente dispuestos a reclamar por cualquier medio el único derecho que ellos reconocen, el suyo, todo lo quieren para sí, por ser producto de sus manos; y por esto, y no por otra causa, impugnan y pretenden abolir dominio, intereses o productos no adquiridos mediante el trabajo, sin reparar a qué especie pertenecen o qué oficio desempeñan en la convivencia humana. Y no debe olvidarse aquí cuán inepta e infundada es la apelación de algunos a las palabras del Apóstol: "Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma"(76); el Apóstol se refiere a los que, pudiendo y debiendo trabajar se abstienen de ello, amonestando que debemos aprovechar con diligencia el tiempo y las fuerzas corporales y espirituales sin gravar a los demás, mientras nos podamos proveer por nosotros mismos. Pero que el trabajo sea el único título para recibir el alimento o las ganancias, eso no lo enseñó nunca el Apóstol(77). Dése, pues, a cada cual la parte de bienes que le corresponde; y hágase que la distribución de los bienes creados vuelva a conformarse con las normas del bien común o de la justicia social; porque cualquier persona sensata ve cuán grave daño trae consigo la actual distribución de bienes por el enorme contraste entre unos pocos riquísimos y los innumerables pobres. 3. LA REDENCIÓN DEL PROLETARIADO Tal es el fin que Nuestro Predecesor proclamó que debía lograrse: la redención del proletariado. Debemos afirmarlo con más empeño y repetirlo con más insistencia puesto que tan saludables mandatos del Pontífice en no pocos casos se echaron en olvido, ya con un estudiado silencio, ya juzgando que realizarlos era imposible cuando pueden y deben realizarse. Ni se puede decir que aquellos preceptos han perdido fuerza y su sabiduría en nuestra época, por haber disminuido el "pauperismo", que en tiempos de León XIII se veía con todos sus horrores. Es verdad que la condición de los obreros se ha elevado a un estado mejor y más equitativo, principalmente en las ciudades más prósperas y cultas, en las que mal se diría que todos los obreros en general están afligidos por la miseria y padecen las escaseces de la vida(78). Pero es igualmente cierto que desde que las artes mecánicas y las industrias del hombre se han extendido rápidamente e invadido innumerables regiones, tanto las tierras que llamamos nuevas(79), como los reinos del Extremo Oriente famosos por su antiquísima cultura, el número de los proletarios necesitados, cuyo gemido sube desde la tierra hasta el cielo, ha crecido inmensamente. Añádese el ejército ingente de asalariados del campo, reducidos a las más estrechas condiciones de vida, y desesperanzados de poder jamás obtener "participación alguna en la propiedad de la tierra"(80); y por tanto, sujetos para siempre a la condición de proletarios, si no se aplican remedios oportunos y eficaces. Es verdad que la condición de proletario no debe confundirse con el pauperismo(81), pero es cierto que la muchedumbre enorme de proletarios por una parte, y los enormes recursos de unos cuantos ricos, por otra, son argumentos perentorio de que las riquezas multiplicadas tan abundantemente en nuestra época, llamada del industrialismo, están mal repartidas e injustamente aplicadas a las distintas clases(82). Acceso del proletariado a la propiedad familiar Por lo cual, con todo empeño y todo esfuerzo se ha de procurar que al menos para el futuro, las riquezas adquiridas vayan con más justa medida a las manos de los ricos, y se distribuyan con bastante profusión entre los obreros, no ciertamente para hacerlos remisos en el trabajo, porque el hombre nace para el trabajo como el ave para volar, sino para que aumenten con el ahorro su patrimonio, y administrando con prudencia el patrimonio aumentado, puedan más fácil y seguramente sostener las cargas de su familia, y libres de las inseguridades de la vida, cuyas vicisitudes tanto agitan a los proletarios, no sólo estén dispuestos a soportar las contingencias de la vida, sino que puedan confiar también en que, al abandonar este mundo, los que dejan tras de sí quedan convenientemente asegurados(83). Todo esto que Nuestro Predecesor no sólo insinuó sino también proclamó clara y explícitamente, queremos una y otra vez inculcarlo en esta Nuestra Encíclica; porque si con vigor y sin dilaciones no se emprende para llevar a la práctica, es inútil pensar que puedan defenderse eficazmente el orden público, la paz y tranquilidad de la sociedad humana contra los promotores de la revolución.
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NOTAS
Estados", en que se había, sí acentuado fuertemente una idea de Adán Smith; pero no cabía duda de que León XIII no quería enseñar la doctrina de Marx sobre el trabajo como único factor que crea riquezas; Pío XI aclara aquí el significado de esa frase, señalando los diferentes factores que entran en la creación de los valores. (volver) |