EL SIMBOLISMO COMO EXPRESIÓN DE LO INEFABLE

Introducción

A-El fenómeno de la significación lingüística.

B-La gradación en los niveles de claridad del conocimiento y su relación con el lenguaje.

I- Las ideas claras y distintas

II- La representación analógica de objetos corporales que no se ofrecen inmediatamente a la  percepción cotidiana.

III- La representación de las síntesis nominalizadas.

IV- El conocimiento semidirecto y menos adecuado de los fenómenos psicofísicos y psicosociales.

V- La apercepción del ego trascendental.

VI- El conocimiento del ente individual

VII- Conclusión paradojal.

C- El lenguaje del arte y la poesía.

I- La percepción artística, profética o mística

II- Formas intermedias entre lenguaje conceptual y aconceptual

III- Lo inefable en la percepción estética

IV- Lo inefable en la poesía 

V- La representación visual como expresión de lo inefable

VI- Otras formas de representación de lo inefable.

D- Lo inefable en la comunicación humana.

  I- El conocimiento del otro

II- La comunicación humana

III- El lenguaje con que expresamos la intución intelectual del Sí mismo y del otro.

E- Lo inefable en el saber científico y en la expresión filosófica.

F- Lo inefable en los símbolos sagrados.

I- Lo inefable de las palabras en los textos sagrados

G- La relación general del lenguaje con las vivencias oscuras y marginales.

I- La intución intelectual como intuición del Ser

II- Desviaciones y falsificaciones

III- Escritura, palabra y vivencia intuitiva

IV- La mayéutica comunicación de lo inefable.

V- El Ser en el mundo como vivencia primaria e inefable

H- Resumen y conclusiones.

 

 

 

§1- Se suele afirmar que nuestro lenguaje común, como lenguaje descriptivo, es inadecuado e insuficiente para expresar ciertos estados de ánimo, sentimientos y vivencias que consideramos indescriptibles, inexpresables o inefables. El lenguaje poético, la analogía o la metáfora serían algunos de los instrumentos lingüísticos que tienden a remediar ese defecto. Por su intermedio, la palabra, en lugar de describir lo que se ha vivido, trasmitiendo de alguna manera un conocimiento teórico, tendería a provocar, estimular o evocar en el receptor, una vivencia semejante o equivalente a la que quiere comunicar el emisor. Entre estas vivencias que tienen algo de indescriptible o inefable, pueden ubicarse, en especial, la experiencia estética, las formas más profundas de la comunicación humana y gran parte de las vivencias de la religión o la metafísica. En estos casos la expresión más adecuada se concretaría en alguna forma del simbolismo.

Pero ¿Cómo, de qué modo y circunstancias los símbolos reemplazan la expresión directa? ¿Qué se quiere decir, en el fondo, cuando se atribuye a  algo la condición de lo inefable?

Debemos plantear, enntonces, la pregunta por el habla, la palabra o el lenguaje, para clarificar en algo la cuestión.

Este tema fue abordado por Heidegger desde varios enfoques aparentemente contradictorios. En El Ser y el Tiempo nos hace ver que la existencia humana es siempre un encontrarse comprendiendo en el habla [1], lo quee significa que, de algún modo, la palabra acompaña siempre a toda vivencia. Sin embargo, desde otro punto de vista [2], alude a  lo inefable cuando afirma que en la poesía lo dicho remite a lo no dicho, y en el pensar filosófico lo pensado implica algo no pensado.

También Merleau Ponty [3] nos habla de lo sobreentendido que se esconde en todo discurso y M. Polanyi [4]  hace referencia al contenido tácito de las palabras.

Los medievales, por su parte, distinguían entre el conocer adecuado a nuestro intelecto (el de la esencia de la cosa sensible) y el inadecuado [5]. De alllí se  podía concluir la existencia de dos tipos de lenguaje: uno, como expresión adecuada a su objeto; el otro, como expresión inadecuada. Si esta tesis fuera correcta, entonces habría que afirmar que toda vivencia puede ser expresada por la palabra, pero que entre vida y palabra puede haber distintos niveles de mayor o menor adecuación.

A- El fenómeno de la significación lingüística.

§2- debemos examinar, entonces, el fenómeno de la correspondencia entre vivencia y palabra, el fenómeno de la significación, para aclarar el problema de sus diversas formas de adecuación.

De acuerdo con lo señalado por Heidegger, es evidente que toda vivencia, como fenómeno, supone un fondo u horizonte verbal. Tiene, sin duda, la posibilidad de ser hablada. Sobre la base de este hecho podemos insertar la experiencia denominativa, la de dar nombre a algo que no lo tiene, o el fenómeno de la tradición verbal que nos trasmite el nombre de las cosas.

Sin embargo, la observación más elemental nos muestra que existen formas muy diferentes del hablar. No es lo mismo el decir cotidiano que el decir científico, el decir poético o el religioso. No es igual la información que recibimos al nombrar una clase de objetos corporales por medio de un sustantivo común, que la que nos ofrece un pronombre o un adverbio que sólo señalan algo singular cuyo sentido no se aclara sin el contexto correspondiente."Casa" o "árbol", en general, trasmiten información, describen algo cuyas notas son conocidas. En cambio "yo", "tu", "aquí", "allí", nada informan o describen, fuera de la situación concreta.

I- Adecuación entre vivencias y lenguaje.

§3- El primer paso en esta investigación ha de ser un análisis detallado de las vivencias más comunes y su relación con el lenguaje: en una primera etapa nos interesarán solamente las más claras y distintas, las que tenemos al percibir, recordar o conceptualizar un objeto; desde allí, en una segunda etapa, será necesario encarar la expresión de las vivencias más oscuras y marginales, las que encuentran su mejor manifestación en el lenguaje poético y en los símbolos visuales o sonoros.

El recorrido de la primera etapa nos conducirá a la conclusión de que aún las formas más precisas y más abstractas de conocimiento, recurren a un lenguaje generado sobre la base de imágenes subyacentes que esconden en su origen alguna metáfora condensada, alguna analogía que tiende a cubrir la distancia entre lo inmediatamente conocido con claridad y lo que se sobreentiende de modo tácito. Esta distancia pasa inadvertida en el uso habitual del lenguaje [6].

II- Vinculación entre objetos de conocimiento, imágenes subyacentes y lenguaje.

§4- No todos los objetos tienen la misma evidencia, no todos los conocimientos tienen imágenes subyacentes de igual claridad, no todo lenguaje indica de modo inequívoco el objeto designado.

Que no todos los objetos son igualmente adecuados a la capacidad de nuestro conocimiento, es un presupuesto admitido por gran parte de los filósofos a través de la historia del pensamiento. Sin embargo, no son muchos los que profundizaron este tema.

En la antigüedad, Platón, en su paradigma de la línea [7], señalaba los distintos grados a que puede ascender nuestro conocer, pero sin distinguir distintos niveles de adecuación, como si todos por igual pudieran ser alcanzados con la misma facilidad por la mente humana. Solamente, y de modo implícito, con su teoría de la ascensión del alma hacia la Belleza, mostraba cómo no siempre ni todos podían alcanzar los términos más elevados [8].

Más tarde, los pensadores medievales desarrollaron más plenamente este punto, pero quizás sea S. Tomás el que le dio mayor precisión. Para él, nuestra capacidad conceptual tenía un lugar de máxima claridad y adecuación, el de la esencia del ente corporal, siendo, en consecuencia, más oscuro e inadecuado todo conocimiento que estuviera por debajo o por encima de aquel punto central. En otros términos, fuera de esa zona la experiencia sólo podía acceder a la expresión conceptual de modo indirecto por figuras del lenguaje o analogías [9].

Más modernamente, Leibniz establecía una distinción entre las ideas según su grado de perfección, clasificándolas en claras y oscuras, distintas y confusas, adecuadas e inadecuadas, intuitivas y simbólicas; pero fue Kant, quien al retomar el tema, abrió nuevas perspectivas a través de la distinción entre entendimiento y razón. Para él, el conocimiento adecuado era el que provenía de la experiencia sensible y se sintetizaba en el “entendimiento”, mientras que lo que llamaba “razón”, intentaba comprender lo que estaba más allá de la experiencia y sólo podía alcanzar su objeto de modo oscuro e imperfecto. La distinción entre aquéllo que se puede conocer y lo que se puede pensar pero no conocer, marcaba esa diferencia [10].

Un enfoque similar, aunque orientado en una dirección totalmente diversa, es la de Heidegger con su distinción entre las categorías y los existenciarios, siendo estos últimos oscuros e indeterminados, pero, con todo, fundamentales para la clarificación de la condición humana.

En resumen, podemos afirmar que existe en la filosofía una larga tradición, según la cual no todos los objetos son igualmente adecuados a nuestra capacidad cognitiva. Lo que, sin embargo, no parece haber sido examinado con rigor, es la correlación entre los diversos tipos de conocimiento y el lenguaje que los expresa.

Debe esperarse que ese lenguaje sea más o menos unívoco, más o menos análogo, metafórico o simbólico, según el tipo de conocimiento de que se trate .

 p;B- La gradación en los niveles de claridad del conocimiento y su relación con el lenguaje.

§5- La primera observación que debemos hacer en relación al conocimiento es que más allá de lo que se ofrece de un modo claro y distinto, se abre un amplio campo de experiencias oscuras e indistintas a las que a veces prestamos atención, con respecto a las cuales nos cuesta encontrar las palabras adecuadas y que se pueden ordenar en una gradación de distintos niveles.

I- Las ideas claras y distintas.

§6- Partiremos del hecho evidente de que tenemos ideas claras y distintas con respecto a la cosa corporal, a la cual podemos identificar, darle un nombre y colocarla en una clase. Aquí se ubican por igual las sustancias corpóreas, como también la cantidad, la cualidad y las relaciones en cuanto abstracciones tomadas de las mismas.

En efecto, las abstracciones categoriales y los entes matemáticos son claros y distintos de acuerdo a la concepción cartesiana, porque se construyen a partir del ente corporal circunscripto. Las categorías (aristotélicas, kantianas o hegelianas) tienen precisamente ese origen, por lo cual se explica la claridad conque las concibe nuestro entendimiento.

Desde el punto de vista de la fenomenología, ellas se presentan a nuestra mente en virtud de la intuición categorial, la cual se constituye a partir del  horizonte de generalidad y las síntesis fundadas [11]. En términos heideggerianos, el fondo formado por lo vivido en el mundo como "a la mano" o como "Ser con", se destaca "ante los ojos" en cuanto ente corporal que objetivamos como sustancia o cosa dotada de cualidades, cantidad, relaciones, etc. Así surgen las categorías que podemos ordenar de distinta manera, como Aristóteles o como Kant,  tomando como base la sustancia, o como Hegel, tomando como eje la relación. En cualquier caso se trata de entes "ante los ojos" que han surgido de la intuición categorial a partir de las vivencias de nuestra experiencia cotidiana.

Sin embargo, aún estas abstracciones revelan en la palabra que las nombra su remoto origen en el plano de la imagen. Así, por ejemplo, señalaba Kant que la palabra “sustancia” manifiesta la imagen espacial de un sustrato, como lo sólido y permanente que subyace. La palabra “accidente”, por otro lado, revela la imagen de algo que sucede, acontece a la sustancia. Con respecto a las otras categorías habría que bucear en las analogías, en las imágenes del habla cotidiana que constituyen su raíz precategorial.

El ente corporal claro y distinto, como también las categorías construidas a partir de él, tiene, entonces, su prehistoria en vivencias precategoriales oscuras y confusas formadas por asociación de imágenes analógicas [12].

Sin embargo, no todas las realidades de orden corporal tienen igual claridad; esta pertenece fundamentalmente a los objetos que se presentan a la percepción en una sóla mostración, como totalidades enteramente separadas e individuadas, circunscriptas en el espacio y el tiempo y que pueden constituir especies y géneros como las especies animales o las especies de artefactos.

Desde el punto de vista fenoménico se trata de objetos que entran inmediatamente en el horizontes de generalidad, es decir que pueden constituir clases, grupos, etc.

II- La representación analógica de objetos corporales que no se ofrecen inmediatamente a la percepción cotidiana.

§7- Pero no todo objeto corporal es visto en una sola mostración como una totalidad separada e individuada. Muchas veces estamos frente al objeto teniendo conciencia de que no vemos más que una parte que se prolonga en espacio y tiempo más allá del campo perceptivo. Otras, imaginamos objetos corporales que nunca hemos visto.

En ese caso, nuestra capacidad cognitiva recurre a la analogía. Nos representarnos por medio de la imaginación, de un modo confuso e indeterminado aquéllo que no vemos. (Imaginamos el mar en su totalidad indefinida, cuando solo vemos el que llega a la playa, construimos la imagen total de la cordillera cuando solo vemos algunas montañas; imaginamos partículas, fuerzas y energías que solo conocemos indirectamente sobre la base de experimentos y cálculos matemáticos). en consecuencia, según sea el modo de la intencionalidad de la conciencia podemos diferenciar distintos niveles noemáticos, cada uno de los cuales constituirá un estrato epistemológico distinto.

En primer lugar, está el objeto real y simple, que se presenta a la percepción sensible como una totalidad en un sólo acto perceptivo y con respecto al cual no nos interesa ningún horizonte o perfil más o menos lejano (el que examinamos en el parágrafo anterior).

En segundo lugar, están los objetos que nunca podemos  considerar  totalmente en una sola mirada, como en el caso de la percepción del mar en su totalidad, o también la cordillera, el continente, el sistema solar, o el núcleo atómico, etc. Allí aparecen las imágenes construidas que anticipamos por alguna analogía, sea en el pensamiento precientífico o por medio de un modelo científico [13].

Todo el saber de la ciencia se funda sobre la creación de modelos analógicos imaginarios de carácter esquemático que explican lo que se ve en función de nexos que no se ven [14] . 

Estos modelos nos pueden dar la máxima certeza de la existencia real de los objetos implicados. Pero aquí no nos referimos a la seguridad  y exactitud del conocimiento, sino a su representación y al lenguaje conque lo expresamos comunmente.

En efecto, representamos el conocimiento por medio de modelos en los cuales el fenómeno vivido ha sido geometrizado [15] , es decir, reducido a un esquema, dejando de lado múltiples aspectos cualitativos que no interesan. Por eso, el lenguaje conque la ciencia habla de los fenómenos de la naturaleza, no la expresa en todas sus dimensiones; siempre hay algo no hablado en ese lenguaje, algo que ha quedado fuera del esquema, como no relevante, prescindible.

III- La representación de las síntesis nominalizadas.

§8- Pero las representaciones conque concebimos los modelos de la ciencia tienen su antecedente en lo que Husserl llama síntesis categorial, es decir, en aquellos fenómenos complejos que no se presentan totalmente en una sola mostración a la percepción sensible, sino que responden a la mirada politética que une en síntesis y nominaliza una multiplicidad de direcciones de la mente. Nunca percibimos en un sólo acto perceptivo la totalidad de la ciudad en que vivimos, ni el océano, ni la cordillera,  ni menos aún, el cosmos o la naturaleza. Se trata ciertamente de objetos físicos, pero sólo puede estar presente a nuestro sentido un sólo aspecto a la vez, mientras que el resto entra en la imaginación como un fondo distante, como horizontes más lejanos, concebidos como análogos a los ya percibidos.

A pesar de que no se ofrecen a los sentidos en una sóla mostración total, todavía podemos concebir estos objetos con suficiente claridad. La geología, la meteorología, la paleontología, la astronomía, la ecología, la teoría de la evolución, y en general, todos los modelos sistémicos aplicados al mundo natural, pertenecen a este nivel. Por medio de una representación analógica se imaginan totalidades espaciales o temporales que no están a la vista.

Nos representamos, entonces, una totalidad como si fuera una sustancia formada por múltiples facetas. La palabra coliga todo esto en una unidad y lo representa al modo de un cosa cerrada y circunscripta a pesar del carácter indefinido e ilimitado de lo que se expresa. El sustantivo que denomina la totalidad, produce el efecto imaginario de un todo presente a los sentidos.

Estas síntesis categoriales aparecen con frecuencia en el lenguaje conque nos expresamos comunmente. Así hablamos del agua o del aire en singular cuando en realidad nos referimos a una totalidad inabarcable que no tiene límites fijos. No se trata de esta agua del recipiente, ni del aire de la habitación, pero no utilizamos habitualmente el plural (las aguas, los aires) porque hemos sustantificado por síntesis una totalidad enorme e indeterminada [16]. De moddo semejante hablamos de la novena sinfonía como si fuera una cosa cuando en realidad es una síntesis politética que incluye múltiples dimensiones como ser el acto creativo, la partitura, la interpretación, la audición, y en todo caso, cuando la nombramos, podemos tener en mente alguno de estos aspectos sin advertir que los otros también están implicados.

De acuerdo a lo que hemos examinado hasta ahora, podemos decir que la función descriptiva se cumple con toda claridad por palabras que denominan entes sólidos y bien circunscriptos y que esta claridad disminuye en las síntesis nominalizadas de contenido amplio e indeterminado.

Al cumplir su función descriptiva estas palabras tienen, fundamentalmente, un carácter conceptual. Pero, como veremos, en la comunicación humana, la poesía o la religión, el habla puede diluir la referencia para adquirir una función evocadora sin perder su función designativa. En ese caso será una cosa sonora o escrita (un constructo) que funciona como símbolo sin dejar de ser signo.

IV- El conocimiento semidirecto y menos adecuado de los fenómenos psicofísicos y psicosociales.

§9- Analizaremos ahora la percepción compleja de los fenómenos psicofísicos y psicosociales constituída por síntesis categoriales de múltiples actos intencionales sobre el fondo del sustrato corporal. El objeto que se representa ahora ya no pertenece enteramente al mundo físico, aunque tiene algunas manifestaciones en ese mundo.

Se trata de un ente psico-físico, cuya dimensión física puede presentase en una sóla mostración perceptual, pero que incluye además múltiples componentes psíquicos, o sea realidades que no se presentan a los sentidos de modo inmediato: entonces estamos frente al  individuo humano fisicamente presente que estudia la psicología; o bien se trata de una totalidad socio-cultural cuya dimensión física sobreentiende la existencia de múltiples intenciones y vivencias.

En cualquier caso, la primera representación imaginaria que se expresa en el lenguaje común, supone siempre una analogía que tiende a asimilar las realidades psico-físicas o psico-sociales a las cosas del mundo físico, puesto que nuestra forma de objetivar el psiquismo individual o colectivo tiende a dotarlo de la condición sustancial expresada por el nombre.

Así, por ejemplo, hablamos de la angustia, los celos, el amor, la revolución francesa, el siglo de Pericles, el estado, la política, etc. en realidad, puesto que lo que llamamos psiquismo individual o colectivo, no se presenta inmediatamente a la observación natural, sino como fondo u horizonte, sólo podemos aprehenderlo cuando logramos destacarlo, poniéndolo ante la claridad de la conciencia; pero, cuando esto sucede, cuando el fondo pasa a ser figura, el modelo imaginario subyacente, es siempre el del objeto "ante los ojos" en el mundo de la experiencia natural. Por eso la emoción, la idea o el deseo, el pueblo o el gobierno serán denominados y concebidos, en primera instancia, como entes sustantivos dotados de propiedades o atributos al igual que los perfiles, nexos, lugares y posibilidades de cualquier cosa [17]. <

Por supuesto que, sucesivas reducciones de carácter analítico, podrán luego establecer precisiones, reconocer matices y diferencias para cada tipo fenoménico. Esto será la tarea de los filósofos y científicos; sin embargo, el punto de partida obligado de toda conceptualización más abstracta será siempre en este caso, una sustantificación del psiquismo individual o colectivo por analogía con la cosa natural.

El hecho de que gran parte de las palabras que se utilizan en ese plano contengan una metáfora oculta (v.g. angustia, represión, condensación, impulso, dependencia, proyección, reflexión, dominación, inflación, etc.) debe servirnos de advertencia sobre el carácter labil de estas realidades.

La angustia no aumenta como las cosas corporales, el sentimiento no tiene bloqueos como los bloques que obstruyen el camino, no hay nada parecido entre la agudeza mental y los ángulos agudos de un triángulo; una persona no depende de otra como pende la lámpara que cuelga del techo, etc. Lo mismo sucede con las realidades sociales de cierta amplitud temporal. La revolución francesa no es una cosa que cambió la historia que tampoco es una cosa; ni lo es el estado, ni la política. Ellos no aumentan en fuerza, no crecen, no mueren, no nacen, etc. Tampoco cayó el Imperio Romano como cae una piedra, ni una cultura crece y se desarrolla como una planta. En resumen, no podemos describir ningún fenómeno de carácter psíco-físico o psico-social sin recurrir a metáforas o analogías tomadas del orden corporal.

Esto lo vio claramente Kant cuando señalaba el carácter metafórico o simbólico del concepto de estado, de los conceptos de dependencia, fundamento, etc. y también Weber en sus trabajos sobre el método sociológico [18]. por esso, los esfuerzos filosóficos o científicos más elaborados que tratan de describir la condición humana sin recurrir a la sustantificación, se ven obligados a crear sus propias metáforas para dejar de lado las que ya están acuñadas por el lenguaje común. Así, por ejemplo, los existenciarios heideggerianos que intentan dar cuenta de las vivencias precategoriales evitando la analogía con la cosa sustancial, deben expresarse por medio de neologismos o recurriendo a arcaísmos (lo "a la mano", "ante los ojos", el "Ser ahí", la "caída", el "advenir", el "Ser sido", etc.). en concreto, todo lenguaje referido a la condición humana individual o social, está condenado a cierto grado de indeterminación y necesariamente deja de lado en el plano de lo no expresado múltiples facetas.

V- La apercepción del Ego Trascendental.

§10- Un tipo de conocimiento que merece particular atención, es el que toca al Ego Trascendental, o sea, el sujeto último de todas las actividades y operaciones del individuo humano. Aquí no se puede hablar de ninguna experiencia directa interna o externa o de síntesis politética, sino de un saber indirecto, connotativo, o sea de un horizonte que nunca puede dejar de serlo, de un fondo que nunca aparece como figura.

Este tema fue tratado por diversos autores de modo coincidente a partir de perspectivas distintas. Así, según S. Tomás [19], tenemoos un conocimiento indirecto (conocimiento por connotación) de nuestra propia alma y de la inmaterialidad que la caracteriza. Este conocimiento connotativo se realiza sobre la base de los actos cognitivos en los cuales el alma se aprehende indirectamente a sí misma como sujeto de los mismos.

Tenemos, por otro lado, la concepción kantiana del Yo puro como noumeno, sujeto último que se manifiesta en los actos del Yo fenoménico y que se “apercibe” a sí mismo como actor presente en cada uno de sus actos perceptivos. Así podemos volvernos por la reflexión sobre nuestro mundo interno para captar los actos del yo empírico, pero a la vez, en esta percepción apercibimos indirectamente el Yo trascendental que es el sujeto que reflexiona sobre esos actos. En Husserl reaparece el tema bajo la noción del Ego Puro Trascendental que permanece como un horizonte oscuro, como fondo de todas las percepciones mundanas.

En Heidegger el "Ser con" y el "sí mismo propio", en cuanto existenciarios, pertenecen al orden de realidades que no se ubican "ante los ojos" como conceptos objetivos. Pertenecen al orden del "comprender", el cual se da espontáneamente y de modo intuitivo cuando percibimos algo que para nosotros es significativo. Así se capta la propia existencia como sí mismo (distinto del yo empírico y social) sin pasar necesariamente por el orden de los conceptos.

Podemos incluir, entonces, entre las formas de conocimiento que hemos enumerado hasta ahora, esta forma particular que por su oscuridad resulta, obviamente, abierta a la instrumentación de referencias analógicas o metafóricas, con mayor razón que lo que hemos señalado para los casos anteriores.

Los conceptos que colocan en el alma las facultades o capacidades del conocer, el desear, el percibir, etc. (cualquiera sea su sistematización filosófica) parten, en consecuencia, del supuesto de analogía entre ésta y una sustancia corporal cualquiera. A esta sustancia se le atribuirán partes especiales con propiedades específicas, con cualidades o potencias o capacidades que generan actos o acciones o cambios y movimientos, tal como sucede en las sustancias corpóreas. Esta es la limitación fundamental del habla común en estos niveles, pero debemos advertir que, en realidad, no existe otra forma posible de expresión para estos fenómenos, dada la estructura misma del lenguaje natural, formado sobre la base de la analogía con la sustancia corporal circunscripta.

Por eso, también, todas las teorías filosóficas o científicas que tratan de descartar la idea tradicional de las facultades del alma, no hacen más que reemplazar unas formas de la analogía por otras. Así, por ejemplo, Hegel reemplaza las facultades tradicionales por instancias que interactúan unas con otras, en base a un esquema analógico que en lugar de imaginar sustancias fijas, se inspira en las interacciones observables en el orden natural, como podrían ser las que se dan entre los sujetos humanos (o quizás, también imaginando una semejanza con los principios de la mecánica newtoniana de acción y reacción o de atracción mutua entre las masas gravitatorias). Freud, por su parte, nos habla del Ello, del Yo y del Superyo como de sustancias cuasi-personificadas.

En conclusión, puesto que el alma, el yo, el sujeto trascendental o como quiera llamárselo, aparece de modo oscuro e indeterminado en una percepción indirecta, como un horizonte lejano, no es posible tener a su respecto un conocimiento claro y distinto, por lo que, forzosamente, éste ha de expresarse por medio de semejanzas y analogías más o menos adecuadas inspiradas en el orden corporal.

VI- El conocimiento del Ente individual.

§14- Aparentemente lo individual concreto es lo primero que conocemos y lo que tiene para nosotros la máxima claridad y evidencia. Esto sólo es cierto, si se refiere a la experiencia sensible y vivencial de cada uno, pero no si hablamos del conocimiento comunicable, que constituye la base de la convivencia y la posibilidad de la ciencia [20].

Si queremos expresar el contenido concreto del mundo vivencial de cada uno, solo podemos hacerlo por el código de posibilidades que ofrece la estructura de la lengua. Pero en esta estructura encontramos fundamentalmente nombres, adjetivos y verbos comunes, pero nada que designe a tal objeto en particular. Los nombres propios solo pueden ser comunicados por una definción ostensiva señalando el objeto designado (este es fulano, esto es el río Paraná).

En otros términos, la vivencia particular se vuelve inteligible o comprensible para el otro y enteramente clara para mí cuando es  asociada a determinadas palabras ya estructuradas en el código verbal según reglas determinadas [21]. Pero eestas  palabras, aún las más concretas, no dejan de ser generales y nada dicen sobre cada caso en especial [22].

Entonces, a pesar de que el ente individual es lo que nuestros sentidos nos muestran con mayor claridad, es imposible su descripción completa. Aunque enumeremos con detalle sus cualidades más peculiares, aún así estas sólo pueden enunciarse en conceptos, es decir en juicios generales. Nuestra vivencia de un hermoso paisaje sólo podría comunicarse por las nociones generales que expresan colores, formas, luz, montañas, etc. Pero las nociones generales (formadas principalmente por sustantivos, adjetivos y verbos) por las cuales alguien relata la experiencia que ha tenido de un paisaje, no serán equivalentes a su vivencia, la cual sólo podrá ser reproducida imaginariamente por el que escucha el relato. Por otra parte, nada nos pone en evidencia con mayor claridad las limitaciones del lenguaje común como las dificultades para describir las sensaciones primarias. Difícilmente encontraremos palabras para explicar a un ciego de nacimiento la diferencia entre el azul y el rojo (a no ser por comparaciones vagas con las sensaciones térmicas de lo cálido y lo frío) y resulta dificil definir en una descripción verbal la diferencia entre el azul y el violeta, aún para el vidente.

Resumiendo: cuando se predica un concepto general de algo o de alguien, el predicado expresa de modo adecuado  y con claridad la clase de objeto de que se trata, pero nada se dice del individuo concreto. La razón de ello hay que buscarla en el carácter inefable de lo singular en cuanto tal, cuya presencia inmediata sólo puede ser descripta indirectamente por una multiplicidad de atributos generales (analogías y comparaciones, cualidades, acciones, producciones, semejanzas, etc.) pero que nunca agotarán la plenitud de lo que se percibe en la experiencia directa.

Así, entonces, la franja de realidad que puede ser expresada por la palabra en su función designativa está claramente delimitada por la región del concepto. La palabra, como signo o señal, designa conceptos que están en la mente del que habla. El concepto "pone ante los ojos" los horizontes generales y categoriales que percibimos en las cosas.

Hasta ahora, hemos encontrado varios niveles en referencia a la adecuación entre vivencia y lenguaje: partiendo de la cosa corporal circunscripta, para la cual el lenguaje  encuentra su máxima  adecuación, vimos como existen entidades de orden corporal donde el habla  implica una síntesis imaginaria nominalizada (el agua, el  aire, el mar, etc.) o un modelo esquemático categorizado (el sistema solar, la evolución de la humanidad, etc.). De allí pasamos  a las realidades  psico-físicas y psico-sociales, para las cuales el lenguaje resulta menos adecuado en cuanto se funda en la analogía con la cosa corporal. El Ego trascendental, por su parte, como fondo oscuro de toda experiencia, puede colocarse en el nivel de máxima inefabilidad, pues casi no hay palabras para expresarlo en cuanto que  todas las descripciones de nuestro mundo interno solo tocan al yo empírico  que objetivamos por medio de analogías. Finalmente, mencionamos la situación paradójica del ente individual concreto y sensible. Es lo que conocemos con máxima claridad en la experiencia sensible y, sin embargo, solo podemos  expresar por medio de un lenguaje formado por palabras generales que designan clases de objetos pero nunca el objeto individual. (los nombres propios solo resultan comprensibles cuando unimos la palabra a la presencia del individuo objeto, designado en una definición ostensiva: “este es fulano”, “esto se llama así”).

VII- Conclusión paradojal.

La mayor o menor adecuación entre experiencia y lenguaje nos conduce a la conclusión paradojal que ya habíamos esbozado en el planteo inicial: no existe ninguna vivencia que sea estrictamente inefable pues a toda experiencia podemos ponerle un nombre (aún al Ego trascendental) y describirla por medio de una multiplicidad de términos comunes y generales estableciendo analogías. Y, sin embargo, en toda expresión verbal, aún la más exacta, queda un contenido tácito, algo que se sobreentiende pero que no se dice, algo que se insinúa en base a analogías y semejanzas presupuestas o se imagina como una cosa circunscripta en base a la sustantificación de la palabra. Desde este punto de vista, podemos hablar de la inadecuación del lenguaje en una escala ascendente que va desde la cosa física hasta el fondo más íntimo de la conciencia. Como veremos, en ciertos niveles de la experiencia, en la vivencia estética, la comunicación profunda, la poesía, la religión, etc, lo inefable subyacente a toda palabra, se hará plenamente manifiesto.

C- El lenguaje del arte y la poesía.

I- La percepción artística, profética o mística.

§15- Nada singular cabe en la palabra conceptual mientras que, por el contrario, toda vivencia, toda experiencia es algo singular, algo propio de cada individuo. Por eso, la necesidad de expresar, comunicar o compartir aquello que se ha vivido en la interioridad exige estrategias especiales. Aquí surge la función del artista, del poeta, de las metáforas del amor o simplemente del discurso cotidiano.

En lugar de indicar o enunciar por medio de proposiciones objetivantes y teóricas aquello que se ha vivido, se procurará evocar una vivencia análoga o equivalente a fin de producir por resonancia, sintonía o empatía una vivencia igualmente única e irrepetible.

El artista es el que puede lograr por medio de elementos sensibles individuales (palabras, sonidos, colores, etc.), una resonancia, un efecto vivencial que, incluso, puede ser más pleno que la experiencia directa del objeto evocado, dada la rutina o la falta de atención conque habitualmente vemos las cosas.

Lo que no vivenciamos en la vida cotidiana o en la descripción teórica de atributos y propiedades, puede ser recuperado a través de la creación  del arte. La poesía, como caso particular, quitará a las palabras su sentido habitual para transformarlas en símbolos sonoros que evocan y sugieren vivencias, con independencia de su significado original [23].

En otro nivel, como veremos, es posible afirmar algo análogo con respecto a la experiencia religiosa o metafísica. La descripción verbal de atributos o de realidades espirituales (por medio de conceptos filosóficos, metafísicos o teológicos) no produce por sí misma la experiencia de aquello de que se trata. Sin embargo, el profeta, el místico, el artista o el metafísico pueden crear un efecto que induzca tal experiencia por medio de palabras o elementos sensibles (sonidos, formas plásticas, gestos rituales, etc.). También se puede afirmar que sucede algo parecido en las expresiones del amor humano. Aquí el lenguaje adquiere fuerza, pero ya no como lenguaje conceptual.

En general, siempre que se trata de evocar, inducir estados vivenciales,  juegan un papel esencial el tono de la voz, las analogías y semejanzas, el ritmo, la proporción, la composición de contrarios, como estructuras que constituyen un fondo subyacente detrás de las nociones.

En consecuencia, podemos concluir que la comunicación de lo particular, de lo concreto, íntimo o irrepetible tiene dos vías de expresión, ambas limitadas en su capacidad comunicativa:

1- por un lado, la descripción teórica de detalles y componentes que integran la vivencia singular; en este caso, el habla traduce al plano conceptual parte de lo que en sí es inefable, pero es incapaz de reproducir la vivencia en su totalidad;

2- por el otro, la expresión afectiva, poética, artística o mística que no describe sino que induce, evoca o insita una reproducción íntima de esa vivencia; pero de modo oscuro e indeterminado, sin alcanzar a todos por igual, porque depende de la resonancia interior de cada uno. Obviamente, ambas dimensiones (conceptual y figural) pueden complementarse y mezclarse según las circunstancias.

IIFormas intermedias entre lenguaje conceptual y aconceptual.

§16- La palabra, en cuanto designa  algo que está fuera de ella misma, puede ser considerada como un signo que señala lo que hay en la mente de quien la enuncia. Es la palabra conceptual. Pero en el habla habitual y más especialmente en el discurso afectivo, poético, retórico, político o religioso, esa palabra puede adquirir cierta densidad cósica, como cosa sonora que más que designar, alude, sugiere o insinúa sentidos que están más allá de su significación conceptual. Es lo que podemos llamar símbolo palabra o símbolo sonoro que se manifiesta en un discurso indirecto o figural según distintos niveles de distanciación con respecto a la designación directa, unívoca y conceptual [24].

Pero entre los extremos de la designación conceptual y la palabra como lenguaje figural, como cosa fónica sugerente y evocativa, hay múltiples lugares intermedios,  siendo también común que el mismo vocablo juegue en uno u otro sentido según el contexto y la recepción subjetiva de su significado.

Tenemos, entonces, en el polo de la designación conceptual, el concepto exacto y unívoco de las ciencias y muy cerca la metáfora implícita en la etimología originaria de algunos términos o las figuras rutinarias del lenguaje común [25]. en un punto intermedio habría que colocar las metáforas poéticas que evocan e insinúan vivencias particulares, las frases retóricas que sugieren prestigio, poder, excelencia o erotismo e, incluso, algunas expresiones de las ciencias sociales y la filosofía. En ellas el concepto no está ausente pero sus connotaciones apuntan hacia algo que está más allá de lo que se dice [26].

Más hacia el extremo de la cosa fónica, habría que colocar las metáforas fuertes [27], frecuentes en los textos sagrados, en las cuales se insinúan aspectos misteriosos que convienen a la esencia de los objetos designados; finalmente, en el polo de máximo alejamiento de la designación conceptual, están aquellos términos cuyo contenido semántico es casi nulo, para los cuales sólo tenemos una aureola connotativa considerada como de  alta densidad mistérica [28].

III- Lo inefable en la percepción estética.

§18- El tema de la percepción estética ha sido planteado tanto por Platón como por Kant. Para ambos está claro que la intuición sensible por sí misma no es suficiente para producir la experiencia estética, la cual es algo más que un simple agregado de sensaciones agradables. Mientras que para el primero, la belleza es un reflejo participativo de la idea de lo Bello en sí, reconocido como tal por el alma reminiscente, para el segundo, se trata de algo que se capta como idea de la razón y que no pasa por los conceptos del entendimiento.

También para ambos filósofos la experiencia estética es el primer peldaño de ascenso del alma hacia otros niveles: en Platón hacia el mundo puramente inteligible de la Belleza en sí pasando por la belleza del alma, el orden de lo justo, de la verdad y la ciencia; para Kant ese ascenso se da en la medida en que lo bello es símbolo de la moralidad o sea de la armonía individual y social [29].

Entonces, desde este punto de vista, la experiencia común y cotidiana de lo bello no es una simple experiencia sensible. Podemos percibir lo sensible como belleza porque interviene un elemento intelectual (pero no conceptual o lógico-categorial). Esta experiencia está, entonces, en las puertas de la metafísica, o sea, de la intuición del Ser, y esa es, en el fondo, la función de todo arte y de toda poesía.

En consecuencia, en la poesía, la plástica, la música, el teatro o la danza, hay siempre algo inefable que queda simbolizado por medio de imágenes verbales, visuales, sonoras o quinéticas destinadas a sugerir, inducir, evocar lo que en sí mismo no tiene expresión conceptual posible.

A veces, especialmente en las grandes creaciones, cuando el arte se abre hacia las dimensiones más profundas del Ser, las imágenes evocadoras insinúan o sugieren la dimensión del misterio, de lo oculto y desconocido o, como dice Bachelard, se abren al país de lo infinito [30].

Pero junto a la percepción estética de lo bello hay que mencionar la importancia estética de la tragedia y de la comedia, como otras formas en que se insinúa el Ser del ente. En la primera, por la mostración del carácter contingente de todo lo humano sometido al dolor y la muerte: en la segunda, por la relatividad e inconsistencia de las preocupaciones humanas que se diluyen y deshacen a través de la risa.

El que comprende realmente una obra de arte, no se queda fijado en sus detalles, ideas, estructura, etc. (esto es función de la crítica) sino que la capta intuitivamente por un estado de resonancia afectiva con lo creado. Esto que capta intuitivamente es en gran parte inefable.

IV- Lo inefable en la poesía.

§17- Podemos señalar como una característica del lenguaje poético la alternancia entre lo conceptual y lo aconceptual[31]. Las palabras de un poema tienen un sentido distinto de las del lenguaje habitual, aunque mantengan la misma estructura fónica, porque tienden a reducir al mínimo su carácter conceptual por medio de juegos combinatorios que aumentan su fuerza evocativa, inductora o sugestiva [32].

Son los juegos del lenguaje que producen las figuras estudiadas tradicionalmente por la retórica. Lo que se evoca, sugiere o induce por estas figuras no está en el contenido conceptual de las palabras sino en algo que está más allá. Este contenido se olvida facilmente cuando captamos el sentido indirecto de la figura. Entendemos qué significa “copa de vino” aunque conceptualmente la copa es de vidrio; sabemos lo que sugiere “prado sonriente” aunque en el plano conceptual el prado no tiene boca para sonreir.

V- La representación visual como expresión de lo inefable.

§19- Las representaciones visuales de la plástica, en la pintura, la escultura o la arquitectura; o las representaciones de la mímica o el gesto en el teatro, la danza o la liturgia, tienen por sí mismas algo de inefable. Aquí no hay palabras que deban aminorar su origen conceptual. Por otra parte, nunca se puede agotar por medio de la descripción lo que hay en un cuadro, una escultura o los movimientos de la danza. Además,  en ciertas ocasiones, más allá de la inefabilidad propia de todo lo que es visual, la obra de arte puede sugerir algo que está más allá de lo visual en cuanto mistérico u oculto. Es la característica del arte sagrado, de los símbolos visuales, de las formas, colores y figuras que por sí mismas evocan cierto misterio.

A veces, el artista puede encontrar representaciones que por el hecho de no tener correspondencia con la realidad concreta del mundo de la experiencia cotidiana, conduzcan la mente hacia una dimensión nueva y desconocida.

Por eso también, en las funciones del culto, los gestos, movimientos y objetos, (además de las palabras) deben manifestar un cierto desajuste, una separación o diferenciación con los hechos de la vida profana.

Así, por ejemplo, en la plástica aparecerán los símbolos geométricos, siempre rodeados de misterio, para los cuales la analogía fundadora puede encontrarse en especulaciones metafísicas o religiosas, como las que subyacen en las figuras florales de la catedrales medievales, en el símbolo de la cruz,  la estrella de David o las guardas espiraladas de los templos griegos.

Las representaciones visuales respecto de lo trascendente, lo distinto o totalmente otro, también pueden seguir otro camino. Es el caso de las figuraciones que sólo corresponden a una síntesis imaginaria e irreal. Muchos componentes simbólicos de la mitología pueden entenderse de este modo. Los centauros, las ninfas, las sirenas de la antigua Grecia, sugieren la dimensión del misterio al componer entes visuales que no corresponden a nada creado. Simbolizan algo trascendente al negar la semejanza con el mundo sensible y a la vez mantienen cierta analogía con este mundo, puesto que los elementos que los constituyen hacen referencia a funciones y relaciones reales.

Otra vía para las representaciones de este género, es el de las referencias espaciales. Ciertas direcciones del espacio son particularmente aptas para expresar algo totalmente otro. La dirección vertical, lo de arriba, la dirección hacia el interior, lo que está más allá, lo profundo, etc.

Estas direcciones representan analógicamente el misterio, lo lejano, lo desconocido y por eso no solamente juegan un papel en las representaciones plásticas, sino que se transfieren al plano verbal, donde las palabras ocultan, con frecuencia, este simbolismo visual [33].

Durante el Renacimiento, se llegó a considerar la representación plástica como la más adecuada para expresar realidades trascendentes, pues la visión unitaria de la totalidad visual en un solo acto, era considerada como superior al carácter discursivo del pensamiento conceptual de acuerdo a los principios del neoplatonismo entonces vigente [34].

VI- Otras formas de representación de lo inefable.

§20- El sonido puro en la música es en sí mismo algo inefable. Ninguna palabra puede expresar adecuadamente las sensaciones y emociones que puede despertar una sinfonía. El crítico de arte podrá conceptualizar y comunicar algo de ello a través de un lenguaje especializado;  pero esta comunicación, si bien puede ayudar a una mejor intelección del lenguaje musical, no reemplazará nunca la vivencia de la audición sonora.

Pero, además, lo inefable en la música remite espontáneamente al misterio. En primer lugar, su relativa inmaterialidad ya en sí misma evoca algo distinto a todo lo común y cotidiano. Por supuesto, que lo mismo podría decirse de la palabra, pero en la música tenemos algo que sólo aparece en ciertas formas de la poesía: es el ritmo y la armonía. Ritmo y armonía cuya repercusión interior es ciertamente inexpresable.

D- Lo Inefable en la comunicación humana.

I- El conocimiento del otro.

§21- Este tema ampliamente discutido en la historia de la filosofía [35], presenta múltiples dificultades. El otro como objeto físico que podemos abarcar en una sola mirada, ofrece normalmente, en el fondo, de modo implícito, tengamos o no conciencia de ello, la asociación oscura de una realidad psíquica oculta semejante a la nuestra.

Podemos tomar conciencia y acceder parcialmente a ese mundo interno en base a algunas manifestaciones gestuales o verbales, las cuales serán decodificadas, por analogía de acuerdo a nuestro propio acerbo interior de experiencias y en base al supuesto implícito de la reciprocidad de perspectivas. Es decir que suponemos, implícitamente, que el otro, si es una persona normal, tiene las mismas experiencias que nosotros tenemos frente a las mismas cosas y que él nos percibe como nosotros lo percibimos a él, decodificando el significado de nuestras propias expresiones.

Sin embargo, lo que podemos entender y expresar de la vivencia ajena no es más que la punta del témpano de una inmensidad de vivencias que permanecen en la interioridad oculta y que, en el fondo, son inexpresables.

Cabría mmencionar la opinión de Scheler sobre la percepción intuitiva de la persona ajena: según este punto de vista, nuestra primera captación del otro es siempre la de una totalidad como persona. No separamos de entrada lo físico de lo psíquico. Esto puede suceder en una etapa posterior, cuando analizamos y descomponemos esta primera vivencia. También es interesante la idea de Cassirer, mencionada por Bollnow, acerca de la percepción fisiognómica como primera forma originaria en nuestro modo de percibir el mundo [36]. Esto significa que en la actitud primaria, precategorial, todo tiene una cierta fisonomía, cierto rostro: el otro humano es el centro y punto de partida para la percepción del mundo.

II La comunicación humana.

§22- Existe una amplia gama de palabras que describen  las vivencias humanas en el plano conceptual. Nada inefable aparece a primera vista en las palabras “amor”, “odio”, “sentimiento”, “deseo”, “frustración”, “angustia”, etc. Son, en primera instancia, términos unívocos y pueden servir para la descripción científica.  Lo que siente cada uno y lo que siente el otro puede ser expresado por estos conceptos.

Sin embargo, cada una de estas palabras aisladas en sí mismas, resultan absolutamente insuficientes cuando, en la intimidad, dos personas comunican entre sí, cuando la comunicación es el amor, cuando se quiere alcanzar una comprensión profunda  de lo que vivencia el otro o cuando una comunidad se une en una experiencia común.

Estos términos solo podrán ahondar su sentido cuando sean ubicados en un contexto particular. Entonces, por el tono de la voz, por los gestos, por la asociación de imágenes sugestivas, evocaciones, analogías, etc., se irá desocultando la vivencia en su intimidad.

Es obvio que en este plano la fascinación del amor es un ejemplo máximo de manifestación de lo inefable.

III- El lenguaje conque expresamos la intuición intelectual del sí mismo y del Otro.

§23- La convicción  de que lo más íntimo y profundo del orden anímico, sea propio o ajeno, se capta de modo intuitivo y no conceptual es, según vimos, un presupuesto común en el pensamiento de los grandes filósofos (ver § 4).

Se trata de un conocimiento oscuro que sólo se da por connotación en cada acto del conocer empírico y concreto, como una experiencia velada y envolvente que podría compararse con la imagen marginal y oscura que tenemos en los límites de nuestro campo visual.

Esta percepción oscura que está al alcance de todo individuo humano, resulta, obviamente, de difícil acceso cuando se está  habituado a las ideas claras y distintas del pensamiento racional.

Pero, ya señalamos que la intuición no anula los conceptos. A veces comprender al otro exige un esfuerzo de imaginación, cuando nos trasmite una experiencia extraña, distinta y lejana de nuestro acervo común de experiencias. Entonces, debemos esforzarnos para imaginar algo semejante y aproximado que refleje en alguna medida lo que ha vivido, y necesitamos conceptualizar, en cierta medida, lo que se nos presenta. También, a veces, no nos comprendemos a nosotros mismos y debemos objetivar, verbalizar de algún modo nuestra propia vivencia para clarificarla, hacerla conciente y reflexiva.

Sin embargo, bien sabemos hasta qué punto es inefable esa experiencia que recibe el nombre de enamoramiento, cómo no alcanzan nunca las palabras para expresar lo que sentimos. Entendemos porqué el amor es uno de los temas preferidos por artistas y poetas.

En conclusión, la percepción del sí mismo y la del otro, cuando se da en profundidad, implica primeramente una captación intuitiva y oscura, punto de partida y base de posteriores conceptualizaciones. Esta captación intuitiva es precategorial y sólo puede expresarse por medio de símbolos evocativos (que tienden a revivenciar esa captación). Las conceptualizaciones, por su parte, objetivan lo vivido en base a analogías y metáforas descriptivas. Su utilidad radica en la capacidad para clarificar y fijar lo que se ha intuido, punto de partida de todas las ciencias que se ocupan de lo humano.

E- Lo inefable en el saber científico y en la expresión filosófica.

§24- Pero no solo hay algo inefable en la percepción de sí mismo y del otro, o en la creación artística y poética, sino que podemos afirmar que también lo hay en la generación de los grandes descubrimientos de la ciencia o de las grandes creaciones de la filosofía.

Los investigadores y genios de la ciencia saben lo que es la intuición intelectual, no sólo por el hecho de que los mayores descubrimientos se lograron, muchas veces, a partir de un primer acto intuitivo, sino también porque las preguntas fundamentales, las que aspiran al saber por sí mismo, suponen una oscura intuición del misterio, el presentimiento de que lo dado esconde detrás de sí dimensiones desconocidas.

Solamente el hombre interroga y quiere saber el porqué. Este preguntar, indagar, buscar siempre un significado oculto para aquéllo que en sí es manifiesto; este sentir extrañeza, sorprenderse frente a las cosas, supone la intuición oscura de un sentido, una causa, una explicación, a partir de lo cual nace toda ciencia, toda filosofía y metafísica.

Como ejemplos se pueden mencionar la matemática pura, la astronomía, las investigaciones sobre el origen del universo, sobre la evolución de las especies, sobre el origen de la vida y del hombre, los estudios de la historia de tiempos remotos o de culturas lejanas, etc. en todos estos casos el hombre quiere conocer por el conocer mismo, sin esperar aplicaciones prácticas inmediatas.  En el fondo busca el Ser del ente, fondo último de todo misterio.

Esta búsqueda se manifiesta en los grandes filósofos de todos los tiempos y se explicita con mayor claridad cuando abordan, por medio de conceptos abstractos temas que tocan el misterio, lo absoluto o incondicionado.  En ese caso, la búsqueda del Ser [37] lleva aa un lenguaje sutil y complejo en el que se entrecruzan categorías abstractas y referencias analógicas, sugerencias indeterminadas, construcciones metafóricas, evocaciones simbólicas, etc., según el estilo propio de cada autor. Todavía no se ha estudiado a fondo el lenguaje de los filósofos; en general, se ha sobrevalorado la racionalidad de sus expresiones sin advertir cómo ese lenguaje juega, muchas veces, con una terminología para la cual los conceptos adquieren el carácter evocativo de los símbolos [38].

F- Lo inefable en los símbolos sagrados.

§25- El verdadero centro de una religión no se reduce al conjunto de conceptos que constituyen la doctrina, ni a los ritos que la expresan. En realidad, ellos son el medio que tiende a conducir a vivencias más profundas. Los conceptos ciertamente son importantes,  pues sin ellos la vivencia se mantiene en la oscuridad y sólo aparece de modo fugaz y transitorio. Son, entonces, el medio necesario para despertar experiencias más íntimas como la devoción, la alabanza, la acción de gracias, la adoración, la contemplación amorosa, etc. sin ellos, por otra parte, no es posible comunicar lo vivido y tampoco es posible la constitución de una comunidad que comparte la misma fe.

Sin embargo, estos conceptos en cuanto se refieren a realidades metafísicas, religiosas o teológicas, se basan en analogías o semejanzas por las cuales se trasfieren a un orden metaempírico nociones que se originan en el orden de la empiria. Todos ellos se edifican, en el fondo, sobre imágenes simbólicas que pueden quedar ocultas, olvidadas o sobreentendidas en su uso habitual.

Solo indican, entonces, una analogía con respecto a algo misterioso e inefable, por lo cual se puede hablar de una mayéutica religiosa o metafísica que tiende a producir por resonancia una experiencia trascendental. En ese caso el que predica, el que enseña, al igual que Sócrates, no produce, infunde o trasmite una verdad abstracta, sino que obra como causa ocasional, como quien prepara el terreno para que el Espíritu realice su acción.

Desde este punto de vista, los argumentos racionales, las pruebas y analogías que exponen la doctrina, no serían más que causas dispositivas para que se produzca una resonancia intuitiva con respecto a lo que se enseña o trasmite.

I- Lo inefable de las palabras en los textos sagrados.

§26- Puesto que la vivencia de realidades de orden espiritual, no se contiene enteramente dentro de las palabras conceptuales, solo podrá ser inducida si la palabra se acompaña de figuras, símbolos, metáforas, etc. en un marco adecuado de tonos, gestos, ritmo y armonía. Esto es lo que confiere fuerza a las ceremonias rituales o a la predicación.

Veamos cómo se esconde lo inefable en el campo de la palabra cuando hace de mediadora con respecto a algo absoluto, innominado, sobrehumano o maravilloso. En ese caso puede cumplir su cometido de tres maneras:

1- Como palabra conceptual y analógica: aquí la palabra tiene el carácter de signo verbal, es denotativa y conceptual y cumple la función de guía para la intuición intelectual, atribuyendo a lo divino, a lo espiritual o a lo que pertenece a la dimensión del misterio, por analogía afirmativa, cualidades y propiedades, acciones y relaciones tomadas del mundo humano cotidiano (la bondad, la sabiduría, la acción creativa, la presencia, protección o providencia, etc.) o negando, también por analogía, limitaciones y condicionamientos (lo absoluto, ilimitado, infinito, incondicionado, etc.) o bien, finalmente, señalando la incognoscibilidad, el carácter mistérico e inaprehensible de todo lo sobrehumano o divino (lo oscuro, misterioso, oculto, etc por una analogía mixta que niega afirmando).

2- como cosa símbolo: la palabra también puede apelar a la experiencia interna insinuando,  evocando o induciendo un estado interior de percepción intuitiva. En ese caso se vuelve símbolo cosa pues la referencia conceptual externa se diluye, se aminora y en algunos casos puede llegar a desaparecer.

Así adquiere la condición evocativa, como cosa sonora que apunta a un sentido que está más allá de ella misma y obra por un efecto de resonancia afectiva. Esto sucede habitualmente en la poesía, pero también tiene vigencia en la mística, particularmente cuando se acentúa la veneración por los textos sagrados en la escucha reverencial de las palabras del culto [39].

Para el místico todo texto sagrado, en cuanto se considera que contiene la palabra divina se reviste de cierta absolutez. Sus palabras se vuelven sagradas, consagradas, separadas de todo lo profano y ya no tienen las limitaciones de las palabras comunes.

Se las percibe sobre el fondo intelectual-emocional de otra dimensión totalmente trascendente, oscura,  indeterminada y misteriosa: la región de lo numinoso con su halo de imágenes. En este sentido, para el hombre religioso, cada palabra puede ser una hierofanía.

Así, si tomamos como ejemplo los relatos cosmogónicos de las religiones antiguas, podemos señalar que allí tiene poca relevancia el sol como objeto categorizado de modo conceptual. En realidad, la comprensión más adecuada de una cosmogonía nos llevaría a entender el sol en su valor simbólico como componente del mundo de la vida y en sus múltiples asociaciones significativas. Por supuesto, de acuerdo a lo dicho, [40]  la palabra, generalmente no disuelve del todo su valor conceptual, de modo que ambas dimensiones (conceptual y simbólica) se suelen complementar.

En el mito, tenemos personas o seres vivientes personificados que expresan por medio de sus acciones, propiedades y aconteceres, realidades de un mundo sobrenatural. Aquí también las palabras del discurso no pueden ser tomadas exclusivamente en su valor conceptual, porque son expresión simbólica de un mundo originario, arquetípico, sobrenatural o espiritual.

Se puede decir algo semejante con respecto a la luz, los cielos, la tierra, etc.como integrantes de un relato sagrado; son siempre algo más que la simple designación vulgar [41].

Incluso ciertas palabras abstractas pueden adquirir valores evocativos, en determinados contextos. La palabra "verdad" puede salir del uso común como expresión aplicada a las relaciones humanas o de la universalidad  que le dió la filosofía antigua, para adquirir la absolutez que le confiere el Evangelio cuando Cristo se identifica con ella.

3- como vehículo del símbolo cosa: la tercera alternativa de la palabra sagrada en relación con lo inefable, es la de servir simplemente de vehículo para el símbolo cosa. El símbolo cosa es un objeto, una imagen, un gesto o una acción de significación mistérica. Pero, en concreto, no existen símbolos cosa que no tengan nombre. Así, los vocablos fuego, cordero, rojo, redondo, flor, etc. pueden servir de transporte para comunicar, recordar, destacar símbolos cosa.

§27- De acuerdo a lo dicho todo texto sagrado contiene palabras conceptuales o sea designativas o descriptivas, palabras evocativas que unen a la función designativa connotaciones que rebasan esa designación y símbolos cosa designados por la palabra. En algunos casos, aunque cada palabra sea designativa o conceptual, la totalidad del discurso puede adquirir un valor alegórico o simbólico.

Por otra parte, en la simbología sagrada hay frecuentes intercambios entre símbolos personificados (mitológicos) y despersonificados (metafísicos) tendiendo a personificarse o hipostasiarse los conceptos por el uso reverente y a despersonificarse los mitos por la interpretación alegórica.

G- La relación general del lenguaje con las vivencias oscuras y marginales.

I- La intuición intelectual como intuición del Ser.

§28- podemos generalizar nuestra reflexión con respecto a la relación del lenguaje con las vivencias marginales y oscuras. Estas vivencias podrían ubicarse en el plano de lo que Heidegger llama existenciarios o que, en general, la fenomenología coloca en el mundo de la vida y en el orden precategorial.

A todas ellas corresponde alguna forma de intuición, si se entiende como tal la experiencia directa e inmediata, irrefleja, que no ha pasado aún por el filtro de los conceptos.

La percepción del mundo "a la mano", la del otro como "Ser con", los estados de ánimo, el comprender existenciario y el habla como posibilidad, constituyen distintos aspectos de lo que intuitiva e inmediatamente aparece en nuestro campo de vivencias, aunque de modo oscuro y marginal, puesto que nuestra atención se vuelca naturalmente hacia lo que aparece objetivado de modo claro y distinto.

No nos detendremos en todas estas formas de percepción intuitiva, para concentrarnos solo en la forma más oscura y fundamental, aquélla que para Heidegger se vincula con el Ser en cuanto tal.

Se trata de la vivencia que constituye el núcleo esencial de múltiples emociones, pero que, en realidad, no es puramente emocional, sino que pertenece a lo que hemos llamado intuición intelectual. Esta intuición se apoya en la experiencia elemental por la cual nos sentimos como existentes en el mundo.

Es, entonces, un horizonte que engloba y acompaña como un fondo oscuro a todo acto humano. Para aclarar su sentido debemos precisar la distinción entre intuición sensible, intuición categorial e intuición intelectual. De hecho, según Husserl, las dos primeras, son inseparables: todo objeto sensible se percibe siempre en sus horizontes categoriales [42].

¿Pero existe además otro horizonte en la misma percepción? esto es lo que podríamos agregar inspirados en la noción heideggeriana del Ser.

La intuición intelectual sería la que vislumbra detrás de la experiencia sensible y de los horizontes categoriales que constituyen el fundamento de todo conocer, una dimensión más profunda que les da sentido y que puede recibir el nombre de intuición del Ser (intuición oscura, pero no por ello menos verdadera) [43]. <

Esta intuición oscura del Ser se insinúa mayormente en los procesos en que hemos señalado la presencia de lo inefable: en la percepción de nuestra propia existencia como sí mismo y la captación afectiva del otro; en la percepción estética (de lo bello, lo trágico o lo cómico); en la elaboración científica o filosófica de alto vuelo; en toda vivencia mística o metafísica.

§29- Esta intuición, como dijimos, no anula la función del lenguaje conceptual, el cual permite clarificar, asir o apresar lo que en sí mismo es evanescente, oscuro e indeterminado [44]. Esta ees la función de la crítica en el arte y la poesía y de las ciencias humanas en la solución de los conflictos y problemas que aquejan al hombre.

Sin embargo, hay que advertir que cuando los conceptos se distancian demasiado de la captación intuitiva o vivencial, corren el peligro de volverse letra muerta, origen de disputas inútiles y sin sentido.

En síntesis, la intuición intelectual o intuición del Ser funciona de forma distinta según diferentes niveles: penetra a fondo en lo sensible cuando descubre allí la vivencia estética; encuentra otra dimensión  en la captación de la propia existencia y en la vinculación afectiva con el otro; cambia de nivel cuando se expresa en las imágenes simbólicas de mitos, ritos y acciones sagradas, incluso cumple una función útil e insospechada en los grandes descubrimentos de la ciencia y en la filosofía [45]. <

II- Desviaciones y falsificaciones.

§ 30- Pero la intuición del Ser, la intuición intelectual, no debe confundirse con lo que representa su caricatura. No consiste en conocimientos mágicos, visiones sobrenaturales o descubrimientos irracionales. Por medio de ella estamos frente a  una percepción oscura, indeterminada e inefable, mientras que en su opuesto caricatural tenemos descripciones detalladas de mundos desconocidos, desarrollo de supuestos poderes mentales, saberes precisos sobre los misterios más recónditos del universo. Todo lo cual, por otra parte, vertido en un lenguaje ingenuo y acrítico que convierte lo inefable en algo de lo que se habla con la desenvoltura y claridad que corresponde a los entes materiales de la vida cotidiana. Debe quedar claro que la intuición intelectual nada tiene que ver con las doctrinas irracionales hoy tan difundidas, y que lejos de oponerse a la razón es su complemento, a la vez que esta le sirve de filtro y de control.

III- Escritura, palabra y vivencia intuitiva.

§31- Todo lo escrito confiere claridad y precisión a lo hablado, pero a la vez limita, restringe el contenido de la palabra; le confiere universalidad (lo escrito puede ser leído y entendido por cualquiera en cualquier lugar) y a la vez, estrecha su sentido porque carece del contexto, la situación, el medio emocional en que se pronuncia la palabra [46]. <

La palabra, por su parte, confiere claridad y precisión a lo que se ha intuido directamente. Por la palabra se expresa, se comunica, se comparte algo de lo inefable e individual que está encerrado en la intimidad; pero también la palabra estrecha, restringe, esquematiza lo vivido puesto que no puede trasmitir plenamente su contenido. El que oye lo hablado intenta reproducir la vivencia que le corresponde, pero no siempre la vivencia del oyente corresponde o se adecua a la vivencia del hablante.

Esta organización jerarquica entre escritura, palabra e intuición tiene consecuencias importantes cuando se la aplica a la metafisica, la religión, el arte, la poesía o la descripción de vivencias humanas individuales o colectivas.

Aclarar el contenido de un relato vivencial escrito, de una fórmula religiosa, de un texto de contenido metafísico, de un texto poético o de la descripción del mundo interior subjetivo, implica, en lo posible, descender hacia el contexto verbal y de allí a la vivencia espiritual que le dio origen, lo cual obviamente no siempre es posible [47].

A la inversa, encontrar una formulación verbal y escrita aceptable que trasmita aproximadamente para un determinado medio cultural algo de lo vivido [48], es aboordar el camino que va desde la intuición originaria hacia las palabras habladas y escritas que puedan ser entendidas y valoradas por todos los miembros de ese medio o por la mayoría de ellos.

IV- La mayéutica, comunicación de lo inefable.

§32- Encontramos la idea de la mayéutica en la obra de Platón, especialmente en el Menón. Vemos que allí  se plantea  el tema en relación a la teoría de la reminiscencia del alma y se aplica al teorema de Pitágoras. El esclavo puede razonar sobre el teorema sin que nadie le enseñe, porque tiene en su alma las verdades fundamentales. La mayéutica implica, entonces, para Platón, una tarea de apoyo, estímulo o inducción para que salga a luz lo que el alma ya tiene en sí misma.

Esta idea puede ampliarse para ser aplicada a toda enseñanza, trasmisión doctrinal o predicación referida al orden de las verdades más profundas filosóficas o metafísicas, como también a las vivencias del amor humano y a toda experiencia estética. En todos estos casos podemos suponer una comunicación mayéutica. Esto quiere decir que en el fondo de lo que se trasmite hay algo intrasmisible.

Lo intrasmisible es precisamente lo que es inefable, lo que pertenece al orden de la intuición, lo que no puede ser contenido por la palabra ni reflejado plenamente por ningún concepto categorial.

Obviamente, tenemos palabras para decir lo que sentimos o para despertar en el otro ciertos estados de ánimo, pero, en realidad, lo hablado en esos casos no es más que la ocasión para que aflore lo no hablado [49]. esto pprecisamente es lo que significa la mayéutica: estimular, motivar para que la verdad salga a luz en quien recibe la palabra. Hay, entonces, mayéutica en toda comunicación humana íntima y profunda; hay también una mayéutica estética, filosófica, metafísica o religiosa. Esto no significa que los conceptos no tengan ninguna utilidad, sino que, con frecuencia, en esos niveles, se debe buscar más allá del concepto.

Este cumple, entonces, una función inductora cuando logra despertar en el alma la vivencia adecuada, sugiriendo, evocando algo que pertenece a otra dimensión.

V- El Ser en el mundo como vivencia primaria e inefable.

§33- Pero no hay que imaginar  que cuando hablamos de intuición del Ser, esto implica una actitud metafísica descarnada como sería la mal entendida oposición entre materia y espíritu. En realidad, la vivencia de lo inefable tiene su condición primigenia en la percepción de la propia corporalidad como Ser en el mundo.

Esta corporalidad, no es la del cuerpo espacializado en las tres dimensiones, sino la carne en el sentido de Husserl, tal como ha sido señalada por Heidegger en su análisis de la espacialidad o estudiada por Merleau-Ponty en su Fenomenología de la percepción [50]. La tottalidad vital que se vuelca al mundo en cada acto, es una vivencia única que sólo podemos expresar y comunicar si la desarticulamos o disociamos en sus componentes (sensaciones orgánicas internas con su correspondiente distribución espacial, estados de conciencia, entes que salen al encuentro “a la mano”). Si pudiéramos deshacernos de todo concepto abstracto, de todo esquema geometrizante o idea preconcebida y tratáramos de captarnos simplemente viviendo (como podría ser la vivencia del niño recién nacido) ignorando todavía toda distinción entre cuerpo y mente, lo interno y lo externo, etc. tendríamos esa experiencia que Husserl llama “la carne” y que no es otra cosa que “conciencia encarnada”.

Ahora bien, esta vivencia es inefable, pues es confusa, indeterminada. No es la experiencia del cuerpo ni tampoco es la pura conciencia. El cuerpo es una construcción posterior que formamos por la síntesis de sucesivas experiencias parciales como de algo que ocupa espacio y tiene un volumen cerrado sobre sí mismo (que nunca podemos ver como totalidad y que los otros ven desde fuera). La noción de conciencia, por su parte, se forma por una reflexión analítica que separa lo externo visible para los demás, de lo interior e invisible. El cuerpo, entonces, es un concepto, la mente, otro concepto, "la carne", en cambio, una vivencia que no es cuerpo ni mente ni alma ni espíritu.

Así, entonces, la conceptualización metafísica de estas vivencias nos lleva a la disociación entre la construcción abstracta del cuerpo como cosa externa, por un lado, y la mente o conciencia, por el otro. Pero con respecto a lo vivido no es más que un desarrollo conceptual construido como síntesis de muchas experiencias parciales entre las que discriminamos lo que es visible para nosotros y para los demás y lo que vivenciamos como oculto en nuestro interior.

En síntesis, la vivencia primaria del Ser en el mundo, la experiencia de la propia existencia, la carne en el sentido de Husserl o la espacialidad que se irradia según Heidegger, es la primera experiencia del Ser y es lo primero y maximamente inefable.

H- Resumen y conclusiones.

§37- Podemos resumir ahora el itinerario recorrido a través de las distintas regiones de la experiencia para destacar la condición de lo inefable: partiendo de la cosa física claramente circunscripta, pasando por las síntesis de las grandes totalidades todavía de orden físico, llegamos a los horizontes oscuros de las realidades psico-físicas y psico-sociales para los cuales la palabra queda ya desbordada por la analogía forzosa con el mundo corporal. Luego señalamos la función del simbolismo o del lenguaje indirecto como remedio a la inadecuación de las palabras en la poesía, el arte, la religión o la metafísica.

Aunque lo que llamamos inefable puede describirse en el plano del lenguaje por medio de conceptos contenidos en sustantivos, adjetivos o verbos, decimos que es inefable porque estas palabras no alcanzar para trasmitir la vivencia en sí misma y sólo posibilitan una percepción oscura por connotación, es decir, una percepción que solo roza el límite o los bordes envolventes del campo de conciencia, a semejanza del conocimiento connotativo de los bordes o límites del campo visual.

En resummen, las palabras conceptuales son insuficientes para expresar lo existencial como totalidad. Solo pueden describir desarticulando las vivencias. De allí surge la necesidad de las imágenes analógicas destinadas a evocarlas o inducirlas.

 Ir al índice

[1] Cf. M. Heidegger, El Ser y el Tiempo, § 34.

[2] cf. De camino al habla, Serbal, Barcelona, 1987; Qué significa pensar, Nova, Bs.As., p.77.

[3] Signos, Seix Barral, 1964.

[4] Personal Knowledge, Univ. of Chicago Press, 1974.

[5] cf. S. Tomás, Suma Teológica, I- II, q.101 a.2 ad 2.

[6] cf. P. Geltman, Elementos para una Fenomenología de la razón científica, Cap. III, inédito.

[7] cf. República, VI, 508c-511d.

[8] cf. Banquete, 210d-212b.

[9] cf. Suma Teol. I-II, q. 101 a.2 ad 2.

[10] cf. Crítica de la razón pura, Prefacio a la 2a. Ed.

[11] cf. W. Szilasi, Introducción a la fenomenología de Husserl,  Amorrortu, 1973.

[12] Lo que decimos de los sustantivos más abstractos también se aplica a los adjetivos y verbos comunes; por ejemplo, algunas cualidades todavía muestran su origen concreto: celeste de cielo, colorado de color, redondo de rueda, etc.

[13] cf. Husserl, Lógica formal y lógica trascendental, § 41-42.

[14] cf. C. Cimadevilla, Universo antiguo y mundo moderno, Rialp, Madrid, 1964. En el sistema de Copérnico, tenemos una construcción imaginaria análoga a un conjunto de esferas girando alrededor de una esfera central; en la mecánica elemental la noción de fuerza es concebida como algo invisible que radica en la materia, cuya existencia se imagina por analogía con la propia fuerza de la presión corporal sobre los objetos exteriores; la fórmula de Arquímedes, se basa en una construcción imaginaria que supone que las partículas de un líquido presionan por igual en todas las direcciones.

[15] cf. G. Bachelard, Le nouveau ésprit scientifique; también Husserl, hace observaciones semejantes en la Krisis, y Heidegger en El Ser y el Tiempo. Bachelard compensará el esquematismo del lenguaje científico recurriendo al lenguaje de la poética. Ver P. Geltman, G. Bachelard, La razón y lo imaginario, Almagesto, Bs.As., 1997.

[16] cf. P. Geltman, Fenomenología de la razón científica, cap. III, inédito.

[17] cf. P. Geltman, Rigor epistemológico y teoría psicoanalítica, Almagesto, 1993.

[18] cf. Kant, Crítica del Juicio, § 59; M. Weber, Economía y sociedad, F.C.E., México, 1964.

[19] cf. In De anima, III, 4, lect. 9, 724.

[20] En realidad, el fenómeno originario no es estrictamente individual ni general como tampoco el habla que lo acompaña. En el plano vivencial se presenta primeramente un todo de referencias, una totalidad significativa distinta para cada situación existencial. Lo "a la mano" en sentido heideggeriano no es el individuo separado, sino el todo de significatividad en el mundo que nos rodea.

[21] Ver Russell, El conocimiento humano, II, El lenguaje, Taurus, Madrid, 1959.

[22] Ver Husserl, Investigaciones Lógicas, 6 a Invest. § 7.

[23] Por eso opina Sartre que: “Los poetas son hombres que se niegan a utilizar el lenguaje”... El poeta se ha retirado súbitamente del lenguaje-instrumento; ha elegido para siempre la actitud poética que considera las palabras como cosas y no como signos. Qu’est-ce que la littérature?, Paris, 1968, col. Idées, p. 16-17.

[24] Ver P. Geltman, Fenomenología de las formas simbólicas, inédito.

[25] Muchos conceptos, tanto en el lenguaje común como en la filosofía o en las ciencias, esconden en su origen alguna imagen subyacente o una analogía practicamente olvidada en su uso habitual; así, por ejemplo, las metáforas espaciales: superior, inferior, trascendente, inmanente, etc., lo profundo, lo interior, el pensamiento elevado, los bajos sentimientos; las metáforas que aluden a cualidades físicas: corazón duro, blando, pensamiento luminoso, claro; las de orden biológico: crecimiento, desarrollo, nueva vida, etc.

[26] El poder evocativo de la imagen que es mínimo en el discurso científico o en los principales sistemas filosóficos, también crece en relevancia en el pensamiento de algunos filósofos (v.g. En Platón o en Nietzsche).

[27] Si en el nivel anterior, concepto e imagen todavía podían mantener un cierto equilibrio, ahora nos encontramos con el predominio de la imagen sin anular totalmente a su opuesto conceptual: esto trasluce en la poesía netamente simbólica o alegórica y en algunas expresiones religiosas altamente sugestivas (las que hemos llamado metáforas fuertes: Cristo como luz, camino, verdad y vida; la sabiduría en el Antiguo Testamento). cf. P. Geltman, Fenomenología de las formas simbólicas, cap. XII, § 33-48.

[28] en ciertas tradiciones místicas se confiere a la palabra como cosa fónica, un poder ritual y místico de alta significación. Así, por ejemplo, los nombres  de la divinidad o las palabras que acompañan los ritos.

[29] cf. Platón, Banquete, 210e-212b; Kant, Crítica del Juicio, § 59.

[30] cf. El aire y los sueños, .C.E., 1986, p. 14.

[31] Heidegger señala la dimensión inefable de la poesía en sus conferencias sobre el habla. Allí muestra cómo la condición profunda de un poema radica en aquello que “no está dicho”. cf. De camino al habla, Serbal , Barcelona, 1987.

[32] cf. Supra, nota 62, la afirmación de Sartre sobre el lenguaje del poeta.

[33] cf. G. Bachelard, La poética del espacio, F.C.E., 1991.

[34] cf. Gombrich, Imágenes simbólicas, Alianza, Madrid, 1983.

[35] cf. P. Laín Entralgo, Teoría y realidad del Otro, Revista de Occidente, Madrid, 1961.

[36] cf. M. Scheler, Esencia y Formas de la Simpatía Losada, Bs.As., 1943; Bollnow, Introducción a la filosofía del conocimiento, Amorrortu, Bs. As.,1976.

[37] Búsqueda muchas veces velada pues, como opina Heidegger, la historia del pensamiento es la historia del olvido del Ser. Olvido que no impide la búsqueda que continúa de modo impícito e inconciente. Cf. Introducción a la metafísica.

[38] Ver P. Geltman, Fenomenología de las formas simbólicas, inédito.

[39] La dilución de la referencia por la retórica poética o por el contexto sagrado, obviamente, es bien distinta de las modificaciones propias de los procesos de la lógica en la abstracción analítica: la palabra en sí misma se mantiene en su mismo plano lógico-formal, pero el contexto verbal o situacional la sacan totalmente de ese plano (no tiene el mismo sentido la palabra flor en un texto de botánica o en los versos de un poema).

[40] cf. supra, § 13.

[41] Esto explica la lectura alegórica de esos textos en la patrística cristiana, la cábala judía o el esoterismo islámico.

[42] cf. W. Szilasi, Introducción a la fenomenología de Husserl, Amorrortu, 1973, p. 45-63.

[43] cf. Heidegger, ¿Qué es Metafísica?, Alpe, Bs.As.,1955; Arte y poesía, F.C.E., 1973; El Ser y el Tiempo, Introducción; Identité et Différence, en Questions I, Gallimard, 1968, sobre la Constitución onto-teológica de la metafísica.

[44] La intuición intelectual es una captación inmediata de la existencia, anterior a todo concepto. Por lo tanto “intelectual” no debe confundirse con “racional”. Volvemos aquí a la distinción antigua entre intelecto y razón: el primero capta directamente de una sola mirada; la segunda conoce discursivamente por pasos sucesivos.

[45] Sobre este tema son notables la ideas de los místicos medievales de la escuela de San Víctor, en el siglo XII. Ver E. De Bruyne, Estudios de estética medieval, Gredos, Madrid, 1959; P. Geltman, Fenomenologia de las formas simbólicas, inédito.

[46] Al faltarle el contexto puede originar distintas interpretaciones o incluso oscurecerse hasta tal punto que quede anulada la posibilidad de toda interpretación. Platón advertía esta limitación de la escritura en el Fedro.

[47] esto explica la falta de vivencialidad de las historias clínicas escritas por los mejores psicoterapeutas; la frialdad de los comentaristas del arte y de las exposiciones teológicas más eruditas.

[48] en algunos casos, especialmente en el plano de la religión, puede haber disputas con respecto a la formulación más adecuada con respecto a determinada vivencia. Este es el sentido legítimo de la ortodoxia. Pero no todas las disputas, a través de la historia, estuvieron libres de otras motivaciones de carácter político o sociocultural.

[49] cf. Heidegger, De camino al habla.

[50] cf. Husserl, Krisis §28; Heidegger, El Ser y el Tiempo, §22-24; Merleau-Ponty, Fenomenología de la percepción.

Ir al índice

Lo Fascinante
Lo Superfluo
Lo Inefable
Curriculum
Tres ensayos filosóficos
Lo Fascinante
Inicio