Credo
in unum Deum, Patrem omnipotentem,
factorem coeli et terrae, visibilium omnium et invisibilium.
Como hemos comentado con anterioridad, nuestro sistema solar se conforma
de una estrella (el Sol), nueve planetas (desde Mercurio a Plutón), decenas de
lunas o satélites, miríadas de asteroides y otros pequeños cuerpos.
Es por todos nosotros conocida la actividad geológica del planeta en el
cual vivimos. Repartidos por la superficie de la Tierra existen centenares de
volcanes, los cuales con diversa periodicidad erupcionan y emiten materiales
del interior del planeta hacia la superficie. Por otro lado, los terremotos nos
demuestran movimientos de distintas capas de la corteza terrestre, con sus
repercusiones violentas en zonas terrestres y marítimas
(maremotos, tsunamis, etcétera)
Hasta hace unas pocas décadas, se especulaba que los otros cuerpos sólidos
del Sistema Solar (los planetas Mercurio, Venus, Marte y Plutón) y las satélites
de mayor tamaño (nuestra propia Luna y las de los grandes planetas Júpiter y
Saturno, sobre todo) carecían de actividad geológica.
Sin embargo, allá por 1979, las sondas no tripuladas Voyager 1 y 2
ingresaron en el sistema de satélites de Júpiter, fundamentalmente con el
estudio de los 4 de mayor tamaño, tan grandes como el planeta Mercurio: se
trata de Calixto, Ganímedes, Europa e Io. Y fue este último el particular
centro de atención.
De acuerdo a las teorías convencionales en danza, estas lunas jovianas se
habrían formado a partir de la «nebulosa solar» al mismo tiempo que Júpiter,
hace unos 4500 millones de años. Si bien ya hemos debatido que la estructura de
Mercurio desafía abiertamente esta posibilidad, la luna Io resulta tanto o más
estremecedora, en todos los sentidos etimológicos de la palabra.
Considerando un sistema solar tan antiguo y siendo sometidos a las bajas temperaturas del espacio sideral (sólo son alcanzados pobremente por la luz del Sol, del que están separados por casi 500 millones de kilómetros), estos pequeños mundos deberían haberse enfriado y, en consecuencia, perdido su actividad geológica a lo largo de los eones. Sin embargo, grande fue la sorpresa de los astrónomos de la NASA al observar volcanes activos en la superficie de Io, fotografiados con lujo de detalles por las citadas Voyager.
Figura 1.- Imagen de la superficie de Io, con detalle de erupción volcánica
De hecho, esta actividad es lo suficientemente intensa como para emitir gran cantidad de material volcánico al espacio circundante y, por otro lado, para remodelar la superficie del satélite, según surge de la comparación entre las imágenes de las citadas sondas Voyager y la más reciente misión Galileo en 1996. A raíz de este proceso, Io es el único cuerpo sólido del sistema solar sin cráteres de impacto, fruto de la citada remodelación.
Figura 2.- La superficie de Io en remodelación (la fotografía de la izquierda corresponde a 1979 y la de la derecha a 1996, por las sondas Vogayer 2 y Galileo, respectivamente)
Es virtualmente imposible que un cuerpo antiguo y glaciar, carente de una
atmósfera que le permita regular su temperatura, presente vulcanismo en la
magnitud en que lo hace Io; paradójicamente, la propia NASA lo reconoce hoy como el
cuerpo geológicamente más activo del Sistema Solar.
Cabe el planteo de al menos tres posibilidades:
è el
Sistema Solar es menos antiguo de lo que pensamos,
y por ese motivo el interior de Io aún se conserva lo suficientemente activo y
caliente como para permitir actividad volcánica;
è la nebulosa solar es una hipótesis incorrecta, y el
Sistema Solar fue creado ex nihilo, en forma completa y de una sola vez
è como explicación alternativa, formulada a
los pocos años del descubrimiento de los volcanes, se ha postulado la fuerza de
gravedad del enorme Júpiter permitiría flujos internos en Io, cuya
consecuencia sería la actividad volcánica («gravitational pumping theory»),
lo cual sin embargo no explica que el mismo fenómeno no ocurra en otras lunas
jupiterianas vecinas de igual tamaño y, en teoría, igual edad (¿otra hipótesis ad
hoc?)
En sinopsis, uno tras otro los cuerpos de nuestro
Sistema Solar derriban las barreras ficticias de una ciencia que no incluye a
Dios Creador. Se hace evidente con Mercurio y con Io, y en la próxima edición
será el turno de exponerlo con nuestra Luna.
Revista Digital Fides et Ratio - Agosto de 2006
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