Credo
in unum Deum, Patrem omnipotentem,
factorem coeli et terrae, visibilium omnium et invisibilium.
A lo largo de distintos artículos,
hemos comentado las particularidades que hacen del Sol una estrella única.
Hemos relatado entre otras cosas que se trata de una estrella rodeada de
planetas, de tamaño intermedio y sin «compañeras», esto es, sin formar parte
de una estrella doble o binaria.
Desde fines del siglo XX se conoce
la existencia de planetas «extrasolares», esto es, de mundos que rodean a
otras estrellas, muchas veces descubiertos en forma casi casual. Uno de estos
planetas extrasolares, tan o más grande que Júpiter, fue hallado orbitando a
un sistema de 2 estrellas en el seno de un cúmulo de estrellas denominado M4.
Así, un eventual habitante de ese planeta vería un cielo iluminado por dos
soles...
Figura 1.- El cúmulo estelar M4
Una de las dos estrellas «hermanas»
es una enana blanca, como Sirio B. Se trata de una estrella de dimensiones
similares a las de la Tierra, enormemente densa, de temperatura algo mayor que
la de nuestro Sol.
La otra es un pulsar. Sin entrar en
tecnicismos, un pulsar es un cuerpo celeste formado casi en su totalidad por
neutrones, y caracterizado por su altísima densidad. Concentra tal cantidad de
materia que un pulsar de menos de 20 kilómetros de diámetro tiene tanta masa
como nuestro Sol. El nombre «pulsar» se debe a que, durante su rotación,
emiten pulsos de radiofrecuencia con una periodicidad exacta y medible con
precisión, lo cual la hace semejante a un faro.
La mayoría de los modelos astrofísicos
actuales suponen que tanto las enanas blancas como los pulsares son fases
finales en la vida de una estrella. De hecho, el primer pulsar descubierto por
los astrónomos se halla en el seno de la Nebulosa del Cangrejo, resultado final
de la explosión de una estrella supernova en el año 1054, cuyos «restos
mortales» han formado el mencionado pulsar.
Figura 2.- La Nebulosa del Cangrejo (contiene un pulsar, fruto de la detonación de una supernova)
Este remoto planeta resulta
llamativo por varios aspectos:
à
como hemos citado en un
artículo previo, es imposible homologar su formación al modelo tradicional
de nacimiento de los sistemas planetarios a partir de una nebulosa
à
de acuerdo a los conocimientos actuales, las estrellas que integran un cúmulo
tienen un bajo contenido en elementos pesados, los que, según los modelos
actuales, son la base para la generación de sistemas planetarios
à
es altamente improbable que un cuerpo sólido haya sobrevivido a la detonación
de una estrella que resultó finalmente en un pulsar, sin haberse desintegrado
en el acto
à
el integrante de mayor diámetro de esta familia de cuerpos celestes es el
propio planeta, si bien ambas estrellas son enormemente más densas que él
Acaso debamos plantearnos que
nuestro sistema solar es absolutamente único, diseñado de forma inteligente
para cobijarnos. O mejor aún, quizás debamos admitir que ante nuestros
vanamente soberbios ojos se encuentra una Creación rica y variada, digna de un
Creador sabio y extraordinariamente creativo...