13 de enero

CONMEMORACIÓN DEL BAUTISMO
DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

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   El episodio del Bautismo de Jesús en las aguas del Jordán por Juan el Bautista, que se celebra hoy, es una segunda epifanía, es decir, una nueva manifestación de la identidad de Jesús. Esta vez una voz del cielo dice sobre él: "Este es mi Hijo amado en quien me complazco".
   Uno de los hechos bien atestiguados de la vida de Jesús es su bautismo en el Jordán por manos de Juan el Bautista. Pero este hecho no deja de tener problemas, como lo perciben los mismos evangelistas: ¿Cómo se explica que el inferior bautice al superior; que Juan bautice a Jesús? Si, no obstante estos problemas, el bautismo de Jesús se conserva en el Evangelio, es porque se trata de un hecho verídico, histórico.
   En el Evangelio de Marcos, que sirve de fuente al de Mateo, es claro que Juan no sabe quién es Jesús. En efecto, Juan proclamaba: "Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias" (Mc 1,7). Si no es digno de desatarle la correa de sus sandalias, menos es digno de bautizarlo. Y, sin embargo, ese mismo Evangelio agrega: "Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán" (Mc 1,9). Juan no hace ningún gesto de reconocimiento. En este Evangelio quien ve abrirse el cielo y al Espíritu venir sobre él en forma de paloma es Jesús y la voz del cielo se dirige sólo a él: "Tú eres mi Hijo amado" (Mc 1,11). Marcos continúa: "Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios" (Mc 1,14). Y aquí es donde llama a sus primeros cuatro discípulos, que también habían sido del séquito de Juan: Simón y Andrés, Santiago y Juan. En esta forma Juan fue el precursor de Jesús.
   En el Evangelio de Mateo el hecho adquiere el carácter de una epifanía, como hemos dicho. Según Mateo, cuando Jesús se presenta para ser bautizado por Juan, éste sabe quién es Jesús y, coherente con su declaración de inferioridad, "trataba de impedírselo diciendo: `Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?`". La apertura del cielo y el Espíritu en forma de paloma parece no ser una visión exclusiva de Jesús y -esto es claro- la voz del cielo manifiesta a Jesús: "Una voz que salía de los cielos decía: `Este es mi Hijo amado, en quien me complazco`".

   Jesús insiste en ser bautizado por Juan diciendole: "Deja ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia". La "justicia de Dios" es el cumplimiento de su promesa de salvación. Para cumplir esa promesa, el Hijo de Dios "se despojó de su condición divina y tomó la condición de siervo" (cf. Fil 2,7). Por eso se redujo a la condición de los que entraban al agua confesando sus pecados. Pero Dios lo exaltó. En efecto, ya no declara: "Este es mi Siervo... en quien me complazco" (Is 42,1), como decía la profecía, sino: "Este es mi Hijo amado en quien me complazco". El bautismo de Jesús es una especie de "sinopsis" de toda su vida: se rebajó hasta la muerte de cruz... pero Dios lo resucitó y exaltó hasta la gloria. Este debe ser el programa de vida de todo cristiano: "Sepultados con él en el bautismo, con él también habéis resucitado por la fe en la acción de Dios que lo resucitó de entre los muertos" (Col 2,12).

   En el Bautismo de Jesús, por primera vez en la historia, Dios se reveló como Trinidad, que es una de las más grandes y más profundas verdades de nuestra fe: Dios es uno en Tres Personas. 

   El término “bautismo” deriva de la palabra griega “baptó”, que significa “sumergir”, y justamente en el bautismo nos sumergimos en la muerte de Cristo y resucitamos con el.

   En la carta de San Pablo a los Hebreos leemos: “Recuerden los primeros tiempos: apenas habían sido iluminados y ya tuvieron que soportar un rudo y doloroso combate”, (Heb. 10:32).

   Ser bautizados es compartir los sufrimientos y la muerte de Cristo, es vivir un doloroso combate. El bautismo en Cristo (al cual la Iglesia de los primeros tiempos llamaba "iluminación") trae el sufrimiento, no la comodidad. Porque el bautismo en Cristo es el bautismo en su muerte. Es por eso que San Pablo les dice a los romanos que seremos "coherederos con Cristo, siempre que suframos con El para que también seamos glorificados con El. (Romanos 8, 17). Y de esta manera, la fe cristiana nos enseña a esperar una "dura lucha con el sufrimiento" y no un paseo por la vida. Pero también nos enseña a esperar que nuestra conformidad con el sufrimiento de Cristo sea nuestro camino a la gloria, la paz y la felicidad que Cristo nos da.

   Si somos bautizados con Cristo, somos bautizados en su muerte. Y la muerte duele, pero esta lucha dolorosa contra el pecado no es tan terrible como podría parecernos. Muy pocos Cristianos hoy en día tienen que soportar el martirio (aunque muchos quedan sorprendidos al saber que el siglo 20, no el 3ro. fue el gran siglo del martirio cristiano). Pero aún en ese siglo tan sangriento, solo una minoría de los miembros de la Iglesia vertieron su sangre. Sin embargo, esto no significa que el martirio es algo que no vamos a enfrentar: sí, lo haremos. La Divina Liturgia es una participación del culto eterno, que es el Cielo. Nuestras oraciones de intercesión son el jardín de infantes en preparación para la grandiosa oración que es la visión beatífica.

SANTORAL DE ENERO

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