MALDITOS, HETERODOXOS Y ALUCINADOS
Antonin Artaud, el más grande entre los malditos del pasado siglo (XXIV)
JAVIER MEMBA
Cuando
Antonin Artaud llegó a París (1920), tenía 24 años y una larga experiencia como
interno en instituciones psiquiátricas. No en vano considerado el más grande de
los malditos del siglo XX -Baudelaire, Rimbaud y Verlaine escriben en el XIX- el
desequilibrio de este poeta dramático es anterior a sus primeras publicaciones.
Cabe por tanto suponer que la inspiración de sus teorías sobre la escena
-herederas de las propuestas de Alfred Jaarry y recogidas con posterioridad por
Jean Genet- están horadadas de una u otra manera por el desequilibrio. Sólo
desde la alienación, desde la lucidez de la alienación, claro está, puede
alumbrarse la revolución que Artaud concibió para el teatro.
Nacido en Marsella el 4 de septiembre de 1896, fue su padre un armador de la
ciudad casado con una mujer de ascendencia griega. Estudiante aún en el colegio
del Sagrado Corazón, el joven Antonin sufrió sus primeros delirios con tan solo
16 primaveras, por aquellos mismos días acababa de descubrir la poesía. Tras
permanecer 6 años recluido, la mejoría que experimenta en 1918 le permite volver
a la calle. Reúne sus primeros versos bajo el título de 'Trictac del ciel'
(1924). A raíz de la publicación entra en contacto con
André Breton, quien acaba de hacer público a su
vez el primer manifiesto surrealista.
Adalid del surrealismo
Ni que decir tiene que Artaud, a quien sus desarreglos han llevado a esa zona
del espíritu a la que apunta Breton, "donde la vida y la muerte, lo real y lo
imaginario, el pasado y el futuro, lo de arriba y lo de abajo, dejan de
percibirse contradictoriamente", se convierte en uno de los adalides de la
Revolución Surrealista. Sin embargo, su ruptura con el grupo (1928) será sonada
y no tardará en producirse. Surrealista aún, ha publicado un volumen de prosas
-'El pesanervios' (1925)- y, ya comenzánddose a distanciar, ha fundado el Teatro
Alfred Jarry.
El absoluto fracaso de sus primeros montajes, le lleva a refugiarse en la
teoría. Postula por cierto "teatro de la crueldad". En líneas generales, éste
puede definirse como aquél que apuesta por impacto violento en el espectador.
Para ello, las acciones, casi siempre violentas, se anteponen a las palabras,
liberando así el subconsciente en contra de la razón y la lógica. Tal vez fueran
sus concepciones del teatro las que llevaron a Artaud a buscar trabajo como
actor de cine. Así será el Marat de "Napoleón", que Abel Gance rueda en 1926; el
hermano Krassien de "La pasión de Juana de Arco", dirigida por Carl Th. Dreyer
en 1928, y el Savonarola de "Lucrecia Borgia" (1935), donde vuelve a colaborar
con Gance. Su actividad cinematográfica, que también le lleva a escribir
guiones, no le impide seguir elaborando sus teorías teatrales. De esta manera,
en alternancia a la publicación de sus novelas -'Le Moine' (1931), 'Heliogábalo'
(1934)- da a la estampa el 'Manifeste du Théâtre de la Cruanté' (1932) y otros
ensayos sobre la misma materia: el reciente descubrimiento del teatro balinés,
ha marcado profundamente sus concepciones de la escena.
Viaje a México
Pero el público sigue sin concederle su favor. Tras el nuevo fracaso que supone
el estreno de 'Los Cenci' en 1935, drama basado en el relato de Stendhal, Artaud
abandona definitivamente el medio. Abominando de la cultura occidental, parte a
México, donde vivirá durante varios meses con los indios tarahumaras, habitantes
de la Sierra Madre y consumidores habituales de peyote y demás hongos
alucinógenos. A buen seguro que la experiencia con estas sustancias, a las que
sin duda se entregó en su etapa mexicana, fue a potenciar su desequilibrios
mentales.
De nuevo en Europa (1937), otra vez con la razón minada, publica 'Los
tarahumaras' y viaja a Irlanda. En Dublín vivirá en la más absoluta pobreza,
pero será durante la travesía de regreso a Francia cuando sus delirios vuelven a
llevarle al manicomio apenas toca tierra. En esta ocasión permanecerá diez años
recluido. Cuando regresa a París, en 1947, es reconocido como el padre de la
nueva escena. Una recopilación de sus ensayos aparecida en 1938 con el título de
'El teatro y su doble' ha hecho que el antiguo alucinado ahora sea un genio.
Convertido ya en el gran visionario del teatro contemporáneo, publica 'Lettres
de Rodez' (1946) y 'Van Gogh, le Suicidé de la Société' (1947). Su obra más
conocida, 'Para acabar con el juicio de Dios' (1948), es póstuma: Antonin Artaud
muere el 4 de marzo de ese mismo año, unos meses antes de su llegada a las
librerías.
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