Antonin Artaud
TERCERA CARTA CONYUGAL
Desde hace cinco días he dejado de vivir a causa de ti, a causa de tus
estúpidas cartas, por tus cartas no de espíritu sino de sexo, por tus cartas
llenas de reacciones de sexo y no de razonamientos conscientes. Estoy harto de
nervios,
harto de razones; en lugar de protegerme, tú me agobias, me agobias por que lo
que dices es errado.
Siempre has errado. Siempre me has juzgado con la sensibilidad más baja
que hay en la mujer. Te empeñas en no admitir ninguna de mis razones. Pero a mí
ya no me quedan razones, ya no tengo nada de qué disculparme, ya no tengo nada
que discutir contigo. Conozco mi vida y eso me alcanza. Y en el instante en que
comienzo a meterme en mi vida, más y más me socavas, causas mi desesperación;
cuantos más motivos te doy para esperar, para que seas paciente, para tolerarme,
más encarnizadamente te empeñas en destrozarme, en hacerme perder los beneficios
logrados, más intolerante eres con mis males.
Del espíritu lo desconoces todo, nada sabes de la enfermedad. Todo lo
juzgas llevada por las apariencias externas. Pero yo conozco mi interior,
¿verdad?, Y cuando te grito no hay nada en mí, nada en mi persona, que no sea
causado por la existencia de un mal anterior a mí mismo, previo a mi voluntad,
nada en ninguna de mis más inmundas reacciones que no provenga exclusivamente de
mi enfermedad y no le fuera imputable, sea cual sea el caso, vuelves a esgrimir
tus razones equivocadas que se fijan en los detalles nimios de mi persona, que
me condenan por lo más mezquino.
Pero cualquier cosa que yo haya podido hacer de mi vida, ¿no es verdad? No
me ha impedido retornar paulatinamente a mi ser e instalarme un poco más cada
día. En ese ser que la enfermedad me había arrebatado y que los reflujos de la
vida me reintegran pedazo a pedazo. Si no supieras a qué me había entregado para
limitar o extirpar los dolores de esa separación intolerable, tolerarías mis
desequilibrios, mis
estruendos, ese desmoronamiento de mi persona física, esas ausencias, esos
achatamientos.
Y en virtud de que supones que se deben al uso de una sustancia, que de sólo
nombrarla oscurece tu razón, me acosas, me amenazas, me arrastras a la locura,
me destrozas con tus manos ira la materia misma de mi cerebro. Sí, me obligas a
obstinarme más conmigo mismo, cada una de tus cartas parte a mi espíritu en dos,
me tira a insensatos callejones sin salida, me destruye con desesperaciones, con
furores. No puedo más, te he gritado suficiente. Deja de razonar con tu sexo,
asimila de una vez la vida, toda la vida, ábrete a la vida, mira las cosas,
mírame, renuncia, y deja al menos que la vida me abandone, se expanda ante mí,
en mí. No me agobies. Basta.
La Cuadrícula es un momento espantoso para la sensibilidad, la materia.
en "L'ombilic des Limbes, Le pèse nerfs" 1926
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