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No hay Religión más elevada que la Verdad

Conferencia pronunciada por la señora Radha Burnier (presidenta de la Sociedad Teosófica Internacional) el 1 de agosto de 1998 en "The Habitat Centre", de Nueva Delhi, como parte de una serie de conferencias sobre "Los Credos para un nuevo Milenio", organizadas por la "Fundación por la Responsabilidad Universal" del Dalai Lama. Extraído de "Sophía". Publicado en su edición de Noviembre de 1998.

¿Cuál es el propósito de nuestra vida? ¿Es simplemente el de comer, dormir, disfrutar, procrear, pelear y morir? De ser así, es algo muy poco humano, porque todas las criaturas inferiores hacen algo parecido. Viven sin pensar y actúan de acuerdo con los dictados de la Naturaleza, pero lo hacen con inocencia, con gracia y con encanto. Los seres humanos que viven ese tipo de vida centrada en lo físico, pero que actúan conscientemente por motivos egoístas y dan una expresión organizada a su crueldad y a su ambición, contaminan la tierra con el mal e introducen un elemento de fealdad en las actuaciones de la Naturaleza. Se dice que el mal existe solamente a nivel de la mente humana, porque es aquí donde se hace conscientemente el mal y donde se practica el egoísmo de forma intencionada.

Desgraciadamente, muy pocas personas reflexionan sobre el propósito de su propia vida y de la vida en general. La mayoría de hombres y mujeres viven de forma mecánica, sin reflexionar nunca y adaptándose considerablemente a los objetivos y a la ética de su entorno, haciendo del placer físico y de la satisfacción egoísta el centro de sus actividades. Las religiones y las escrituras han intentado llamar la atención hacia los propósitos más profundos de la vida, pero de una manera tan confusa que su impacto es vago. Mezclados con sus consejos sobre la vida superior van dogmas, imperativos y tradiciones sobre toda una serie de materias que son irrelevantes para los temas esenciales de la vida religiosa. En cualquier caso, una cosa es recibir consejo sobre estos temas y otra investigar seriamente el significado y el propósito de la vida para uno mismo.

La calidad de la vida de una persona cambia cuando hay un impulso profundo y verdadero por conocer la verdad; por descubrir si todo el significado de la existencia y toda la capacidad del individuo humano consiste en divertirse y en llenarse el cerebro (u hoy en día el ordenador) de información. Durante varios milenios no ha habido un cambio esencial en la sociedad porque la necesidad urgente de investigar el contenido más profundo de la vida no nace de dentro y la gente suele escuchar las enseñanzas religiosas de forma rutinaria. Las condiciones externas han cambiado, pero no la psique de la humanidad con todos sus odios, sus codicias, sus apegos y agresiones. Para que se produzca un cambio, la vida de los sentidos y la búsqueda de diversiones de la mente tiene que acabar realmente y tiene que ser substituida por un anhelo de comprender y de descubrir de primera mano la verdad sobre la vida. El sencillo poema de William Blake, perteneciente a sus Cantos de Inocencia, nos despierta a las cuestiones que toda forma de vida nos plantea:

Ovejita, ¿quién te hizo a ti?
¿Sabes quién te hizo a ti?
Te dio la vida y te nutrió
junto al río y en la pradera
te arrojó con deleite
con ropas suaves, de lana y de luz
te dio una voz tan dulce
Con la que alegrar a los valles
Ovejita, ¿quién te hizo a ti?
¿Sabes quién te hizo a ti?


También, al escribir sobre el feroz tigre, Blake preguntó, "¿Te hizo a ti el mismo que hizo a la oveja?" (Cantos de Experiencia).

La naturaleza obra milagros de incontables maneras cada minuto. Cada criatura, grande o pequeña, recibe cuanto necesita, lana para abrigarse o seda para construir un nido. Es fácil despreciar las miles de maravillas del cuerpo y de la mente atribuyéndolo todo a los genes. Pero, ¿cómo llegaron los genes a ser tan inteligentes? ¿Existe una inteligencia universal, un amor supremo en funcionamiento, que moldea y mueve todas las cosas hacia un objetivo más grande?

Dado que la mente humana es capaz de hacer estas preguntas, tiene que dedicarse también en serio a responderlas. Deberíamos sentirnos impulsados desde dentro a explorar por qué las ideas de la justicia, de la belleza y de la verdad han tenido tanta importancia en la conciencia y en la cultura humanas, aún cuando no tienen nada que ver en la lucha por la supervivencia que, según dicen, caracteriza el proceso de la evolución. A través de los siglos, los hombres y las mujeres han sufrido torturas y han entregado su vida por la verdad. ¿Por qué aquellos pocos que son incansables en su defensa de la verdad, que han hollado el sendero de la perfección o han proporcionado oleadas de una belleza transcendental a este mundo, son honrados por encima del resto de la humanidad incluso por quienes persiguen egoístamente sus propios fines? Seguramente, porque a pesar de las presiones a las que ellos mismos sucumben, la gente se da cuenta, a través de la vida de las almas puras y nobles, de que la verdad tiene un poder transformador. "Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres", dijo Jesús. (Juan 8:32)

Satyât nâsti paro Dharma "No hay religión más elevada que la verdad" era el antiguo lema de la familia real de Kasi, o Benarés, escogido también como el lema de la Sociedad Teosófica por sus fundadores. Sugiere que el progreso genuino está relacionado con la búsqueda de la verdad. La búsqueda de fines menores, especialmente de la riqueza y del placer, artha y kama, aunque comprensibles e incluso aceptables cuando están contenidos dentro de unos límites razonables por un sentido de responsabilidad social o dharma, acaban en la degeneración del mundo, que es lo que estamos contemplando. Sólo descubriendo el significado más profundo de la vida y el propósito cósmico que subyace en el mundo manifestado, puede la naturaleza humana elevarse hasta la dignidad para la que está destinada.

¿Qué es la verdad? La mayoría de la gente cree que la verdad es tan abstracta y remota que no puede ser una ambición seria de la persona normal y corriente. En su opinión, el tema debería dejarse a filósofos y especialistas. Como escribió Francis Bacon, "¿Qué es la verdad? dijo bromeando Pilatos; y no esperó la respuesta." (Ensayo sobre la Verdad). Eso es lo que le gusta hacer a la gente, evitar contestar a la pregunta. Pero aprender a responderla tiene una importancia muy grande para la humanidad, y está íntimamente relacionado con la forma de tratar sabiamente los problemas y los asuntos cotidianos. La metáfora clásica de la serpiente y la cuerda nos enseña que el pensamiento y la acción cambian completamente según lo que ve una persona. Damos por sentado que sabemos y vemos, y por eso no investigamos si conocemos o vemos lo que realmente existe. Incluso la forma, la estructura y la substancia material de los objetos próximos a nosotros, no son lo que creemos que son, porque nuestros sentidos tienen serias limitaciones. Pero somos muy rápidos para emitir juicios y para imaginar que conocemos la verdad sobre los objetos. La enfermedad de la certeza aflige a nuestra mente y pronto se convierte en el dogmatismo, el fanatismo y la intolerancia.

El dogmatismo y el autoritarismo de las iglesias y de los sacerdotes empezaron a derrumbarse con el desarrollo de la ciencia, cuyo objetivo es la verdad. El avance científico depende de no aferrarse a ninguna autoridad final como Newton, Einstein, o cualquier otra, y de no adoptar dogmáticamente ninguna postura. El planteamiento científico se basa en la observación sin prejuicios, en los tests repetidos y en la experimentación, en el pensamiento objetivo (no personal) y en la disposición para volver a examinar cada teoría bajo la luz de los nuevos datos y observaciones. Este planteamiento es valiosísimo para el progreso, no simplemente en el campo material sino para la investigación de la verdad a cualquier nivel.

Desgraciadamente, los científicos, como comunidad, no se han atrevido a explorar de una manera científica nada que estuviera fuera de su área restringida de investigación. La existencia de campos, fuerzas y fenómenos no materiales es un hecho, pero ellos más bien prefieren seguir a Pilatos y negarse a examinar estas cosas de una manera imparcial, por temor a que se les desmorone la estructura materialista. Esta apostasía en la búsqueda de la verdad, el rechazo dogmático o fanático de dimensiones de la existencia, que los científicos no conocen o no quieren conocer, ha tenido como resultado la curación de la enfermedad (al menos hasta cierto punto) pero la muerte del paciente, siendo la enfermedad el dogmatismo de los sacerdotes y las iglesias y el paciente el impulso y el espíritu religioso.

La educación científica ha estado enseñando desprecio por los aspectos más profundos y más sutiles de la existencia, desprecio por la vida, por sus valores, por su objetivo y su significado, a favor de los dioses del progreso, específicamente del éxito, del dinero y de los placeres. El mundo, lamentablemente materialista, orientado hacia el placer y el consumismo de hoy en día, es la descendencia bastarda de la creencia de que no existe nada fuera de lo que sea cuantificable y cognoscible a través de la metodología de la ciencia. La negación del significado, del propósito y del valor inherente, ha generado unas actitudes de insensibilidad y de crueldad hacia los seres humanos y hacia millones de animales, sin precedentes. Graves peligros ecológicos amenazan a la tierra y a sus habitantes porque el hedonismo es ahora casi universalmente la filosofía preferida. El hedonismo siempre ha existido. Sin embargo, la capacidad productiva del mundo moderno es enorme y el amor por el placer y las posesiones se ha intensificado; y resistirse a las tentaciones del mercado y de los centros de diversión es algo demasiado difícil para la mayor parte de la gente. La competitividad y el estrés implicados en la búsqueda de este estilo de vida tan orientado hacia el placer y tan egocéntrico, estallan constantemente en actos de frustración y de violencia. La ciencia ha abierto una caja de Pandora y lo que llamamos progreso está destrozando lo que quedaba de la vida civilizada.

Charles Birch, ganador del prestigioso Premio Templeton, otorgado a los científicos que promueven la comprensión religiosa, dice en su libro Sobre el Propósito (New South Wales University Press, 1990): "El concepto del 'hombre económico' trata a los seres humanos como objetos, no como sujetos. Es una visión substancial de los humanos. Su valor es el valor que tienen para el Producto Nacional Bruto. Su valor es su servicio. Si ese servicio puede rendirse con una máquina, entonces su valor desaparece." De pasada, Birch también cita al filósofo Whitehead, que dijo, "los científicos, animados por el propósito de demostrar que no tienen ningún propósito, constituyen un tema interesante de estudio." La falta de preocupación y de compasión por los seres humanos, inevitablemente, se extiende de una forma más cruel a otras criaturas vivas, y todos son tratados como objetos que carecen de ningún derecho a vivir y a ser felices. Lo que llamamos actitud moderna ha reducido la dignidad de toda vida y, fomentando el consumismo y la ambición, ha exacerbado los grandes problemas de la guerra, de los desechos, de la destrucción ambiental, de la crueldad y de la ambición.

Afortunadamente, hay una minoría de pensadores y científicos no convencionales que defienden lo que se considera como la actitud postmoderna, que fomenta un sentido de responsabilidad y de respeto por la vida y por la exploración del significado y del propósito de las manifestaciones de la Naturaleza. El físico Paul Davies afirma: "Lo grande y lo pequeño, lo global y lo local, lo cósmico y lo atómico, se apoyan mutuamente y son aspectos inseparables de la realidad. No se puede tener uno sin el otro. La vieja y bonita idea reduccionista de un universo que sea simplemente la suma de sus partes está completamente desacreditada por la nueva física. Existe una unidad en el universo y esta unidad llega a un nivel mucho más profundo que la simple expresión de la uniformidad." (Citado por Birch en "Sobre el propósito"., p. 69).

La Unidad de la Vida, la verdad de la Globalidad, es una enseñanza esencial, la esencia de todas las religiones. El Chandogya Upanishad (III, 14. 1) declara: "Todo esto (el mundo manifestado) es el Uno Eterno; de Aquello todo se funde, y por Aquello todo se mantiene." Sri Krishna, que no es un dios hindú sino la Vida Universal, en el Bhagavadgita declara: "Yo soy la vida de todos los seres." Esta inmanencia y omnipresencia de la energía divina Una a través del universo, es un tema que puede rastrearse a través de todas las digresiones de cada tradición religiosa. Todas enseñan que el Amor puro no exige nada a cambio, que no tiene favoritos, es la verdad viva de la unidad: "El amor es el cumplimiento de la Ley", citando a San Pablo (Romanos 13:10).

Pero, como he dicho antes, oír palabras que expresan la verdad no es lo mismo que realizar esa verdad. Las palabras no son más que mapas; y del mismo modo que los mapas no pueden darnos la experiencia del territorio, las palabras tampoco pueden convertirse en sustitutos del conocimiento directo que es la verdad. Por desgracia, la sustitución continúa siempre; las palabras hechizan tanto a la mente que ésta cae en la ilusión de que conoce la verdad o el hecho. Krishnamurti habló muchas veces de que la palabra no es la cosa: la palabra 'árbol' no es el árbol. En La Libertad Primera y Última, en el párrafo: La Verdad y la Mentira, dijo: "Cuando oís las palabras "Ama a tu prójimo", ¿es eso una verdad para vosotros? Es una verdad solamente cuando amáis a vuestro prójimo; y ese amor no puede repetirse, sólo puede repetirse la palabra. Pero a la mayoría de nosotros ya nos va bien, y nos contentamos con repetir 'ama a tu prójimo' o 'no seas ambicioso'. Así, la verdad de otro, o una verdadera experiencia que habéis tenido, no se convierte en una realidad. Al contrario, la repetición impide la realidad." Esto implica que la verdad no puede transmitirse de uno a otro. Ningún gurú puede actuar como intermediario. Igual que la medicina no la puede tragar otra persona, ni siquiera un padre amante cuando su hijo cae enfermo, es también una locura creer que la sabiduría de un gurú nos va a curar de nuestra ceguera espiritual. No existe alternativa para la experiencia directa de la verdad de cada persona. Si no se conoce internamente, no es la verdad, sólo es una sombra engañosa.

La verdad es la riqueza oculta dentro del corazón de toda existencia. Es el elemento invisible divino que ilumina nuestra conciencia cuando se halla en las condiciones precisas, con la luz de la belleza, del significado y de lo sagrado. El camino hacia ella está obstruído por una masa de desperdicios en forma de pasiones, de prejuicios y de una imagen intrusiva de nosotros mismos. El Vivekachudamani de Shankaracharya (verso 67) dice que un tesoro oculto no puede descubrirse simplemente con decir "sal fuera"; se averigua su localización a partir de fuentes de confianza y después empieza el trabajo de ir quitando la tierra y las piedras y de ir excavando para sacarlo. Igualmente, la verdad se descubre cuando se libera la conciencia de todas las obstrucciones de la percepción. Sin embargo, las religiones establecidas raramente fomentan esta limpieza, porque esto implicaría el cuestionamiento y la reflexión, y más bien incitan a los seguidores a creer ciegamente en lo que se declara oficialmente como la verdad. Esto confiere el máximo poder a los clérigos y a las autoridades religiosas sobre la mente de la gente. Su rebaño está obligado a sentir que no puede conocer la verdad sin los intermediarios, que tiene que confiar en esos mediadores para la seguridad de su paso futuro a los otros mundos. Como el pensamiento y la investigación independientes sobre la verdad son un peligro para la estructura del poder eclesiástico, la dependencia, la obediencia y la conformidad son lo que exigen las religiones organizadas y lo que suelen reforzar.

Tanto la religión como la ciencia se quedan cortas, pues, en su defensa de la verdad. Caen en su papel de fomentar la búsqueda de la verdad porque daría al traste con todo lo que tiene que ver con el propio interés. Madame Blavatsky comparaba a los dos con los dragones de la antigüedad "uno devorando al intelecto, y el otro el alma de los hombres". Después añadió "sin embargo, pueden reconciliarse con la condición de que limpien los dos sus casas, uno de la basura humana de los siglos, y el otro de la horrible excrecencia del materialismo moderno".

Y volvamos ahora a la concepción errónea de que la verdad es algo remoto o abstracto. Sólo ocurre así en nuestra imaginación. Para acceder a la verdad no hay más que empezar donde uno está, sin imaginar que tendremos que aterrizar como un astronauta en alguna región galáctica donde esté entronizada la verdad. La sabiduría puede consistir en empezar con una investigación de las verdades más cercanas a nosotros, por ejemplo, de la verdad de las relaciones, que es uno de los problemas más graves que tiene la sociedad humana. Debido a nuestra incapacidad de comprender las relaciones vivimos con guerras terribles, con la crueldad, las supersticiones, la desigualdad y la injusticia, la pobreza y los fraudes. A nivel personal hay malos entendidos, temores, soledad y otras penas. La modificación de las condiciones externas mediante la aplicación de parches o mediante revoluciones políticas y económicas, nuevas teorías etc., no ha producido nunca ningún resultado excepto un cambio superficial y temporal. ¿Dónde se halla la solución? ¿Cómo se puede aprender lo que es la relación correcta, una relación que aporte el orden de forma espontánea a la sociedad, junto con la libertad necesaria para que los individuos crezcan moralmente y espiritualmente, con una relación de cooperación, de amistad y confianza mutua?

Para descubrir la verdad sobre la religión o sobre cualquier otra cosa, hay que dejar de lado los prejuicios y las preferencias personales. Este es el planteamiento científico, tan valioso en este punto como lo es al investigar los hechos y fenómenos materiales. Estamos condicionados para verlo todo desde un centro personal, desde el punto de vista de mi nación, raza, religión, casta o clase. La humanidad ha sido descrita como un enorme cuerpo cuyos miembros se hallan en guerra entre sí. Involuntariamente, nos encontramos formando parte de una raza particular, de un país, de una clase o de un sexo; incluso la religión es básicamente heredada, en vez de ser examinada inteligentemente. De aquí que, de generación en generación, los prejuicios basados en etiquetas como la de hindú, cristiano, musulmán, alto, bajo, etc., lleven a conflictos y a otros graves problemas. Sólo una mente inquisitiva puede liberarse de estos límites de la mente personal y percibir que el progreso humano es esencialmente un crecimiento en la realización de los valores que armonizan y unifican. Ser verdaderamente religioso significa aprender a ser uno con todas las cosas vivas, y a representar valores como la amabilidad y la compasión, la carencia de orgullo y de vanidad. "La humanidad y la cortesía son actos de piedad" (Sayings of Muhammad, Dr. Suhrwardy, 1905, p. 4). Cuando las creencias, los rituales y las prácticas que dividen a la gente dejen de identificarse con la religiosidad y se dejen de lado, la paz será una realidad más grande.

La investigación objetiva de la naturaleza de la relación también nos hace darnos cuenta de que la mente tiene una fuerte tendencia a evadir las responsabilidades. La mayoría de nosotros señalan los defectos de otras personas cuando una relación no funciona. Nos gusta imaginar que la causa de la desarmonía está fuera, en el modo de actuar de otras personas o en las circunstancias externas. Cuentan la historia de una persona que viajaba bajo un sol de justicia por una montaña rocosa intentando cubrir las rocas antes de dar cada paso para evitar el ardiente calor hasta que alguien le indicó que sería mucho más sencillo cubrir sus propios pies en vez de las rocas. La observación imparcial significa estudiarse a uno mismo con detenimiento para ver cómo el funcionamiento de la mente, su orgullo, su amor por la posesión y el poder, su insensibilidad, son como una gangrena que emponzoña las relaciones. Cuando la mente se libera de estos desórdenes internos, aparece la armonía. Todo el mundo cambiaría si la gente se diera cuenta de lo importante que es descubrir la verdad sobre el yo.

En la naturaleza existe una asombrosa diversidad de formas. Esta diversidad es enriquecimiento. ¿Le gustaría a alguien ver solamente árboles de mangos en la superficie de la tierra o solamente un tipo de pájaro o de animal? Sin embargo, reaccionamos como si las diferencias de opinión, de carácter o de aspecto en otras personas fueran un pecado y esperamos una conformidad con los esquemas de nuestra propia mente. La falta de apertura y de sensibilidad ante lo que existe, las resistencias que vamos construyendo, no nos dejan ver la belleza ni el misterio de la vida, que no sólo los místicos, los poetas y los artistas han experimentado en sus momentos de percepción intensificada, sino también los científicos, cuando su único objetivo era el de encontrar la verdad. Heisenberg escribió en una carta: "Todo el campo de las interrelaciones en la teoría atómica queda abierto repentinamente y claramente ante mis ojos... Ni siquiera Platón podría haber creído que fuera algo tan maravilloso. Porque estas interrelaciones no pueden ser inventadas; han estado aquí desde la creación". (Citado por S. Chandrasekhar, Truth and Beauty, Penguin, 1991 p. 22). En cierta ocasión le dijo a su mujer con una sonrisa "Tuve la suerte de poder mirar por encima del hombro del buen Señor mientras estaba trabajando" y eso le proporcionó un profundo placer.

Todo el universo es orden y gozo, significado y propósito. Tal vez no sepamos qué divinidad ni qué maravillas nos estamos perdiendo cuando nos encerramos en nuestras propias opiniones, gustos y disgustos, en vez de mantener la mente abierta a la verdad que está esperando para revelarse en todas partes, tanto en la más diminuta partícula como en el Todo. Voy a concluir con dos líneas de Edmund Holmes (tomadas del Oxford Book of English Mystical Verse):

"Respiro el aliento de la mañana. Soy uno con el Alma-Mundo. Ya no vivo mi propia vida, sino la vida de Todo lo que vive."


Radha Burnier


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