Nacionalismo amable
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Reflexiones entorno a la situación actual de Euskal Herria y al nacionalismo de EA

Antxon Urra y Arturo Goldarazena

Cuando un País como el nuestro presenta una realidad política e institucional tan poco homogénea, la construcción nacional ha de ser impulsada sin aumentar las fracturas sociales. La pervivencia de éstas son la mejor garantía de los Estados frente a los Pueblos con vocación nacional, y el caldo de cultivo de la violencia y las opciones dogmáticas.

A diferencia del modelo "frentista o de bloques" de construcción nacional, la tendencia a la integración social como sistema de construcción nacional es uno de los referentes decisivos de la tradición democrática que forma parte de nuestra identidad como partido. Y se ha ido abriendo paso a través del reconocimiento de la libertad como diversidad y participación política y, también, de las luchas por la materialización del principio de igualdad de oportunidades.

Hay quién, sin embargo, cree que el desarrollo y la profundización democrática dependen de la exclusión de "enemigos", de la multiplicación de antagonosmos y puntos de fractura social y de la existencia de relaciones de poder entre bloques. Este es el peligro de las estrategias que buscan procurar la hegemonía para sí y la subordinación para las demás.

El momento político viene caracterizado por una política de bloques, por el frentismo. Y los intentos de superar esta confrontación siguen encontrando todavía su escollo principal en las inercias tanto del inmovilismo españolista como del dogmatismo rupturista en la imposición del tutelaje de la fuerza sobre la sociedad civil vasca. Un españolismo que atiza las brasas sociales y políticas del conflicto porque se encuentra cómodo en él y un dogmatismo rupturista que sigue apostando por la violencia a pequeña escala y que quiere mantener, a toda costa, una posición de hegemonía en el proceso político.

Estas inercias, inmovilismo y dogmatismo, han provocado un rearme de las posiciones extremas, cuyas coartadas son socializadas con grandes alardes por los medios de comunicación. Se pretende eliminar el espacio del medio, el de los que buscan el diálogo entre diferentes, y que corresponde a los sectores políticos más integradores...., y en definitiva el triunfo de la sociedad civil. Esto provoca una tremenda confusión social. La opinión pública percibe una dinámica política muy tensionada, envuelta en una espiral de confrontación dialéctica sin solución. De optar por el inmovilismo de la continuación del conflicto, el riesgo es prorrogar el sufrimiento inútil para todos. De optar por el dogmatismo hacia estrategias que buscan la hegemonía, estaríamos viviendo el serio riesgo de que en los sectores sociales más sensibles se viva con la amenaza del aislamiento, la marginación o la segregación. La opción por una política integradora podría romper con el círculo vicioso.

Euskal Herria no es un páis homogéneo desde un punto de vista electoral y territorial. Tras las últimas elecciones en Hegoalde, se ha confirmado una tendencia de voto por territorios que define una mayoría nacionalista neta para Gipuzkoa y Bizkaia y una mayoría españolista más clara en Nafarroa que en Araba. Este hecho pone de manifiesto la necesidad de que EA descarte toda pretensión de llevar a la práctica o de dar cobertura a estrategias hegemonistas que, además de servir de coartada perfecta para que el nacionalismo o el más inocente vasquismo sea marginado de la esfera pública allá donde es minoría, colaborarían en el progresivo alejamiento de los vascos de los distintos territorios, en función de la mayoría imperante en cada uno de ellos.

En cualquier caso, y pro encima del cálculo especulativo de coyuntura, nuestra política debe responder a un criterio sustantivo de integración, porque forma parte de nuestro ideario fundacional. Debemos ser generosos allá donde pertenecemos a la mayoría abertzale, para tener fuerza moral para exigir respeto e integración a los nacionalistas españoles y franceses en aquellos territorios de Euskal Herria donde se nos aplasta como minoría.

Hoy, la esperanza más auténtica que el proceso de paz ha estimulado en la sociedad vasca se asocia con tres valores que debemos, sin duda, adoptar como guías de nuestra actividad política:

        1.- El respeto a la voluntad, como ejercicio permanente de libertad cívica, que manifiesten los vascos en sus ámbitos propios de decisión.

        2.- El respeto a la pluralidad y la diferencia como reconocimiento de que no existe una única respuesta correcta a los problemas sociales y políticos.

        3.- El impulso del diálogo como medio de encauzar la pluralidad política y de identidades a través de la creación de un contexto de confianza mutua y de cooperación.

Estas son las ideas componentes de la política de integración social y popular que necesitamos. El ejercicio de la libertad cívica no es incompatible con el diálogo y la solidaridad. Al contrario, es con la ayuda de éstas cuando la libertad alcanza su plenitud. Por ello, es doblemente necesario dar la importancia debida a la restauración y restablecimiento de las relaciones. Una política de este estilo favorecerá activamente la extensión de une estado de confianza que, a cierto plazo, podrá traer consigo la contracción de compromiso y obligaciones recíprocas.

El frentismo político, además de fomentar un antagonismo peligroso en el ámbito de lo político, puede arrastrar a una confrontación social y de valores y de identidades, El propio frentismo, probablemente, buscará perpetuar esta confrontación mediante la respuesta que propondrá a la misma: imposición o aislamiento. Todo lo contrario a lo que pretende una política de integración.

El rasgo más general de la conformación y progresión de las identidades, individuales o colectivas, es su carácter dialógico. No podemos establecer, a capricho, que marginamos el diálogo o que prohibimos toda relación con aquellos de nuestros vecinos que se sienten españoles o más españoles que vascos. No se puede modificar el curso natural de las cosas sin acarrear graves riesgos e incertidumbre para la propia existencia de las mismas. Una identidad como la nuestra -tanto en su vertiente cultural como política- sólo puede sobrevivir y perfeccionarse en el diálogo y el intercambio con las que le rodean y con las que convive. Corremos el peligro en el terreno cultural de una quiebra en la que lo euskaldun sólo sea defendido por los abertzales, y lo romanzado sólo sea defendido por los nacionalistas españoles y franceses que buscan la tutela de su propio Estado. Es la puerta abierta a las dos comunidades enfrentadas dentro de la sociedad vasca,....., y la victoria del inmovilismo tutelar de los estados y el dogmatismo del que recurre a la violencia por frustración.

Así pues, debemos mover a nuestra gente hacia políticas social y políticamente incluyentes. Hemos de multiplicar las opciones de acción en común y así, además, neutralizaremos las resistencias y la intolerancia de quienes -por interés propio o ignorancia inducida- no nos reconocen o nos excluyen como identidad y como proyecto. Sólo una política integradora, que apuesta por el diálogo constructivo entre personas, grupos y partidos políticos y la restauración de las relaciones entre la pluralidad de identidades que se reconocen en el país, podrá crear las condiciones sociales y políticas, la confianza y el contexto necesarios para retomar y progresar en la construcción de la nación vasca.

El Nacionalismo Integrador no renuncia a ninguno de sus presupuestos ideológicos como abertzales, pero han de ser el gradualismo y la persuasión los instrumentos que hemos de utilizar para proyectar una construcción nacional en la que puedan coexistir sin temor con nuestra vocación nacionalista las otras sensibilidades nacionales que se dan en el País.

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