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Rusia entre dos aguas | ||||||||||||||||||||||||||||
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La reciente visita de Vladimir Putin a España ha puesto de manifiesto por enésima vez la dicotomía de la visión occidental con respecto a Rusia. Por una parte, se le exige un desarrollo institucional propio de una democracia avanzada y se le desprecia íntimamente por no cumplir con las expectativas. Como heredera directa de la Unión Soviética parece tener la obligación de cumplir con el papel de role model para los países comunistas. Por otra, su arsenal nuclear le otorga posibilidades de negociación en la arena internacional muy por encima de su potencial económico, lo cual anula las herramientas diplomáticas para paliar las graves y evidentes deficiencias institucionales. La consecuencia es que la política occidental hacia Rusia varía entre el patetismo y la desesperación, una repetición de la real politik de la Guerra Fría que parecía haber abandonado la centralidad de las relaciones internacionales. Por cualquiera de los parámetros imaginables Rusia es un país subdesarrollado: baja renta per cápita, poderosas oligarquías (el 10% más rico tiene 25 veces más renta que el 10% más pobre y dos tres de la población viven por debajo del umbral de la pobreza), bajo desarrollo de los instrumentos financieros (el 40% de la economía se basa en el trueque), inexistencia del estado de derecho, nulo respeto por los derechos humanos, corrupción ilimitada, inmensa desigualdad en el acceso a la justicia, paramilitarización efectiva de la vida civil, libertad de expresión secuestrada... Nada nuevo bajo el sol, son los parámetros habituales en el Tercer Mundo. Pero Rusia también es un país democrático en términos formales y Putin tiene la legitimidad que de ello se deriva. Cierto que la democracia no va más allá de unas bajas cotas de participación electoral y que la sociedad civil está en estado letárgico desde la primera guerra en Chechenia. Pero no son éstas circunstancias diferentes a las existentes en la mayor parte del planeta. Incluso las tendencias antiliberales (en términos políticos) del nuevo gobierno y la creciente presencia de conservadores en el aparato político-industrial son moneda común. Paso por paso, el caso de Rusia no se diferencia del de Perú. Sin embargo, mientras Alberto Fujimori es una paria de la política internacional, Vladimir Putin se ha reunido en menos de una semana con Bill Clinton y el rey de España. Es que Fujimori no tiene botón nuclear... Su arsenal atómico, mucho más que su historia como antigua superportencia, impide tratarla por los parámetros clásicos de relaciones entre el centro y la periferia que moldean el marco económico y diplomático del mundo. Durante años la visión occidental se obcecó en pensar que la prolija presencia de las mafias era una situación coyuntual propia de una economía capitalista primitiva que se solucionaría con el tiempo y que el ámbito político se mantenía a salvo de estas perversiones en tanto en cuanto se mantuviese a los comunistas (que perseveraban en su error) alejados de los centros de poder. La lógica política dictaba entonces la inserción de fondos multimillonarios para conseguir dos objetivos al mismo tiempo: estabilizar la economía erosionando el poder financiero de las mafias y preponderar una elite política que garantizase el control del arsenal nuclear. La revelación de las altas conexiones político-mafiosas (ignoradas durante años: Víktor Cherdomirdin, nuestro hombre en Rusia, nuestro caballo blanco, posee un patrimonio cercano al billón de pesetas) han hecho tambalear los fundamentos de esta política occidental. En su lugar ha aparecido la nada más absoluta, una mezcla de miedo y asombro que paraliza cualquier actuación. |
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