Si yo viviera en Silicia... pero esto es México
Cuenta Fernando Escalante Gonzalbo en una crítica satírica del sistema político titulada El Principito o Al político del porvenir "que la mafia no es, como suelen pensarlo algunos jueces y periodistas, una asociación para delinquir, sino un modo de vida fincado en el aprecio de la amistad y la familia. Cualquier capo sabe, y debería saber cualquier político, que mafioso es quien ayuda a sus amigos, protege a su familia, hace honor a su palabra, cumple con sus compromisos, ampara los negocios de provecho, y procura el orden y la tranquilidad de sus allegados y clientes." Salvo hacer honor a su palabra y cumplir con sus compromisos, que nunca han sido estandartes de la mafia pese a su presencia en la lista, los dirigentes priístas cumple con todos los modos y maneras de un buen jefe mafioso. Sin embargo, la mafia es mucho más de la violencia que presentan con profusión los medios de comunicación y la ficción: es un sistema clientelar de prácticas políticas y los símbolos rituales serviles a intereses subterráneos que el PRI ha hecho suyos a la manera más eficiente posible durante siete largas décadas.
* * *
Las yakuzas japonesas, que van arrancando dedos a sus miembros según vayan fallando en las órdenes encomendadas y que tienen una gran parte de culpa en el terremoto financiero que afecta actualmente al mundo bajo el nombre de efecto dragón, y las triadas chinas, que crecieron a la sombra del enemigo político del comunismo chino, Chan-Kai Cheng y su Kuomintang, producen películas y comics en los que se glorifican las sabidurías y actuaciones de sus protegidos. En Hong Kong llegó a producirse una huelga de actores contra las triadas, pero no por su participación en la industria cinematográfica sino, paradójicamente, por su nepotismo. Grabaciones antiguas demuestran que los mafiosos estadounidenses se tomaron un gran interés en la película El Padrino incluso cuando tan sólo era un mero proyecto sin recursos. El orden no escrito de una de las reuniones de capos versó en su totalidad sobre la misma y su financiación: el favorito de todos ellos para asumir el papel de mafioso en la película, el propio rol de los presentes, era Paul Newman. No quedaron, sin embargo, decepcionados con los trabajos de Al Pacino y Marlon Brando. La película fue todo un éxito entre los miembros de la mafia y las yakuzas. A finales de los setenta un jefe mafioso alquiló una villa a una aristocrática familia siciliana para celebrar el banquete con motivo de la boda su hija. La música que sonaba a todo volumen por los altavoces último modelo durante la celebración era... la banda sonora original de El Padrino.
En México la mafia tiene su propia película: el Partido Revolucionario Institucional. Pero la suya es una película de terror. Y supera con mucho los estrechos límites coloristas de las pantallas grandes.
* * *
Nunca ha existido ni existió en la realidad tal organización altamente jerarquizada y monolítica con un rígido sistema de premios y coacciones llamada mafia sino en la mente de Mario Puzo y en la copia cinematográfica de Francis Ford Coppola. Era atractiva para el público, sin más. De hecho la propia mafia utilizó la fama de inquebrantable e indesafiable organización que se muestra en la película para su propio beneficio. ¿Quién que la hubiese visto podría negarse a la extorsión y el crimen?
Gran parte del capital político que durante setenta años ha gozado y explotado el Partido Revolucionario Institucional viene, como en el caso de la mafia, de su fama de inquebrantable, de indestructible, de infranqueable. No obstante, cuando se rasca un poco en su estructura o, como está ocurriendo actualmente, los errores de sus dirigentes hacen que quede al descubierto hasta su ropa interior se observa como la unión que se formaba al interior del partido era todo menos estable. Nunca existió el PRI como tal organización jerarquizada y bien vertebrada sino como brazo ejecutor de intereses diversos económicos y políticos aunque nunca contrapuestos, como mera etiqueta de un sistema político autoritario, clientelista y con vanas pretensiones de eternidad. Los juegos de poder se desarrollaban en otros ámbitos, en otros platós, en otros escenarios y el PRI era tan sólo el encargado de trasmitir las decisiones ya tomadas por la elite corporativa al resto de la sociedad mexicana ajena a pleitos complejos más allá de alcanzar el cotidiano plato de frijoles.
Y es en este punto donde el PRI en la actualidad ha dejado de ser eficiente al sistema económico de repartos de poder intraelites: en el de servir de correa de transmisión entre las decisiones tomados por un grupo de poder bien delimitado, que no compacto, y su legitimación frente al resto de la sociedad nacional y frente a los organismos internacionales pertinentes, sobre todo frente al gobierno estadounidense, fuente de gran parte de sus rentas.
* * *
Lorenzo Meyer señala que México ha contribuido en muy escasa medida a la teoría política en general, lo cual no debería sorprender dada la preparación de las élites académicas de las ciencias sociales, casi siempre dispuestas a mostrarse sumisas al poder y a 'vender' en el peor sentido de la palabra su discurso al poder del dinero y las prebendas, en ocasiones bajo una aparente etiqueta inofensiva de radicalismo, que no es sino de salón. La política mexicana, y el PRI como su metáfora, aparece a los ojos del extraño como un ente a la vez arcaico y arcano. Sin embargo, ha dado al mundo una terminología de largo muy superior a la de cualquier otro estado: mordida, tapado, dedazo, palanca, pez gordo, intocable o madrinas entre un largo etcétera de vocablos y dispendios. La realidad que aplica al sistema político mexicano tampoco es manca: caciquismo, caudillismo, autoritarismo, patrimonialismo y clientelismo entre otros varios 'ismos' de los cuales sentirse menos orgulloso que del de Tehuantepec. Todas ellas, palabras y formas de acción política, las generó, como no podía ser de otro modo, el principal y único actor público de la vida política de las siete últimas décadas: el PRI.
Si el clientelismo es prototípico de la política mexicana y el PRI su muñidor, es pertinente indicar que las relaciones de clientelismo como patrón de comportamiento político sólo pueden producirse en contextos en los que la reciprocidad y la desigualdad en estatus y recursos produce una relación de intercambio asimétrica. Las tremendas desigualades de México no sólo fueron consecuencia de una determinada política, estaban en la base del sistema político, que las necesitaba para perpetuarse en el poder. Porque el clientelismo es como la lotería del cuento de Borges, unas veces toca y otras no. Para que funcione eficazmente hay que seguir alimentando, por una parte, las esperanzas de la población en que la próxima vuelta puede ser la acertada y, por otra, los premios de la rifa. Así ha ocurrido en Sicilia desde el siglo XIX y así ha venido sucediendo en México durante todo el presente siglo. En ambos casos la canalización de recursos públicos hacia manos privadas ha sido la característica central de la estrategia clientelista de intervencionismo estatal que generó confianza en la población mientras el dinero fluyó con una cierta continuidad. La existencia de conflictos políticos, como los disturbios de los setenta en Calabria y cualquiera de los conocidos en el México posrevolucionario, han tenido un efecto contraproducente para la democratización efectiva del país: han sido mecanismos de poder utilizados por determinadas élites regionales o sectoriales para aumentar su porción en el reparto del pastel o aumentar el gasto público en general y, sobre todo, han abierto oportunidades para los negocios relacionados con el estado instalando como quistes las asociaciones secretas de tipo mafioso con su representación en la arena pública.
Pero para que estos patrones de relación clientelar entre el centro político y la población en general, el caldo de cultivo propicio para las organizaciones mafiosas, prosperen se necesita de dos condiciones adicionales. Primero, la existencia de dos conjuntos de valores que se solapen en el espacio pero de aplicación desigual en diferentes ámbitos. Esto se ha hecho evidente en la diferencia entre la práctica y el discurso político del PRI. Incluso en las ocasiones de retórica más socialista, el reparto de rentas siempre benefició a los acomodados y a los rentistas. Y, segundo, que los caciques aseguren para sus patronos el entorno necesario en el que hacer prosperar sus negocios. Ambos, la mafia y el PRI, no son sino vendedores de protección a los notables de la economía y la política, que se tornan en un ente abstracto indisoluble. Son los constructores de un medio ambiente eficaz para la prosperidad y perpetuación de las élites.
El éxito del priísta y del mafioso en esta tarea de proporcionar protección responde en gran medida a la capacidad que tenga para generar una red amplia de recogida de información y movilización puesta al servicio del sistema en general. Esta red se genera fundamentalmente por un intangible denominado reputación, que aúna prestigio y temor, que se utiliza como un capital social a mostrar ante los dirigentes y que sirve como parámetro en las relaciones de movilidad social ascendente. No obstante, la población es un bien escaso y la adquisición de la tan preciada reputación se encuentra fuera del alcance de muchos interesados. Para construirse el propio prestigio mediante la creación de una tupida red de relaciones sociales se hacen necesarias tres armas fundamentales: el reparto de migajas de prosperidad, la sociabilidad aparente y, cuando esta falla, la coerción.
El mejor modo de constituir relaciones duraderas de lealtad personal, como bien demuestra la historia, es el interés utilitario. El aparecer como el artífice de mejoras económicas para una comunidad es un éxito casi perenne que reditúa enormes dividendos. Dejadas de la mano de otros poderes, priístas y mafiosos ejercen un poder paternalista y arbitrario, caprichoso con los comportamientos personales y donde la ley es papel mojado al servicio de los intereses más convenientes en cada momento. La preponderancia en el sistema corresponde, ausente la norma legal, a un sistema de reciprocidad que es y necesita, como anteriormente se expuso, de la desigualdad por principio. El valor principal es, por consiguiente, la reputación del mafioso y del priísta en su comunidad, a la cual une, como el cordón umbilical al bebé, a la placenta materna que lo alienta.
Pero, aparte del reparto generalizado aunque distribuido con pautas arbitrarias de los bienes públicos, la necesidad que la industria de la protección tiene de trabajadores a sueldo incrementa el nivel de reputación adquirido por un priísta o por un mafioso. Y es que la industria de la protección, ya sea ésta comercial o política-económica, es intensiva en trabajo. Se hacen necesarios una inmensa cantidad espías, vendedores, conductores, relaciones públicas, doctores incluso, pistoleros, cuya lealtad hacia el sistema se garantiza indestructiblemente por la vía del bolsillo. Finalmente, mafiosos y priístas reafirman de forma adicional y tradicional su red social mediante la exhibición de un halo de sociabilidad y amabilidad, cultivando su presencia en eventos sociales como banquetes, bodas y otro tipo de exposiciones públicas para servir mejor a la perpetuación del engranaje comunitario que presentar a sus superiores.
Con este objetivo, el PRI hizo suyos ciertos rituales mafiosos que generan mercados de identificación entre sí mismos y con el resto de la sociedad. Del mismo manera que copió, quizás inintencionadamente sus prácticas, los priístas, como la mafia desarrollaron su propio lenguaje, sus propios gestos, su sistema de reconocimientos mutuos. Una muestra clara de la fuerza absoluta del ritual es la similitud en el tono mitinesco de los líderes que fueron o han sido priístas. Colocado en un diapasón de voz, los movimientos de sus laringes varían poco, casi tanto como la demagogia que impregna su contenido, y se muestran como símbolo de pertenencia al grupo. Igualmente el acarreamiento como método de visionado del poder personal formó parte del ritual. Finalmente, fueron capaces de desarrollar un sistema de compadrazgo reafirmado y sostenido por el ritual del abrazo priísta: los brazos como cinturón de seguridad seguido de esas gruesas palmaditas en la espalda. Su equivalente mafioso podría ser el equivalente al beso que se otorgaban como símbolo de respecto los jefes mafiosos, como el ósculo que presenciaron las cámaras fotográficas entre el siete veces primer ministro democristiano de la Primera República Italiana, Guilio Andreotti, y el capo di capi mafioso, el corleonese Salvatore 'Toto' Riina.
* * *
Pero para mantener vivo el respeto central del sistema priísta es necesario la generación de pequeños conflictos de escala controlable dentro de los cuales el priísta aparezca como el árbitro y el mediador. El ideal del priísta y del mafioso es presentarse ante la sociedad como el hombre de paz, que también sabe recurrir a la violencia cuando se hace necesaria, en un entorno incapaz de la convivencia sin su presencia. Y aunque los sufridores reconocen que la presencia del priísta y del mafioso inyectan una fuerte dosis de terror y caos en su vida cotidiana, con frecuencia se les admira y en ocasiones se les ama por lo que aparentemente es su desprendimiento desinteresado. Puesto que su éxito depende precisamente de su reputación, la utilización a la violencia, en Sicilia y en México, tratará de mantenerse bajo mínimos, como un recurso de última instancia. Los conflictos en las bajas instancias se resuelven por la negociación entre los actores principales y las guerras entre clanes son escasas. Sólo un Luis Donaldo Colossio en un siglo es un buen récord, parafraseando a Manuel Bartlett.
Pero la reputación, con sus prebendas y su coacción, no son gratis y tienen un fin claramente delimitado. Para que el sistema en general sea eficiente debe hacerse manifiesto y patente ante la comunidad la procedencia de tales recursos y las contraprestaciones que exige a cambio: el voto o la omertá. Y cuando el engranaje de la red está listo para ser vendido, acude presto y veloz quien quiera comprarlo. Los democristianos italianos la utilizaron. Los potentados mexicanos la utilizaron mediante el PRI para mantener el control social sobre un ente absolutamente endiablado por las desigualdades sociales. Las palabras de un político italiano en Sicilia podrían repetirse en México una y mil veces: "comprendí inmediatamente que [un importante mafioso] tenía numerosas relaciones y que, como consecuencia, podía serme útil en la campaña electoral".
Sin embargo, aún existe una condición adicional para que el sistema funcione: es necesario que el personal permanezca ignorante sobre otras realidades y sobre la posibilidad de otro tipo de relaciones con el estado. En esta región de mercado negro hobbesiano donde los derechos y deberes están pobremente definidos por la ausencia de leyes o el incumplimiento de las mismas, la comunicación debe hacerse incompleta para así expandir el halo de infalibilidad, invulnerabilidad y brillantez. En su lugar aparecen signos crípticos, alusiones y metáforas como medios mediante los cuales los mafiosos se comunican, o dejan de comunicarse. Y para ascender en la escala social es necesario adquirir el código secreto de la mafia e integrar la suficiente información relevante y privilegiada en manos propias para interactuar dentro del sistema chantajeando a los enemigos y protegiendo a los amigos.
La constitución del sistema priísta de este modo no es arbitrario. El personalismo que requiere esta red de recompensas y castigos inmediatos es precisamente lo que ha impedido que el PRI, pese a lo que su nombre indica, genere mayores niveles de institucionalización que su propia presencia legitimadora de un sistema de cleptocracia y rapiña estructurada. La industria de la protección requiere de poco capital fijo y las economías de escala, como a ciertos sectores económicos, le sientan peor que mejor. La ausencia de estructuras burocráticas que tengan recorrido fuera de la tupida red social y la persistencia del personalismo y la jerarquía rígida como medio de participación política son funcionales al sistema de élites y desigualdad social generalizado. Y esto es así porque, evitando la institucionalización y la constitución conveniente como canal de intereses reales, se impide la homogeneización de un poder político funcionando autónomamente que suponga un desafío sustantivo a la propia prosperidad de los potentados.
* * *
Ser mafioso, en definitiva, es más que una opción de supervivencia, es todo un estilo de vida. Por ello la vida de los priístas fuera del PRI no permite demasiadas esperanzas respecto al futuro del sistema político mexicano. Denunciar al PRI como un obstáculo para el desarrollo económico y político y demandar acciones inmediatas para su erradicación no es solución de nada. Porque el PRI es más que una organización, es una idea. No juegan con activos y capitales políticos sino con actitudes personales y normas morales propias. De otro modo, no se comprendería la importancia suma de las Comisiones de Honor del PRI y del PRD.
Una disincronía a modo de epílogo: la mafia siciliana nunca fue capaz de generar tres Aburtos.

 

 

 


 

Página web de Peyote Inc.

*

Narcotráfico en México

*

Peyote Inc.