El PKK y el tráfico de drogas
La presentación en la prensa europea del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) va siempre unida a dos datos que como poco tienden a confundir una parte substancial del conflicto kurdo. El primero es la reiterada información acerca de los treinta mil muertos que han producido los quince años de guerra, en la que se desconoce que la mayor parte de los mismos ha sido causada por una brutal represión del gobierno turco que, además, ha provocado la destrucción de más de tres mil aldeas y el movimiento forzoso de casi tres millones de personas. El segundo dato controvertido es la implicación del PKK en el tráfico de drogas. Si bien la evidencia es contundente y otorga verosimilitud a esta relación, lo cierto es que la mayor parte de la heroína que circula hacia Europa desde sus centros de producción en Oriente Medio y la Media Luna Dorada (Afganistán, Pakistán, Irán y en los últimos tiempos las repúblicas centroasiáticas y caucásicas de la antigua Unión Soviética) es transformada, transportada y distribuida por las maffyas turcas, cuya relación con el PKK es de abierta confrontación y que parecen contar con amplias conexiones dentro del aparato político y militar del país.
La utilización partidaria de esta relación con el objetivo de presentar al PKK como una organización exclusivamente dedicada al tráfico de heroína no es reciente, pero se ha magnificado en los últimos tiempos. El último episodio de una larga serie de manipulaciones ocurrió con motivo de la petición de asilo en Italia del líder del PKK, Abdalá Oçalan, cuando diversos organismos turcos insertaron en diarios italianos de gran circulación una doble página en la que aparecía una inyección con un pie de foto rotundo: "Si detenemos el terrorismo podemos parar esta jeringuilla", tras lo cual pasaban a detallarse los miles de toneladas de heroína, hachís, mariguana y otras drogas "confiscadas a los terroristas del PKK en Turquía antes de que las enviaran a Europa". Pero el gobierno turco no ha sido el único en referirse en términos similares al PKK. Meses después de decretar la expulsión del PKK y de otras 35 organizaciones y asociaciones de solidaridad de Alemania en noviembre de 1993, y a modo de justificación, el fiscal general declaró que el 80 por ciento de la droga incautada en Europa estaba ligada, de una forma u otra, al grupo insurgente.
No obstante las exageraciones propagandísticas destinadas a erosionar su legitimidad, son substanciales las pruebas que involucran al PKK en la producción y el tráfico de drogas. Sus trescientos miembros en prisión por estos delitos y las investigaciones abiertas al respecto en Alemania, Italia, Holanda, Francia y los países escandinavos son más que concluyentes. Su contribución abarcaría todas las fases del multifacético negocio de la droga. Por una parte, gobernaría sobre laboratorios en los cuales se procesa la heroína a partir de amapola cultivada en campos propios y externos, ya sea en la Media Luna de Oro, en Siria o en Líbano, algunos de ellos bajo control de las milicias islámicas de Hezbolá. Por otra, contrabandearía, por sus propios medios o por organizaciones afines, hachís y, sobre todo, heroína hacia Europa. Se conoce desde hace tiempo la cercana relación entre algunos de los más importantes padrinos de Turquía y el PKK. El caso más sonado fue el de Bechet Çanturk, apodado el "Pablo Escobar turco", asesinado en 1994 dentro de una serie de matanzas político-delictuosas. El relativo desbaratamiento de la antigua ruta balcánica de la heroína debido a los conflictos bélicos en la antigua Yugoslavia ha obligado a diversificar este itinerario, empujando al PKK a la colaboración interesada en el tráfico de drogas con combatientes nacionalistas armenios y del Alto Karabag. El PPK podría controlar de este modo, según los datos del Observatorio Geopolítico sobre las Drogas para 1995, entre el 20 y el 30 por ciento de la heroína que circula a través de Turquía.
Aparte del cultivo, procesamiento y transporte de heroína, el PKK controlaría también redes de distribución de drogas al por menor en Europa Occidental, bien a través de sus miembros o mediante sus bien estructurados grupos de apoyo. En conjunto, los beneficios obtenidos por el PKK del tráfico de droga, en cálculos del Servicio Nacional de Inteligencia Criminal británico para 1993, podrían ascender a cerca de 75 millones de dólares anuales. Otras fuentes, sin embargo, sopesan esa cifra en casi 500 millones de dólares durante los más de quince años de lucha armada. Cualquiera que sea la cifra, es evidente que su participación es mínima si se toman en cuenta los más de 37 mil millones de dólares anuales que maneja el negocio de las drogas en Turquía, de donde procede, según el Departamento de Estado norteamericano, el 75 por ciento de la heroína que llega a Europa Occidental y en donde se procesan entre cuatro y seis toneladas de esta droga.
El tráfico de drogas a nivel internacional en Turquía tiene una larga historia que antecede a la aparición del PKK. Durante los años sesenta y setenta, Anatolia, y en especial la provincia de Afyon (literalmente opio), fue el punto de partida de la denominada French Connection que, bajo el control de la mafia siciliana y estadounidense, unía los campos de amapola en Turquía con el lucrativo mercado de la heroína de la costa este de los Estados Unidos tras su paso preceptivo por los laboratorios corsos y marselleses. Algunos convenios internacionales, la eficaz actuación policial y la firme decisión del gobierno turco consiguieron quebrar con éxito este comercio mediante la introducción de programas de substitución de cultivos, sobre todo de algodón.
El posterior renacimiento en los años ochenta del tráfico de heroína en Turquía no se debió a la aparición coincidente del PKK sino, más bien, a ciertas facilidades en materia de política económica, las oportunidades que suponía la amplia colonia turca en Europa Occidental y el crecimiento exponencial de la demanda de heroína en estos países. Estas características resucitaron las redes mafiosas preexistentes, pero en esta nueva etapa ya sin intermediarios y adoptando el rol protagonista. Los cultivos de amapola resurgieron y la refinación de heroína tomó asiento en laboratorios de Tracia y de los alrededores de Estambul. En la actualidad, el algodón tan sólo se utiliza para disimular cargamentos de heroína, algunos de los cuales proceden precisamente de confiscaciones al PKK. En el sentido inverso, los camiones regresan de los antiguos laboratorios químicos de los países de Europa Oriental cargados de drogas de diseño con el que abastecer el creciente mercado de los países petroleros de la península arábiga. Asimismo, la comercialización al por menor en Europa de la heroína por aprte de las mafias turcas adopta diversas vías. Mientras en Alemania, los países escandinavos o Holanda, donde la presencia de una inmigración nativa importante permite una cierta impunidad, son los turcos quienes la distribuyen a pequeña escala, en otros, como la península ibérica o el Reino Unido, esta tarea intensiva en mano de obra se delega en agentes locales de confianza.
Un tráfico de drogas de tamaña magnitud no es posible sin la necesaria protección estatal que evite la irrupción policial en sus actividades. En el caso turco, la relación entre autoridades y traficantes de droga parece estar gobernada por patrones ya ampliamente documentados en otros lugares del mundo: las altas esferas políticas y militares otorgan impunidad en el tráfico de drogas a los traficantes de drogas, además de extorsionarlos, a cambio de su colaboración en actividades represivas ilegales. Y los más de cuatro mil quinientos asesinatos políticos ocurridos en Turquía desde 1991 parecen sugerir una gran necesidad de este tipo de colaboración subterránea. Esta cobertura no ha permanecido al margen de un conflicto kurdo, cuya represión se inscribe en un entorno político conflictivo que con frecuencia supera los límites de la legalidad y en la que los intentos por dar una apariencia democrática se contraponen a la naturaleza autoritaria y militarista del régimen turco.
Lo menos que puede decirse, por tanto, del vínculo entre quienes realizan el tráfico de drogas en Turquía y las autoridades civiles y militares del país es que no es el propio de confrontación que exigen los diversos organismos internacionales. No sólo es que las fuerzas armadas y miembros importantes del gobierno turco hayan hecho la vista gorda al tráfico de drogas, relegándolo a un problema menor ante la preponderancia de la guerra en el Kurdistán, sino que al parecer han utilizado este lucrativo negocio a gran escala para apoyar su posición bélica, ya sea para financiar los abultados gastos de la guerra, para compensar los esfuerzos requeridos por la lucha a la manera del "botín de guerra" de los mercenarios o para cooptar a parte de los habitantes de las zonas en conflicto. En paralelo, parece ser que las bien protegidas redes de los traficantes turcos de droga han sido utilizadas por parte de los servicios secretos para inutilizar la estructura del PKK y de sus grupos de apoyo en los países de Europa Occidental.
La confirmación más rotunda de esta conexión narco-política se descubrió gracias a un luctuoso y fortuito suceso. En un accidente de circulación acaecido el 3 de noviembre de 1996 en la ciudad de Susurluk fallecieron Abdulá Çatli, un ex alto miembro de la organización de extrema derecha Lobos Grises reconvertido en jefe de la maffya, y Hussein Kocadag, antiguo subdirector de la policía de Estambul. En el mismo vehículo siniestrado viajaba, Sedak Bucak, líder de un ejército de ochenta mil paramilitares kurdos progubernamentales, portador de un pasaporte diplomático y diputado por el Partido de la Justa Vía, que encabezaba la ex primera ministra y entonces ocupante de la cartera de Asuntos Exteriores en el gobierno de coalición, Tansu Çiller. Çatli, aparte de una obscura relación con el atentado de Ali Agça contra el papa, contaba con una larga historia de colaboración con los servicios secretos turcos, primero en contra de intereses armenios en Europa Occidental y con posterioridad contra los grupos de oposición en Turquía. Estos trabajos supuestamente eran remunerados con heroína. Su paso por prisión en Francia y Suiza por tráfico de heroína no pareció ser un obstáculo para sus "altas relaciones" ni para que Çiller lo calificase en público de "gran patriota".
En los últimos tiempos, la relación entre los diversos servicios secretos turcos y organizaciones de extrema derecha de ideología panturquista con fuertes intereses en la droga, debidamente documentada en la prensa, ha extendido su radio de acción a la zona de Chipre bajo ocupación turca y al enclave azerbaijanés de Najicheván en el Cáucaso. En cierta medida, su actuación coordinada ha sido responsable de una parte de la inestabilidad que ha concurrido en la zona tras la disgregación de la Unión Soviética. Los islamistas tampoco parecen ser ajenos al negocio y a menudo son señalados como aliados de estos mismos grupos involucrados en el tráfico de drogas.
En definitiva, el contexto kurdo no presenta características novedosas con respecto a otros conflictos existentes en el mundo, en el cual el clima de impunidad y la necesidad apremiante de recursos con los que financiar el tremendo gasto de la guerra inclinan a los bandos a tomar parte en el lucrativo negocio de los estupefacientes. Además, la conexión concurrente entre los mercados ilegales de drogas y de armas, en los cuales los grupos insurgentes adquieren su arsenal bélico, facilitan esta concomitancia. Pero en bastantes casos, la relación entre droga y conflicto terrorista no funciona en el sentido en el que lo presentan los medios de comunicación de masas y las agencias de seguridad estatal, es decir, aumentando exclusivamente el potencial destructivo de los grupos insurgentes, sino más bien al revés. La experiencia de la historia reciente es esclarecedora.
Durante los gobiernos de Ronald Reagan en Estados Unidos, buena parte de su política hacia América Latina se basó en la idea de la conexión "narco-terrorista", que implicaba en grados diversos a traficantes de droga con los gobiernos comunistas de Cuba y Nicaragua y los grupos insurgentes de extracción marxista de otras partes del continente. Esta política fue posible a costa de ignorar la extensa evidencia de la participación de la Central Intelligence Agency en el tráfico de cocaína para beneficiar a los contras nicaragüenses, del concurso de buena parte del exilio cubano en Florida en estos mismos negocios ilícitos o de la colusión de traficantes de droga y altos mandos militares en los grupos paramilitares antiguerrilleros. Y ello sin referir la ceguera mostrada ante las jugosas "mordidas" recibidas de los narcos por buena parte de quienes eran, y algunos casos continúan siendo, sus apoyos políticos en la región. En la misma línea, en los últimos tiempos altos miembros del gobierno de Yugoslavia se encargan de recordar de manera insistente la implicación del Ejército de Liberación del Kosovo en el tráfico de drogas, de inmigrantes ilegales y de mujeres para la prostitución, haciendo la vista gorda a las conexiones denunciadas entre esos mismos ilícitos y el enriquecimiento de buena parte de los miembros de los servicios secretos yugoslavos y de su clase política. En conclusión, el gobierno turco no ha hecho sino seguir un camino ya bien trazado de deslegitimación, con bastante éxito.

 

 

 


 

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