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Moscú no es Palermo | ||||||||||||||||||||||||||||
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La crisis económica, política e institucional que vive Rusia desde hace un lustro se mueve entre dos estereotipos aparentemente inconexos. Por una parte, la lucha tóxica de Yeltsin y su camarilla frente a los comunistas escenificada en el parlamento conforme a una obra conocida de política económica y, sobre todo, las cíclicas disputas en el interior de la coalición gobernante. Por la otra, la presentación de un ente abstracto comúnmente llamado "mafia rusa" que extorsiona o domina, según la interpretación, el sistema económico con unos métodos rescatados directamente de Chicago años veinte. Entre ambas imágenes, un abismo, o como mucho una concomitancia casual: el equilibrio inestable, político y psicológico, de Yeltsin ha generado un vacío de poder que, como ocurre en el ámbito de las relaciones físicas, tiende a ser ocupado, en este caso por las mafias. Sin embargo, la relación es más dominante y tenebrosa, si bien menos deslumbrante, que el panorama escondido bajo la encandilante mitología de la mafia. Achacar el penoso desempeño de la economía rusa a la influencia perniciosa del crimen organizado es un ejercicio reducionista. Es hacer pasar la parte por el todo. Pero, en concreto, mediante la atribución de todos los males a un sujeto abstruso, externo y perverso, se abre la posibilidad a una rentabilidad política puesto que tiende a obscurecer y difuminar el nexo entre los males de la economía y los verdaderos responsables. Bajo el epígrafe de la mafia en Rusia se aglutina una pléyade de ejércitos de seguridad privada no sujetos en ningún modo a la ley, a menudo encardinados basándose en lazos étnicos y que difícilmente superan el centenar de miembros. Reunirlos al calor de tal concepto ayuda a su propia eficacia al infundirles una mayor capacidad de disuasión, que es precisamente su función en una peculiar forma de entender la economía de mercado. La denominada mafia es entonces el músculo categórico para hacer obligatorio el cumplimiento de los contratos, una característica esencial del capitalismo que tiende a olvidarse en las economías bien asentadas pero cuya necesidad imperativa se muestra descarnadamente en lugares donde no existe esta tradición. La extorsión a la que somete a la escasa inversión extranjera existente es tan sólo el pago tangencial que le permiten quienes están por encima en la estructura de poder económico criminal. Al encontrarse inmovilizado el brazo estatal encargado de dispensar esta certeza contractual, el sistema de justicia, por causa de maniobras desde el interior del estado bajo la abierta intención de favorecer a una élite que ocupa ambos lados de la legalidad, la seguridad de las transacciones económicas requieren de un derecho paralegal que otorgan las mafias. Sin embargo, su participación en el negocio es menor, sólo posible por sus conexiones con una oligarquía nacida de una compleja red de relaciones informales entre jefes de organizaciones criminales o de la denominada 'segunda economía' durante la época soviética, jóvenes desdeñosos del control estatal y, sobre todo, antiguos altos funcionarios comunistas. En breve, es hacer política por otros medios, pero frecuentemente con los mismos protagonistas. Las mafias no son, por tanto, sino el fruto casual de una traslación absoluta del poder desde el omnipresente estado soviético hacia un tipo de vínculos más primitivos plagados por la corrupción que permean todo el sistema político y económico. En un movimiento pendular el estado se vacía de cualquier poder y la legalidad es papel mojado. La legalidad y la ilegalidad son indisolubles salvo en un cierto sentido de apariencia necesaria para una acepción de respetabilidad internacional. En este esquema, el nexo último entre una economía y una política corrupta se reclama en el vértice de la cúspide presidencialista. Los vínculos entre políticos y empresarios son clave y otorgan al sistema económico delictivo de la protección necesaria para la rapiña permanente. Todas las pericias de nuevo cuño no se pueden realizar sin el amparo gubernamental. La desaparición de los fondos otorgados por el Fondo Monetario Internacional y las generalizadas prácticas fraudulentas en el mercado financiero son más que una prueba. No es casual que la presente crisis pueda ser atribuible a un punto de inflexión en cuanto al pillaje de propiedades públicas. La oferta de bienes estatales disponibles para el saqueo es cada vez más raquítica por la propia voracidad del sistema, que inutiliza incluso la rentabilidad de los recursos naturales, y la capacidad empresarial en Rusia no supera la generación de valores añadidos fruto de la sinergia entre crimen y política. El papel de Yeltsin ya es puramente ornamental, otorgando una legitimidad de la que carece buena parte de la clase política rusa, ya no penetrada por el crimen organizado sino formando parte de un contubernio en el que instituciones, ilegalidad y negocios van de la mano. En los últimos años ha sido una cantinela popular hacer símiles entre Palermo y Moscú a costa de la presencia mediática de las mafias rusas. No obstante, la ausencia de una autonomía suficiente por parte de las organizaciones criminales con respecto al poder político en Rusia es la principal debilidad de la comparación. Más bien, la transición hacia la democracia y hacia la economía de mercado ha arribado a una nueva Latinamomérica y la crisis actual encuentra un espejo más fiel en la ciudad de México y en otras capitales del hemisferio sur. El futuro se consolida alrededor de un autoritarismo rancio, nacionalista en su legitimidad y caracterizado por un clientelismo intraélites que practica un juego continuado de negociaciones en el que se intercambia lealtad por permisividad a las prácticas ilícitas siempre dentro de un cierto orden de apariencias. Se recrea un sistema político y económico en el que riqueza equivale a poder, pero sobre todo el poder se traduce en riqueza a raudales. Pero mientras los Estados Unidos han sido capaces de manejar situaciones de este tipo en Latinoamérica para su propio beneficio sin compromisos claros por la vía de una dependencia económica de las élites, el poder nuclear de Rusia exige de nuevos instrumentos de política internacional bajo los cuales Bill Clinton por ahora ha sido incapaz de maniobrar. |
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