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Las contradicciones de las prácticas bancarias | ||||||||||||||||||||||||||||
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Recomendaba el filósofo Voltaire hace más de doscientos años que "si usted ve a un banquero de Ginebra que salta por la ventana, sígale, porque es seguro que va a haber dinero donde caiga". Seguramente Voltaire no hubiese escrito lo mismo de haber conocido al presidente del Zurich Overseas Bank, domiciliado en la isla caribeña de Montserrat, que combinaba esa alta posición con su actividad de camarero a tiempo completo y que tenía el fax, único activo físico de la compañía, en el sótano del bar. Tan pequeña infraestructura no le impidió estafar a cientos de cándidos. Ciertamente el mundo financiero ha cambiado mucho en doscientos años. Los servicios bancarios tienen una singularidad que los hace diferentes al resto de los sectores productivos. Es la importancia crítica en su actividad cotidiana de un intangible: la confianza. Al fin y al cabo, la mayor parte de los servicios bancarios consisten en intercambiar dinero por promesas. Nadie deja su dinero a terceros sin la confianza en que (a) se lo devolverán y (b) no habrá fugas de información acerca de la posición financiera del depositario. En un mundo en el que la mayor parte de la población se sabe incapaz de vislumbrar el futuro, la confianza nunca puede ser plena. Como sustitutivo de la confianza se utiliza otro concepto bastante elástico: la honestidad mostrada por el banco a la hora de cumplir sus compromisos anteriores. Pero la honestidad, como bien sabían los dramaturgos del Siglo de Oro, tiene caminos inescrutables y un alto componente de disimulo. En el pasado, donde la circulación de información era mínima, quienes se perciben como más honestos son los que mandan, con lo cual los servicios financieros tendieron a estar asociados a los poderosos. En caso de que todo falle, al menos hay confianza en que el gobernante le corte la cabeza a alguien que tenga dinero y lo devuelva. A medida que la información circula con mayor libertad, la deshonestidad (natural) de los gobernantes queda patente a los ojos de potenciales clientes y los estados tienen dificultades para hacer creíbles sus certificados de honestidad. Incluso el Barings Bank, el "Banco de la Reina", que financió las guerras napoleónicas y la compra de Luisiana, entró en bancarrota en 1999 gracias a un becario. En consecuencia, los servicios bancarios tienden a separarse del gobierno al efecto de mantener sus cotas de honestidad percibida. Pero la separación entre bancos y gobiernos ha estado lejos de ser completa. Por una parte, los gobiernos ya no tienen el monopolio de la honestidad, pero siguen teniendo el monopolio legal de la violencia, incluida la violencia para quedarse con todo el dinero de un banco. Por otra parte, los estados y los gobiernos tienen necesidad compulsiva de financiación y los bancos no van escasos de dinero. La legislación y la supervisión bancaria tenderán a ser el resultado de la combinación de ambas variables: la capacidad del estado de imponerse a los bancos y la influencia financiera de los bancos en la política y en los políticos. Pero la separación entre honestidad y estado tiene otra consecuencia. Los bancos deben recurrir a un mecanismo alternativo, o al menos complementario, al estado para la producción de intangibles. Y éste es el mercado. El mercado concede múltiples certificados de honestidad. Los ratings hechos por empresas privadas son muy valorados, pero tienen poca penetración en el mercado y tienen una confiabilidad limitada. Ante esta escasez, el principal certificado de credibilidad-honestidad que otorga el mercado a las empresas son los beneficios y el tamaño del banco. ¿Cómo no va devolverme el dinero un banco que tiene no se cuantos millones de beneficios? En este contexto la propensión al delito aumenta. Por una parte, los estados y los bancos, que se necesitan mutuamente, con frecuencia entran en vínculos de corrupción casi consanguínea. No ha habido a lo largo de los últimos veinte años una crisis bancaria en el mundo en la que no haya sido crucial la promiscua relación entre banqueros y funcionarios y políticos: México, Estados Unidos, Malaisia... Podría ser la intromisión de los políticos fuesen los causantes de las crisis, pero por lo general su asistencia a los bancos suele ser más una solicitud que una imposición. Una explicación más atinada puede ser que las crisis bancarias proporcionan la posibilidad de hacer accesible una información que se desconoce hasta que el sistema bancario quiebra. Por otra parte, la honestidad y el beneficio tienen una relación compleja. Es evidente que el beneficio genera honorabilidad y ahí están los bandidos americanos reconvertidos en banqueros para demostrarlo. Pero, como regla general, ambas variables tienen un horizonte temporal muy diferente. En el largo plazo la honestidad es rentable y es por ello que los bancos suelen tener una vida mucho más larga que el común de las empresas. Pero en el corto plazo los beneficios, que se miden anualmente, pueden estar en contra de la honestidad. En mercados nacionales e internacionales competitivos, los banqueros pueden racionalizar su ceguera moral sobre la base de que una actuación apegada a la honestidad o a la legalidad simplemente los desplazarán a instituciones financieras rivales limitando los beneficios del banco y los incentivos personales para los bancarios. ¿Acaso las bolsas de plástico llenas de moneda extranjera que llevaba Esther Lago, la esposa del narcotraficante gallego Laureaño Oubiña, no figuraron en las cuentas finales del Banco Bilbao Vizcaya y no se le pagó a Fernando Vázquez González, el director de la sucursal de Vilagarcía de Arousa, las preceptivas primas por captación de activos? El caso más evidente de la relación contradictoria entre honestidad y beneficios es la evasión fiscal. ¿Es honesto evadir impuestos? Los libertarios dirían que sí. Probablemente sea hasta legal. De hecho, hay toda una rama de la fiscalidad que se dedica a ello: la ingeniería u optimización fiscal. Pero el común de la población, que es la que ingresa sus depósitos en el banco y que no recibe los servicios públicos de los impuestos no pagados, puede que no les parezca muy honesto ayudar a los potentados a evadir impuestos. ¿Es rentable para los bancos ayudar a evadir impuestos? Si no lo fuesen no existirían ni los asesores fiscales en el banco ni éstos constituirían subsidiarias dedicadas a la maximización fiscal llamadas private banking. Éste último tipo de banca es el ejemplo de cómo se trata de conjugar beneficios y honestidad en el corto plazo. Dado que la maximización fiscal no está bien vista, y en caso de duda podrían preguntárselo a Josep Piqué, los bancos ofrecen estas ventajas sólo a un conjunto de clientes privilegiados, lo cual les permite a estos clientes maximizar su free riding (gorroneo) sobre los bienes públicos que pagan el resto, incluidos los impositores del propio banco. ¿O es que el público en general era consciente hasta hace unas semanas de la existencia de BBV Privanza? La rentabilidad incluso tiene contradicciones dentro de los bancos. A menudo los beneficios de los gestores no coinciden con los de los propietarios, mucho más cuando la propiedad es una cuestión difusa. Por lo general, la contradicción suele resolverse a través de un derivada: los gestores maximizan sus beneficios particulares teniendo en cuenta algunas exigencias mínimas de los accionistas. Algunos optimistas dirán que los accionistas a través del mercado de valores penalizarán los comportamientos egoístas de los gestores. Sin embargo, hay al menos dos problemas para esta relación. Primero, que la circulación de información al respecto de la gestión de los bancos es casi nula y ya se encargan los propios gestores de maquillarla. La entrada de los bancos en los medios de comunicación puede ser mejor explicada en términos de los beneficios de los gestores que de rentabilidad conjunta del banco, dado que los beneficios en ese sector son escasos. Segundo, esta penalización debe producirse en el larguísimo plazo, porque hasta ahora los recortes de personal y las quiebras como consecuencia de comportamientos egoístas de los gestores han sido más frecuentes que los despidos de ejecutivos con comportamientos lesivos. El caso Enron puede servir como ejemplo. Unos pocos optimistas afirman que mejorando la supervisión de las instituciones bancarias se podría haber evitado el denominado "caso BBVA". Este movimiento supondría, en la práctica, volver a investir al estado de su antiguo monopolio para emitir certificados de honestidad. La supervisión, al fin y al cabo, no hace sino garantizar la honestidad. Para conseguir este propósito sería más eficaz y rentable nacionalizar la banca, que en última instancia internaliza las tareas de supervisión. En cualquier caso, quienes confían en unos supuestos mecanismos nacionales que sean capaces de reprimir los excesos de algunos ejecutivos egoístas ignoran, intencionadamente quizás, el funcionamiento del sistema financiero mundial y los costes de la supervisión. Para que la supervisión sea efectiva debe existir la posibilidad de acceso a toda la información, lo cual es imposible dentro del actual modelo de sistema financiero internacional que funciona a escala mundial pero donde la información no circula libremente ni siquiera para los estados de derecho. En el "caso BBVA" el descubrimiento público de los manejos oscuros de sus gestores es sólo el resultado de un conflicto gerencial interno. El banco tenía múltiples posibilidades para reintegrar el dinero sin levantar las sospechas de ninguna entidad supervisora, por muy grande y muy especializada que ésta fuese. Por otra parte, el movimiento de capitales alrededor del mundo es de tal magnitud que para hacer una inspección real de todas las transferencias se necesitarían sólo en España entre trescientos mil y medio millón de individuos con un altísimo grado de preparación en instrumentos financieros y todo tipo de legislaciones bancarias y empresariales. Aparte de que no exista tal número de expertos y de que seguramente prefieran trabajar para el más lucrativo sector privado, eso sí, la mayoría previa financiación pública de su formación, ¿quién los va a pagar en tiempos de equilibrio presupuestario? Mientras tanto, habrá que confiar en la bondad de los jefes bancarios, lo cual es como dejar al lobo a cuidar el rebaño. ¿O es que los bancarios no están sujetos al mismo tiempo de criterio de maximización de beneficios personales que se supone rige el mercado? |
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