ANÁLISIS Y RECONSTRUCCIÓN
DE UN MITO ZAPOTECO
Dr. Enrique Marroquín Zaleta
ABSTRACT
The Zapotecos
myths are a key issue for understanding the
conceptual
frame of the
zapoteco myth,
which clearly shows how the symbolic dispute for the
conquest of the
ethnic religious spaces, still continues in our days.
The conflict
between the Cross and "The Cave of the Devil" is viewed
from a scientific perspective.
“Es la medianoche. En
“Efectivamente, Don Remigio
Hernández se fue convirtiendo en el más rico del poblado. De acuerdo con lo
pactado, había de vivir en cierta austeridad, no podía regalar el dinero, ni
emplearlo en ayudar al prójimo, sino dedicarlo a los vicios y el placer. Tenía
además que obedecerlo y aceptar ciertas inspecciones periódicas” [6].
“Estas visitas suelen ser
terroríficas. El diablo sale de cierta piedra. A la luz de la luna brilla la
plata de sus botones, de la brida del caballo, de sus espuelas. Monta un
soberbio caballo que va echando espumarajos. Los vecinos escuchan los
relinchos, así como los bufidos de las bestias. Arroja una cuerda sobre el muro
de la casa y brinca. Se oyen conversar y hasta los maltratos que le da a su
servidor, en caso de no estar conforme”. “Un buen día, Don Remigio murió y el
cadáver desapareció. Su familia tuvo que llenar el ataúd de piedras, para
evitar el escándalo. El ganado huyó y el
dinero ahorrado se dilapidó sin sentirlo [7].
Poco tiempo
después, Benito Cruz su compadre, viniendo por el monte lo vio cuidando chivos.
No le quería responder al saludo; pero por fin le habló: ‘Mire compadre: yo
estoy ahora pagando la que hice. El Patrón me maltrata muy feo. Me tiene
trabajando siempre y luego me pregunta qué quiero comer. Si le digo que
blandito, me da de chicotazos; si le digo que duro, me da de palos. Por eso no
deben ambicionar las riquezas, para que no les pase lo que a mí” (*).
El relato que acabo de exponer se encuentra vivo y cualquiera lo
puede reconocer, con sus ineludibles variantes, en cualquier parte de
Oaxaca. Contiene elementos interesantes sobre los cuales conviene
detenerse: [1] Se presenta como “memorata”, ya que el protagonista siempre
tiene nombre y apellido y fue uno de los vecinos más ricos del pueblo. Otro
tanto sucede con el otro personaje, el testigo, quien suele ser un pariente más
o menos cercano al relator. Habla de lugares concretos y mantiene un carácter
de verosimilitud.
[2] Sin embargo, se trata de un auténtico mito. Este género de relato
se reconoce no sólo por su contenido, sino porque la forma de narrarlos se
reviste de ciertas condiciones que evocan la realidad contada.
* Versión recogida en
Una circunstancia que nos muestra que estamos en este caso es que
nunca se llama al diablo por su nombre (Satanás, Lucifer) o lo que sería aún
peor, el nombre indígena, como el mazateco “Chat’ó”, el tacuate “Cui’na” o el
“Ra’ñava’ha” mixteco. Se le cita por algún apodo, como “el Catrín”, “el Malo”,
“el Animal, “Patas de Cabra”, “el Cachudo”, “el Chamuco”, “el Enemigo",
etc. Se trata del poder mágico de la palabra, el nombre propio forma parte de
la persona a la que pertenece, de manera que al nombrar al diablo equivaldría a
invocarlo.
Esto se observa mejor si comparamos el relato con algunos cuentos
más o menos chuscos, o en anécdotas poco tomadas en serio, en los que aparece
el diablo, ahora en la figura renacentista europea y con su nombre real: los
tacuates, por ejemplo, lo han visto bailando en el Carnaval.
A un muchacho de Jamiltepec
que decía groserías lo tiró entre las espinas. Allí mismo salía a jugar con los
niños en la forma de burrito, hasta que alguien lo descubrió, le puso
totomostle en la cola y le prendieron fuego. Los negros de la costa lo
reconocieron bailando en una arteza, por su pezuña, huyó. A veces se aparece y
quien lo ve al poco tiempo muere o queda mudo.
La gente lo piensa
atisbando detrás, aconsejando pelear o ayudando a asesinar...[3] La apariencia
del diablo es siempre la del mestizo. Viste de cuero, con chaparreras, como
“catrín” bien arreglado. Es guapo; sabe bailar bien en las artezas, según los
negros de la costa; alto y de ojos mongoloides que echan lumbre, según los
zapotecos.
[4] La petición de riqueza es la mas frecuente; sin embargo
también puede haber otras, como bailar bien, saber pelear, enamorar o dinero.
[5] En cuanto a la forma de obtener la riqueza, a veces aparece el baúl lleno
de dinero (mixes); pero lo más frecuente es que se enriquezca por medio de la
ganadería, reses o chivos. En algunas ocasiones, hay que ir por ellos
periódicamente. En otras, el ganado llega solo. [6] A veces la condición puede
ser cometer una acción innoble: escupir a un Cristo, la cabeza de un hombre o
la entrega de la propia mujer para que el diablo tenga relaciones con ella.
[7] En otra versión, el protagonista se convierte y llama al cura
a bendecir el ganado. Éste se puso como loco y huye al cerro.
Cuando se regala el dinero, se evapora (negros); si se hereda, no
luce (huaves); el ganado se muere o huye al cerro (tacuates); las monedas se
convierten en culebras que maman los niños creyendo ser el pecho materno
(mixes).
INTERPRETACIÓN
Su origen se remonta a los primeros años de
los oprimidos y cumple indudables funciones de resistencia
cultural. Por supuesto tampoco faltan elementos de introyección de la ideología
dominante, como la disuasión de aspirar a enriquecerse. Hay todavía algo más.
Algunos elementos del relato, combinados como otros mitemas dispersos en estas
culturas que habremos de indagar, nos permiten reconstruir cierto mito más
fundamental.
EL MISTERIO DE LAS CUEVAS
Oaxaca es una región mágica. Su accidentada orografía predispone
hacia lo telúrico: Configuraciones extrañas abren a lo insólito, evocando el
terror o la fascinación. Entre los lugares “pesados”, los más interesantes se
ubican en lagunas, cerros y cuevas que se relacionaron antiguamente con el agua
y el dios Cosijo. A veces se combinan, como la laguna que hay dentro de una
cueva de Cerro Rabón, en
Para los indígenas, las cuevas les despiertan temor. Se dice que
quien se aventura por sus túneles puede quedar encantado y no salir. De ellas o
debajo de grandes piedras (o el “Cerro de
Todavía en la actualidad, ciertas cuevas, acaso con alguna
estalagtita en figura de santo, siguen atrayendo peregrinos (Albarradas,
Juxtlahuaca, Tepustepec). Se dice también que guardan apetecibles tesoros
capaces de enriquecer a los afortunados que los encuentran. Tal vez en la
antigüedad hayan sido tumbas de importantes señores enterrados con valiosas
ofrendas; tal vez escondites donde salvar los tesoros del pueblo de la
rapacidad de los españoles, el caso es que la gente relaciona estas riquezas
con los reyes del tiempo de la gentilidad. En Nochebuena o en
Dichos tesoros son también revestidos de caracteres mágicos. Son
celosamente custodiados por alguna serpiente-guardián la “Cueva de
En San Andrés Ojitlan
–según Wietlaner [1977: 151 ss] los antiguos reyes pasaron huyendo por ahí y
les dejaron a los del pueblo una campana de oro custodiada por una serpiente.
El tesoro a veces se convierte en carbón o en excremento, ante actitudes
egoístas o taimadas “dos amigos
encuentran un tesoro y deciden sacarlo por la noche siguiente. Uno de ellos
pretende madrugarle a su compañero y al salir ve que sólo tiene excremento. Se
lo arroja en su casa y se vuelve a convertir en oro”. Por cierto que esta
relación entre lo más valorado (oro) y lo más despreciado (excremento) ha
recibido interpretaciones psicoanalíticas: la retención del excremento,
fijación de la fase anal, deriva en avaricia y actitudes sádicas.
OTROS ESPECTROS NOCTURNOS
La noche oaxaqueña está poblada de espantos. Los indígenas viven
en el sobresalto, pues cada noche representa la posibilidad de que ese aspecto
ignoto del tenebroso subsuelo, irrumpa en la realidad cotidiana. Por eso
saludan a la luna, como astro protector que con su luz hace menos intimidante
las tinieblas.
De
EL SEÑOR DEL CERRO
Guardián ecológico y protector de determinada comarca. Se le
conoce como el patrón del lugar. Quienes lo han visto, lo describen con los
rasgos de un hombre blanco y alto, no indígena. Habita en la cima del monte o
debajo de una piedra. A veces se le ve a caballo, vigilando los parajes.
Puede ser peligroso encontrarse con él, por lo que los mixtecos
suelen llevar ajo para ahuyentarlo cuando pasan cerca de su morada (Flanet
1977: 113-121) (C). Cuida las siembras; castiga a quienes pasan demasiado
tiempo en su territorio o a quienes causan destrozos en los bosques (mixes).
Custodia los tesoros antiguos guardados bajo las cuevas, que otorga a quienes
saben cómo pedirlos. En ocasiones ha evitado el saqueo de las minas. Un
informante de los Valles Centrales, que trabajaba sacando cuarzo, cuenta que
tenían que hacerle ofrendas -cigarro, mezcal y comida- para que los dejara
trabajar. El temor que despierta se ejemplifica con la anécdota, si bien
acaecida en
“SEÑOR DE LOS ANIMALES”
Este guardián ejerce funciones similares al anterior. Se le
considera de rango inferior y su figura es similar. Cuida a los animales de los
cazadores impetuosos; se le llevan ofrendas para que aparezcan los animales
extraviados, o para que advierta a sus pájaros o tejones que no se coman la
semilla (mixes). Protege a los naguales y él mismo puede convertirse en animal.
Es probable que este personaje no sea otro que la antigua deidad
soltera Nosanaguella, patrono de los cazadores (H. Berlin 1957). Burgoa narra
cómo al ir a cazar, visitaban un ídolo oculto en la cueva de cierto monte, le
ofrecían incienso y un ritual de danza con sus redes ornadas de uñas de
animales (III-255). Barzalobre habla también de cierto ritual para que los
libre de picaduras de serpientes.
“EL ARRIERO”
En
ALGUNAS VARIANTES E INTERPRETACIONES
Los actuantes sobrenaturales que hemos expuesto tienen ciertos
rasgos comunes: habitan en las cuevas de los montes y custodian las riquezas
del subsuelo. Con frecuencia se dan entre sí préstamos de identidad. Para un
informante de Igualeja, el arriero vive en una mina del cerro; se le encuentra
vagando, cuidando a los animales para que no los maten y a los
bosques. Si uno agarra su dinero no muere bien, sino que se lo
lleva. En Catatitlán, el 24 de Junio sale “El Señor del Cerro” y ofrece dinero;
pero no se puede gastar y luego se lleva al beneficiado a cuidar sus animales.
El caso más significativo es el de los mazatecos. El personaje es
nada menos que San Martín Caballero. Ese mismo santo que en las ciudades los
comerciantes le ponen un ramito de alfalfa para su caballo, con el conjuro:
“San Martín Caballero, dame pronto dinero”, resulta ahora el espectro nocturno
por excelencia. “En realidad no se trata precisamente de un santo -dicen los
informantes- sino un duende de la tierra”. “Los curanderos trabajan con él, ya
que si se apodera de nuestra imagen, enfermamos”. Su relato está muy vivo y
constantemente sale en las conversaciones.
Es el dueño de esas tierras y de los montes. Es de raza blanca y
saluda en castellano: “adiós, adiós”. Vive en la punta de Cerro Pelón. Ciertas
noches baja a caballo a visitar a sus animales y los tesoros que, tiene
enterrados. Entonces se le puede ver. Para mayor facilidad, los que desean
obtener de él dinero, van “en indulgencia” (sin tener relaciones sexuales) y le
llevan cacao o guajolote. Les dice que agarren la cola de su caballo y se los
lleva a su casa. Les hace prometer que en cuatro días no dirán nada (en
realidad son cuatro años), pues de lo contrario, mueren. A la hora de sus
muertes se los lleva en cuerpo y alma a trabajar con él.
EL DIABLO
Todas estas figuras han sido contaminadas del mito principal (los
empactados) y del personaje central (el diablo). Inmediatamente percibimos que
no se trata del diablo del catolicismo oficial que intenta explicar el mal como
privación del bien: el hebreo Satán, “el obstructor”, el ángel caído que
procura perder al alma y arrojarla al infierno. Ni el dualismo gnóstico
maniqueo de una deidad maligna opuesta al Dios de amor (el mal como principio opuesto
al bien). Tampoco se trata del diablo europeo, de origen inmemorial: El dios
cornudo, cuya representación es la figura divina más antigua que se ha podido
encontrar comprende tanto el bien como el mal. Transformado en Minotauro faunos
dionisiacos o el dios Pan, persiste en Europa a la llegada del Cristianismo y
en virtud de aquella teología que posiblemente se remonte hasta, San Pablo –“lo
que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican y no a Dios”
(1 Cor. 10, 20-21)- quedó convertido en el terrorífico y astuto
demonio del mal.
La figura del macho cabrío fue el emblema del dios de los brujos,
es decir, los seguidores de la antigua religión proscrita (Murray 1986).
Un personaje similar no existía antes de la llegada de los
españoles. Por el contrario, los espectros nocturnos descritos resultan
guardianes del territorio indígena (sus campos, su siembra, sus animales, sus
minas, sus tesoros), protegiéndolo de la voracidad de los blancos occidentales;
ayudan a los pobres con dinero, aunque sea al precio de la explotación laboral
indefinida. Sabemos que la política evangelizadora de los misioneros novo
hispanos no fue negar la existencia real de las deidades mesoamericanas, sino
su satanización. El diablo se identificó con las divinidades vencidas y por
influjo de la ganadería taurina recién introducida, el charro negro sustituyó
al cabrón.
EL TENEBROSO SUBSUELO
Recordemos que en la cosmovisión de los antiguos zapotecos el
paraíso de Pezelao se hallaba debajo de Liu’vaa (Mitla), el reino del dios
azteca Mictlantecuhtli. Allí iban los muertos atravesando las nueve llanuras y
cruzando el mítico río para una vida de ultratumba sin trabajo ni fatigas. No
nos lo imaginemos como un lugar tenebroso, pues el sol, al ocultarse, se hundía
en las entrañas de la tierra para iluminar las amenas praderas del subsuelo,
donde crecía el zempaxuchitl y las naranjas eran de oro. (Popol Vuh; Burgoa II
cap 28; Clavijero I p. 225).
Wilfrido Cruz, en sus estudios sobre el vocabulario de Córdoba, se
extiende en el vasto ámbito significativo del “cilla/guella”. Esta oposición
binaria es mucho más que la de “día/noche”: “cilla” significa claridad,
belleza, alegría; “guella”, la noche cerrada, con cierta connotación
intimidante, tenebroso, aciago. Denota cierta idea de medición -los peldaños
por los que atraviesa el sol- y como por las noches este astro descendía al
subsuelo, “guella”, es a la vez lo nocturno y lo profundo; mientras que “cilla”
es el día y lo celeste. Las dos aves sagradas, el águila y el búho, a la vez que
el día y la noche, simbolizan lo fasto y lo nefasto. El águila y el jaguar
simbolizaban para los aztecas el día y la noche; el águila y la serpiente, lo
uránico y lo ctónico.
Esta oposición cosmológica indígena fue aprovechada por la
predicación de los misioneros, quienes glosaron abundantemente a
Isaías (9, 1-3; c. 60; 1-3) y al evangelista San Juan (v.gr. c3,
20).
Ahora la luz y las tinieblas ya no guardan la relación
complementaria “cilla/guella", sino el antagonismo dualista entre el mundo
de Salvación representado por Cristo (sustituto del Sol-gobicha) y el mundo de
pecado de la gentilidad (“las tinieblas de la idolatría”):
“Así como las tinieblas de la noche se destierran con la venida
del sol, así las tinieblas obscuras de la infidelidad y de las idolatrías se
destierran con la luz del verdadero Sol de Justicia, Nuestro Señor
Jesucristo” (De
En la síntesis sincrética realizada por los indígenas, el espacio
uránico diurno se destinó para el cristianismo, con sus actuantes sobrenaturales
protectores; mientras el submundo nocturno fue el espacio de la antigua
religión idolátrica.
EL MITO AXIAL
Los tres elementos que hemos explicado –las cuevas, los espectros
y el subsuelo- combinados con otros mitemas dispersos, dieron origen a cierto
mito zapoteco que debió haber estado muy difundido en los inicios de
“…La tierra se encontraba en completa obscuridad y frío. Sus
únicos habitantes eran los “be´ne” (gwlasse = gentiles): gigantes, de físico
burdo y entendimiento torpe, que adoraban los ídolos, árboles y
pozos [1]. Un diluvio trajo la destrucción de muchos de ellos, pues tenían que
sufrir un castigo que ya presentían [2]. Los que se quedaron labraron grandes
lozas para formar sus casas y en ellas se ocultaron bajo tierra [3], cuando
aparecieron el Sol quemante y deslumbrador y
Bajo los cerros se les
encuentra todavía, con sus tesoros [6]; otros quedaron convertidos en monos
(“machines”) en los bosques [5] o perecieron achicharrados [4]. Con el sol y
Otra versión fue recogida por un sacerdote amigo en San Lorenzo
Texmelucan:
“Los antiguos eran altos y vivían arriba en el monte [1]. Cuando
llegó el sol, la tierra tembló [2] y se asustaron. Entonces cayó al río un
tambor, cuyo sonido aún se escucha; pero nadie se anima a sacarlo.
También se rodó una campana, que se llevó al nuevo templo [3]. Unos se
volvieron piedras; otros se enterraron bajo tierra [4]; otros se echaron al río
y se volvieron ranas (por eso sus piernas semejan a las de los humanos) [5]”.
Existen también otros relatos en los que intervienen estos mismos
elementos. Por ejemplo, en
INTERPRETACIÓN DEL MITO: EL MOMENTO
AXIAL
Mesoamérica, como las grandiosas civilizaciones antiguas, tuvo una
-concepción cíclica del tiempo –“el Eternno Retorno de lo Idéntico”-
haciendo del tiempo un eterno presente: el ciclo maya de los
katunes, el siglo azteca de los cincuenta y dos años. En cambio, la idea fuerza
sobre el tiempo propio de Occidente es su lanzamiento hacia el futuro, dejando
atrás un pasado que se pierde irremediablemente. La versión judeocristiana lo proyectaba
hacia el futuro escatológico utópico, mientras que la versión secularizada
actual lo hace correr vertiginosamente hacia un futuro abierto, indefinido y
carente de finalidad. La orientación temporal de las culturas tribales va en
dirección totalmente opuesta. Para ellas, el tiempo paradigmático hay que
buscarlo en el pasado, “los tiempos originarios”, cuando todo tuvo su comienzo,
la realidad era maleable y las cosas adquirieron sus características propias.
Es entonces cuando tuvieron lugar los acontecimientos míticos primigenios,
revividos en el presente pormedio de los ritos, con lo que se constituyen en
prototipo atemporal.
La religión popular latinoamericana expresa su momento traumático
en
seducidas por los conquistadores, que ahogaron ellas mismas a sus
hijos al recordar el precepto ancestral: “No mezclarás tu sangre con la del
torturador!”. “¡Aaaay mis hijos!” es el grito desgarrado de un corazón
escindido entre la lealtad a su pueblo y su amor maternal (Palma 1983). Aquel
fraile sin cabeza, que aparece en ciertos lugares de México y sobretodo en
Centroamérica, queda explicado por cierto testimonio clave en la tradición
oral: “Fue un padrecito al que mataron los hermanos Contreras”. Tales hermanos
Contreras mataron al obispo Valdivieso, por haber condenado las encomiendas. En
realidad lo apuñalaron; pero la naciente Iglesia del pueblo se
proyectó en este espectro, pues realmente le habían cortado su
cabeza, es decir, su primado (Palma 82). De modo similar, el mito que nos ocupa
podemos interpretarlo sin dificultad como un mito de conversión, es decir, la
forma como los indígenas percibieron la llegada del Evangelio.
EXÉGESIS DEL MITO
[1] Los indígenas se
perciben descendientes de un gran pueblo: “gigantes”, “altos”, nos dicen ambas
versiones, confirmadas con el
encuentro de huesos de mayor tamaño que los actuales . Soustelle
dice que los mitos cosmológicos aztecas concebían a los hombres de
los mundos anteriores como gigantes. El mito axial los presenta
“de físico burdo y entendimiento torpe”, pues estaban sumidos en “las tinieblas
de la idolatría”. Los antepasados habitaban, pues, en lo alto de los montes, es
decir, en el espacio abierto, lo elevado, patente y manifiesto. Es este un
motivo de veneración a los cerros y un recuerdo del que se siente la necesidad
de retener. Lo escuché en el Itsmo sobre el “Cerro Vacussa”, sobre el “Cerro
Timeme” de los hueves; el “Monte Viejo” de Jamiltepec, el “Monte Negro” de
Tilantongo, o el “Cerro de Pueblo Viejo” de Zoquitlán… Parece tener cierto
Fundamento arqueológico, pues se dice que en el “Cerro de
testimonio del Popol Vuh, que afirma que los hombres de épocas
anteriores vivieron en las cuevas (1984: 31, 44, 51). [2] La catástrofe de
lujuria, sacrificios humanos) (Villavicencio).
[4] En la hecatombe, muchos fueron muertos (“achicharrados por el
sol”). Otros huyeron a los bosques, convertidos en animales (monos [5]
“machines”, ranas, pájaros o serpientes). La conversión en monos de los humanos
de otras épocas formaba parte de una larga mitología. La hallamos en la leyenda
de los cinco soles aztecas: El segundo mundo – el Sol de Viento- termina con
una operación de hechicería: los hombres quedan convertidos en monos. También
lo hallamos en el Popol Vuh: los gemelos ancestrales convierten en monos a sus
rivales hermanos mayores (1984: 106).
Históricamente sabemos que la política civilizadora de congregar a
los indios en pueblos, encontró resistencia de muchos indios, los cuales
prefirieron aislarse en “zonas de refugio”, las cuevas de los bosques, para
continuar siendo fieles a sus dioses.
Burgoa lo testimonia expresamente:
“Con sólo oír su nombre se estremecían y congojaban con tanta
desesperación, que muchos se dejaban morir miserablemente; otros se
entraban por lo más inaccesible de las montañas, y querían más
vivir en grutas con las fieras silvestres que avecindarse con quienes miraban
como verdugos de sus vidas… Pronto murió la mitad de los indios por malos
tratos de los corregidores y alcaldes mayores” (1934:
III-482).
Eventualmente se podían encontrar estos extraños seres. Todavía a
principios de este siglo se narran relatos de viajeros que encontraban a
algunos gigantes en Chimalpa; entre los zoques de San Miguel o Santa María;
entre Chiapas y Zanatepec, Juchitán, etc. (W. Cruz 1934: 184-198). En Royoaga
me contaron que de vez en cuando se encuentran ciertos gorilas melenudos a los
que llaman “salvajes” y cuya carne es tabú alimenticio. Mi informante me dijo
que son los antepasados; los “binquisac” o “bieniquexaa”, “que ante la llegada
del cristianismo huyeron a lo inhóspito, para preservar su gentilidad”. Poco a
poco estos extraños “salvajes” se fueron haciendo legendarios.
A veces se les piensa peligrosos antropófagos (Wietlaner 193-201);
pero más frecuentemente parecen inofensivos.
La carencia de sociabilidad produjo un retraso en su desarrollo
cerebral, y se tornaron asustadizos y atontados. La leyenda atribuyó a su
rechazo del cristianismo la involución a la condición de animalidad. Ser
“cristiano” se tornó sinónimo de hombre pleno. El gentil era una especie
de subhumano, no del todo “de razón”, como lo observamos en
algunas leyendas: “Un cazador iba a matar a una serpiente. Esta le pidió que
le siguiera a su cueva y que le pusiera sal en la boca. Así lo hizo y se
convirtió en una cristiana encuerada. El dueño de la serpiente le dijo al
cazador que se fuera y no diera más sal a las serpientes". (Wietlaner
222)
El bautismo, simbolizado por la sal, convierte a la mujer en
“cristiana”, con la ambivalencia del término: bautizada y humana. [6] Hubo
casos en que no sólo se contentaron con huir a lo inhóspito, sino que
literalmente se escondieron bajo tierra. En algunos lugares de
enterrados. En Yalalag se me decía que esto probaba que vivían
bajo tierra. Pero el relato puede también interpretarse como pasar a vivir en
la clandestinidad. Ante las persecuciones antiidolátricas, los fieles
seguidores de la antigua religión no tuvieron más remedio que ocultarse en la
noche (“Quien obra el mal ama las tinieblas”, parafraseaban los misioneros a
San Juan 3, 20). “Bajo los cerros se les encuentra todavía, juntamente con sus
tesoros”, dice el mito. El subsuelo fue desde entonces lugar - riqueza. Relata
Durán (1980: 206) que cuando llegó la fe, los naturales enterraron las
ofrendas, junto con otras muchas riquezas en las cuevas de los cerros (el
legendario tesoro de Cuauhtémoc); pero la expresión puede también connotar la
riqueza de su cultura vuelta “underground”.
La táctica de los misioneros de satanizar a las antiguas deidades
se volvió en su contra. Como ni el infierno se asemejaba a su inframundo, ni el
diablo europeo a esos espectros guardianes ecológicos y custodios de los
tesoros, la resistencia de la cultura autóctona se refugia en las enigmáticas
cuevas y el diablo se convierte en signo de subversión, llegando a incitar a
los zapotecos a la rebelión de los Guachichiles en 1562 (Weckmann 1984:
212-221).
[7] EL MESIANISMO DE CONG-HOY
Pero hay aún algo más. Esa fuerza indígena satanizada, vencida y
recluida a la clandestinidad del subsuelo, no ha sido aniquilada. En cualquier
momento puede emerger y traducirse en algún movimiento mesiánico. Gozando de
plena vitalidad, sigue narrándose entre los mixes la gesta de Cong-Hoy, la
misma que inspirara las rebeliones étnicas en el estado durante los siglos XVII
y XVIII. Alicia Barabas y Miguel Bartolomé (1984) realizaron un bello estudio sobre
este mito. En resumen se trata del héroe cultural de los mixes, de nacimiento
mítico, que combatió en favor de su pueblo, ni pudiendo ser vencido ni siquiera
por la alianza entre españoles y zapotecos. Estos incendiaron el cerro; pero él
se escondió en una cueva. Les dejó dicho: “Hijos, cuando encuentren mi tesoro
quiere decir que voy a
revivir otra vez para luchar de nuevo”. La importancia del mito se
evidencia en el citado ensayo:
“La expectativa de retorno de un héroe libertador -interpreta la
autora- se debe a que la liberación prometida sigue constituyendo un
anhelo no cumplido; una promesa de solución para la angustia
existencial colectiva, que encuentra uno de sus canales de expresión a nivel de
las formas simbólicas. El Rey Cong-Hoy, que un día regresará y guiará a su
pueblo hacia una época de felicidad y abundancia se inscribe dentro de una
tradición de pensamiento utópico indígena”.
En San Lorenzo Mixtepec hay una cueva maligna. El pueblo oye voces
o ruidos y se cuentan memoratas terribles, como la de aquél que
quedó atrapado en ella una noche de San Juan. Más tarde relató que
debajo había gente en una fiesta comiendo; pero que la comida no tenía sal. Él
la pidió y recibió una golpiza. Frente a la cueva, al otro lado del barranco,
hay una gran cruz mirando hacia ella. Se estaba construyendo un camino, que
debía pasar precisamente por donde estaba fijada la cruz y la habían dejado en
medio del camino, sin atreverse a quitarla. Tuve que inventar todo un ritual
para alejarla un poco, siempre mirando hacia la cueva. El caso no es único. En
muchas cuevas encontramos la cruz como fuerza de contención de los
temibles poderes del submundo. Se trata de la religión de los dominadores que
reprime las manifestaciones de la antigua religión proscrita.
Aún suponiendo que una conversión sincera, queda en lo profundo
del inconciente colectivo cierta ambigüedad: Por un lado, resistencia a la
dominación cultural; por otro, sentimientos de culpabilidad, humillación y
autodenigración al identificarse con los dioses satanizados. Sobretodo se ha
introyectado en los indígenas el mismo temor que los dominadores sienten ante
esas poderosas fuerzas ancestrales, derrotadas pero no vencidas; latentes y
contenidas apenas por la fuerza de la cruz.
Al momento de conmemorar los quinientos años de
Curiosamente habría que penetrar en la cueva del diablo para
descubrir los anhelos de liberación insatisfechos que habrán de aflorar un día,
tal vez a pesar de la cruz; tal vez, en virtud de su misma fuerza, cuando ésta
recupere el contenido mesiánico que poseyó en los albores del cristianismo.
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El autor, Enrique Marroquín es antropólogo social de
de Puebla y Dr. en Ciencias Sociales por
Protesta”, “La cruz mesiánica: aproximación al sincretismo
católico indígena de
Oaxaca”, “El botín sagrado: la dinámica reli giosa en Oaxaca” y “
reflexiones sociológicas”.
Publicado originalmente en:
Revista Academica para el Estudio de
las Religiones
http://www.revistaacademica.com/TIII/Capitulo_3.pdf