LA CUEVA DEL DIABLO:

ANÁLISIS Y RECONSTRUCCIÓN DE UN MITO ZAPOTECO

Dr. Enrique Marroquín Zaleta

 

ABSTRACT

The Zapotecos myths are a key issue for understanding the

conceptual frame of the Autochthonous Church. This work studies a

zapoteco myth, which clearly shows how the symbolic dispute for the

conquest of the ethnic religious spaces, still continues in our days.

The conflict between the Cross and "The Cave of the Devil" is viewed

from a scientific perspective.

 

 

Es la medianoche. En la Cueva del Diablo está Remigio Hernández [1] acompañado del brujo de la localidad. Éste le ha instruido en lo que debe hacer, recomendándole mucha decisión y no dar muestras de pusilanimidad. Llevan la ofrenda prescrita: un guajolote cocido envuelto en hojas frescas de casanto, tres velas chicas de sebo y sahumerio. El brujo conoce las invocaciones satánicas “en idioma”. Esta vez tuvo suerte. Su espíritu aguantó y se le mostró “El Catrín” [2]. Llevaba un elegante vestido negro de charro [3]. De pronto oyó una voz cavernosa: “¿Qué quieres, pues me invocaste?” El diablo se muestra amable, calmando casi el nerviosismo de Remigio. Éste no titubeó al demandar riquezas [4] y entonces El Malo le indicó minuciosamente las medidas del corral que tendría que adaptar, ya que pronto le habría de enviar sus chivos [5], todos de color negro. A cambio, habría de comprometerse ir a servirle cuando le tocase la hora de morir. El pacto queda consumado, firmado con la misma sangre de sus venas”.

 

Efectivamente, Don Remigio Hernández se fue convirtiendo en el más rico del poblado. De acuerdo con lo pactado, había de vivir en cierta austeridad, no podía regalar el dinero, ni emplearlo en ayudar al prójimo, sino dedicarlo a los vicios y el placer. Tenía además que obedecerlo y aceptar ciertas inspecciones periódicas” [6].

 

Estas visitas suelen ser terroríficas. El diablo sale de cierta piedra. A la luz de la luna brilla la plata de sus botones, de la brida del caballo, de sus espuelas. Monta un soberbio caballo que va echando espumarajos. Los vecinos escuchan los relinchos, así como los bufidos de las bestias. Arroja una cuerda sobre el muro de la casa y brinca. Se oyen conversar y hasta los maltratos que le da a su servidor, en caso de no estar conforme”. “Un buen día, Don Remigio murió y el cadáver desapareció. Su familia tuvo que llenar el ataúd de piedras, para evitar el escándalo.  El ganado huyó y el dinero ahorrado se dilapidó sin sentirlo [7].

Poco tiempo después, Benito Cruz su compadre, viniendo por el monte lo vio cuidando chivos. No le quería responder al saludo; pero por fin le habló: ‘Mire compadre: yo estoy ahora pagando la que hice. El Patrón me maltrata muy feo. Me tiene trabajando siempre y luego me pregunta qué quiero comer. Si le digo que blandito, me da de chicotazos; si le digo que duro, me da de palos. Por eso no deben ambicionar las riquezas, para que no les pase lo que a mí” (*).

 

El relato que acabo de exponer se encuentra vivo y cualquiera lo puede reconocer, con sus ineludibles variantes, en cualquier parte de

Oaxaca. Contiene elementos interesantes sobre los cuales conviene detenerse: [1] Se presenta como “memorata”, ya que el protagonista siempre tiene nombre y apellido y fue uno de los vecinos más ricos del pueblo. Otro tanto sucede con el otro personaje, el testigo, quien suele ser un pariente más o menos cercano al relator. Habla de lugares concretos y mantiene un carácter de verosimilitud.

[2] Sin embargo, se trata de un auténtico mito. Este género de relato se reconoce no sólo por su contenido, sino porque la forma de narrarlos se reviste de ciertas condiciones que evocan la realidad contada.

 

* Versión recogida en la Mixteca de la Costa por el P. Gregorio.

 

 

Una circunstancia que nos muestra que estamos en este caso es que nunca se llama al diablo por su nombre (Satanás, Lucifer) o lo que sería aún peor, el nombre indígena, como el mazateco “Chat’ó”, el tacuate “Cui’na” o el “Ra’ñava’ha” mixteco. Se le cita por algún apodo, como “el Catrín”, “el Malo”, “el Animal, “Patas de Cabra”, “el Cachudo”, “el Chamuco”, “el Enemigo", etc. Se trata del poder mágico de la palabra, el nombre propio forma parte de la persona a la que pertenece, de manera que al nombrar al diablo equivaldría a invocarlo.

 

Esto se observa mejor si comparamos el relato con algunos cuentos más o menos chuscos, o en anécdotas poco tomadas en serio, en los que aparece el diablo, ahora en la figura renacentista europea y con su nombre real: los tacuates, por ejemplo, lo han visto bailando en el Carnaval.

 A un muchacho de Jamiltepec que decía groserías lo tiró entre las espinas. Allí mismo salía a jugar con los niños en la forma de burrito, hasta que alguien lo descubrió, le puso totomostle en la cola y le prendieron fuego. Los negros de la costa lo reconocieron bailando en una arteza, por su pezuña, huyó. A veces se aparece y quien lo ve al poco tiempo muere o queda mudo.

 La gente lo piensa atisbando detrás, aconsejando pelear o ayudando a asesinar...[3] La apariencia del diablo es siempre la del mestizo. Viste de cuero, con chaparreras, como “catrín” bien arreglado. Es guapo; sabe bailar bien en las artezas, según los negros de la costa; alto y de ojos mongoloides que echan lumbre, según los zapotecos.

[4] La petición de riqueza es la mas frecuente; sin embargo también puede haber otras, como bailar bien, saber pelear, enamorar o dinero. [5] En cuanto a la forma de obtener la riqueza, a veces aparece el baúl lleno de dinero (mixes); pero lo más frecuente es que se enriquezca por medio de la ganadería, reses o chivos. En algunas ocasiones, hay que ir por ellos periódicamente. En otras, el ganado llega solo. [6] A veces la condición puede ser cometer una acción innoble: escupir a un Cristo, la cabeza de un hombre o la entrega de la propia mujer para que el diablo tenga relaciones con ella.

[7] En otra versión, el protagonista se convierte y llama al cura a bendecir el ganado. Éste se puso como loco y huye al cerro.

Cuando se regala el dinero, se evapora (negros); si se hereda, no luce (huaves); el ganado se muere o huye al cerro (tacuates); las monedas se convierten en culebras que maman los niños creyendo ser el pecho materno (mixes).

 

INTERPRETACIÓN

 

Su origen se remonta a los primeros años de la Colonia. Recurriendo a la misma táctica de los opresores -la satanización de la cultura antagónica- se denuncia a los ricos indígenas por haberse marginado de la comunidad; se denuncia también a los capataces mestizos: el charro, apuesto, habilidoso para el jaripeo y con suerte para enamorar. Denuncian por último a la ganadería, innovación económica causante de haber roto el igualitarismo comunitario (su figura tradicional tiene cuernos, y pezuñas). El mito por lo tanto fue forjado por

los oprimidos y cumple indudables funciones de resistencia cultural. Por supuesto tampoco faltan elementos de introyección de la ideología dominante, como la disuasión de aspirar a enriquecerse. Hay todavía algo más. Algunos elementos del relato, combinados como otros mitemas dispersos en estas culturas que habremos de indagar, nos permiten reconstruir cierto mito más fundamental.

 

EL MISTERIO DE LAS CUEVAS

 

Oaxaca es una región mágica. Su accidentada orografía predispone hacia lo telúrico: Configuraciones extrañas abren a lo insólito, evocando el terror o la fascinación. Entre los lugares “pesados”, los más interesantes se ubican en lagunas, cerros y cuevas que se relacionaron antiguamente con el agua y el dios Cosijo. A veces se combinan, como la laguna que hay dentro de una cueva de Cerro Rabón, en la Chinantla; o la cueva del cerro que emerge en medio de la laguna de San Francisco del Mar.

 

Para los indígenas, las cuevas les despiertan temor. Se dice que quien se aventura por sus túneles puede quedar encantado y no salir. De ellas o debajo de grandes piedras (o el “Cerro de la Caja” en Vigallo, Zimatlán) se escuchan ruidos, voces, tambores o música. Las consideran como vías de acceso a la misteriosa región del subsuelo. Pero a la vez les suscitan también atracción. Algunas de estas cuevas fueron adoratorios en la antigüedad y los misioneros hallaron escondidos en ellas algunos ídolos (Quegolani).

Todavía en la actualidad, ciertas cuevas, acaso con alguna estalagtita en figura de santo, siguen atrayendo peregrinos (Albarradas, Juxtlahuaca, Tepustepec). Se dice también que guardan apetecibles tesoros capaces de enriquecer a los afortunados que los encuentran. Tal vez en la antigüedad hayan sido tumbas de importantes señores enterrados con valiosas ofrendas; tal vez escondites donde salvar los tesoros del pueblo de la rapacidad de los españoles, el caso es que la gente relaciona estas riquezas con los reyes del tiempo de la gentilidad. En Nochebuena o en la Noche de San Juan (los solsticios) las cuevas dejan ver sus tesoros y se les puede sacar, con suficiente cautela, pues de no salir oportunamente, el sujeto quedará atrapado un año entero, que a él le parecerá tan sólo un día.

Dichos tesoros son también revestidos de caracteres mágicos. Son celosamente custodiados por alguna serpiente-guardián la “Cueva de la Vieja” en huitzo; la cueva de Cond-hoy en Huayapan; la “Hondura del Diablo” en Putla, la de Zacatepec, etc.

 En San Andrés Ojitlan –según Wietlaner [1977: 151 ss] los antiguos reyes pasaron huyendo por ahí y les dejaron a los del pueblo una campana de oro custodiada por una serpiente. El tesoro a veces se convierte en carbón o en excremento, ante actitudes egoístas o taimadas “dos amigos encuentran un tesoro y deciden sacarlo por la noche siguiente. Uno de ellos pretende madrugarle a su compañero y al salir ve que sólo tiene excremento. Se lo arroja en su casa y se vuelve a convertir en oro”. Por cierto que esta relación entre lo más valorado (oro) y lo más despreciado (excremento) ha recibido interpretaciones psicoanalíticas: la retención del excremento, fijación de la fase anal, deriva en avaricia y actitudes sádicas.

 

OTROS ESPECTROS NOCTURNOS

 

La noche oaxaqueña está poblada de espantos. Los indígenas viven en el sobresalto, pues cada noche representa la posibilidad de que ese aspecto ignoto del tenebroso subsuelo, irrumpa en la realidad cotidiana. Por eso saludan a la luna, como astro protector que con su luz hace menos intimidante las tinieblas.

De la Serna (1953: 221-223), poco después de la Conquista describió algunos espantos prehispánicos, las “burlas de Tezcatlipoca”: el terrible Iohualtepocchtli, espectro sin cabeza, con el pecho dividido de modo que dejaba ver el corazón, produciendo un ruido como si cortasen leña. Si algún animoso se atrevía a agarrarle el corazón, podía pedirle riquezas como condición para dejarlo libre.

La Quitaplanton, fantasma femenino cuyo andar podía ir hacia cualquier parte, por lo que era imposible de atrapar; una calavera que perseguía a los noctámbulos, etc. Pero esto no es sólo cosa del pasado. En la actualidad hay numerosas apariciones: ánimas en pena, brujos y naguales, traviesos duendes encuerados (cheneques) y fantasmas femeninos, como la lúgubre Llorona, aullando por sus hijos, o la seductora Matlacihua, que extravía a los maridos parranderos. Podemos elencar algunos que se relacionan con el mito buscado. Son seres peligrosos, pues quien los encuentra puede enloquecer, Quedarse mudo o morir; pero también, si se tiene suerte, otorgan riquezas.

 

EL SEÑOR DEL CERRO

 

Guardián ecológico y protector de determinada comarca. Se le conoce como el patrón del lugar. Quienes lo han visto, lo describen con los rasgos de un hombre blanco y alto, no indígena. Habita en la cima del monte o debajo de una piedra. A veces se le ve a caballo, vigilando los parajes.

Puede ser peligroso encontrarse con él, por lo que los mixtecos suelen llevar ajo para ahuyentarlo cuando pasan cerca de su morada (Flanet 1977: 113-121) (C). Cuida las siembras; castiga a quienes pasan demasiado tiempo en su territorio o a quienes causan destrozos en los bosques (mixes). Custodia los tesoros antiguos guardados bajo las cuevas, que otorga a quienes saben cómo pedirlos. En ocasiones ha evitado el saqueo de las minas. Un informante de los Valles Centrales, que trabajaba sacando cuarzo, cuenta que tenían que hacerle ofrendas -cigarro, mezcal y comida- para que los dejara trabajar. El temor que despierta se ejemplifica con la anécdota, si bien acaecida en la Sierra Norte de Puebla, en que unos indígenas desertaron de una contratación laboral para abrir una carretera, pues utilizaban explosivos sin haber solicitado su consentimiento al dueño del lugar.

 

“SEÑOR DE LOS ANIMALES”

 

Este guardián ejerce funciones similares al anterior. Se le considera de rango inferior y su figura es similar. Cuida a los animales de los cazadores impetuosos; se le llevan ofrendas para que aparezcan los animales extraviados, o para que advierta a sus pájaros o tejones que no se coman la semilla (mixes). Protege a los naguales y él mismo puede convertirse en animal.

Es probable que este personaje no sea otro que la antigua deidad soltera Nosanaguella, patrono de los cazadores (H. Berlin 1957). Burgoa narra cómo al ir a cazar, visitaban un ídolo oculto en la cueva de cierto monte, le ofrecían incienso y un ritual de danza con sus redes ornadas de uñas de animales (III-255). Barzalobre habla también de cierto ritual para que los libre de picaduras de serpientes.

 

“EL ARRIERO”

 

En la Sierra Mixe y entre los zapotecos de la Sierra Juárez se ve un arriero que va con su recua de mulas, que no dejan huellas, hacia la cueva de Condoy, donde se pierde. Los afortunados que lo ven procuran agarrar una de sus mulas y con un cuchillo le quitan su carga. Trae ropa o mercancías; pero en la que lleva el bulto más pequeño trae el oro. Antes, cuando los pobres no tenían que comer iban con el adivino. Éste les prescribía bañarse en cierto pozo a la medianoche durante nueve noches seguidas, para tener la suerte de encontrarse al arriero.

 

ALGUNAS VARIANTES E INTERPRETACIONES

 

Los actuantes sobrenaturales que hemos expuesto tienen ciertos rasgos comunes: habitan en las cuevas de los montes y custodian las riquezas del subsuelo. Con frecuencia se dan entre sí préstamos de identidad. Para un informante de Igualeja, el arriero vive en una mina del cerro; se le encuentra vagando, cuidando a los animales para que no los maten y a los

bosques. Si uno agarra su dinero no muere bien, sino que se lo lleva. En Catatitlán, el 24 de Junio sale “El Señor del Cerro” y ofrece dinero; pero no se puede gastar y luego se lleva al beneficiado a cuidar sus animales.

 

El caso más significativo es el de los mazatecos. El personaje es nada menos que San Martín Caballero. Ese mismo santo que en las ciudades los comerciantes le ponen un ramito de alfalfa para su caballo, con el conjuro: “San Martín Caballero, dame pronto dinero”, resulta ahora el espectro nocturno por excelencia. “En realidad no se trata precisamente de un santo -dicen los informantes- sino un duende de la tierra”. “Los curanderos trabajan con él, ya que si se apodera de nuestra imagen, enfermamos”. Su relato está muy vivo y constantemente sale en las conversaciones.

Es el dueño de esas tierras y de los montes. Es de raza blanca y saluda en castellano: “adiós, adiós”. Vive en la punta de Cerro Pelón. Ciertas noches baja a caballo a visitar a sus animales y los tesoros que, tiene enterrados. Entonces se le puede ver. Para mayor facilidad, los que desean obtener de él dinero, van “en indulgencia” (sin tener relaciones sexuales) y le llevan cacao o guajolote. Les dice que agarren la cola de su caballo y se los lleva a su casa. Les hace prometer que en cuatro días no dirán nada (en realidad son cuatro años), pues de lo contrario, mueren. A la hora de sus muertes se los lleva en cuerpo y alma a trabajar con él.

 

EL DIABLO

 

Todas estas figuras han sido contaminadas del mito principal (los empactados) y del personaje central (el diablo). Inmediatamente percibimos que no se trata del diablo del catolicismo oficial que intenta explicar el mal como privación del bien: el hebreo Satán, “el obstructor”, el ángel caído que procura perder al alma y arrojarla al infierno. Ni el dualismo gnóstico maniqueo de una deidad maligna opuesta al Dios de amor (el mal como principio opuesto al bien). Tampoco se trata del diablo europeo, de origen inmemorial: El dios cornudo, cuya representación es la figura divina más antigua que se ha podido encontrar comprende tanto el bien como el mal. Transformado en Minotauro faunos dionisiacos o el dios Pan, persiste en Europa a la llegada del Cristianismo y en virtud de aquella teología que posiblemente se remonte hasta, San Pablo –“lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican y no a Dios”

(1 Cor. 10, 20-21)- quedó convertido en el terrorífico y astuto demonio del mal.

 

La figura del macho cabrío fue el emblema del dios de los brujos, es decir, los seguidores de la antigua religión proscrita (Murray 1986).

Un personaje similar no existía antes de la llegada de los españoles. Por el contrario, los espectros nocturnos descritos resultan guardianes del territorio indígena (sus campos, su siembra, sus animales, sus minas, sus tesoros), protegiéndolo de la voracidad de los blancos occidentales; ayudan a los pobres con dinero, aunque sea al precio de la explotación laboral indefinida. Sabemos que la política evangelizadora de los misioneros novo hispanos no fue negar la existencia real de las deidades mesoamericanas, sino su satanización. El diablo se identificó con las divinidades vencidas y por influjo de la ganadería taurina recién introducida, el charro negro sustituyó al cabrón.

 

EL TENEBROSO SUBSUELO

 

Recordemos que en la cosmovisión de los antiguos zapotecos el paraíso de Pezelao se hallaba debajo de Liu’vaa (Mitla), el reino del dios azteca Mictlantecuhtli. Allí iban los muertos atravesando las nueve llanuras y cruzando el mítico río para una vida de ultratumba sin trabajo ni fatigas. No nos lo imaginemos como un lugar tenebroso, pues el sol, al ocultarse, se hundía en las entrañas de la tierra para iluminar las amenas praderas del subsuelo, donde crecía el zempaxuchitl y las naranjas eran de oro. (Popol Vuh; Burgoa II cap 28; Clavijero I p. 225).

Wilfrido Cruz, en sus estudios sobre el vocabulario de Córdoba, se extiende en el vasto ámbito significativo del “cilla/guella”. Esta oposición binaria es mucho más que la de “día/noche”: “cilla” significa claridad, belleza, alegría; “guella”, la noche cerrada, con cierta connotación intimidante, tenebroso, aciago. Denota cierta idea de medición -los peldaños por los que atraviesa el sol- y como por las noches este astro descendía al subsuelo, “guella”, es a la vez lo nocturno y lo profundo; mientras que “cilla” es el día y lo celeste. Las dos aves sagradas, el águila y el búho, a la vez que el día y la noche, simbolizan lo fasto y lo nefasto. El águila y el jaguar simbolizaban para los aztecas el día y la noche; el águila y la serpiente, lo uránico y lo ctónico.

Esta oposición cosmológica indígena fue aprovechada por la predicación de los misioneros, quienes glosaron abundantemente a

Isaías (9, 1-3; c. 60; 1-3) y al evangelista San Juan (v.gr. c3, 20).

 

Ahora la luz y las tinieblas ya no guardan la relación complementaria “cilla/guella", sino el antagonismo dualista entre el mundo de Salvación representado por Cristo (sustituto del Sol-gobicha) y el mundo de pecado de la gentilidad (“las tinieblas de la idolatría”):

 

“Así como las tinieblas de la noche se destierran con la venida del sol, así las tinieblas obscuras de la infidelidad y de las idolatrías se

destierran con la luz del verdadero Sol de Justicia, Nuestro Señor Jesucristo” (De la Serna 1954: 61).

 

En la síntesis sincrética realizada por los indígenas, el espacio uránico diurno se destinó para el cristianismo, con sus actuantes sobrenaturales protectores; mientras el submundo nocturno fue el espacio de la antigua religión idolátrica.

 

EL MITO AXIAL

 

Los tres elementos que hemos explicado –las cuevas, los espectros y el subsuelo- combinados con otros mitemas dispersos, dieron origen a cierto mito zapoteco que debió haber estado muy difundido en los inicios de la Evangelización. Actualmente sigue circulando este mito, si bien de manera restringida y cautelosa. Pareciera como si encerrase un secreto esotérico reservado a los indígenas, los cuales sólo lo revelan a quienes pueden confiar. En cambio, sus elementos disgregados pueden encontrarse con facilidad, pudiendo reconstruirse con estos, lo cual hace suponer que el mito respondía a una concepción cultural muy profunda.

 

LA NARRACIÓN MÍTICA

 

“…La tierra se encontraba en completa obscuridad y frío. Sus únicos habitantes eran los “be´ne” (gwlasse = gentiles): gigantes, de físico

burdo y entendimiento torpe, que adoraban los ídolos, árboles y pozos [1]. Un diluvio trajo la destrucción de muchos de ellos, pues tenían que sufrir un castigo que ya presentían [2]. Los que se quedaron labraron grandes lozas para formar sus casas y en ellas se ocultaron bajo tierra [3], cuando aparecieron el Sol quemante y deslumbrador y la Cruz.

 Bajo los cerros se les encuentra todavía, con sus tesoros [6]; otros quedaron convertidos en monos (“machines”) en los bosques [5] o perecieron achicharrados [4]. Con el sol y la Cruz llegaron la religión verdadera y los castellanos. Luego aparecieron otros “Gwlasse”, antecesores de los actuales zapotecas y mixes, quienes protegieron a los indios de la codicia de los castellanos y de la destrucción [7]. Cuando los castellanos comenzaron a explorar la mina de Yalalag, en la que muchos indios murieron, la “malearon” con sus hechicerías. Desde que salió el sol, se temió su efecto calcinador y del fuego”. [Obtenido en Yalalag por Julio De la Fuente (1977: 147-151)]

 

Otra versión fue recogida por un sacerdote amigo en San Lorenzo Texmelucan:

 

“Los antiguos eran altos y vivían arriba en el monte [1]. Cuando llegó el sol, la tierra tembló [2] y se asustaron. Entonces cayó al río un

tambor, cuyo sonido aún se escucha; pero nadie se anima a sacarlo. También se rodó una campana, que se llevó al nuevo templo [3]. Unos se volvieron piedras; otros se enterraron bajo tierra [4]; otros se echaron al río y se volvieron ranas (por eso sus piernas semejan a las de los humanos) [5]”.

 

Existen también otros relatos en los que intervienen estos mismos elementos. Por ejemplo, en la Chinantla se cuenta que cuando apareció el sol, los hombres que no querían ver la luz, ni oír la campana, se fueron al monte y se convirtieron en animales (mono, armadillo, tepescuintle). Dios dijo que estos animales no servirían de comida (Wietlaner 1977: 215-229).

 

INTERPRETACIÓN DEL MITO: EL MOMENTO AXIAL

 

Mesoamérica, como las grandiosas civilizaciones antiguas, tuvo una -concepción cíclica del tiempo –“el Eternno Retorno de lo Idéntico”-

haciendo del tiempo un eterno presente: el ciclo maya de los katunes, el siglo azteca de los cincuenta y dos años. En cambio, la idea fuerza sobre el tiempo propio de Occidente es su lanzamiento hacia el futuro, dejando atrás un pasado que se pierde irremediablemente. La versión judeocristiana lo proyectaba hacia el futuro escatológico utópico, mientras que la versión secularizada actual lo hace correr vertiginosamente hacia un futuro abierto, indefinido y carente de finalidad. La orientación temporal de las culturas tribales va en dirección totalmente opuesta. Para ellas, el tiempo paradigmático hay que buscarlo en el pasado, “los tiempos originarios”, cuando todo tuvo su comienzo, la realidad era maleable y las cosas adquirieron sus características propias. Es entonces cuando tuvieron lugar los acontecimientos míticos primigenios, revividos en el presente pormedio de los ritos, con lo que se constituyen en prototipo atemporal.

La religión popular latinoamericana expresa su momento traumático en la Conquista. Aquella catástrofe no sólo sojuzgó a un pueblo grandioso y heroico, sino que derrotó a los mismos dioses tutelares, quienes tuvieron que retirarse ante la superioridad de la Cruz. Es en referencia a ese acontecimiento axial que se fundamenta la nueva síntesis sincrética y se da comienzo a “los nuevos tiempos”, equivalente a los “tiempos originarios”. Este hecho, además, nos ofrece la clave hermenéutica de interpretación de los mitos que circulan hoy en día, de los espacios encantados y de los espectros del submundo, en los cuales la memoria colectiva registra la conciencia de la magnitud de la derrota cultural. La “Llorona”, por ejemplo, personifica aquellas mujeres, violadas o

seducidas por los conquistadores, que ahogaron ellas mismas a sus hijos al recordar el precepto ancestral: “No mezclarás tu sangre con la del torturador!”. “¡Aaaay mis hijos!” es el grito desgarrado de un corazón escindido entre la lealtad a su pueblo y su amor maternal (Palma 1983). Aquel fraile sin cabeza, que aparece en ciertos lugares de México y sobretodo en Centroamérica, queda explicado por cierto testimonio clave en la tradición oral: “Fue un padrecito al que mataron los hermanos Contreras”. Tales hermanos Contreras mataron al obispo Valdivieso, por haber condenado las encomiendas. En realidad lo apuñalaron; pero la naciente Iglesia del pueblo se

proyectó en este espectro, pues realmente le habían cortado su cabeza, es decir, su primado (Palma 82). De modo similar, el mito que nos ocupa podemos interpretarlo sin dificultad como un mito de conversión, es decir, la forma como los indígenas percibieron la llegada del Evangelio.

 

EXÉGESIS DEL MITO

 

 [1] Los indígenas se perciben descendientes de un gran pueblo: “gigantes”, “altos”, nos dicen ambas versiones, confirmadas con el

encuentro de huesos de mayor tamaño que los actuales . Soustelle dice que los mitos cosmológicos aztecas concebían a los hombres de

los mundos anteriores como gigantes. El mito axial los presenta “de físico burdo y entendimiento torpe”, pues estaban sumidos en “las tinieblas de la idolatría”. Los antepasados habitaban, pues, en lo alto de los montes, es decir, en el espacio abierto, lo elevado, patente y manifiesto. Es este un motivo de veneración a los cerros y un recuerdo del que se siente la necesidad de retener. Lo escuché en el Itsmo sobre el “Cerro Vacussa”, sobre el “Cerro Timeme” de los hueves; el “Monte Viejo” de Jamiltepec, el “Monte Negro” de Tilantongo, o el “Cerro de Pueblo Viejo” de Zoquitlán… Parece tener cierto Fundamento arqueológico, pues se dice que en el “Cerro de la Tortuga” de Tehuantepec, encontraron vasijas con cadáveres en posición fetal y en varios pueblos muestran indicios aún no descubiertos, aparte del

testimonio del Popol Vuh, que afirma que los hombres de épocas anteriores vivieron en las cuevas (1984: 31, 44, 51). [2] La catástrofe de la Conquista está figurada por siniestros naturales (un diluvio, un terremoto) La predicación de los misioneros, destinada a legitimar el genocidio, atribuía las mismas crueldades de los españoles a castigo por el delito de idolatría, a las costumbres depravadas (embriaguez,

lujuria, sacrificios humanos) (Villavicencio). La Cruz, llegada juntamente con la espada, fue el instrumento de castigo y dominación para aquella población indígena. [3] La figura representativa de la Campana en las pinturas mixtecas de fines del S. XVI, coincide con la reproducción gráfica de la montaña sagrada convertida en oratorio de los antiguos códices. En los mapas de los pueblos de ese tiempo la campana simboliza indistintamente el sitio sagrado –sea cristiano o autóctono- y delimita el territorio en el mapa, en el cual cada elemento está provisto de significación (Sacchi: 19-29). La campana que cayó y fue utilizada en la iglesia puede aludir a los restos de antiguos adoratorios incorporados en la construcción del templo católico, que de esta forma heredaría la sacralidad autóctona.

 

[4] En la hecatombe, muchos fueron muertos (“achicharrados por el sol”). Otros huyeron a los bosques, convertidos en animales (monos [5] “machines”, ranas, pájaros o serpientes). La conversión en monos de los humanos de otras épocas formaba parte de una larga mitología. La hallamos en la leyenda de los cinco soles aztecas: El segundo mundo – el Sol de Viento- termina con una operación de hechicería: los hombres quedan convertidos en monos. También lo hallamos en el Popol Vuh: los gemelos ancestrales convierten en monos a sus rivales hermanos mayores (1984: 106).

 

Históricamente sabemos que la política civilizadora de congregar a los indios en pueblos, encontró resistencia de muchos indios, los cuales prefirieron aislarse en “zonas de refugio”, las cuevas de los bosques, para continuar siendo fieles a sus dioses.

Burgoa lo testimonia expresamente:

“Con sólo oír su nombre se estremecían y congojaban con tanta desesperación, que muchos se dejaban morir miserablemente; otros se

entraban por lo más inaccesible de las montañas, y querían más vivir en grutas con las fieras silvestres que avecindarse con quienes miraban como verdugos de sus vidas… Pronto murió la mitad de los indios por malos tratos de los corregidores y alcaldes mayores” (1934: III-482).

Eventualmente se podían encontrar estos extraños seres. Todavía a principios de este siglo se narran relatos de viajeros que encontraban a algunos gigantes en Chimalpa; entre los zoques de San Miguel o Santa María; entre Chiapas y Zanatepec, Juchitán, etc. (W. Cruz 1934: 184-198). En Royoaga me contaron que de vez en cuando se encuentran ciertos gorilas melenudos a los que llaman “salvajes” y cuya carne es tabú alimenticio. Mi informante me dijo que son los antepasados; los “binquisac” o “bieniquexaa”, “que ante la llegada del cristianismo huyeron a lo inhóspito, para preservar su gentilidad”. Poco a poco estos extraños “salvajes” se fueron haciendo legendarios.

 

A veces se les piensa peligrosos antropófagos (Wietlaner 193-201); pero más frecuentemente parecen inofensivos.  La carencia de sociabilidad produjo un retraso en su desarrollo cerebral, y se tornaron asustadizos y atontados. La leyenda atribuyó a su rechazo del cristianismo la involución a la condición de animalidad. Ser “cristiano” se tornó sinónimo de hombre pleno. El gentil era una especie

de subhumano, no del todo “de razón”, como lo observamos en algunas leyendas: “Un cazador iba a matar a una serpiente. Esta le pidió que le siguiera a su cueva y que le pusiera sal en la boca. Así lo hizo y se convirtió en una cristiana encuerada. El dueño de la serpiente le dijo al cazador que se fuera y no diera más sal a las serpientes". (Wietlaner 222)

 

El bautismo, simbolizado por la sal, convierte a la mujer en “cristiana”, con la ambivalencia del término: bautizada y humana. [6] Hubo casos en que no sólo se contentaron con huir a lo inhóspito, sino que literalmente se escondieron bajo tierra. En algunos lugares de la Sierra Juárez los indígenas muestran con cautela ciertos refugios ocultos en los cerros. Se trata de habitáculos de unos 3m x 1.50m y 2m de altura, de piedra labrada. A primera vista pueden parecer tumbas; pero en la tradición oral se conocen como “Casas de Gentiles”. A mí personalmente me mostraron dos de ellos en Villa Alta y en Yalina se los enseñaron a un seminarista, diciéndole que “cuando nació el Sol se refugiaron allí los antepasados”. La probable ignorancia arqueológica, refuerza esta creencia al encontrar huesos o utensilios

enterrados. En Yalalag se me decía que esto probaba que vivían bajo tierra. Pero el relato puede también interpretarse como pasar a vivir en la clandestinidad. Ante las persecuciones antiidolátricas, los fieles seguidores de la antigua religión no tuvieron más remedio que ocultarse en la noche (“Quien obra el mal ama las tinieblas”, parafraseaban los misioneros a San Juan 3, 20). “Bajo los cerros se les encuentra todavía, juntamente con sus tesoros”, dice el mito. El subsuelo fue desde entonces lugar - riqueza. Relata Durán (1980: 206) que cuando llegó la fe, los naturales enterraron las ofrendas, junto con otras muchas riquezas en las cuevas de los cerros (el legendario tesoro de Cuauhtémoc); pero la expresión puede también connotar la riqueza de su cultura vuelta “underground”.

La táctica de los misioneros de satanizar a las antiguas deidades se volvió en su contra. Como ni el infierno se asemejaba a su inframundo, ni el diablo europeo a esos espectros guardianes ecológicos y custodios de los tesoros, la resistencia de la cultura autóctona se refugia en las enigmáticas cuevas y el diablo se convierte en signo de subversión, llegando a incitar a los zapotecos a la rebelión de los Guachichiles en 1562 (Weckmann 1984: 212-221).

 

[7] EL MESIANISMO DE CONG-HOY

 

Pero hay aún algo más. Esa fuerza indígena satanizada, vencida y recluida a la clandestinidad del subsuelo, no ha sido aniquilada. En cualquier momento puede emerger y traducirse en algún movimiento mesiánico. Gozando de plena vitalidad, sigue narrándose entre los mixes la gesta de Cong-Hoy, la misma que inspirara las rebeliones étnicas en el estado durante los siglos XVII y XVIII. Alicia Barabas y Miguel Bartolomé (1984) realizaron un bello estudio sobre este mito. En resumen se trata del héroe cultural de los mixes, de nacimiento mítico, que combatió en favor de su pueblo, ni pudiendo ser vencido ni siquiera por la alianza entre españoles y zapotecos. Estos incendiaron el cerro; pero él se escondió en una cueva. Les dejó dicho: “Hijos, cuando encuentren mi tesoro quiere decir que voy a

revivir otra vez para luchar de nuevo”. La importancia del mito se evidencia en el citado ensayo:

 

“La expectativa de retorno de un héroe libertador -interpreta la autora- se debe a que la liberación prometida sigue constituyendo un

anhelo no cumplido; una promesa de solución para la angustia existencial colectiva, que encuentra uno de sus canales de expresión a nivel de las formas simbólicas. El Rey Cong-Hoy, que un día regresará y guiará a su pueblo hacia una época de felicidad y abundancia se inscribe dentro de una tradición de pensamiento utópico indígena”.

 

LA CRUZ DE CONTENCIÓN

 

En San Lorenzo Mixtepec hay una cueva maligna. El pueblo oye voces o ruidos y se cuentan memoratas terribles, como la de aquél que

quedó atrapado en ella una noche de San Juan. Más tarde relató que debajo había gente en una fiesta comiendo; pero que la comida no tenía sal. Él la pidió y recibió una golpiza. Frente a la cueva, al otro lado del barranco, hay una gran cruz mirando hacia ella. Se estaba construyendo un camino, que debía pasar precisamente por donde estaba fijada la cruz y la habían dejado en medio del camino, sin atreverse a quitarla. Tuve que inventar todo un ritual para alejarla un poco, siempre mirando hacia la cueva. El caso no es único. En

muchas cuevas encontramos la cruz como fuerza de contención de los temibles poderes del submundo. Se trata de la religión de los dominadores que reprime las manifestaciones de la antigua religión proscrita.

Aún suponiendo que una conversión sincera, queda en lo profundo del inconciente colectivo cierta ambigüedad: Por un lado, resistencia a la dominación cultural; por otro, sentimientos de culpabilidad, humillación y autodenigración al identificarse con los dioses satanizados. Sobretodo se ha introyectado en los indígenas el mismo temor que los dominadores sienten ante esas poderosas fuerzas ancestrales, derrotadas pero no vencidas; latentes y contenidas apenas por la fuerza de la cruz.

Al momento de conmemorar los quinientos años de la Evangelización del continente, a algunos les ha sorprendido cierta reticencia por parte de los indígenas. Es oportuno revisar los residuos míticos que custodian la memoria peligrosa de los primeros receptores de la fe cristiana. Testimonio de coacción, de etnocidio totalitario, a la vez de nueva forma civilizatoria.

Curiosamente habría que penetrar en la cueva del diablo para descubrir los anhelos de liberación insatisfechos que habrán de aflorar un día, tal vez a pesar de la cruz; tal vez, en virtud de su misma fuerza, cuando ésta recupere el contenido mesiánico que poseyó en los albores del cristianismo.

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA CITADA

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Mesiánica y Privación Social entre los Mixes de Oaxaca.”

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POPOL VUH: “Antiguas Leyendas del Quiché” Ed. Oasis México 1983.

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WIETLANER, Robert: “Relatos, Mitos y Leyendas de la Chinantla” I.N.I.

Archivo General de las Indias. México 1977.

El autor, Enrique Marroquín es antropólogo social de la Universidad Autónoma

de Puebla y Dr. en Ciencias Sociales por la UNAM. Ha escrito: “La contracultura como

Protesta”, “La cruz mesiánica: aproximación al sincretismo católico indígena de

Oaxaca”, “El botín sagrado: la dinámica reli giosa en Oaxaca” y “La Iglesia y el poder:

reflexiones sociológicas”.

 

 

Publicado originalmente en:

Revista Academica para el Estudio de las Religiones

http://www.revistaacademica.com/TIII/Capitulo_3.pdf

 

 

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Carlos Castaneda y Chamanismo

 

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