Introducción: Las primeras respuestas que el ser humano
ensaya frente a las preguntas que naturalmente tienen sobre la
existencia provienen del mito. Se trata de justificar una realidad
que se desconoce a través de una narración extraordinaria y
sobrenatural. Sin embargo, estas explicaciones se hicieron
insuficientes para una nueva visión que ponía en duda y
criticaba la incoherencia de los mitos con ciertos principios que
el conocimiento comenzaba a descubrir. Se trata de buscar una Verdad
y no sólo una explicación. El conocimiento que
tenemos de nuestra realidad puede ser adquirido por diversos
medios. El más elemental modo de conocer y también el más
inseguro fue llamado por los griegos “doxa”, que podemos
traducir como opinión. La opinión que se da frente a un
asunto no es necesariamente verdadera o falsa en cuanto no está fundamentada.
Por esta misma razón una opinión no pretende convencer sobre la
verdad de algún hecho. La mera opinión sólo se comunica y no
pretende el conocimiento de la verdad ni el avance en la comprensión
de la realidad. Este modo de conocer –que sólo puede basarse en
la confianza y que está muy cercana a la ingenuidad– está
lejos aún de la filosofía. El conocimiento filosófico y científico
busca una verdad intersubjetiva, partiendo de las causas
naturales de los fenómenos físicos ordenándolos a través
de las facultades racionales que todos los seres humanos poseen.
Estas facultades racionales que ordenan el mundo de la naturaleza
son las más importantes a la hora de explicar los fenómenos
naturales y las acciones humanas. Dicho de otra manera, una argumentación,
coherente en sus fundamentos, es la única metodología capaz de
mostrarnos la Verdad del mundo que nos rodea.
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Texto:
“Para
llegar a una más clara noción de lo que sea filosofía tratemos
de sentar y de comprender una definición de la misma. [...]
Ciencia
de
la totalidad de tas cosas
por
sus causas últimas,
adquirida
por la luz de la razón.
Ciencia: Muchos
de nuestros conocimientos no son científicos. Así el
conocimiento que los hombres siempre tuvieron de las fases
lunares, de la caída de los cuerpos. Así el que tiene el
navegante de la periodicidad de las mareas, etc. Estos son
conocimientos de hechos, vulgares, no científicos. Pero quien
conoce las fases de la Luna en razón de los movimientos de la
tierra y su satélite, la caída de los cuerpos por la gravedad,
las mareas por la atracción lunar, conoce las cosas por sus causas, esto es, posee un conocimiento científico.
Para hablar de ciencia, sin embargo, hay que añadir la nota
(o característica) de conjunto
ordenado, armónico, sistemático, frente a la fragmentariedad
de conocimientos científicos aislados. La filosofía es, ante
todo, conocimiento por causas, esto es, no se trata de un mero
conocimiento de hechos, ni tampoco de una explicación mágica
–por relaciones no causales– de las cosas; y en forma
coherente, unitaria, por oposición a cualquier fragmentarismo.
Por ello Aristóteles definía a la ciencia –y a la filosofía,
que para él se identifican– como “teoría
de las causas y principios”. [...]
Adquirido por la luz de la
razón: Cabría
todavía confundir la filosofía con otra ciencia que trata también
de la realidad universal por sus últimos principios,
envolviendo la cuestión del origen y el sentido: la teología
revelada o, más exactamente, el saber religioso. Distínguense,
sin embargo, por el medio de adquirir ambos conocimientos, pues al
paso que el saber religioso procede de la revelación y se
adquiere por la fe, el saber filosófico ha de construirse con
las solas luces de la razón. Al revelar Dios el contenido de la
fe quiso que todo hombre tuviera el conocimiento necesario de su
situación y de su fin para salvarse; pero este conocimiento,
aunque para el creyente sea indudable, no constituye por sí una
concepción del Universo, sino sólo los datos e hitos prácticos
necesarios para la salvación, y no exime al hombre de la
necesidad y del deseo de poseer una concepción racional de la
realidad, porque, como dice Aristóteles: «es indigno del hombre
no ir en busca de una ciencia a que puede aspirar».”
Historia
sencilla de la Filosofía. Rafél Gambra Ciudad. Ed. Rialp
Barcelona 1987.-
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