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Félix Sautié

 

BUSH: no por patético, menos peligroso

04:01h. del Martes, 13 de noviembre. 

La contingencias del agresivo discurso contra Cuba del Presidente Bush, el debate del Bloqueo en la Asamblea General de las Naciones Unidas y las intensas lluvias que en las últimas semanas han creado una situación crítica en las provincias orientales de Cuba, me obligaron prácticamente a incluir otros temas importantes en medio de la serie de tres artículos que titulé “El discurso y la Agenda para el cambio” elaborados especialmente para La República, en los que nos propusimos plantear un conjunto de criterios que en las actuales circunstancias consideramos muy importantes algunos viejos compañeros que hemos estado desde el principio de la Revolución en múltiples tareas a favor de construir el Socialismo en Cuba y que ocasionalmente nos encontramos para debatir entre nosotros sobre los problemas que suceden a nuestro alrededor. La mayoría ya nos encontramos fuera de nuestras actividades oficiales y silenciados por diversos motivos así como por el paso del tiempo. En estas coyunturas, nos hemos esperanzados mucho con el discurso pronunciado por Raúl Castro el pasado 26 de julio en la ciudad de Camagüey y sobre todo con el debate nacional que al respecto se ha realizado en todas las bases del país. Así surgió la idea de la serie de tres artículos en la que el colega Theo, Claudio Altamirano, resume un conjunto de criterios que consideramos necesarios por nuestra parte dar a conocer. Para terminar la interrupción y posteriormente seguir con los dos artículos sobre “El Discurso y la agenda para el cambio”, publico hoy una carta que considero muy importante sobre las amenazas del Presidente Bush al proceso cubano que no deben quedar en el olvido, ni mucho menos subestimadas, dadas las coyunturas y las características de quien nos amenazó. En consecuencia, la pongo a la consideración de los lectores de La República:

Estimado colega Sautié:

Me disponía a concluir el segundo artículo sobre El discurso y la agenda del cambio en Cuba, de la serie de tres con la que me comprometí a sintetizar los criterios consensuados en nuestro colectivo a propósito del proceso impulsado por el discurso de Raúl Castro el pasado 26 de julio, cuando pasó a un primer plano de la actualidad nacional el anuncio de una comparecencia del Presidente de Estados Unidos con su política hacia Cuba como único tema. Creí aconsejable aguardar por esa intervención antes de proseguir con la síntesis de nuestro modesto aporte a la convocatoria de Raúl y en ese intervalo leí tu oportuno No, señor Bush, nosotros no necesitamos de su "ayuda". Me complace que coincidamos en la percepción de que tanto daño nos hace pretender explicarlo todo a cuenta de la hostilidad y el cerco económico de las sucesivas administraciones norteamericanas desde Eisenhower, como la tendencia a concebir formulas y soluciones a nuestros problemas como si esa política de acoso y asfixia económica y la obcecación por borrar del mapa político contemporáneo a la Revolución Cubana, no existieran. A mi juicio se colocan más allá de la utopía y se insertan en una plataforma onírica de política-ficción, todos los que de buena fe brindan recetas que omiten una cuestión esencial, de vida o muerte, en nuestro contexto geopolítico y en la coyuntura actual del continente: la preservación de la independencia y de la auténtica soberanía. La recolonización de Cuba, programada hasta rebuscados detalles en el Plan Bush, representaría el inicio de la contraofensiva imperial en América Latina, para revertir la tendencia que al margen de diferencias ideológicas a veces sustantivas, cuestiona, intenta desgajarse y ofrece alternativas de auténtica integración a la globalización neoliberal.

Más iluso aún resulta el supuesto de que el sector de la élite del poder que la actual administración norteamericana representa respetaría la autodeterminación del pueblo cubano, asumiendo una conducta al menos expectante, ante el despliegue de un programa revitalizador del socialismo por parte de los sujetos sociales llamados a protagonizar una renovación socioeconómica y política en nuestro país, tras identificar errores y abordar la obsolescencia de esquemas con la finalidad de introducir los cambios racionales y compatibles que conduzcan a una etapa cualitativamente superior del modelo socialista cubano. La letra del Plan Bush para una sedicente "transición" es tan explícita que exime de cualquier demostración: se trata de la restauración del capitalismo, formulada con las mismas ínfulas de los que impusieron la enmienda Platt como un apéndice ante los autores cubanos de la Constitución de 1901 que se resistían a incluir en ella un postulado sobre las relaciones con Estados Unidos: o la aceptan o no tendrán República. La diferencia esencial ahora está del lado de acá: nuestro país no está ocupado por el ejército norteamericano como entonces, único modo en que tal restauración pudiera emprenderse en el siglo XXI, a un costo enorme en vidas y destrucción material, y aún así habría que ver si una vez establecidos en la capital y en otros centros urbanos del país, los interventores dispondrían de un minuto de sosiego.

La puesta en escena del Presidente Bush estuvo a todas luces pensada, en sus sinrazones y amaneramientos retóricos, para el mismo auditorio en ambos lados del estrecho de la Florida: el de sus congéneres ideológicos, allá en el feudo de los Díaz-Balart y aquí en los reductos de sus asalariados dentro de Cuba. Como hemos conversado, sería un grave error, Sautié, identificar a la audiencia floridana cortejada por Bush con el conjunto de la comunidad cubana radicada en Estados Unidos. De igual manera constituye una falsa visión, alimentada por el inmovilismo, hija de esa intolerancia dogmática, encasillar a los que residiendo en el país están ganados hoy por el escepticismo, a todo el que no comparte concepciones y políticas específicas hasta hoy sostenidas por nuestros gobernantes o cuestiona enfoques sacralizados, como si unos y otros hicieran parte de los elementos neoanexionistas que en las últimas elecciones norteamericanas escenificaron la grotesca payasada de ir a "votar" a los predios de la Oficina de Intereses de los EU en La Habana, correspondiendo acaso al comportamiento tradicional de los empleados públicos en la República neocolonial obligados a ejercer el sufragio a favor de sus empleadores. Para estos últimos en el patio habló Bush y para la periferia beligerante del entramado que haciendo del "anticastrismo" un modo de vida, señorea en la política y los medios de difusión miamenses, configurada por una amalgama en la que cohabitan desde nostálgicos testaferros de la dictadura de Batista y terroristas entrenados por la CIA hasta burgueses y pequeños burgueses todavía despavoridos, obsesos por la revancha aún a costa de la inmolación del pueblo cubano.

¿Por qué ahora?, se han preguntado algunos analistas como el de página digital de la BBC, tratando de explicarse la ausencia de novedades en el publicitado coloquio de Bush con algunos de sus íntimos de la contrarrevolución, salvo la peregrina aspiración de crear un fondo internacional para una transición que el mandatario norteamericano da por comenzada, haciéndola depender ―en la aberrante lógica tan cara a sus improvisaciones ya proverbiales― de la salud del Presidente Fidel Castro. La respuesta de un vocero de la Casa Blanca no pudo ser más elocuente: "estaba programado". ¿Programado de cara a la campaña electoral a manera de pie forzado para el aspirante republicano todavía por elegir? ¿O, en un plano más inmediato, para influir en la votación de la Resolución condenatoria del bloqueo que la Asamblea General se disponía por decimasexta vez a considerar?

La primera hipótesis sugiere el propósito de "sembrar" una posición frente al coqueteo de los aspirantes demócratas a la nominación que parecen ofrecerle a los cubanos-norteamericanos con derecho al voto la alternativa de una flexibilización de las restricciones a los viajes y a la ayuda económica a sus familiares en Cuba. Más de lo mismo, pudiera decirse. Sin embargo, en su afán de complacer a una audiencia que se nutre desde hace casi medio siglo de un verbalismo estridente y apocalíptico, Bush ensayó un mensaje ampuloso y al mismo tiempo críptico, despertando esperanzas en los descocados comentaristas de la radio y la televisión de Miami y al mismo tiempo lo suficientemente cifrado para no adquirir un compromiso concreto: "Estabilidad no, libertad". Oyéndole y mirando como guarda silencio, dando paso al aplauso también programado de los legisladores de origen cubano y el resto de la claque convocada al Departamento de Estado, no puedo sustraerme a la imagen de ese mismo Bush en abril de 2003, disfrazado de piloto-paracaidista, proclamando desde un portaaviones la conclusión de la operación del derrocamiento de Saddam Hussein. Cuatro años más tarde, cerca de 4 mil soldados norteamericanos han perdido la vida en Irak, casi mil por año, y la "libertad" que Bush prometió a los iraquíes ha representado el saqueo y la destrucción de un patrimonio cultural de la humanidad, atroces torturas a los prisioneros, profanación de templos y manipulación de las contradicciones entre las confesiones islámicas; "libertad" en cuyo nombre han perecido centenares de miles de civiles, incluyendo ancianos, mujeres y niños, más de un millón de refugiados y Estados Unidos intenta consumar la inaudita pretensión de balcanizar el país al gusto de los consorcios petroleros, con la infame complicidad del consenso bipartidista, o más claro aún: del único partido que respecto al hegemonía mundial y la perpetuación del sistema integran las dos alas que compiten por predominar en la administración del imperio.

Por otra parte, la circulación del texto ―contentivo como se sabe del delirio de Bush por mantener y recrudecer el bloqueo contra Cuba― entre las delegaciones que en la ONU se disponían a condenarlo nuevamente, esta vez de manera virtualmente unánime, incluyendo íntimos aliados y socios de Estados Unidos, prolongó hasta la Asamblea General las imperiales resonancias de una deposición (entendida en dos de sus acepciones) plagada de disparates, ridículas desmesuras propias de un anticomunismo primitivo y cavernario, sin ánimo de ofender a nuestros antepasados, y vulgares falacias. No constituyen noticia, desde luego, las evidencias del desprecio a las instituciones del sistema de relaciones internacionales que profesa todo el equipo gobernante de la potencia más poderosa del planeta; bastaría recordar cómo se hizo representar en la ONU por John Bolton, un fundamentalista de extrema derecha, acérrimo enemigo de los foros y mecanismos de diálogo y consenso de la comunidad mundial, o los artilugios de los que debió valerse Colin Powell para mentirle sin pestañar al Consejo de Seguridad y a la opinión pública con el mito de las armas de exterminio en masa que de las manos de Hussein pasarían a las de Al-Qaeda. Así, con la capacidad mediática de mentir, tergiversar y fabricar engendros, varias veces multiplicada gracias a la comunicación satelital, la fibra óptica e Internet, los llamados "neoconservadores" repiten la fórmula de las invenciones falaces, como la del ataque de las torpederas vietnamitas en el Golfo de Tonkín para legitimar la ocupación del sur de Viet Nam o el bombardeo de los aeropuertos cubanos en abril de 1961 con aviones que partieron de Estados Unidos con insignias de la aviación cubana para simular una "rebelión" de nuestra Fuerza Aérea, embuste que la CIA y el Pentágono le hicieron creer al mismísimo Adalai Stevenson, representante de Estados Unidos en la ONU.

Se dan el lujo, como bien sabes Sautié, de consumar e imponer actos fallidos como avalar a Anthony Blair, un individuo carente de autoridad moral y de principios éticos, secuaz de Bush, como Aznar, en la guerra de agresión y la ocupación ilegal de Irak, para mediar entre la cúpula israelita y los palestinos, un insulto a la inteligencia y una burla infringida a todo el mundo árabe por Estados Unidos y sus aliados europeos cortados por la misma tijera. Cito este último caso, Sautié, porque tengo la certeza de que al circular ese discurso en la ONU, reiterando su determinación de mantener un instrumento extraterritorial de guerra económica, con el propósito de rendir por hambre al pueblo cubano, Estados Unidos no pretendía ejercer una influencia en la votación, sino burlarse de esa repulsa. Se hizo a sabiendas de que les aguardaba otra derrota política en la Asamblea General; el Departamento de Estado, la CIA y los asesores de Bush tenían todos los elementos para conocer que, una vez más, la votación favorecería de modo categórico al rechazo universal el bloqueo, por lo que se aprovecharon del encuentro "programado" con sus carnales socios de la contrarrevolución para adelantar su absoluto desprecio a la voluntad de la comunidad internacional. ¿De qué otro modo interpretar la distribución del discurso entre los delegados que sabían perfectamente estaban ya mandatados por sus gobiernos para votar a favor de la resolución contra el bloqueo?

Cabe, todavía, Sautié, otra hipótesis sin excluir las ya expuestas, para responder a la interrogante "¿Por qué ahora?". Durante el año y cuatro meses transcurridos desde la Proclama del Presidente Fidel Castro delegando temporalmente sus atribuciones en el Primer Vicepresidente del Consejo de Estado, es ya un lugar común en la prensa internacional, al referirse a la situación cubana la constatación de una evidencia que se resume en una palabra: estabilidad. Una vez más los agoreros de la debacle se quedaron esperando. Las instituciones, los organismos, las asociaciones de todo tipo, el país en suma, han continuado su desenvolvimiento normal, cumpliendo sus obligaciones internacionales. La más alta expresión de esa estabilidad ha sido, sin duda, la convocatoria de Raúl Castro el pasado 26 de julio a una reflexión colectiva, masiva, sobre nuestras deficiencias y errores. Aunque no existen hasta este momento estimaciones oficiales, ya se conoce de modo informal que se han computado centenares de miles de opiniones y propuestas cuyo rasgo común es la convicción de que nuestro proyecto de equidad y justicia social, de humanismo, solidaridad y convivencia fraternal es perfectible, tanto en el orden de las estructuras y métodos de la gestión económica como en el ejercicio de una auténtica democracia participativa. Si sus fuentes han sido veraces, los servicios de inteligencia norteamericanos deben haberle informado a Bush y a sus asesores que no han detectado en ese caudal de criterios y recomendaciones ―que algunos cifran en dos millones― el menor rastro de una tendencia que favorezca a la restauración del capitalismo en Cuba. Esa es, Sautié, y me regocija compartirlo contigo, la primera gran respuesta popular al llamado de Raúl. La primera victoria de la dirección que ha convocado a este autoanálisis. Esa es la "estabilidad" a la que Bush pretende oponer su "libertad". Y salirle al paso, entorpecerla, frustrarla, imponiéndonos la dialéctica del enfrentamiento, del acoso y de la amenaza, sea acaso la verdadera razón de fondo del perfomance protagonizado por Bush en el salón de conferencias del Departamento de Estado, incluidos sus mimos hacia los congresistas de origen cubano y los besos a familiares de personas que guardan prisión en Cuba.

Patético, pero no por ello menos peligroso. Discrepo de los que descartan una amenaza real en el mediano plazo, argumentando que Estados Unidos afronta el estancamiento en Irak, la tendencia a complicarse en Afganistán y se halla concentrado en el Golfo Pérsico, donde del binomio Bush-Rice y sus socios de Israel parecen empecinados en atacar a Irán. En los doce meses que le restan a esta administración no puede excluirse que deje montada una operación contra Cuba; invito a reflexionar en un precedente histórico: cuando al republicano Eisenhower no le alcanzó el tiempo, le dejó de herencia la invasión mercenaria al demócrata Kennedy, a quien correspondió asumir el estigma del desastre de la Brigada 2506, derrotada en Playa Girón. Por añadidura, a Bush sería atinado diagnosticarle un severo trastorno de personalidad, aunque no precisamente el "autismo" que le atribuyó un legislador estadounidense, si recordamos que las personas que lo padecen suelen mostrar, en ocasiones, rasgos geniales y extraordinarias habilidades concretas para disciplinas como las matemáticas. De un aventurero amoral como Bush, el hombre según todo sugiere idóneo para los grupos de poder a los que responde, capaz de afirmar que dialoga con el Padre Celestial, puede esperarse cualquier cosa.

Al mismo tiempo, Sautié, para mi lo decisivo en este instante, es comprender que mantenernos alertas no debe implicar dilaciones en nuestras prioridades estratégicas; ni las adversidades climáticas que hoy enfrentamos deben conducirnos a interrumpir el proceso iniciado, mas bien debieran actuar como acicate para emprenderlo. Rectificar y abordar con creatividad y valentía el desafío de una renovación del socialismo en nuestro amado país es, también, una cuestión de seguridad nacional.

Claudio Altamirano (Theo)