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Félix Sautié

 

Dialogar, la única alternativa civilizada y patriótica

Desde hace ya algunos años, tantos que a veces pierdo la cuenta, me he estado manifestando a favor de un diálogo entre cubanos, amplio e inclusivo, como alternativa de las sin razones que se pueden esconder detrás de los dogmatismos a ultranza, de los revanchismos rencorosos que claman por la venganza y de los que tocan los tambores de la guerra sin poner en juego su pellejo y algunas veces desde lugares lejanos en la geografía a donde no los podrían nunca alcanzar las esquirlas escapadas de los enfrentamientos y las guerras fratricidas. 

Teorizar cómo podría establecerse ese diálogo sin exponerse a cualquier consecuencia por fomentarlo, resulta un ejercicio tan fácil como estéril.

Cuando más, piedras lanzadas al aire y al tejado de unos y otros desde caza matas cubiertas a donde nunca podría llegar el fuego de las conflagraciones, que el diálogo en cambio pudiera evitar mediante la búsqueda de salidas dignas y honorables que no pongan en juego los principios básicos por los cuales hemos luchado los cubanos desde antes de 1868 a la fecha.

Quienes descalifican o juzgan con desdén, formas hirientes y a veces insultantes a los que con la mejor voluntad del mundo nos atrevemos a plantearlo, conscientes de que no estamos exentos de errores y equivocaciones, porque la infalibilidad en el juicio personal no pasa de ser buenas intenciones y deseos positivos de acertar en nuestros juicios que desde el punto de vista humano no podrían ir más allá de un deseo positivo o la sinceridad de una proposición concreta, contribuyen, sin saberlo ni desearlo, a ilustrar la complejidad y los riesgos de adentrarse en las propuestas de definiciones de su composición, reglas y principios éticos que pudieran regirlo. 

Soy un firme convencido de que, en el orden moral, adquiere pleno derecho a ser escuchado con respeto todo aquel dispuesto a dialogar en contraposición a los enfrentamientos de violencia y desgastes interminables. Desde luego, un preámbulo insoslayable sería plantear nuestras concepciones básicas y fundacionales, así como sobre la composición, reglas y normativas de ética y de funcionamiento, con vistas a perfilar las fórmulas más adecuadas que puedan conducirlo a que sea fructífero en la búsqueda de alternativas de consenso sobre cuestiones puntuales cuya premisa a mi juicio sería el legado martiano: la independencia absoluta de Cuba. 

Se interponen hasta hacer impensable ni siquiera razonar sobre la conveniencia y posibilidades de ese diálogo los que a la descalificación y el insulto personal hacia cualquier persona que responsablemente se atreva a hablar sobre el asunto y plantear sus criterios, añaden rebuscadas comparaciones que sólo conducen a la confusión de los escenarios. Los entornos, para ser legítimos y posibilitar un primer paso, deben corresponderse con la identidad específica de los interlocutores y el contenido concreto, propio, ajeno a las circunstancias de otras latitudes y realidades, de manera que constituyan marcos de referencias adecuados que delimiten el ámbito más propicio para facilitar un intercambio verdaderamente fecundo. 

Por identidad de los interlocutores entiendo, ante todo, la conciencia de que todo en la vida terrenal tiene para cada ser pensante sus límites o rayas rojas, las convicciones y principios que definen su identidad intelectual y moral, por encima de los cuales nadie está obligado a pasar. Creo por ello, muy sano y productivo que unos y otros de los que nos atrevemos a comenzar a hablar de estas posibilidades, dentro de los cauces fraternales y de respeto mutuo, nos vayamos señalando las prevenciones y límites de los que parte cada uno de los implicados en los inicios de la concepción básica del asunto. 

En el afán de ser totalmente explícito debo puntualizar que no abogo por un escenario único y totalizador, para el que sería necesario comenzar por el escabroso trámite de los mandatos que corresponde a instancias oficiales o, cuando menos, institucionales, sino por múltiples y diversas estructuras de intercambio en ninguna de las cuales tendrían espacio los desenfrenos, la negación nihilista o las batallas campales -ni siquiera verbales- sino por un espacio de encuentro y de concertaciones en bien del pueblo así como del futuro de paz, justicia y desarrollo cuyas bases deberíamos legar a nuestros hijos y nietos. ¿Es concebible un diálogo semejante entre los que postulamos un socialismo democrático y los que sostienen otras opciones? Sí, lo es, no albergo la menor duda siempre y cuando unos y otros actuemos obedeciendo, únicamente, a nuestra inteligencia y convicciones personales. 

Se hace entonces necesario definir desde el principio de qué diálogo estamos hablando y quiénes concebimos que deben dialogar en vez de enfrentarse por la fuerza unos a otros. Personalmente, por lo menos, debo decir que el diálogo primario que en mi criterio resulta esencial y que es del cual he estado escribiendo, es el diálogo de los cubanos con los cubanos, sin que se mezclen para nada los que en otras partes del mundo están guerreando de formas imperiales contra los pueblos, como bien pudiera ser Irak, por ejemplo. Puedo afirmar a toda responsabilidad que en ninguno de mis escritos publicados al respecto, que ya son unos cuantos, he confundido las cosas, porque siempre he hablado de un diálogo inclusivo de los cubanos, de todos con todos sobre la base del respeto y de la igualdad y sin que algunos de los participantes quieran o pujen en pro de las revanchas, los odios y las destrucciones totales. Además siempre lo he planteado como propuestas iniciales, en las que todos los que nos interesen y tengamos algo que decir deberíamos opinar en el espíritu de completar y perfeccionar la idea que muchos estamos planteando. 

Considero que es parte esencial del espíritu del diálogo, recibir de buena gana e incluso aceptar las razones y prevenciones que los demás plantean en el caso que sean justas y evidentes desde el punto de vista de la razón lógica. Es por eso, además de otras razones que considero muy importantes, que me he decidido adentrarme en la idea de plantear la posibilidad de un diálogo fecundo, positivo e inclusivo y doy por bienvenidas las opiniones y criterios que coadyuven a definirlo adecuadamente y a prevenir los peligros que el hecho en sí mismo pudiera entrañar. 

Si es que hemos comenzado a perfilar de conjunto los límites y prevenciones que esta idea debe tener, manos a la obra pues. No faltará mi concurso, mi buena voluntad, mi capacidad de escuchar a los demás y mi espíritu autocrítico de aceptar las correcciones justas y necesarias que otros planteen al objeto de que todo sea positivo y exitoso, siempre con el respeto a la dignidad y la honra de las personas que tenemos delante.