Rota la inercia, hace falta un
plan
Romper la
inercia ha sido un triunfo revolucionario. Ojo con el
liberalismo burgués. Ahora es necesario no paralizar la
marcha, garantizar que no haya reversa y definir “el plan”.
“La raíz escondida no pide premio alguno por llenar
de frutos las ramas”.
Rabindranath Tagore
Tal y como se
esperaba, el gobierno del Presidente Raúl Castro ha empezado a
tomar parte de las medidas prometidas en su discurso del 24 de
febrero, rompiendo la inercia en que estaba sumida la sociedad
cubana en los últimos años. Se comprende que no será fácil
cambiar en poco tiempo lo que no se estuvo haciendo bien
durante muchos años pues abundan los obstáculos burocráticos y
más las mentes acostumbradas a los viejos esquemas,
encumbradas en todo el sistema de la partidocracia. Pero en
definitiva ya se han dado a conocer algunas acciones
encaminadas a suspender parte de las absurdas prohibiciones
violatorias de derechos constitucionales, a estimular la
producción agrícola y a revisar las políticas de pagos a los
trabajadores.
Si bien es
cierto que los electrodomésticos, las computadoras, las
instalaciones turísticas y la telefonía celular estarán sólo
accesibles para personas con altos ingresos o con dinero
acumulado, por el momento, lo más importante del levantamiento
de estas prohibiciones es la restauración de algunos de los
derechos ciudadanos de los cubanos en su suelo, su contenido
democrático y libertario y su carácter dinamizador de otros
cambios por venir.
El despliegue
de los anunciados cambios en los sistemas de comercialización
de productos agrícolas, la municipalización de las decisiones
relacionadas con la entrega de tierras a particulares y
cooperativas y la estimulación a algunas producciones con
mayores precios del acopio estatal, deben redundar en
beneficio de los campesinos y cooperativistas del agro y en un
aumento de la producción agrícola en favor general de la
población y el desarrollo de la necesaria estrategia de
autosuficiencia alimentaria. Este movimiento, que por ahora
sigue siendo concebido bajo control del estado, lograría mayor
efectividad cuando se descentralice, el Poder Popular a cada
nivel ejerza el control y los trabajadores en cada institución
se sientan dueños directos o usufructuarios de sus condiciones
de producción.
De especial
impacto serían las medidas que se proyectan en el ámbito
empresarial respecto a nuevas formas de pago, compactación de
ministerios y posibles cambios en su papel de ejecutivo a
metodológico y planificador general, reducción de plantillas
burocráticas, fortalecimiento de la capacidad de decisión
empresarial y otras por el estilo que implicarán mejoras
salariares, ahorros, descentralización de los niveles de
decisión y estímulos a la producción de bienes y servicios.
Aun cuando este
conjunto de medidas no alteran las condiciones materiales de
existencia de las capas más afectadas, la mayoría, ni
constituirían todavía un cambio en la forma de concebir el
socialismo desde el estado, ni en las relaciones de
producción, significarían avances respecto de las
circunstancias actuales, romperían viejos esquemas
centralizados, comenzarían a dinamizar las estructuras
gubernamentales, producirían incentivos para la producción y
quebrarían el discurso tradicional que hacía recaer todo el
peso de nuestros problemas en la indisciplina de los
trabajadores y separaba cada vez más a la dirección de las
masas.
El 1ro de Mayo,
día internacional de los trabajadores brinda oportunidad, para
que se anuncien otras regulaciones de mayor calado y se
continúe eliminando otro conjunto de absurdas prohibiciones
que afectan al cubano medio, violan sus derechos
constitucionales y restringen el desarrollo de las iniciativas
de las personas y de los colectivos de trabajadores.
Convendría anunciar medidas encaminadas a hacer mayor la
participación democrática de los trabajadores y ciudadanos en
las decisiones que los afectan y que –especialmente- en
dirección a la sustitución del salario por la repartición
de las ganancias, los presupuestos asignados por los
participativos y la planificación centralizada por la
democrática.
Sin embargo,
una parte del viejo aparato burocrático insiste en considerar
como excepcionales las leyes económicas que rigen en Cuba, las
que nada tendrían que ver con el fracasado socialismo “real” y
sigue culpando al imperialismo de todos nuestros problemas,
con lo cual pretende desestimar la crítica hecha al sistema
del centralismo estatal asalariado imperante, para
tratar de justificar su continuidad y evitar nuevos avances
más allá de algunas modificaciones en las esferas de la
circulación y la distribución. Esto no es más que una forma
disfrazada de inmovilismo.
Esta peligrosa
tendencia contraviene el espíritu de cambios que alienta el
nuevo Presidente, se contrapone a la esencia del planteamiento
de Fidel en noviembre de 2005 sobre la necesidad de confrontar
nuestras deficiencias para evitar una eventual reversibilidad
del proceso y trata de mantener el status quo, que reforzado
por medidas descentralizadoras con autonomía administrativa,
pero sin control obrero y popular y otras que privilegian el
consumismo de los pudientes y las elites, potencian la
impronta corruptora de una nueva clase ligada al
mercantilismo, a la economía emergente y a sectores del
aparato burocrático, interesada cada vez más en timonear el
rumbo en dirección a la restauración capitalista, sea por vía
de la implosión del sistema como en la URSS, o en forma
gradual como en China.
El contenido
clasista de las medidas debe ser observado y analizado. La
clase trabajadora y especialmente los sectores de menores
ingresos, que asisten como convidados de piedras al convite
consumista en una moneda en que no se les paga, tendrán que
seguir presionando desde abajo por acciones verdaderamente
socializantes, para facilitar las cosas al Presidente y demás
factores del cambio desde arriba, pues el inmovilismo,
derrotado ideológica pero no políticamente, podría
obstaculizar o retardar las transformaciones de fondo, más
allá de ligeros aumentos de salarios y acciones en la esfera
de la circulación.
La clase
trabajadora se convierte en clase para sí cuando deja de
luchar por mejoras salariales y coyunturales y asume ella
directamente –no a través de representantes- el
pleno control de la actividad económica, especialmente sobre
las ganancias que genera cada entidad y en todo el país, a
través de los presupuestos participativos las unidades de
producción o servicios, en la región y en la nación, lo cual
sería imposible sin desarrollar las nuevas relaciones
socialistas de producción que implican la autogestión
socialista (en todas sus variantes cooperativas, entidades
autogestionadas y cogestionadas obrero-estatales e individual)
a nivel empresarial y social.
El Partido no
acaba de convocar su Congreso ni definir un curso, como le
correspondería hacer según la Constitución vigente. Los
sindicatos deben revisar su papel: ¿seguirán siendo “poleas de
transmisión” o se convertirán en verdaderos forjadores de un
futuro de trabajadores? ¿Seguirán “defendiendo”, ante
el estado todo poseedor, los intereses de los
trabajadores o se decidirán a administrarlos? ¿Seguirán los
trabajadores cubanos sustrayendo partes y recursos de las
empresas estatales para sus estrechos beneficios o aprenderán
a apropiarse completamente de las fábricas y centros de
producción y servicios para sacarlos de la crisis en que los
ha sumido el estatismo asalariado y el bloqueo imperialista y
ponerlos en función del colectivo de trabajadores y toda la
sociedad? Si queremos como pedía Lenin que los sindicatos sean
escuelas de comunistas, tales instituciones deben participar
activamente en todo lo relacionado con la organización y
dirección de la producción.
Los comunistas
y los sindicatos deben reflexionar en este sentido en las
bases y con los trabajadores actuar en ese camino,
cuestionando abiertamente a las administraciones corruptas o
ineficientes exigiendo entre todos participación activa en la
dirección de las entidades de producción y servicios,
promoviendo desde la base a nuevos dirigentes administrativos,
participando activamente en los planes de producción, gastos,
costos, inversiones, personal y demandando parte en la
repartición de utilidades, luego de descontar la reproducción
y el pago de impuestos progresivos. Los trabajadores que no
entienden su papel como parte de una clase revolucionaria lo
irán comprendiendo mejor en la medida en que esa participación
vaya siendo más real. Los que no trabajan o no lo hacen bien
corregirán su actitud cuando comprueben en la práctica que son
responsables directos de sus condiciones de producción y
existencia. El andamiaje burocrático estatal -por naturaleza
propia- hará resistencia, pero en un país que se propone la
construcción socialista no podrá resistir el embate conjunto
del Partido y los Sindicatos.
Para procurar
que las recientes ventas autorizadas de medios y servicios no
tengan efectos contraproducentes, aumenten las diferencias
sociales, estimulen aún más el ánimo de lucro, el consumismo,
la corrupción, el delito común y a mediano plazo contribuyan a
una eventual confrontación entre los más desposeídos y la
nueva clase -ahora más visible- se hace necesario acelerar los
pasos que posibiliten aumentar los ingresos por trabajo, por
donde debió empezarse y avanzar en la unificación monetaria
hacia el CUC, pues hacerlo hacia el Peso Cubano sería
obviamente inflacionario, de manera que cada vez más, tengan
acceso real y honesto al mismo, todos los ciudadanos y
caminemos hacia la integración de toda la economía nacional,
imposible con la doble moneda.
El haber roto
la inercia es un triunfo de la oposición del pueblo a seguir
en el estado en que nos encontrábamos, especialmente del
compañero Raúl y de todos aquellos que confiando en la
Revolución, en su dirección histórica y en su llamado
plantearon abiertamente problemas y soluciones a pesar de las
barreras del dogmatismo, el arribismo y el inmovilismo que aún
obstaculizan el debate y tratan de descalificar a los que han
participado críticamente. También significan un golpe
trascendental contra los planes del imperialismo y la
contrarrevolución que apostaban al estancamiento como elemento
principal en su estrategia de autodestrucción de la
Revolución a partir de sus propios errores.
Pero es necesario perfilar los métodos: hacer primero,
informar después y legislar ¿cuándo? puede ser resultado de un
nuevo estilo o una necesidad coyuntural, pero lo que se haga,
aún a sabiendas de su popularidad, debe ser refrendado
democráticamente y ofrecer claras garantías futuras a los
intereses de las clases trabajadoras, para evitar ulteriores
contramarchas. Es lógico no anunciar la suspensión de
violaciones constitucionales que implicarían su
reconocimiento, pero hay que evitar su repetición y eliminar
las que subsisten. Hasta ahora hemos tenido un estado
más de hecho que de derecho y parece extenderse el uso
de medidas fácticas en lugar de las legales.
Quizás, debamos restablecer el tribunal de garantías
constitucionales, para hacer válido el llamado del Presidente
a la institucionalización.
El camino se ha
iniciado, pero el esquematismo inmovilista sigue controlando
espacios e impide que el pensamiento socialista renovador más
moderno, rescatador de las esencias marxistas que siguió al
derrumbe, se extienda socialmente, llegando incluso a tratar
de ignorarlo. El vocablo autogestión, referido a las
nuevas relaciones socialistas de producción, parece eliminado
del léxico gubernamental cubano, como si fuera una enfermedad
contaminante. Lo es. Tanto miedo a la “palabreja” sólo
puede explicarse por el temor, a que rápidamente sea asumida
por los trabajadores, con quienes -entonces sí- habría que
compartir el poder económico y político, hoy excesivamente
centralizado. Pero ¿con quien si no, se va a compartir el
poder estatal?
Sin autogestión
(cooperativismo, autogestión y cogestión) empresarial y social
predominantes en la sociedad se puede hacer antiimperialismo,
estado socialdemócrata burgués de bienestar o capitalismo de
estado, pero no hay socialismo posible. Ya va siendo abusivo
el costo económico, político y humano que hemos pagado los
cubanos por pretender el socialismo desde fórmulas
asalariadas capitalistas estatales en la producción y por la
aplicación de esquemas centralizados de acumulación, que
han demostrado su inoperancia.
Es preciso ya
tener un plan concreto, bien definido, de socialismo y no de
cualquier tipo, sino de contenido participativo, decisorio,
democrático, autogestionario y libertario, por mucho que
los variados calificativos molesten, pues ya se ha pasado
mucho “gato por liebre” “vendiendo” el socialismo sin
apellido. El pueblo necesita tener claro por qué lucha, para
no ser manipulado, víctima de rumores y desinformaciones o
quedar al albedrío del dirigente de turno, de inescrupulosos
jefecillos impuestos o de “regulaciones” ministeriales. Las
ideas se convierten en fuerza material cuando son asumidas por
las masas. A eso temen los que siguen limitando la abierta
discusión revolucionaria en la prensa oficial, quienes pierden
de vista que el enemigo se aprovecha de las indecisiones y las
indefiniciones para disfrazarse de “izquierda liberal” y
tratar de confundir desde perspectivas reformistas
democrático-burguesas y mercantilistas y procurar erigirse en
vanguardia desde posiciones ajenas a los intereses de la clase
trabajadora y a la sociedad colectivista del futuro. Si tal
tendencia llegara a capitalizar las criticas actuales al
“socialismo de estado”, se pudiera convertir en una seria
amenaza interna para la Revolución, ante la ausencia de la
divulgación en el pueblo de un pensamiento socialista
renovado, claro, abierto y compartido por la dirección.
Ya se ha
expresado anteriormente, pero no es ocioso reiterar, que el
inmovilismo debe ser derrotado sin dar espacio a la oposición
contrarrevolucionaria y cerrando el paso, al mismo tiempo, al
liberalismo burgués, disfrazado de “reformismo”. Es quizás la
más importante lección de política interna que nos dejó la
perestroika. Ceguera sería condenarla, sin aprender de ella.
El enemigo
tiene bien claro su plan. Martí decía: Plan contra Plan: Hace
falta el nuestro.
Los partidarios de la autogestión
socialista, al menos, hemos esbozado uno en líneas generales.
Los trabajadores, la militancia del Partido y el pueblo tienen
derecho a conocerlo, discutirlo, rechazarlo o hacerlo suyo.
Algunos se
molestan porque desde la izquierda sigamos defendiendo una
salida socialista a la situación actual, a contrapelo de
veladas amenazas. Nadie está pidiendo idealistamente saltar al
comunismo, ni locura alguna por el estilo, por cierto, años
atrás intentada. Se trata de pensar con inteligencia y
coherencia en cómo construir el socialismo ya realmente, pues
llevamos medio siglo experimentando con los mismos intentos
estatales asalariados siempre fracasados.
El estado en el socialismo no puede ser un fin en sí mismo,
sino un medio para lograr las transformaciones socialistas en
la sociedad y la economía y dialécticamente se fortalece
disminuyendo su intervención en la administración de las
personas y las cosas, para concentrarse en los asuntos más
estratégicos y generales. El peligro hoy no está en querer
hacer el socialismo, si no en propiciar la restauración
capitalista que se haría más verosímil si el inmovilismo
retomara fuerzas o se asociara y pactara con el ala liberal
burguesa. No es eso, desde luego, lo que abajo esperamos del
nuevo gobierno.
Hay que
garantizar que las medidas de trascendencia no tengan marcha
atrás, promoverlas a través de la participación de todos en su
conformación y decisión y someterlas a discusión y aprobación
popular, para que solamente el pueblo pueda revocarlas,
esencia del socialismo participativo. Mientras no sea así, el
“fijador” estará ausente y los ministros y funcionarios
electos por nadie, pues todos son designados, seguirían siendo
la fuente principal de decisiones y no el pueblo y los
trabajadores.
Es claro:
quedan muchas cosas por definir, procesos que democratizar,
propiedades que colectivizar y medidas por tomar y otras por
eliminar. Mientras, continuará la defensa del socialismo por
construir y la crítica revolucionaria a lo inservible, al
dogmatismo, al autoritarismo y también a los intentos de dejar
todo al juego de la libre concurrencia, al consumismo
despilfarrador, al egoísmo, al exclusivismo y sobre todo, al
desconocimiento de los derechos de los trabajadores y de todos
los ciudadanos a sentirse artífices y partícipes de esta gran
obra común que es nuestra revolución.
La inercia fue
rota. Ahora es necesario no paralizar la marcha, garantizar
que no haya reversa y tener un “plan” bien definido con el
cual se identifiquen las masas.
Socialismo por
la vida.
perucho1949@yahoo.es
La Habana, 20
de abril de 2008. En recordación al 47 Aniversario del triunfo
en Playa Girón.