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Pedro Campos

 

El socialismo de Estado es inviable económica y socialmente

Avanza  hacia la socialización o inexorablemente a la restauración capitalista. Asumir que la conjura imperialista lo derribó sin valorar las contradicciones intrínsecas que lo hacían reversible y facilitaban la actividad enemiga, sería aceptar como bueno lo mal hecho, admitir la superioridad del capitalismo y desactivar -por ilusoria- la lucha de las clases trabajadoras por el socialismo.

No parece todavía generalizado en la izquierda un consenso que identifique el derrumbe del “socialismo real” partiendo de un análisis de su Economía Política. Si para buscar las profundas causas de las crisis capitalistas, debemos remitirnos a las relaciones económico-sociales que contraen los hombres en el proceso de producción, lo mismo debemos hacer si queremos encontrar las verdaderas razones sistémicas que condujeron al desmoronamiento de aquel “socialismo”.

Intentar pues, encontrar las razones principales del desastre en el sistema político de “democracia socialista” con sus muchos defectos y violaciones o en subversiones externas es tanto como pretender localizar las raíces de las crisis capitalistas en sus formas de gobierno y correspondientes desperfectos o en factores extra-sistémicos como la “conjura comunista internacional”. Las revoluciones socialistas, aunque organizadas y dirigidas concientemente por los trabajadores y sus organizaciones vanguardias, son sólo posibles debido a la agudización de las propias contradicciones socioeconómicas congénitas del sistema capitalista.

Cuando se instauró la NEP (Nueva Política Económica) en 1921 en Rusia, en el socialismo se introdujo el capitalismo de Estado, el cual traspasó luego al socialismo de Estado el trabajo asalariado y sus demás vicios naturales como el burocratismo y la corrupción. A partir de entonces, las relaciones de producción en el “socialismo real” se caracterizaban esencialmente por la propiedad del Estado sobre los medios de producción, la planificación centralizada y especialmente el trabajo asalariado, forma de explotación de la fuera de trabajo parecida al capitalismo, con la diferencia de queen el capitalismo los medios de producción (capital constante) eran aportados por el dueño capitalista y acá eran proporcionados por el Estado. En ambos casos, los trabajadores tributaban la fuerza de trabajo, que era pagada y mal pagada como una mercancía más, destinada a producir la plusvalía en el capitalismo, plus trabajo en el “socialismo”: el excedente.

Para no pocos teóricos de la economía del período de tránsito, equívocamente entendida como capitalismo de Estado, el papel del Estado revolucionario se concebía como tomar en su poder la organización capitalista de la producción y “planificarla” para evitar sus crisis, violando así todas las experiencias valoradas por Marx y Engels en sus análisis sobre la Comuna de París y los propios principios leninistas expuestos en el Estado y la Revolución, que llamaban a transformar y no simplemente a tomar el sistema burgués.

Conciente de que el Capitalismo de Estado, no era el camino para el socialismo, Lenin precisó que las reformas de tipo capitalistas de la NEPeran una salida emergente y transitoria, ante la situación desastrosa en que quedó Rusia luego de la guerra para dos años después, en 1923, señalar en su artículo Sobre el Cooperativismo (1) mal traducido del ruso como Sobre la Cooperación:  

”… el régimen de cooperativistas cultos, cuando existe la propiedad social sobre los medios de producción, y cuando el proletariado ha triunfado como clase sobre la burguesía, es el régimen socialista….

Ahora tenemos el derecho de afirmar que para nosotros, el simple desarrollo de la cooperación se identifica…con el desarrollo del socialismo y al mismo tiempo nos vemos obligados a reconocer que se ha producido un cambio radical en todos nuestros puntos de vista sobre el socialismo.”

Si “la condición de la existencia del capital es el trabajo asalariado” como se expresa en el Manifiesto del Partido Comunista (2), la abolición del capital implica la eliminación de la condición de su existencia: el trabajo asalariado. Esta perogrullada fue livianamente borrada de la terminología y la ideología revolucionarias por los que luego identificaron el capitalismo de Estado con el socialismo.

De esa manera, la concepción cooperativista del socialismo de Carlos Marx (3), retomada por Lenin en 1923 fue secuestrada en la URSS, por las tendencias centralizadoras, que no solo propiciaba Stalin, si bien fue él quien las desarrolló hasta sus últimas consecuencias. De esa forma, lo que debió derivar en una socialización de la propiedad y el excedente desarrollando empresas cooperativas, autogestionarias y cogestionadas (obrero-estatal), fue convertido por el estalinismo en Socialismo de Estado neocapitalista.

Toda la barbarie y el desastre posterior que engendró ese sistema, no pueden desconocerse ni pretender borrarse a partir del reconocimiento objetivo de las realizaciones económicas y sociales logradas a costa de los sacrificios enormes de los trabajadores, los comunistas y los pueblos soviéticos y sus triunfos sobre el fascismo en la II Guerra Mundial, conseguidos en nombre del socialismo.

En verdad, aquel camino emprendido no evolucionó hacia la socialización, pues siguió basándose en el trabajo asalariado y no era más que una especie de capitalismo de Estado -sin dueños capitalistas particulares- pero abigarrado, toda vez que el capitalismo tiene como finalidad a la ganancia, mientras que esta versión “socialista” de capitalismo estatal se proponía la satisfacción de las necesidades crecientes de la población, a realizarla en la esfera de la distribución, en forma similar al Estado de Bienestar, por medio de la buena y sabia voluntad del aparato estatal que “representaba los intereses de todo el pueblo”. Pero lo que califica a un sistema no son sus fines enunciados, sino sus formas y medios para conseguirlos, las relaciones de producción, de la cual dependen las formas de distribución. (4)

Un problema histórico, antiguo de la filosofía, vuelve a la palestra: la correspondencia entre medios y fines. No es posible cualquier fin con cualquier medio. Los fines no justifican los medios, como afirmaba Maquiavelo, sino que los determinan. Consecuentemente la construcción de una nueva sociedad, tiene que ser realizada por nuevos medios, los que deben corresponder a sus fines. El trabajo asalariado que es el medio de la explotación capitalista, no puede ser, por tanto, el medio para conseguir la sociedad sin explotadores ni explotados. Si el capitalismo no pudo hacerse con los siervos, sino con los asalariados, el socialismo no podrá pretenderse con asalariados, sino con otro nuevo tipo de trabajador.

Así, las raíces de las crisis del capitalismo, como las correspondientes al socialismo estatal yacen en el régimen de explotación de la fuerza de trabajo asalariada y la forma de propiedad, que a su vez son las que determinan las maneras en que se distribuye el excedente, todo lo cual permite que unos se apropien y dispongan de la riqueza que otros producen.

Si las contradicciones fundamentales del sistema capitalista son las que se muestran entre el trabajo y el capital, y entre la producción cada vez más social y la apropiación cada vez más privada, las contradicciones fundamentales del socialismo de Estado, por basarse en el mismo sistema de explotación asalariada de la fuerza de trabajo (esencia de las relaciones de producción capitalistas) tienen –pues- orígenes similares, solo que, ahora las contradicciones son entre el trabajo y el capital estatal, y entre la producción social y la apropiación cada vez más concentrada en manos del aparato del Estado, razones por las cuales sus manifestaciones son diferentes.

A las contradicciones clásicas del capitalismo, el socialismo de Estado, basado en la propiedad estatal y el trabajo asalariado, agregó otra crucial: la incompatibilidad entre los fines que se persiguen y los medios para conseguirlos.

Las crisis en el capitalismo.

El capitalista como término medio social general, paga al obrero por su fuerza de trabajo, pues necesita su reproducción para poder seguir obteniendo la ganancia -la plusvalía- que extrae del trabajo asalariado, su razón de ser, y solo puede subsistir repitiendo sucesivamente sus condiciones de existencia, invirtiendo nuevamente y cada vez más; pero como explica Marx en la Ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia (5), ésta va disminuyendo en razón inversa al aumento relativo de los medios de producción y las materias primas, capital constante, que necesita crecer incesantemente, y mucho más que el capital variable, la fuerza de trabajo, por el nivel de desarrollo tecnológico y la necesidad de mantener la competitividad.

El ciclo de reproducción del capital, lo obliga sistemáticamente a disminuir relativamente la inversión en el capital variable –la fuerza de trabajo- y es así como se materializa en el proceso de producción, el enfrentamiento entre el capital y el trabajo, pues el capitalista se ve obligado a sacrificar proporcionalmente a los productores en beneficio de su capital, para mantener sus ganancias.

Por efecto de la diferencia relativa cada vez mayor entre el capital constante y el capital variable surgen y se desarrollan las crisis de superproducción, las financieras, las de los mercados y otras por el estilo, las cuales no son más que manifestaciones de la agudización de las contradicciones irreconciliables en esa relación entre el capital y el trabajo, en la organización de la explotación asalariada, en la forma cada vez más privada de la apropiación del excedente cuando la participación en la producción es más extendida, más social.

El aumento sistemático de los precios, que el capitalista evalúa sobre todo como consecuencia de la Ley de oferta y demanda en la esfera del consumo, en verdad tiene su base en el sostenido aumento del costo de producción a consecuencia del inevitable incremento de la inversión en capital constante que demanda la esencia reproductiva del sistema.  

Esas crisis, ya más constantes que agudas, son las que llevan a reajustes y regulaciones en la mano de obra, los despidos masivos, el desempleo y el subempleo, las reducciones salariales, las desapariciones de plantas enteras de producción, y otros, mecanismos todos para tratar de evitar pérdidas, mantener los precios y sobre todo sus ganancias a costa de la plusvalía.

El imperialismo, trata de atenuar los efectos de sus crisis disminuyendo su inversión en capital variable (fuerza de trabajo) y también, procurando nuevos mercados y fuentes baratas de materias primas y mano de obra que conducen al reparto del mundo y las guerras de rapiña imperialistas; introduciendo el mayor planeamiento posible de la producción con sus estudios de mercado, y finalmente, acudiendo a la parcelación del capital -para poder ejercer un mejor control- y a la autogestión administrativa, en la cual, como se explica en trabajo anterior del autor (6) el capitalista moderno llega a dar alguna participación a los trabajadores en la propiedad por medio de la venta de algunas acciones y por esta vía en el excedente. Todas estas medidas alivian las crisis pero no las eliminan, en tanto persistan sus principales contradicciones.

El neoliberalismo, perfil con que se ha mostrado últimamente el sistema capitalista en su fase imperialista, tratando de mantener y aumentar sus ganancias y buscando al mismo tiempo impedir sus inevitables crisis de siempre, ha acudido a reajustes estructurales, la desregulación financiera y de los mercados, la focalización de la seguridad social, las privatizaciones, la eliminación de los contratos colectivos e indefinidos de trabajo, la eliminación de las huelgas y otros derechos de los trabajadores, junto a otras tantas formas de lo mismo, que nunca resolverán el fondo de sus problemas.

Estas crisis son las que llevarán al capitalismo a procesos revolucionarios de cambios en las relaciones de producción que solucionen la contradicción principal entre la producción cada vez más social y la apropiación de la propiedad y los resultados de la producción cada vez más privada, haciendo también más social, socializando, la propiedad sobre los medios de producción y la apropiación del excedente.

Las crisis en el socialismo de Estado.

Teniendo contradicciones similares, las crisis no se muestran iguales, pues si en el capitalismo son de superproducción, en el socialismo de Estado se manifestaron como déficit de producción.

Marx, en la Crítica al Programa de Gotha (7) expresa: “El socialismo vulgar (y por intermedio suyo una parte de la democracia) ha aprendido de los economistas burgueses a considerar y a tratar la distribución como algo independiente del modo de producción, y, por tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira principalmente en torno a la distribución. Una vez que está dilucidada la verdadera relación de las cosas, ¿porqué volver marcha atrás? “

El socialismo de Estado neo-capitalista, retomó aquella vulgarización del socialismo e intentó erróneamente la justicia social igualitaria en la esfera de la distribución y el consumo y no en las relaciones de producción. Asumió el socialismo como una mejor distribución. Por eso y por necesitar de un enorme aparato burocrático para controlar sus recursos, el socialismo estatal precisa de un volumen de financiamiento que solo puede obtener de pagar salarios no directamente relacionados con los resultados de la producción, y por tanto, como media general social no paga con arreglo al trabajo, sino muy por debajo.

En consecuencia, el socialismo estatal tiende a una mayor explotación de los que trabajan, de la fuerza de trabajo (capital variable) para poder intentar su “vulgar socialismo distributivo”, beneficiar a los que menos o no producen y mantener los altos salarios, costos y prebendas de su aparato burocrático, en lo que diluye gran parte de la alta cuota de ganancia que consigue súper explotando el trabajo productivo.

El Socialismo de Estado mostraba así su innata incongruencia entre las relaciones de producción esencialmente capitalistas que mantuvo, y su enunciada finalidad de satisfacer las necesidades crecientes de la población. Algunas propuestas reformistas en el socialismo de Estado, salpicadas de medidas neo keynesianas, planteaban superar esta contradicción del sistema mejorando los salarios de los trabajadores, aumentado su paga, remunerando las horas extras, focalizando –igual que el neoliberalismo- la seguridad social, estimulando el ahorro, aumentando las fuentes de trabajo y otras que atenuaban pero no resolvían el problema de fondo en las relaciones de producción y que, de aplicarse consecuentemente, según el criterio “de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo”, solo podían hacerse a costa de la “justicia social igual para todos que se propone en la esfera de la distribución” y dejar al Estado sin los recursos suficientes para sostener su aparato burocrático, realizar su reproducción ampliada y hacer su bondadosa política distributiva.

Queda así al descubierto la necesidad de un cambio en los medios, en la forma de organizar la producción y la distribución, específicamente en el trabajo asalariado que no llega a ser tal y la forma de propiedad.

El no pago adecuado de la fuerza de trabajo por el socialismo estatal trajo afectaciones a la reproducción de la clase trabajadora, que se vio obligada a buscar salidas a su situación fuera del trabajo productivo para el Estado ya sea en la corrupción, el trabajo ilegal informal o en la emigración; la producción perdía así el estimulo principal que ofrecía el sistema para los trabajadores: su reproducción como clase trabajadora y la satisfacción de sus necesidades, con lo cual decaía el interés de los creadores de las riquezas por la producción sistémica y las consiguientes disminuciones relativas en la productividad y en medios producción y de consumo que provocaban los inevitables déficit de ofertas de mercancías. El socialismo de Estado trató de suplir entonces su falta de estímulo material apelando a la solidaridad social, con arengas, premios y compulsiones “morales” y otras formas extraeconómicas.

Las causas de sus desastres siempre eran buscadas fuera del sistema y lo mismo se culpaba a la naturaleza por las malas cosechas, que a los vaivenes del mercado internacional, o a las necesidades de la defensa, la seguridad, la actividad enemiga y otras, todas con ocasionales reales -pero no determinantes- incidencias. Cuando no había manera de culpar a estos elementos externos, casi siempre la culpa recaía en los funcionarios “mal preparados” o los trabajadores que “todavía no tenían conciencia para sí y necesitaban ser educados política y económicamente”.

Para realizar su ciclo de reproducción, que también demanda grandes inversiones en capital constante como vía para tratar de aumentar la productividad y la producción y mantener la competitividad en el mercado mundial capitalista, el socialismo de Estado, también se ve obligado a sacrificar, y cada vez más y en forma peor a los trabajadores productivos que debían crear riquezas para toda aquella distribución voluntarista, para la reproducción ampliada del sistema y las políticas internacionales.

Como consecuencia de la aplicación de este ciclo que afecta sobretodo a los trabajadores productivos, irremediablemente se manifestaba la constante y creciente tendencia hacia la disminución de la productividad, el estancamiento económico, la inflación y la escasez constante de recursos para la adquisición de productos tanto del sector I -medios de producción-, como del sector II -medios de consumo-.

Una de las “salidas” que buscaba siempre el socialismo de Estado -que monopolizaba los mercados de ambos sectores- para garantizar su reproducción, era acudiendo a más restricciones en el sector II que, a su vez, llevaba al aumento de los precios por la ley de oferta y demanda, lo cual por término medio afectaba más a los salarios de los productores directos que a los receptores indirectos de beneficios (subsidios y prebendas) generales del sistema que van por fuera del salario.

Otras de sus “soluciones” clásicas era acudir a los créditos para adquirir medios de consumo, deudas luego impagables por improductivas y a las inversiones directas de capital extranjero, que por su naturaleza arrastran todos sus vicios y entran en contradicción con las regulaciones salariales y de todo tipo impuestas por el capital estatal, por lo cual terminan imponiéndose económicamente si se le permite el libre desarrollo –caso chino-, o complicando las relaciones sociales para finalmente retirarse si encuentra muchas dificultades para su reproducción.

De otra parte, los bajos salarios reales que precisa el socialismo estatal neo-capitalista, como condición de su reproducción, incentivan indirectamente el desplazamiento de muchos trabajadores calificados y eficientes al trabajo individual, la producción mercantil simple, que “increíblemente” se vuelve aquí más rentable y productiva, por el simple efecto del auto respeto a su reproducción, ocurriendo un proceso inverso al que se da en el capitalismo que tiende a absorber de manera natural a la pequeña producción. Esto explicaría la forma violenta en que el neo-capitalismo “socialista” de Estado reaccionaba contra la pequeña burguesía, expropiándola, tratando de imponerle todo tipo de trabas y acusándola de generar “capitalismo”, cuando en verdad se trata de aliados naturales de los trabajadores asalariados.

La fuerza de trabajo en ese socialismo de Estado era, por tanto, más explotada y, por consiguiente, la contradicción entre el Estado todo poseedor y el trabajo peor pagado, se hacía más insostenible para los que producían directamente bienes o servicios, lo que explicaría tanto la disposición mayoritaria de sus productores -especialmente los más preparados- a pasar al capitalismo clásico, como la mayor inestabilidad y debilidad -en todos los órdenes- del socialismo de Estado.

Esas eran las razones por las cuales, los obreros del socialismo de Estado europeo, cuando se comparaban con los obreros del capitalismo europeo, notaban que sus niveles de vida y consumo eran muy inferiores. Y no estamos evaluando el consumismo inherente a las clases explotadores, que nunca ha tenido nada que ver con el consumo de la clase trabajadora para su reproducción.

Esta mayor explotación relativa de la fuerza de trabajo productiva, tuvo consecuencias doblemente contraproducentes, pues ocurrió que la distribución del excedente resultante, era realizada además, en función de intereses objetivamente predeterminados por la separación real que existía entre los medios de producción y los productores, y la consecuente existencia de un aparato burocrático hiperbolizado, que haciendo las veces de dueño, se veía obligado a cuidar y responder por sus bienes y su propia reproducción como ente social, razón que lo llevaba, cada vez más, a separarse de los intereses del pueblo y los trabajadores. Este controvertido gasto burocrático afectaba a su vez la reproducción ampliada del capital estatal.

Tal aparatazo, por muy buenas intenciones que poseyera, situado fuera del control real de la sociedad -sólo posible de realizar por medio de la socialización de la propiedad y la apropiación en beneficio de los colectivos obreros y sociales- tendió por naturaleza, en razón de su posición respecto a los medios de producción, al burocratismo y a la corrupción en grados extremos.

La legalidad, las libertades, la democracia y los derechos que se suponían al Socialismo, eran violados como consecuencias de aquel régimen de explotación encubierto y de las necesidades lógicas de control del aparato burocrático para mantener su dominio en aquella sociedad. El Estado, cuando debió caminar hacia la disminución de sus funciones administrativas y de control concretas para desarrollar su proyección social general en beneficio de los colectivos sociales y de los trabajadores, en cambio tendió a y la creación y desarrollo de nuevos sistemas y métodos de controles cada vez más sofisticados y centralizados.

En la práctica aquel socialismo estatal, particularmente en la URSS, generó formas en el comportamiento social de su burocracia, más parecidas a las de los señores feudales que a las de los propios capitalistas, como aquella de la nomenclatura cuyos miembros -una especie moderna de upátridas atenienses- eran los únicos que podían ocupar responsabilidades públicas.

Un factor adicional que comprometió la inversión en el socialismo de Estado, fue la carrera armamentista y el mantenimiento de un ejército profesional de enormes proporciones, que en el capitalismo es un escape para la inversión de capitales ociosos y la creación de fuentes de trabajo a costa del presupuesto-parásito del Estado (8), pero para el Socialismo de Estado era un consumidor improductivo de recursos, técnicas de alta tecnología y finanzas que recaía directamente sobre los hombros y estómagos de los trabajadores.

Si en el sistema capitalista de producción, la tan cacareada “democracia representativa”, no es más que una dictadura del capital sobre el trabajo, en aquel socialismo de Estado, la dicotomía engendrada y desarrollada entre el Estado todo poseedor y el pueblo trabajador, convertía en realidad a la “democracia socialista”, en la dictadura del aparato del Estado neocapitalista sobre el trabajo, igualmente.

Como resultado, las contradicciones propias del capitalismo traspasadas al neo-capitalismo estatal creído socialismo y allí estancado, en lugar de ser resueltas en la socialización de la propiedad, el excedente y la sociedad, fueron agudizadas aun más, aunque sus manifestaciones, y consecuencias fueran distintas.

El resultado final en Europa y Asia del Socialismo de Estado neocapitalista, es por todos conocidos. La actividad diversionista del imperialismo y sus agentes en los campos de la economía, la ideología, la política y el armamentismo, fue posible y tuvo éxitos porque logró explotar las contradicciones propias del sistema en esas áreas, que los comunistas de aquellos países no fueron capaces de resolver en provecho de los trabajadores y la consolidación del socialismo. 

Quedó allí demostrado que el socialismo debe avanzar de una primera fase de centralización, estatismo y trabajo asalariado (capitalismo de Estado) hacia la plena socialización de la propiedad, del excedente y de todas las demás relaciones políticas y sociales hacia la nueva fase que consolide la participación democrática de los trabajadores y el pueblo, de lo contrario, inexorablemente se agudizan las contradicciones, aumenta la separación paulatina entre el Estado todo poseedor y los trabajadores y el pueblo y por esa vía se avanza a la restauración capitalista.

Una valoración científica nos lleva a la conclusión de que en el socialismo de Estado la forma de organización de la producción y su esquema de acumulación, no rebasaba el estrecho marco de las relaciones burguesas de producción distribución y consumo, lo que unido a la falta de correspondencia entre sus fines y medios agudizaban aún más las contracciones propias del capitalismo. De ahí su demostrada inviabilidad económica y social. Los graves errores en las concepciones económicas y en las políticas interna y externa cometidos por los partidos y gobiernos del “socialismo real” fueron muy atinadamente explotados por el imperialismo para ayudar a colapsar el sistema en favor de la restauración capitalista.

Por todo ello, asumir que fue la conjura imperialista la causante principal que provocó aquel desastre sin valorar las propias contradicciones intrínsecas que llevaban a la reversibilidad a aquellos procesos, sería aceptar como bueno todo lo mal hecho en nombre del socialismo, admitir de antemano la derrota de cualquier intento socialista frente a las amenazas, agresiones y el poderío del enemigo imperialista y, por esa vía, desactivar por ilusoria la lucha revolucionaria de las clases trabajadoras por el socialismo, una nueva versión del “fin de la historia” de Fukuyama.

* Parte extractada, revisada, aumentada y actualizada del ensayo ¿Qué es socialismo?, referida a las crisis en el capitalismo y en el socialismo de Estado.

http://www.kaosenlared.net /noticia.php?id_noticia=24223

Bibliografía.

1) V. I. Lenin Sobre la Cooperación (Cooperativismo) OC. T- XXXIII. Editora Política. La Habana.1964.
2) C. Marx y F. Engels, El Manifiesto del Partido Comunista. OE. en tres tomos. T-I. Editorial Progreso. Moscú. 1973.
3) Ver: La forma genérica de la producción socialista es la autogestión empresarial obrera. Debe extenderse socialmente. http://www.kaosenlared.net /noticia.php?id_noticia=22291 y la Forma genérica de la propiedad socialista es la del colectivo de trabajadores. http://www.kaosenlared.net /noticia.php?id_noticia=19902
4) C. Marx El Capital, Tomo III, Cap. LI, Relaciones de distribución y relaciones de producción. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana 1973.
5) C. Marx. El Capital. T-III, Sección Tercera. Ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1973.
6) Idem 3
7) C. Marx. Crítica al Programa de Gotha, O. E, en tres Tomos, T-III, Editorial Progreso, Moscú 1974.
8) Nota del autor: A reservas de que los presupuestos actuales del imperialismo, merecen un análisis especial aparte, como quiera que se les mire constituyen una institución parásita que se alimenta de los contribuyentes para beneficio general principal del sistema capitalista moderno.