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  Soledad Cruz
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                            La
                    mujer que presenta sus cartas credenciales ante ustedes
                    viene desnuda.  En este momento de confesión que
                    supone impúdica, no representa a ninguna tendencia política,
                    creencia religiosa, partido o gobierno.  Ni siquiera a
                    alguna ONG.  Es una decisión completamente personal
                    porque no quiere causar alarma, ni que alguien vaya a
                    sentirme comprometido por el apoyo, pero le gustaría ser
                    considerada la representante del sueño de tocar lo
                    imposible.  La feliz representante, entiéndase.         Esta
                    mujer que voy a develar ante ustedes se ama a sí misma, no
                    sólo por el afán de cumplir el principio cristiano aquel
                    “…amad al prójimo…” y a pesar de que sus camaradas
                    más ortodoxos la censurarán por lo que de seguro han de
                    considerar el pecado del individualismo.  Esta mujer
                    siempre ha vivido a riesgo de ser mal interpretada,
                    calumniada, condenada por actuar según los arrebatos de su
                    corazón, que su cerebro secunda o viceversa, en medio de
                    una pelea feroz entre sus ángeles y sus diablos, pero
                    dichosa de poder vencer dentro de sí y fuera de sí misma
                    los obstáculos enormes que supone ser mujer y pretender ser
                    persona, miembro pleno de la especie humana en cualquiera de
                    los regímenes económico-sociales que conoce el planeta.        No. 
                    No se asusten.  No va a esgrimir un manifiesto
                    feminista, asunto también trascendido desde que aprendió
                    el duro oficio de ser mujer y sus maravillas, entre las que
                    cuenta poder disfrutar de la compañía masculina, de ese
                    acople perfecto de los cuerpos distintos, anticipada práctica
                    sideral de la penetración de un cohete interplanetario en
                    una estrella negra.  Ella aprendió olvidando los
                    consejos y quejas de sus antecesoras, a convertir las
                    presuntas sombras del ser femenino en goces inefables. 
                    Amó sus olores peculiares de mujer.  Las molestias
                    mensuales fueron naturales características, admitidas como
                    una diferencia que, interrumpidas, podrían crear el milagro
                    de su vientre crecido hasta estallar la luz en el hueco
                    oscuro y profundo de la siembra.  Parir fue el orgasmo
                    más prolongado que recuerda y el orgasmo es para ella el
                    tramo más exacto de una cuerda entre la vida y la muerte. 
                    Llegó un día en que no reclamó más la felicidad como un
                    don que sólo se podía conseguir en compañía de un
                    hombre.  No.  No fue que intentara prescindir de
                    ellos desde entonces –jamás pretendería renunciar a ese
                    placer desafiante —sino que simplemente entendió que únicamente
                    los escogidos renuncian a los privilegios que les vienen de
                    cuna para ponerse al lado de los desposeídos.   Y
                    algo más definitivo todavía: la felicidad no es una estación
                    a donde se llega, sino un modo de viajar.  De cada cual
                    depende cuán ligero será el equipaje y la ruta del
                    recorrido.        No
                    fueron conclusiones de hoy para mañana, sino una
                    metamorfosis de lágrimas, desgarraduras, de caer y
                    levantarse, de sacarle ventajas a la angustia y al cansancio
                    sin renunciar a otro convite que hacía la vida alrededor y
                    empujaba a no quedarse rezagada.  Había un proyecto
                    mayor que todos los pequeños fracasos personales.         Si
                    ella se canta a sí misma, como el poeta Whitman, no es para
                    estimular su autoestima, la cual está muy bien
                    desarrollada, sino para celebrar el suceso que le ha
                    propiciado ser lo que es y no otra cosa y parecerse a la
                    isla donde nació en lo polémica, contradictoria, colórica
                    y cambiante.  Porque ella apareció en la isla el día
                    exacto, cuatrocientos sesenta años después que Don Cristóbal
                    Colón, el Gran Almirante de la Mar Oceana, avistara las
                    costas de Cuba y fascinado exclamara: “es la tierra más
                    hermosa que ojos humanos vieren”.  La coincidencia
                    siempre ha sido un símbolo para esta mujer, un cordón
                    umbilical que nada podrá romper, ni aunque el mismísimo
                    Atlántico esté por medio.         Ella
                    lleva a su isla entrañable en el corazón, orgullosa de sus
                    mil verdores, de todas las gamas, como si el origen del
                    verde hubiera sido allá, y también el del azul.  Nada
                    es verdaderamente azul en este planeta, sólo ese mar que
                    empuja y acaricia la isla, sin moverla, y la torna columpio,
                    mecedera perenne que desborda las ansias y obliga a mirar al
                    cielo para ensancharse.  Ella vive orgullosa de las
                    gentes que se dan en esa isla, donde la grandeza fructifica
                    mejor que la caña de azúcar y el tabaco, y nos e cansa de
                    alabarlas porque sin esos antecedentes fundacionales, los
                    nativos aniquilados en la conquista por el bárbaro,
                    prefiriendo ser quemados vivos que aceptar el yugo; los
                    negros africanos amasando azúcar con lágrimas y sangre y
                    cantando y cantando como antídoto para el dolor, cantando y
                    cantando hasta la rebelión y la república libre del
                    palenque; sin aquellos descendientes de españoles que se
                    sintieron hijos de la isla y abandonaron los salones para
                    pelear en la manigua, sin aquel amasijo, no hubiera nacido
                    la nación ajiaco entre veleros y piratas.  Una nación
                    de poetas tiernos que el ansia de libertad transformaba en
                    fieros guerreros aferrados al sueño imposible para una isla
                    de escoger el camino deseado y no el impuesto desde afuera.         Esa
                    es su estirpe.  Lo supo pronto esta mujer y la
                    reverenció como escudo de familia.  Ese es su
                    abolengo.  Un abolengo de verdores y azules, de nativos
                    cobrizos que se rebelan y negros y blancos rebeldes. 
                    Un abolengo de arcoiris como gen adicional que define la
                    pertenencia a una forma de ser Cubano.  Lo agradeció
                    como coronación suprema en la búsqueda del sentido de la
                    vida las mil veces que ha quedado sin rumbo, suspendida en
                    la duda o en la desesperación absoluta en que la sume que
                    no baste decretar la bondad y la belleza para que imperen,
                    ni siquiera en la Isla…         De
                    ahí provienen sus mayores desgarraduras, las cicatrices que
                    oculta detrás de su fiereza y la vehemencia insoportable
                    para aquellos que la clasifican conflictiva y le reprochan
                    ser oportunista, según la filiación de quien acuñe el término,
                    porque esta mujer ha provocado por igual el disgusto de sus
                    compañeros de partido, que de sus opositores, al ser una
                    disidente de la mierda, venga de donde venga.  La ha
                    salvado de la hoguera inquisorial ser poseedora para siempre
                    del secreto de la diferencia, condición privilegiada que
                    explica porqué la mayoría de los habitantes de la isla no
                    cejan en el empeño de conseguir lo imposible, cuando
                    vaticinios, análisis estadísticos y los más sesudos foros
                    internacionales dan la causa por perdida, desde que cierto
                    muro fue tumbado en Berlín por ilusos que no vieron los
                    nuevos que se levantaban detrás de esa caída.        A
                    pesar de Stalin, por el que nunca sintió simpatías, de la
                    colectivización forzosa, del suicidio de Maiakovski,
                    sucesos todos que lamenta, esta mujer no se avergüenza de
                    proclamarse comunista, sin compromiso con el ateísmo científico
                    porque es estotérica, le encantan los rituales yoruba, los
                    horóscopos, conversa con fantasmas, invoca a José Martí y
                    Ché Guevara, y les enciende velas para que desde allí, en
                    cualquier sitio del universo que habiten sus espíritus,
                    protejan a la isla y ayuden a Fidel. Ella padeció el
                    sarampión del ateísmo, justo hasta que leyó a Carlos Marx,
                    pero muy especialmente hasta que conoció a Lenin en
                    “Materialismo y Empiriocriticismo”.  La materia es
                    un verdadero prodigio ¿porqué no ha de trascender esa
                    primera muerte conocida?  Está absolutamente
                    persuadida que hay algo más allá por conocer, lo cual es
                    noseológicamente factible y consuelo mayor.         En
                    realidad, su bronca con Dios no fue imposición de los
                    comunistas, como ahora acusan los renegados de última hora. 
                    Ella nació en esta isla donde todo se mezcla y en vez de
                    confundirse se torna luminoso.  Iba al culto de los católicos
                    unas veces; al de los protestantes otras, y no faltaba a los
                    bembés del barrio para limpiarse de los mal de ojo. 
                    Todo lo que no hace daño es bueno, era el principio de la
                    madre, que tanto rogó a Santa Bárbara, a la Virgen de la
                    Caridad del Cobre y al mismísimo Dios, que los rebeldes de
                    Fidel bajaran triunfantes de la Sierra.  Fue una gracia
                    concedida después de más de cuatrocientos años de espera
                    insurrecta.  La posibilidad cierta de tocar lo
                    imposible.  Una fiesta en la que estaba prohibido
                    prohibir.  Abajo los carteles de “No perros”, “No
                    negros”, “Si no es Socio no pase”.  Y los pobres
                    y los negros y los perros entrando a los clubes exclusivos,
                    bañándose en el mar que volvía a ser abierto.  Una
                    fiesta de estrenos.  Escuelas, juguetes, palabras. 
                    Alfabetización.  Intervención.  Expropiación. 
                    Una fiesta para la que algunos se ponían máscaras y otros
                    se las quitaban, mientras el pueblo ofrecía su cara sin
                    afeites y sus manos lavadas en la esperanza.        
                    A los yanquis no les gustó esa rumba y declararon la guerra
                    sucia.  Bloqueo económico. Agresiones armadas. 
                    Desembarcos,  Atentados contra una Revolución verde
                    como las palmas y rojinegra como los colores de la vida y la
                    muerte.  Los mismos colores del Orisha Elegguá, el que
                    abre y cierra los caminos, según la tradición yoruba.         ¿Y
                    Dios, qué hacía entretanto?  Permitía que en las
                    iglesias escondieran a terroristas, que los americanos
                    mataran, destruyeran por el único pecado, cristiano por demás,
                    de que en la isla se pretendiera compartir entre todos los
                    panes y los peces, que tocara a todos por igual el derecho a
                    la vida y a la felicidad.  Dios estaba del otro lado,
                    del de la magna democracia que no sólo nos daba la espalda,
                    sino que asesinaba, bombardeaba, quemaba.  Los rojos
                    maldecidos, los terribles comunistas del Kremlin mandaron
                    petróleo a cambio del azúcar despreciada por la Casa
                    Blanca.  La Coca-cola desapareció.  Llegaron las
                    latas de carne rusa para compensar el desamparo del estómago. 
                    No hacía falta lavado de cerebro.  La elección la
                    impusieron los americanos, aunque la aseveración nunca sea
                    aceptada ni por un lado, ni por el otro.         Al
                    menos así fue para ella y su familia, que no hacían la
                    alta política.  Y para los vecinos.  Y para casi
                    todo aquel pueblo donde nació, Florida, provincia de Camagüey,
                    en lo profundo de la isla, a más de quinientos kilómetros
                    de la capital.  Allí nadie sabía dónde quedaba la
                    Unión Soviética.  Pero conocían bien a los
                    americanos, que fundaron la localidad bajo el nombre de su
                    península más cálida, levantando centrales para fabricar
                    azúcar.  Ese era un aspecto importante del secreto de
                    la diferencia.  Porque una cosa es la pobreza decretada
                    por egoísmos, por el tener más robando y explotando, bajo
                    el alegato consabido de que los que no llegan a tener son
                    ignorantes, vagos, borrachos, o les tocó por mandato
                    divino, y otra muy diferente es la pelea limpia contra la
                    pobreza, la voluntad de favorecer a los huérfanos eternos
                    de la fortuna.  Levantar casas, hospitales, escuelas,
                    conseguir que el racismo sea una vergüenza, no preguntar
                    quién es tu padre, cuánto dinero tienes, qué has hecho tú
                    para estudiar esta carrera que vale tanto, o para hacerte
                    una operación quirúrgica costosísima, o tener reservación
                    en Varadero.         Y
                    esas no son apologías al mal gusto de la prensa nacional. 
                    Fueron sucesos vividos.  Realidades palpables para una
                    nación entera en medio del acoso, del asedio, del cerco
                    constante del vecino imperio.  Pero esta mujer impúdica,
                    como ya fue mencionado en el comienzo de estas cartas
                    credenciales, no se avergüenza tampoco de haber sido apologética,
                    ni puede asegurar haber dejado de serlo.  ¡Cómo no
                    hacer apología a una isla menor doscientas veces que su
                    enemigo voluntario!  Sólo esa gente que nació en la
                    isla con un gen de menos puede decir ahora, en la estampida
                    reciente de los días más duros, que no se consiguió el
                    paraíso prometido.  Sólo los que cobran a buen precio
                    la moda última de salvarse cuando hay amenaza de zozobrar,
                    los canijos que quieren hacer fama a costa de la adversidad
                    de los invictos soñadores de lo imposible, pueden llamar
                    derrota a la única victoria cierta de todo un hemisferio. 
                    O los que no aprendieron el secreto de la diferencia, porque
                    fueron los grandes mimados del paraíso que otros forjaron
                    para ellos.        El
                    paraíso terrenal, quiere aclarar esta mujer que siempre ha
                    disentido de la mierda venga de donde venga.  El paraíso
                    posible hecho por hombres y mujeres de carne y hueso. 
                    Los alfabetizados convertidos en maestros, los hijos del
                    solar haciéndose médicos.  Los campesinos dirigiendo
                    una fábrica de níquel.  Los que nunca habían leído
                    a Proust ni a Joyce y desconocían que hubo un señor
                    llamado Bach, al frente de una Casa de Cultura. 
                    Ciertamente no importaron a extraterrestres en la isla para
                    explicar ni aplicar el socialismo.  Y no era fácil
                    entrarle a El Capital o al Estado y la Revolución sin
                    referencias previas.  Y otra vez se formó un ajiaco
                    para confirmarme que es una condición kármica de la ínsula.         Esta
                    mujer que puede parecer tan enérgica casi se muere de
                    tristeza cuando el primer novio, dirigente de la Juventud
                    Comunista, le traicionó el amor con otra militante. 
                    Ella también puede hilvanar un largo inventario de heridas,
                    censuras, vetos.  Una novela enjundiosa en acusaciones,
                    de esas que priorizan los editores y la prensa amplifica
                    para que todos se percaten del infierno que viven los
                    cubanos.  Vano interés frente a lo que ocurre en
                    Bosnia-Herzegonvina, Chechenia o en el Moscú que la mafia
                    controla, por mencionar sólo los escenarios beneficiados
                    por la caída del Muro de Berlín.  Pero aunque algunos
                    maledicientes temen por la que va a escribir ahora que vive
                    en el extranjero, esta mujer siempre dirá lo que piensa,
                    siente y sabe gracias a conocer el secreto de las
                    diferencias.  Y a su libre elección:  la gratitud
                    porque se cumplió la profecía dicha por su madre en el
                    umbral de la muerte:  Podrás ser persona aunque yo
                    falte, como si hubiera una madre mayor protectora a la que
                    confiarse.  Un consuelo para lo inconsolable.  Eso
                    fue la Revolución para la madre de esta mujer y para ella
                    misma.  Un consuelo para lo inconsolable.  Hasta
                    para las penas que nacían de la propia dinámica
                    revolucionaria.        Por
                    eso quiere hacerlo constar.  Para que nadie pueda
                    justificar su amor y su fidelidad con presuntos bienes y
                    ventajas.  Invita a revisar sus propiedades después de
                    10 años habitando un albergue estatal y cinco un garaje
                    aunque hace un cuarto de siglo que trabaja y posee no sólo
                    todas las medallas que se ostentan en el pecho y que premian
                    la dedicación y el resultado, sino las que se llevan
                    calladas en lo recóndito de una misma.         Es
                    cierto, sin embargo, que disfruta privilegios no visibles ni
                    en su despensa, ni en su ropero, ni en la marca de su carro,
                    ni en el confort de su casa.  Bienes magros y pagados
                    con su salario.  Puede contar muchas anécdotas de sus
                    conversaciones con Fidel Castro.  Y un día lo hará,
                    aunque unos y otros la mal interpreten, por deber de
                    justicia.  Es insoportable que exijan a un hombre la
                    condición de un dios y lo ataquen como al diablo, por la única
                    culpa de pretender impedir que la historia sea un basurero.         Ella
                    no oculta su veneración filial a ese hombre que ama sin
                    fanatismo, al que puede hacer reproches o reclamos de hija,
                    con el mismo impertinente cariño que su propia descendiente
                    femenina le exige ponerse a su ritmo y la juzga con el
                    maravilloso atrevimiento de la adolescencia.  Primero
                    somos crueles en los juicios que hacemos de los padres, y
                    cuando envejecen los queremos proteger como a hijos. 
                    Ella ama y respeta a ese hombre que ha visto encanecer en
                    treinta y seis años, sin sentirse obligada a coincidir con
                    todo lo que dice y hace, pero reconociendo siempre que a lo
                    verdaderamente extraordinario no se le puede medir por lo
                    que pueda tener de común, como no se puede explicar la
                    función del sol en nuestra galaxia a partir de sus manchas. 
                    Ella ama y respeta a ese hombre que es Fidel Castro, pero
                    tales sentimientos no silencian lo que piensa y siente,
                    aunque no sea del gusto de sus jefes y despierte sospecha en
                    los maledicientes, genuflexos y bufones.  A ella
                    siempre le estuvo todo permitido, alegarán los detractores,
                    porque se acostaba con los del Comité Central.  No sólo
                    con los del Comité Central, aclararía, porque
                    curiosamente, la lista que inventan los amigos y enemigos,
                    que no perdonan a una mujer ser miembro pleno de la especie
                    humana, sólo contempla jerarquía del poder.  Los
                    pobres diablos o magos que no aparecen en la televisión,
                    esos no cuentan.  Pero es cierto que se acostó al
                    menos con uno del Comité Central, un amor que parecía por
                    unanimidad y luego resultó que una de las partes se abstenía. 
                    Un amor convertido en hija sin padre, del cual no se
                    arrepiente porque un amor es siempre un asunto respetable,
                    aunque no figure en los directivos del Partido.        Son
                    sus heridas de la inversión a riesgo que es vivir.  Sólo
                    que no se permitió elevarlas al rango de problemas del
                    sistema, como literaturizan algunos y algunas, simuladores y
                    simuladoras que luego declaran a un país gran simulacro
                    porque se cansaron de su propia simulación y pueden hacer
                    plata confesándolo.  Esta mujer que es tan apasionada,
                    que llora con la misma fluidez de rabia o ante una escena
                    cursi de película, que amenaza con vengarse de cada
                    afrenta, y lo mejor de todo  es que cumple para luego
                    ser generosa nuevamente, aunque no olvida ni el más mínimo
                    agravio, es fiel, pero nunca ha permitido que en su
                    presencia se confunda fidelidad con servidumbre, lo cual,
                    por supuesto, no la ha hecho simpática a los ojos de una
                    fauna existente.  Los convencidos de que la disciplina
                    partidista es decir siempre sí y lo demás ganas de llamar
                    la atención, egocentrismo que lleva al individualismo. 
                    Individualismo igual a capitalismo.         Egocéntrica
                    ella siempre ha sido, primero para poner en práctica el
                    principio cristiano de amar al prójimo como a sí mismo, y
                    luego porque sin un poco de amor por Yo habría perecido en
                    la confusión entre individual e individualismo, que se
                    manifestó por algún tiempo en la isla.  Ella siempre
                    ha defendido lo individual como premisa del Manifiesto
                    Comunista que expresamente proclamaba que la plenitud
                    colectiva sería la base de la plenitud individual.         Hubo
                    no pocas confusiones en la Isla con la asimilación de la
                    teoría e imperativos de la práctica, que no dejaban mucho
                    margen al regodeo filosófico.  Pero no existía una
                    estrategia macabra para convertir en rebaño a un pueblo por
                    naturaleza irreverente ante todo lo falso, lo fingido, lo
                    que no es natural y silvestre como la floresta que le
                    permite respirar limpiamente.  Sólo quien desconoce la
                    idiosincrasia de ese pueblo puede hablar de que soporta una
                    tiranía y quien lo dice lo subestima y ofende.  Habría
                    que reconocerle ante todo su proverbial rebeldía, antídoto
                    ante el mimetismo, la copia de los defectos del socialismo
                    real.  Pero, ¿qué se podía hacer ante una fórmula
                    inédita en la historia de la humanidad, con sólo cuarenta
                    y ocho años de existencia, para ajustarla a las
                    peculiaridades del trópico?  Era lógico que desde la
                    ínsula se mirara hacia Moscú, que había llegado al cosmos
                    antes que los americanos.  ¿Es tan difícil comprender
                    tales circunstancias o entender la filosofía del empujón? 
                    El síndrome de la prisa se generalizó en la isla. 
                    Miles fueron las tentativas.  La caña, la caña, otra
                    vez la tiranía de la caña, para lograr hacer diez millones
                    de toneladas de azúcar.  Voluntarismo, cierto. 
                    Magnífico voluntarismo que pretendía sacar de prisa al país
                    de la pobreza, sin acudir a los métodos de sálvese quien
                    pueda, sino para sacar de la pobreza a cada uno de los
                    millones de habitantes.  Eterno empeño de lo
                    imposible.  Es muy fácil para los que ostentan la cómoda
                    posición de observadores anatemizar un sueño y rotularlo
                    en un dossier de errores.  ¿Por qué el pueblo ha
                    tolerado tal desastre?  tendrían que preguntarse los
                    analistas.  La respuesta es sencilla:  porque
                    recibió más ventajas que todas las generaciones
                    anteriores.  Porque posee la sabiduría profunda del
                    secreto de las diferencias.        Esta
                    mujer que agradece a esas gentes el legado de la estirpe
                    sabia y rebelde, no pretende justificar cada equivocación
                    ni pedir clemencia para quienes considera artesanos invictos
                    del empeño de tocar lo imposible.  A lo sumo aspira,
                    en la mejor tradición de la Isla, a un esfuerzo de
                    comprensión por parte de los que se consideran afectados
                    por ese revolico mayor que ya dura treinta y seis años. 
                    El esfuerzo que ha hecho ella misma para poder sobreponerse
                    a aquella reunión del Comité de Base de la UJC donde fue
                    fuertemente criticada por una marca en el cuello que no era
                    fruto de la pasión de un vampiro, como pensaron los hipócritas
                    enarboladores de una moral que no practicaban, sino de un
                    golpe con la dura litera donde dormía, y a las continuas
                    censuras por no usar ajustadores y por no poder disimular
                    que hacía el amor por elección libre, sin papeles de
                    autorización, como siempre habían hecho los hombres, de
                    derecha, de izquierda, militantes o no de cualquier
                    tendencia.  Sabía que los estatutos no consignaban
                    esos aspectos personales, que eran las interpretaciones libérrimas
                    de una mentalidad antigua y se defendía con todos los códigos
                    en la mano, negada a aceptar que se circunscribiera la moral
                    femenina a los movimientos telúricos de las entrepiernas.         Ella
                    tuvo que hacer, como tantos nativos de la isla, un esfuerzo
                    de entendimiento para poner riendas a su vocación de
                    silvestre y soportar aquellas interminables reuniones,
                    aburridas, misas de algo que asemejaba una nueva iglesia
                    donde se recibían las orientaciones de arriba como de un
                    Dios lejanos y todos se mostraban conformes por amor, no por
                    oportunismo como blasfeman los renegados.  Era la
                    unanimidad por lo esencial que quitaba brillo a las
                    particularidades y tornaba lo peculiar conflictivo. 
                    Era el tono eslavo que nada tenía que ver con los toques de
                    santo, el delirio rítmico de las tumbadoras, los
                    movimientos centrífugos de las pelvis en el elogio
                    frecuente al sexo como liberación,  exorcismo contra
                    todo pecado de tedio y amenazas de penurias o muerte. 
                    Algo que surgió para hacer feliz a la gente no puede
                    parecerse a un bostezo.  Era su queja dentro, porque
                    nunca se ha sentido fuera del juego, ni derrotada por la
                    nada cotidiana.  Ese era su juego y ella parte de un
                    equipo dispuesto a la continuidad en la diferencia que cada
                    generación aporta bajo dictado de la dialéctica, la dialéctica
                    una y otra vez mencionada pero sola haciendo su labor de
                    transformadora espontánea, porque no la tomaban en cuenta. 
                    Y la dialéctica se vengó del agravio.  Sectarismo,
                    extremismo, formalismo, paternalismo, dogmatismo,
                    igualitarismo, doble moral, burocracia.  De todo un
                    poco en el camino de la búsqueda constante de hallar la fórmula
                    de la unidad como escudo protector imprescindible. 
                    Todo mezclado, como es el signo de la isla, sin que se
                    perdiera su capacidad de hacer brotar el arcoiris entre los
                    truenos y las sombras.         Esta
                    mujer participó y sufrió en esos errores, aunque consta en
                    todas las actas, cuando los descubrió, su voluntad
                    manifiesta de no aceptar con calma lo absurdo como tantos
                    otros;  sin embargo es responsable de ellos, los
                    comparte, los asume sin ruborizarse porque le parecen
                    perfectamente comprensibles y perdonables ante las
                    vergonzosas estadísticas de mortalidad infantil, la corta
                    expectativa de vida o de los analfabetos que exhibe
                    cualquiera de las repúblicas vecinas de su zona geográfica,
                    que no tuvieron nunca ni la oportunidad de equivocarse
                    buscando construir el paraíso.  O ante cualquiera de
                    las repúblicas lejanas de la vieja Europa civilizada,
                    antiguas metrópolis que consiguieron el exceso de consumo
                    que hoy sustenta el hastío de sus pobladores, saqueando a
                    aquellas, para no hablar de la nueva Roma en Norteamérica. 
                    ¿En qué se equivocaron todos ellos para lograr establecer
                    la porquería que es este mundo?  se pregunta esta
                    mujer mientras mira los noticiarios y aún viviendo en París,
                    a buen recaudo de las penurias elementales, sólo ha podido
                    escribir un amago de poema que describe la bacanal de la
                    tristeza.         Sectarios. 
                    Extremos.  Formales.  Dogmáticos. 
                    Paternales.  Burocráticos.  Practicantes de doble
                    moral.  Burocráticos.  Estáticos. 
                    Totalitarios.  Intolerantes.  Un inventario
                    interminable de calificativos acusatorios para intentar
                    invalidar la certeza de que se puede tocar lo imposible,
                    aunque no haya garantía de salir intacto del empeño. 
                    Un inventario interminable de calificativos acusatorios por
                    parte de los que no pueden o no quieren entender que las
                    ascenciones ocasionan desgarraduras, razponazos, caídas. 
                    De los que no perdonan la osadía de los alpinistas, de los
                    que se autoexcluyeron y obedientes a la servidumbre de su
                    ganancia optan por negar la sobrevivencia de un sueño del
                    que desertaron.  Esta mujer, dispuesta siempre a
                    encontrar explicación a los inexplicable no los descalifica
                    por eso.  Escogieron su opción.  ¿Por qué no
                    respetar la contraria para no imitar los presuntos defectos?         No
                    obstante reconoce que hubo manchas.  Días de sombras,
                    como los de la UMAP, en que el concepto mal entendido de que
                    el trabajo hizo al hombre, enarbolado por el machismo,
                    defecto consustancial de idiosincracia, pretendió que el
                    laboreo agrícola y el rigor militar harían viriles a los
                    homosexuales.  Un acto de ignorancia más que de
                    martirio, se convirtió en martirologio para hombres
                    condenados por delicadeza sospechosa y para homosexuales que
                    se sintieron vejados por el hecho involuntario de una
                    tendencia sexual que no era la mayoritaria. la aceptada por
                    la tradición, aunque de la Sierra Maestra bajaron maricones
                    con grado de capitán y entre los héroes de la contienda
                    dio su vida alguno.  Ahora son miembros del Comité
                    Central y Diputados a la Asamblea Nacional.         Hubo
                    manchas y días de sombras, pero esta mujer que los sufrió
                    con el dolor que producen los errores propios, percibió
                    siempre el interés en subsanarlos, los que podían
                    decantarse en el fragor de la batalla cotidiana. 
                    Porque hay que ver las leyes no escritas que imperan en la
                    guerra.  Y siempre fue la guerra.  Los que lo
                    dudan, debieran leerse los informes que la CIA hace públicos
                    a cada rato.  No era un estado policíaco reproduciendo
                    los métodos de Veria, tratando de imitar la eficacia de la
                    CHEKA soviética.  Era la violencia obligada, la
                    paranoia condicionada por la paranoia política del agresor. 
                    Síndrome de la sospecha.  Síndrome de misterio. 
                    Síndrome del Secreto.  Y algún que otro hijo de puta
                    que nunca falta, aprovechándose, tomándose atribuciones
                    indebidas, abusando del poder, reproduciendo una película
                    de Rambo o jugando al buen burgués.         Porque
                    el espectro de la burguesía siempre anduvo jugando alguna
                    mala pasada.  El diabólico engendro tentador de que el
                    poder y la autoridad radican en las dimensiones de la casa
                    que se habita, la marca de la ropa, el carro que ruedas,
                    aunque los textos bíblicos de los comunistas llamaran
                    siempre a todo lo contrario, así en los mismos términos
                    que la prédica de Cristo.  Esta mujer que presenta sus
                    credenciales, no es inocente.  Conoce todo lo ocurrido,
                    mucho más de lo que cuentan como grandes noticias
                    admonitorias los que hacen negocios con esos dramas. 
                    Porque hubo dramas y tragedias que no se pueden negar. 
                    El drama de la familia dividida, desgajada del tronco por el
                    éxodo frecuente.  La tragedia de algunos héroes
                    fusilados por delincuentes para escándalo de un mundo que
                    permite indiferente el genocidio de la esperanza.         Mientras
                    hace el recuento sucinto con los riesgos de superficialidad
                    que toda síntesis implica, esta mujer reconoce que no era fácil
                    resistir todos los embates de un lado y del otro, el asedio
                    enemigo, los errores de los compañeros, y el tiempo pasado,
                    y la impaciencia en unos y el cansancio en algunos, y desde
                    Estados Unidos diciendo vengan. Y luego la URSS desmembrándose
                    entre sus glorias verdaderas, hasta desaparecer en el pecado
                    por el que los rusos pagan penitencia.  Mariel
                    desbordado y balseros zozobrando en las corrientes del
                    golfo.  Esta mujer como tantos, primero despreció a
                    los que se iban, a los que renunciaban a seguir la pelea en
                    pos del sueño.  Después sintió pena, una profunda
                    pena por la pérdida y maldijo a los culpables verdaderos
                    del naufragio.  Esta mujer que cree en el respeto a
                    todas las libertades.  La libre elección de dónde
                    vivir, a quién servir, de escoger los amigos y los sueños,
                    se reserva la potestad de argumentar sus juicios al
                    respecto.        No
                    sería sincera su tolerancia si no dejara constancia otra
                    vez de las diferencias.  ¿Cuál es el índice de
                    huidas por etapas? interroga a las estadísticas, para
                    comprobar que están en estrecha relación con las penurias
                    económicas, las recrudecidas amenazas del vecino poderoso,
                    la desaparición de la ayuda de los renegados recientes, la
                    complicidad de las llamadas democracias occidentales,
                    totalitarias en la afirmación de que sólo su fórmula de
                    gobierno es la correcta, desconociendo historia,
                    circunstancias particulares, idiosincrasia, origen y
                    experiencias de cada nación y olvidadas de sus propias
                    contradicciones insolubles.  Es suficiente echarle una
                    ojeada al mundo, al primero y al último, porque ya casi no
                    hay matices, para comprender que la felicidad humana es una
                    promesa no cumplida en el planeta.         Esa
                    es la base del reproche íntimo que hace a los que
                    justifican marcharse en busca del paraíso que no
                    encontraron en la isla.  Sobre todo a los que figuran
                    en el selecto grupo de la inteligencia, aunque sabe que la
                    sabiduría no se consigue únicamente leyendo a Joyce,
                    disfrutando de Mozart o declarando la modernidad de Picasso.         Es
                    algo más profundo, casi extraviado en nuestra época, todavía
                    salvable en esa isla nuevamente enredada en la obstinada
                    propuesta de no desmayar en el sueño de alcanzar lo
                    imposible, algo ya conseguido si se tiene en cuenta que
                    existe, sobrevive y batalla con todos los vientos en contra
                    y encuentra posibilidades de salida airosa, lo cual
                    corroboran manifestaciones del lado contrario como la Ley
                    Helms.         Esta
                    mujer agradece como legado del más alto abolengo esa
                    resistencia, y se siente obligada a hacerlo constar en estas
                    cartas credenciales de representante de esas gentes que como
                    ella, participaron y sufrieron los errores, pero se sienten
                    protagonistas de los aciertos.  Y los aciertos fueron más
                    si se acude a las matemáticas y también a la casi
                    intangible medida del crecimiento espiritual, aunque ahora
                    haya prostitutas en La Habana, la fiebre del dólar acalore
                    más de una cabeza y el mercado vuelva a revalidar su tiranía,
                    porque de todos modos se conoció la diferencia.  Y
                    alguna vez, cuando el mundo conozca toda la verdad,
                    despojada de las dulzuras excesivas de la apología y la
                    acritud multiplicada del hipercriticismo, despojada de toda
                    manipulación bienintencionada o perversa, la humanidad
                    rendirá mayores tributos a los cubanos que los que hoy
                    rinde a los griegos por el arte difícil de no dejarse
                    doblegar ni comprar, en una era donde todo rodó por el
                    mercado, único santuario luego de la caída de todos los
                    iconos.  Todo rodó, menos esa isla negada a sucumbir
                    en la corriente oscura del retroceso, esa isla a la que el
                    mundo obliga a aceptar sus leyes crueles y aún con ese
                    cuchillo entre sus conquistas y el aplazamiento de la dicha,
                    se aferra a la dignidad como lección última ante el
                    adverso contexto.         Esta
                    mujer considera imprescindible consignar todo lo expresado
                    en estas ya extensas cartas credenciales, para intentar
                    hacer entender a los que se erigen en jueces del proceso
                    cubano desconociendo sus peculiaridades, con el mismo
                    sentido totalitario que le suponen y censuran, aunque
                    durante veinticuatro años como periodista en Juventud
                    Rebelde se ha referido a todo ello, lo cual indica que no
                    son noticias frescas y que no usa en su provecho lo que
                    llaman apertura obligada de los últimos tiempos. 
                    Escribió también textos encendidos, con pretensiones poéticas,
                    disintiendo de todo lo que afeaba la mejor propuesta de
                    felicidad en la isla.         Esta
                    mujer está dispuesta a ponerlo todo sobre la mesa. 
                    Corazón, cerebro, pasiones, razones, vísceras y
                    extremidades.  A discutirlo todo, a revisarlo paso a
                    paso.  Lo único que no admite, cualquiera que sea el
                    futuro de la isla, es el absolutismo de los que niegan la
                    maravilla de haber tocado lo imposible y la persistencia en
                    no abandonarlo como demostración de máxima sabiduría, a
                    pesar de la inversión extranjera, el turismo, las fauces
                    abiertas de todos los peligros que amenazan aquella fiesta
                    inaugural del prohibido prohibir, de las cercas que el dólar
                    levanta entre las playas y la moneda nacional; y de la
                    rabia, la rabia infinita ante los irresponsables que
                    perdieron el secreto del fuego.  Tampoco ahora es
                    inocente después del aprendizaje arduo, pero es feliz de
                    poder mirar hacia atrás sin el temor de convertirse en
                    estatua de sal.        París,
                    1995 
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