JUAN RAMÓN JIMÉNEZ, del libro "La colina de los chopos"

PUESTAS DE SOL EN ROSALES

(Juan Ramón Jiménez) 

A esta fila de sillas de hierro vueltas al campo, en que termina Madrid por aquí vienen a sentarse hombres solos, viudas, parejas de enamorados, que quieren ver ponerse el sol. Vienen siempre; pero ahora, con la entrada del otoño, parece que vienen más de veras.
Hay multitud, pero no bullicio. Los mismos que llegan por el paseo hablando y gesticulando alto, al doblar este balcón , de donde ya se abarca el inmenso espectáculo natural, se callan de pronto, o hablan bajo, y caen en sus brazos y sus piernas, como cuando se entra en una catedral, un palacio o un cementerio.
Los rostros fijos miran inmóviles contra la sierra –abierta enfrente, corrida por un lado, como un ondeaje de turquesa, entre los árboles primeros- ; mates, deslumbrados del diverso esplendor grana. Morado, limón, rosa áureo, incoloro del gran poniente diario. A veces dos miradas brillantes se encuentran ladeadas y se clavetean largamente con sus ojos en un nostáljico reconocimiento sentimental.
Y va bajando la hora. Una estrella grandota, solitaria y pura, que se nos atraganta, en la emoción, como la bola de cristal a la botella de gaseosa del puesto vecino., se enciende verde en la descolgada inmensidad sorda. El cenit, de un cárdeno azul desentonado y poderoso, cae, apretando laminando, alejando más cada segundo el ocaso, que no se acaba nunca, tras el ondulado horizonte de redondos pinos verdinegros.
Y entre la frescura, que ya viene siendo frío, de las profusas verduras cercanas, todos parejas, hombres solos, viudas , los que vinieron a consolarse, a aumentar, a compensar su corazón en dolor o en amor, van desfilando inadvertidos, lentos, cuesta abajo cuesta arriba, a la derecha, a la izquierda, más apasionados, más solos, mas solas, acrecentando gustosamente el amor y el dolor revivido, lo muerto, el corazón reencendido por la puesta del sol cotidiano.
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