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Nuestros amigos nos escriben

Antonio Ma. González Padrón, Cronista Oficial de la ciudad de Telde . Y por sus obras los conoceréis

      

     Antiguamente, cuando alguien deseaba realizar una declaración pública o juicio, comenzaba haciendo profesión de Fe. Esto permitía conocer los parámetros religioso-culturales en los que se movía la persona. Así las cosas, todos estábamos en disposición de juzgar la coherencia de sus palabras. Ahora en el reino de la ambigüedad ideológica, cuando todo hace suponer que algunos quieren que pensemos que ha triunfado de forma definitiva “el todo vale”, nuestras gentes se mueven como pez en el agua en el praxismo más absoluto, con dejación clara de sus deberes u obligaciones. 

      Por eso, el que esto escribe basa su denuncia en la siguiente confesión. Como católico practicante, un año tras otro, he hecho caso a las indicaciones que sobre el llamado “impuesto religioso” ha venido realizando la Conferencia Episcopal Española. Es decir, gustosamente he colocado una equis en la casilla reservada para aquellos que desean que parte de sus cargas fiscales pasen a la Iglesia Católica Romana para ayudar a su mantenimiento, y esto lo he hecho a pesar de sospechar que estoy pecando gravemente por mantener de forma directa o indirecta a muchos energúmenos que pululan y vociferan cada mañana por la COPE.  

      Los católicos españoles, a diferencia de los de otros países del mundo, mantenemos a nuestro clero a través de nuestros impuestos, como también sufragamos otros gastos tales como la enseñanza religiosa reglada. En España se hace muy cierta la máxima “la Iglesia somos todos” o por lo menos “casi todos” a la hora de pagar. Con respecto a opinar, ese es otro cantar. 

     También debo aclarar que no sólo soy español, por poseer carné de identidad, sino por cultura, afectividad y, sobre todo, por convencimiento racional. De tal forma y manera que no me creo súbdito de nadie y si ciudadano. Por todo ello, pago “religiosamente” mis impuestos, opinando, por tanto, tener derecho a juzgar sobre los servicios administrativos y los cargos públicos que viven del erario público, valga la redundancia. 

      Y a esta altura del artículo, muchos se estarán preguntando a qué viene todo esto. Paso inmediatamente a explicarlo. 

      El pasado martes día 20 de marzo de 2007, visité, una vez más, la Basílica Menor de San Juan Bautista, lo hacía en calidad de enseñante de un grupo de cinco guías, que se encuentran en un estadio formativo, a través de la Concejalía de Turismo de nuestro M.I. Ayuntamiento de Telde.  

      Después de permanecer unos tres cuartos de hora en el interior del templo, mostrándoles su bien abigarrado legado histórico-artístico, compuesto en gran parte por obras de orfebrería, escultóricas y pictóricas de primer orden; posamos la vista sobre los pies de la Iglesia Matriz, al mismo tiempo que crecía dentro de mí, sentimientos que iban del asombro total a la perplejidad. Mis ojos no daban crédito a lo que veían, pues tal grado de negligencia, no era fácil de digerir. 

      La escena era dantesca, “nadie” se había molestado en retirar los valiosos óleos sobre lienzos que colgaban de las paredes inmediatas. El polvo, cuyo génesis se encontraba en el interior de las maltrechas torres neogóticas, salía a raudales para depositarse sobre las superficies de La Comida Mística de San Bernardo, El Regreso de Egipto, Caída de Cristo en el Vía Crucis y el cuadro de Las Ánimas del Purgatorio.  

      Entonces, no por profeta, sino por especialista en Historia del Arte y Conservador de Museos, le hice saber a mis acompañantes el grave peligro que corrían dichas obras pictóricas. Cuando estaba enmismado en mis teorías conservacionistas, un grito proferido por uno de los obreros, que allí trabajaba, advirtiéndome que allí no se podía permanecer porque era una obra, me volvió a la triste y dramática situación que en ese momento era testigo.  

      Ayer por la tarde un colaborador y amigo de intachable trayectoria profesional, me trajo la triste noticia: de una forma inexplicable, gran cantidad de cemento licuado había caído sobre la superficie de varios cuadros, casi los mismos que días atrás habían recibido la generosa lluvia de la cal, el polvo, el yeso y el cemento. En estos instantes poco me importa conocer quiénes son los culpables de tal acto de negligencia continuada, que no “accidente fortuito” como se nos quiere hacer creer ahora.  

      Por mi parte, me pregunto en dónde se encontraban los responsables inmediatos de los bienes patrimoniales de la Iglesia Católica en Telde, cuando dieron su consentimiento para dar comienzo de las obras, sin antes tomar la necesaria precaución de retirar tales obras de arte. Qué tipo de vigilancia y seguimiento de la obra en cuestión han hecho hasta el día de hoy las Administraciones Públicas. Asímismo ¿por qué la empresa constructora, avalada con una larga trayectoria en estos menesteres “se olvidó” de tomar las medidas cautelares que salvaguardasen los cuadros antes mentados? ¿Por qué de nuevo existe patente de corso para los que se comportan de esa manera en nuestra ciudad? ¿Se va a seguir con la ya larga política de autocomplacencia, botafumeiro mediático o mejor dicho, el silencio de los “borregos”, que no de los corderos?  

      ¿Cómo y quién permitió que se comenzaran las obras sin aislar debidamente con cortina plástica el resto del recinto religioso? 

      Debemos preguntarnos también, cómo algunos han opinado y enjuiciado del arte y lo artístico, cuando se ha venido demostrando con éste y otros hechos que de todo ello saben bien poco. 

      Se habló en Telde de mano o manos negras que no permitieron algunas descabelladas por ilegales actuaciones en nuestro primer templo, pues ahora parece que quienes tienen las manos manchadas, y bien manchadas, son otros.  

      Pedimos o mejor dicho exigimos a los sesudos responsables que al igual que se han hecho con otros inmuebles de idénticas características y menor  ajuar artístico, que se aisle de forma total desde el techo hasta el pavimento los cinco primeros metros de los pies de la Iglesia Parroquial, para que los  feligreses y demás visitantes sólo puedan acceder  al interior de la misma por la llamada puerta del “viento o del aire”, es decir, aquella que se abre desde la nave colateral izquierda, hacia la Alameda de San Juan. Que también se retiren todas las obras de arte que es ese lugar existan. Se cubra de forma total y absoluta el valiosísimo y recientemente restaurado órgano, y que se salve de otro posible accidente, tanto los marcos neoclásicos, como el retablo de igual factura que hoy soporta al Cuadro de Ánimas. Y advertimos que la humedad está dañando desde hace muchos años la pintura mural que Jesús González Arencibia realizara en 1948, para el Baptisterio. 

       Y de la iglesia conventual de San Francisco, hablaremos otro día, que también tiene mucha tela que cortar. 

       ¿Dimisiones? No las pedimos, ni las exigimos ¿para qué? Pero la vergüenza debe caer sobre todos y cada uno de los que pudiendo evitar dicha catástrofe, no lo hicieron: Por sus obras los conoceréis. 

       Por favor, ahórrense las disculpas. No se atrevan a acusarnos de alarmistas y tremendistas. No ha pasado nada que no se hubiera podido evitar. Y ahora a volver a restaurar, eso sí, con el dinero de todos. 

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Última actualización de esta página 31/03/07

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