Antiguamente, cuando
alguien deseaba realizar una declaración pública o juicio,
comenzaba haciendo profesión de Fe. Esto permitía conocer los parámetros
religioso-culturales en los que se movía la persona. Así las
cosas, todos estábamos en disposición de juzgar la coherencia de
sus palabras. Ahora en el reino de la ambigüedad ideológica,
cuando todo hace suponer que algunos quieren que pensemos que ha
triunfado de forma definitiva “el todo vale”, nuestras gentes se
mueven como pez en el agua en el praxismo más absoluto, con dejación
clara de sus deberes u obligaciones.
Por eso,
el que esto escribe basa su denuncia en la siguiente confesión.
Como católico practicante, un año tras otro, he hecho caso a las
indicaciones que sobre el llamado “impuesto religioso” ha venido
realizando la Conferencia Episcopal Española. Es decir,
gustosamente he colocado una equis en la casilla reservada para
aquellos que desean que parte de sus cargas fiscales pasen a la
Iglesia Católica Romana para ayudar a su mantenimiento, y esto lo
he hecho a pesar de sospechar que estoy pecando gravemente por
mantener de forma directa o indirecta a muchos energúmenos que
pululan y vociferan cada mañana por la COPE.
Los católicos
españoles, a diferencia de los de otros países del mundo,
mantenemos a nuestro clero a través de nuestros impuestos, como
también sufragamos otros gastos tales como la enseñanza religiosa
reglada. En España se hace muy cierta la máxima “la Iglesia
somos todos” o por lo menos “casi todos” a la hora de pagar.
Con respecto a opinar, ese es otro cantar.
También debo
aclarar que no sólo soy español, por poseer carné de identidad,
sino por cultura, afectividad y, sobre todo, por convencimiento
racional. De tal forma y manera que no me creo súbdito de nadie y
si ciudadano. Por todo ello, pago “religiosamente” mis
impuestos, opinando, por tanto, tener derecho a juzgar sobre los
servicios administrativos y los cargos públicos que viven del
erario público, valga la redundancia.
Y a esta
altura del artículo, muchos se estarán preguntando a qué viene
todo esto. Paso inmediatamente a explicarlo.
El pasado
martes día 20 de marzo de 2007, visité, una vez más, la Basílica
Menor de San Juan Bautista, lo hacía en calidad de enseñante de un
grupo de cinco guías, que se encuentran en un estadio formativo, a
través de la Concejalía de Turismo de nuestro M.I. Ayuntamiento de
Telde.
Después
de permanecer unos tres cuartos de hora en el interior del templo,
mostrándoles su bien abigarrado legado histórico-artístico,
compuesto en gran parte por obras de orfebrería, escultóricas y
pictóricas de primer orden; posamos la vista sobre los pies de la
Iglesia Matriz, al mismo tiempo que crecía dentro de mí,
sentimientos que iban del asombro total a la perplejidad. Mis ojos
no daban crédito a lo que veían, pues tal grado de negligencia, no
era fácil de digerir.
La escena
era dantesca, “nadie” se había molestado en retirar los
valiosos óleos sobre lienzos que colgaban de las paredes
inmediatas. El polvo, cuyo génesis se encontraba en el interior de
las maltrechas torres neogóticas, salía a raudales para
depositarse sobre las superficies de La Comida Mística de San
Bernardo, El Regreso de Egipto, Caída de Cristo en el
Vía Crucis y el cuadro de Las Ánimas del Purgatorio.
Entonces,
no por profeta, sino por especialista en Historia del Arte y
Conservador de Museos, le hice saber a mis acompañantes el grave
peligro que corrían dichas obras pictóricas. Cuando estaba
enmismado en mis teorías conservacionistas, un grito proferido por
uno de los obreros, que allí trabajaba, advirtiéndome que allí no
se podía permanecer porque era una obra, me volvió a la triste y
dramática situación que en ese momento era testigo.
Ayer por
la tarde un colaborador y amigo de intachable trayectoria
profesional, me trajo la triste noticia: de una forma inexplicable,
gran cantidad de cemento licuado había caído sobre la superficie
de varios cuadros, casi los mismos que días atrás habían recibido
la generosa lluvia de la cal, el polvo, el yeso y el cemento. En
estos instantes poco me importa conocer quiénes son los culpables
de tal acto de negligencia continuada, que no “accidente
fortuito” como se nos quiere hacer creer ahora.
Por mi
parte, me pregunto en dónde se encontraban los responsables
inmediatos de los bienes patrimoniales de la Iglesia Católica en
Telde, cuando dieron su consentimiento para dar comienzo de las
obras, sin antes tomar la necesaria precaución de retirar tales
obras de arte. Qué tipo de vigilancia y seguimiento de la obra en
cuestión han hecho hasta el día de hoy las Administraciones Públicas.
Asímismo ¿por qué la empresa constructora, avalada con una larga
trayectoria en estos menesteres “se olvidó” de tomar las
medidas cautelares que salvaguardasen los cuadros antes mentados? ¿Por
qué de nuevo existe patente de corso para los que se comportan de
esa manera en nuestra ciudad? ¿Se va a seguir con la ya larga política
de autocomplacencia, botafumeiro mediático o mejor dicho, el
silencio de los “borregos”, que no de los corderos?
¿Cómo y
quién permitió que se comenzaran las obras sin aislar debidamente
con cortina plástica el resto del recinto religioso?
Debemos
preguntarnos también, cómo algunos han opinado y enjuiciado del
arte y lo artístico, cuando se ha venido demostrando con éste y
otros hechos que de todo ello saben bien poco.
Se habló
en Telde de mano o manos negras que no permitieron algunas
descabelladas por ilegales actuaciones en nuestro primer templo,
pues ahora parece que quienes tienen las manos manchadas, y bien
manchadas, son otros.
Pedimos o
mejor dicho exigimos a los sesudos responsables que al igual que se
han hecho con otros inmuebles de idénticas características y menor
ajuar artístico, que se aisle de forma total desde el techo hasta
el pavimento los cinco primeros metros de los pies de la Iglesia
Parroquial, para que los feligreses y demás visitantes sólo
puedan acceder al interior de la misma por la llamada puerta
del “viento o del aire”, es decir, aquella que se abre desde la
nave colateral izquierda, hacia la Alameda de San Juan. Que también
se retiren todas las obras de arte que es ese lugar existan. Se
cubra de forma total y absoluta el valiosísimo y recientemente
restaurado órgano, y que se salve de otro posible accidente, tanto
los marcos neoclásicos, como el retablo de igual factura que hoy
soporta al Cuadro de Ánimas. Y advertimos que la humedad está dañando
desde hace muchos años la pintura mural que Jesús González
Arencibia realizara en 1948, para el Baptisterio.
Y de
la iglesia conventual de San Francisco, hablaremos otro día, que
también tiene mucha tela que cortar.
¿Dimisiones?
No las pedimos, ni las exigimos ¿para qué? Pero la vergüenza debe
caer sobre todos y cada uno de los que pudiendo evitar dicha catástrofe,
no lo hicieron: Por sus obras los conoceréis.
Por
favor, ahórrense las disculpas. No se atrevan a acusarnos de
alarmistas y tremendistas. No ha pasado nada que no se hubiera
podido evitar. Y ahora a volver a restaurar, eso sí, con el dinero
de todos.
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