ANIVERSARIO El 6 de agosto de 1945, Estados Unidos lanzó en Hiroshima, Japón, la primera bomba atómica de la historia contra seres humanos. Un primer balance dijo que los muertos eran 140.000. El infierno se repitió tres días después en Nagasaki. El proyecto bomba atómica, que contó con un equipo de científicos de élite, costó la fantástica cifra para la época de dos mil millones de dólares. Los protagonistas. Eran alrededor de ocho mil las chicas de las mejores escuelas secundarias que habían sido convocadas en el centro de la ciudad para unos ejercicios de defensa civil. Como muchos de los 260.000 habitantes de Hiroshima que no habían sido evacuados (la ciudad antes de la guerra tenía 400.000 habitantes), las estudiantes miraron hacia el cielo con curiosidad para ver a esos tres gigantescos aviones del enemigo que volaban a 9.000 metros de altura. Tres aviones solos del demonio estadounidense no podían traer muchas desgracias. Habían hecho falta miles de bombarderos para reducir a cenizas media Tokio y otras grandes metrópolis niponas, que ardían fácil porque las viviendas japonesas eran construidas, sobre todo, con madera y papel. A las 8.36, hora de Hiroshima, llegó el Infierno. Little Boy (Pequeño Chico) explotó a 580 metros de altura, 43 segundos después de que la bomba al uranio 235, con una potencia de 12.500 mil toneladas de TNT, fue desenganchada de la panza del B-29 Enola Gay, como se llamaba la madre del coronel Paul Warfield Tibbets, piloto comandante del más grande bombardero de aquella época.
Pulverizadas Dos meses después se hizo un balance de 140.000 muertos y todavía hoy sigue muriendo gente de Hiroshima por las consecuencias de la radiación que liberó Little Boy aquel 6 de agosto de 1945. Se cree que más de 200 mil personas fueron inmoladas en Hiroshima. Tres días después, la historia se repitió en otra ciudad japonesa, Nagasaki, que tuvo la mala suerte de ser elegida porque el tiempo era malo y nublado en Kokura, el objetivo primario preferido por sus arsenales militares. La orden del alto comando indicaba que Fat Man (hombre gordo), la bomba al plutonio que hizo estallar el equivalente de 22.000 toneladas de TNT (ver recuadro), debía ser arrojado en el centro urbano de las ciudades elegidas para la hecatombe atómica. Kokura tuvo un Dios aparte y se salvó dos veces porque era el segundo objetivo después de Hiroshima el 6 de agosto. En Nagasaki falló la mira del oficial apuntador, que, por fortuna, erró el blanco en 3 kilómetros. Los muertos fueron sólo 72.000 en el primer balance, también porque las colinas de Kokura amortiguaron la onda terrible de la explosión atómica. Pero la ración de padecimientos fue también indescriptible para Nagasaki (se cree que hasta hoy han muerto por la explosión y las radiaciones unas 120.000 personas), convertida en gran parte en un desierto lleno de muertos quemados, asfixiados por la falta de oxígeno o desollados por las radiaciones. La medida del horror se conoció recién después de varios meses y años, cuando se alzaron las barreras y los velos de la censura impuestos por el legendario general Douglas Mac Arthur, gobernador con poderes casi absolutos durante la ocupación de EE.UU. a Japón. Las consecuencias fueron casi inimaginables: el estallido nuclear produce el triple del daño de la explosión, una onda de calor que llega hasta 3 mil grados centígrados y radiaciones mortales inmediatas o a largo plazo. Tras este segundo bombardeo y la amenaza de que la tercera bomba sería lanzada en una Tokio ya semidestruida, Japón se rindió por decisión del emperador Hirohito el 15 de agosto de 1945. Miles de nipones se suicidaron por el deshonor. Así concluyó la Segunda Guerra Mundial y comenzó la Era Nuclear, la cual sigue. Julio Algañaraz. Corresponsal en Roma, Italia, Clarin, 17 de julio de 2005 |
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