Proyecto
Manhattan En el llamado Punto Cero, en la zona del desierto de Alamo Gordo, en el estado norteamericano de Nueva México, había sido izada una bomba de dos toneladas que adentro contenía uranio natural y enriquecido. Para construir la bomba, el gobierno del presidente Franklin Delano Roosevelt, quién murió de un derrame cerebral poco antes de la prueba atómica, había reunido a una buena parte de los mejores físicos teóricos, químicos, matemáticos y técnicos del mundo, una tarea que parecía imposible. La primera explosión atómica era una prueba que los científicos necesitaban porque algunos de ellos conjeturaban que la reacción nuclear podía o no producirse o descontrolarse, quemando la atmósfera y poniendo fin a la vida en el planeta Tierra.
Sólo un personaje, encarnación del Mal Absoluto, podía hacer posible que tantos genios se juntaran para hacer La Bomba, como entonces la llamaban. Su nombre: Adolf Hitler. El temor de que un grupo de científicos alemanes estuviera por poner en manos del tirano nazi semejante arma total, fue el mayor estímulo para empujar a Roosevelt a comprender que EE.UU. debía realizar un fantástico esfuerzo económico, industrial y científico-técnico para apoderarse primero de los secretos del átomo. Muchos de esos científicos eran europeos y judíos, perseguidos por los nazis, que habían debido huir de sus países. Algunos de los pioneros del Proyecto Manhattan eran húngaros. El verdadero padre de la bomba atómica era un pequeño, cascarrabias, idealista y con simpatías socialistas, húngaro de familia hebrea: Leo Szilard. Fue el primero que intuyó de golpe cuando paseaba por una calle de Londres en los años 30 el fantástico y terrible poder de la fisión atómica. Szilard emigró a EE.UU. y cuando Hitler invadió Polonia y comenzó la Segunda Guerra Mundial, en setiembre de 1939, el profesor comprendió que la humanidad corría un serio peligro. Szilard era amigo de Albert Einstein, el físico alemán que había descubierto la Teoría de la Relatividad. Considerado de un genio comparable sólo al de Leonardo Da Vinci, Einstein ganó el Premio Nobel, pero debió huir de Europa porque era hebreo, corrido por los nazis que durante la Segunda Guerra Mundial ultimaron en la Shoá, el Holocausto, a seis millones de civiles inermes de toda Europa, cuya única culpa era pertenecer al pueblo judío. Szilard habló con su amigo Einstein y logró que el científico más influyente de EE.UU. escribiera una carta a Roosevelt explicándole la necesidad de emprender con urgencia la carrera para dominar la tecnología atómica. Después de algunos titubeos, Roosevelt –un genio de la política que gobernó a EE.UU. durante 13 años–, comprendió que si Hitler ganaba la carrera nuclear podía también ganar la guerra y convertir en cenizas a las grandes ciudades estadounidenses. El Presidente sabía que EE.UU. entraría inevitablemente en guerra con el Eje Alemania nazi-Italia fascista- Japón militarista. El arma atómica implicaba un problema moral espantoso, pero lo importante en aquella época era contrastar el avance de Hitler y el nazismo. Roosevelt ordenó realizar el Proyecto Manhattan que fue puesto en manos de un hombre providencial: el coronel de ingenieros militares Leslie Groves, rápidamente promovido a general. Groves quedó abrumado al principio por la vastedad de la misión, pero se puso a buscar, recorriendo las universidades estadounidenses más prestigiosas, al hombre justo para dirigir la parte científica del Proyecto Manhattan. Lo encontró en la Universidad de Berkeley, un suburbio de San Francisco, en California. El hombre del destino, mellizo del general Groves en el Proyecto Manhattan, era un tipo singular. Muy flaco, exótico, un físico teórico de alto nivel, de personalidad dominadora, capaz de acaudillar a la gente. Era de izquierda, lo cual le costó muy caro años después, y de origen judío alemán. Robert Oppie Oppenheimer, de él se trata, usaba sombreros de ala ancha, fumaba en pipa y entendió en un instante lo que le contó Groves, quién lo defendió a capa y espada aunque el FBI le presentó objeciones porque “es un personaje rodeado de comunistas, activista en la propaganda en favor de los republicanos españoles” en la guerra civil 1936-39. Es imposible aquí hacer la lista de grandes científicos europeos y estadounidenses que participaron en la tarea de construir lo más rápidamente posible la bomba atómica. Clarin, 17 de julio de 2005 |
||||||||
|