La mañana del viernes, Richard Channing se entrevistó con Gary Ewing y Alan Beam, para presentarles la oferta del contrato del oleoducto. Vestido con una traje azul oscuro, se acompañaba de un bastón con el mango dorado para caminar, pues una antigua herida suya había vuelto a afectar a su columna. Richard contaba con una rubia y joven ayudante, que era la encargada de realizar la presentación, propiamente dicha, con la ayuda de un tablero magnético con un mapa de la zona de perforación.
Gary escuchaba atentamente, y Alan hacía aclaraciones de vez en cuando, ya que él ya se había entrevistado con Richard en sus oficinas de San Francisco. Una vez hubo acabado, Gary dijo:
- Es un proyecto realmente ambicioso, señor Channing. Pero supongo que se lo ha propuesto a otras empresas de Dallas, ¿verdad?
- Así es, señor Ewing. Estuve a punto de cancelar nuestra entrevista cuando me enteré de que formaba parte de la familia Ewing.
- Sí, aunque la Ewing Oil no tiene nada que ver con nosotros, actualmente. Nosotros trabajamos con diferentes fuentes de energía y nos movemos a nivel nacional. Buscamos un proyecto similar al que nos ha presentado. Pero, de todos modos, siempre nos interesaría invertir en esos campos de California.
- Bien, les comunicaremos nuestra decisión dentro de unos días – dijo Richard, guiñándole un ojo a la rubia, que plegó los planos y los guardó en su maletín. – La mejor oferta hasta ahora nos la ha hecho la Ewing Oil, de hecho el negocio está casi cerrado. Pero déjeme estudiar a fondo los números. Ha sido un placer conocerle, señor Ewing. Señor Beam.
Alan acompañó a Richard para acompañarle hasta el ascensor. Gary llamó a su secretaria y le dijo:
- Necesito que investigues personal y discretamente el pasado del señor Channing. Sé que eres muy hábil manejando información de Internet. Si tuvieras algún problema, contacta con la empresa de mi sobrino Christopher.
Una vez dentro del ascensor, Richard miró de reojo a su ayudante y le dijo con sorna:
- Increíble. Absolutamente increíble. El 90% de los ejecutivos de Dallas son alcohólicos. Y créeme, sé reconocer a un alcohólico cuando lo veo...
La joven lanzó una risita como si hubiera contado un chiste, y luego tiró de su minifalda hacia abajo...
Al mismo tiempo, John Ross perseguía a su primo Christopher por las calles de Dallas...
- Esa idea es absurda, John Ross. Y no es ético, además.
- Se trata de mi empresa, de mi herencia. La empresa a la que mi padre dedicó toda su vida. Y no quiero que todo dependa del resultado de un examen.
- ¿Me pides que instale un sistema en la red informática de la Ewing Oil para controlar cualquier movimiento, tanto de tu hermano como de tu madre?
- Exacto, pero sólo las actividades relacionadas con la empresa: transferencias, llamadas, reuniones, etc.
- Te repito que no es ético, no está bien. Además, no puedo darte acceso a sus cuentas bancarias, aunque sepa cómo hacerlo...
- Dime una cantidad y mañana se habrá efectuado el ingreso en tu cuenta.
- No es una cuestión de dinero. ¿No lo entiendes, John Ross? Se trata de principios. Además, no necesito el dinero, ni tú tampoco necesitas controlar a tu familia...
- Nunca te he pedido un favor, Chris, y no esperaba que me dejaras en la estacada...
- Déjame pensar en ello, y quizá haya una opción intermedia...
John Ross se preguntó cuál sería esa opción, mientras Chris subía a su deportivo y arrancaba, marchándose de allí.
La tarde del sábado, los jóvenes se reunieron para celebrar el cumpleaños de Maggie. Su padre tapó los ojos de ésta con un pañuelo para entregarle su regalo. Cuando hubo acabado, hizo una señal y un camión con trailer entró en el camino que llevaba a la mansión.
Allí estaban las amigas de Maggie, así como su familia más cercana: su madre Donna, sus tías Pam y Val, sus tíos Bob y Gary, y sus primos John Ross, Chris, Lucy, Bobby y Betsy. El camión se detuvo a unos 5 metros del grupo, y el mismo Ray abrió la compuerta: un minuto después, el regalo estaba delante de Maggie, relinchando nervioso ante la multitud, y sujeto por las riendas por Ray.
- Abre los ojos, cariño – dijo Ray a Maggie, después de quitarle el pañuelo. La chica se quedó maravillada, admirando aquel caballo pura sangre. – Es un Waler australiano.
- Lo recuerdo, vimos caballos de esta raza cuando visitamos las granjas ovinas...Me encanta, gracias, papá – dijo la chica, abrazando a su padre. – Él susurró: El regalo también es de parte de tu madre. – Maggie miró a su madre sonriendo y la abrazó también. - ¿Puedo montarlo? – dijo ella.
- Claro, nos han dicho que es muy dócil y veloz. – Ray ayudó a su hija a subir al caballo. – Tienes que pensar en un nombre...
- Ya sé cómo voy a llamarle: Asfaloth, como el corcel de Arwen en las novelas de Tolkien...
Bobby y Betsy se miraron, y ella levantó una ceja. Maggie y el caballo se alejaron del grupo en dirección a los establos. Una vez allí, dieron media vuelta y se reunieron con ellos de nuevo.
- Bueno, ahora pasad todos a la parte trasera, donde encontraréis comida y bebida. Nosotras, mientras tanto, nos vamos a preparar para el Baile de los Barones... – anunció Donna, dejando a los chicos solos. Gary, Bob y Ray conversaban sobre el caballo. A cierta distancia, Chris y John Ross observaban al grupo.
- ¿Has pensado en lo que te dije?
- Ahora no, John Ross. No es el momento. Procura divertirte y, sobre todo, no estropeemos la fiesta de Maggie.
- Últimamente pareces más interesado por ella que de costumbre. ¿Has tenido alguna nueva experiencia en California?
Chris perdió la paciencia y lo dejó con la palabra en la boca, uniéndose a los demás. Aquello le pareció a él una respuesta afirmativa.
Una hora después, Sue Ellen se daba los últimos retoques delante del espejo: había elegido un vestido blanco para asistir al Baile, y se había puesto unos lujosos pendientes de platino y un elegante collar. John Ross llamó a su puerta.
- Pasa, cariño – dijo ella. John Ross se había vestido de etiqueta, como exigían las normas de la asociación.
- Estás guapísimo, hijo.
- Y tú, impresionante. Es hora de salir para el Baile. La limusina está abajo, esperándonos.
Sue Ellen cogió a su hijo del brazo, y le dijo afectuosamente:
- Estoy muy orgullosa de ti, hijo. Y tu padre también lo estaría. John Ross Ewing III asiste a su primer Baile de los Barones...
- Vamos, mamá, no me hagas sentir como si fuera una puesta de largo...
- ¿Acaso no lo es? – rió ella, mientras bajaba lentamente con su hijo por las majestuosas escaleras de la mansión.
En otra mansión, en la casa de Gary y Val en Southfork, la pareja se disponía a reunirse con los demás. Varias limusinas esperaban asimismo en la entrada de la casa principal.
- Gary, mañana deberíamos hablar... – dijo ella, colocándose el segundo pendiente.
- ¿Sobre qué? – preguntó él, sin mucho interés, mientras intentaba atarse la pajarita por enésima vez.
- Lo sabes muy bien. Ya han pasado tres meses y aún no hemos hablado del tema en serio.
- No lo hemos hecho porque tú pasaste dos meses en California cuidando a tu madre.
- Pero ahora está en una residencia y, gracias a Dios, su salud ha mejorado. Y creo que tendríamos que enfrentarnos al problema de los chicos. Les expulsaron de la academia y ahora no hacen más que quejarse del instituto de Braddock. La formación es muy importante en la vida, y no deberíamos dejar de tenerlo presente.
- Yo creo que tienes más presente lo que pasó con nuestra hija, y no sabes cómo enfrentarte a...”eso”.
– Val se ruborizó. Gary la conocía muy bien y, esta vez, él tenía razón.
- Ya sé que no es el momento, pero prométeme que mañana hablaremos con ellos del tema.
- Te lo prometo. – El timbre de la puerta les interrumpió, y la criada les avisó que los demás les esperaban.
Un minuto después, Gary y Val se reunían con las demás parejas: Bob y Pam, Ray y Donna, y Lucy, que acudía al Baile con Will. Antes de salir, brindaron con champán por Ellie y Jock, que tantas veces asistieron a aquel Baile...
(Fundido en negro)
El salón de los Barones del Petróleo estaba abarrotado, como de costumbre. Aún faltaba media hora para la cena, pero la mayoría de invitados ya habían llegado y estaban tomándose el primer cóctel. La familia llegó a la hora justa, ni demasiado pronto ni demasiado tarde, también como de costumbre.
Los primeros en entrar fueron Sue Ellen y John Ross.
- Vas a dejarlos a todos impresionados, a ellos, con tu habilidad para los negocios, y a ellas, con todo lo demás...
- Mamá, vas a conseguir que me sonroje...
- Espera a subir al estrado para entregar la beca en memoria de Jock Ewing para eso, estarás aún más encantador...
John Ross resopló, y señaló hacia la mesa donde debían sentarse los Ewing. Detrás de ellos venían Gary y Val. Ésta última, vestida con un traje negro sin mangas, estaba deslumbrada, igual que ocurrió en los años anteriores...
- Oh, Gary...Es fantástico, este Baile es una de las pocas cosas que echaría de menos si volviéramos a California. Aparte de la familia, claro...
- Claro... – contestó, socarrón, Gary. – Cuando tenía la edad de John Ross, mis padres no hubieran movido ni un dedo para que les acompañara al Baile. Seguro que se habrían pasado todo el tiempo preocupados porque no acabara borracho.
- Olvida todo aquello. Ahora, estarían orgullosos de todo lo que has conseguido. De lo que hemos conseguido. Y de sus nietos, también, a pesar de todo...
Detrás de ellos, venían Pam y Bobby. Ella era, sin duda, una de las mujeres más bellas del Baile...sobre todo, entre las de su edad. De repente, Bob oyó que alguien le llamaba:
- Hola, Bobby Ewing. – Era un voz de mujer.
Pam se giró primero, y después Bob. Ella era una antigua conocida suya: Holly Harwood, petrolera y mujer de armas tomar. Ya no lucía una melena corta y rizada, como en los años 80, sino más larga y alisada. Hacía más de veinte años que no aparecía por el Baile de los Petroleros.
- Hola... – Bob tardó unos segundos en recordar su nombre, y, cuando lo hizo, intentó no expresar ninguna simpatía especial por la mujer, que ya habría cumplido los cincuenta, pero conservaba su magnetismo y, sobre todo, su burbujeante personalidad. – Pam, ¿recuerdas a Holly Harwood?
Pam le lanzó una mirada cortés, no exenta de envidia. Por fin recordó quién era aquella mujer: la persona que se había entrometido en la vida conyugal de Sue Ellen, y cuyos actos la habían conducido de vuelta a la botella, sin mencionar su parte de responsabilidad en el accidente que convirtió al primo de Ray en un vegetal.
- ¿Qué tal? Me alegro de verla. Bobby, ahí está nuestra mesa. - Bob miró a Holly con un gesto de disculpa y se marchó con Pam.
Ray y Donna entraron a continuación:
- Bueno, Ray Krebbs, aquí estamos de nuevo. ¿Quién crees que empezará la pelea este año?
- Yo apuesto por una chica, sea quien sea. Además, éste es el primer año en que se rumorea que una mujer podría ser la ganadora del premio al “Petrolero del Año”.
- Que sería “la” Petrolera del Año...Apuesto a que elegirán a Sue Ellen o a nuestra amiga Marilee Stone. Mírala, allí está, haciéndole carantoñas al Presidente de la Asociación...
- ¿Y por qué no podrían elegirte a ti? Nosotros también pertenecemos a la Industria del Petróleo.
- Cierto, pero en ese caso, sería un premio compartido, te lo aseguro...contigo, con Maggie y con...
- Asfaloth. – Donna asintió, sonriendo ampliamente mientras se acercaban a la mesa.
Finalmente, entraron Lucy y Will, ambos también muy elegantes.
- Así que este es el famoso Baile de los Barones del Petróleo. Supongo que lo único de que se hablará en esas mesas es de petróleo, ¿verdad?
- Qué va, cariño...El petróleo ya no mueve Dallas como antes. Ahora, hay muchas empresas de energía alternativa y de productos informáticos que han sustituido a los viejos buscadores de petróleo como mi abuelo...Además, aquí sólo se suele hablar de cotilleos, los negocios se hacen en las oficinas y en las camas...
- Definitivamente, me gusta tu estilo, Lucy. Hacía mucho tiempo que no me lo pasaba tan bien...
- Pues aún no has visto nada, Will Monahan...
Lucy se le adelantó, tirando de su mano, mientras iba saludando a sus conocidos y haciendo las presentaciones.
En la fiesta de Southfork, se respiraba un ambiente completamente distinto. La música no era de una orquesta en vivo, ni tampoco del mismo estilo que solía oírse en el Baile. Era música pop y country, sobre todo de grupos jóvenes, y su volumen era mucho más elevado.
- Maggie, ¿conoces a Johnny Lee Stone? – preguntó Bobby a su prima.
- No, hola. Bienvenido a Southfork. ¿Eres el hijo de Marilee Stone, por casualidad?
- No...soy su nieto – aclaró el joven, de la misma edad que Maggie, moreno y muy delgado...aunque nada atractivo.
- Oh, lo siento...Johnny Lee.
- Mi abuela lo siente más, te lo aseguro... – contestó él.
- Johnny, cariño – entró en escena Betsy - ¿ya has visto el caballo que le han regalado a Maggie?
- No, acabo de llegar...
- Ven, te lo enseñaré. Vamos paseando hasta los establos – Betsy cogió al chico de la mano, y Bobby movió la cabeza.
- Mi hermana es incorregible. Mira, ahí llega Chris...
- Hola, he ido a buscar mi regalo a Dallas. Aquí tienes, feliz cumpleaños, Maggie.
La joven abrió el paquete que le entregó su primo, y descubrió sorprendida un estuche de joyería en él.
- Es...precioso, Chris, muchas gracias... – era una pulsera de plata con su nombre grabado en ella. Maggie besó a su primo, y él la abrazó.
- Bueno, voy a ver...si necesitamos más...de lo que sea – dijo Bobby, retirándose discretamente.
En el Baile de los Barones, el clima empezaba a caldearse.
- No puedo creerlo. Cómo puede presentarse aquí esa horrible mujer... – se quejaba Sue Ellen, hablando de Holly.
- No lo sé, quizá tiene algún amigo en el ramo del petróleo... – intentó razonar Pam.
- Esa Holly sólo tiene amigos de una clase: los que engañan a sus esposas...
Val y Gary no sabían de qué hablaba, y Bob intentó ayudarles a entender la situación:
- Hace unos veinte años, Holly heredó la empresa petrolífera de su padre, la Harwood Oil, pero ella no tenía ninguna experiencia, por lo cual contrató como asesor a J.R. Las cosas se desmadraron cuando él y yo competíamos para ver cuál de los dos conseguía la Ewing Oil, según el testamento de papá. J.R. utilizó la empresa de Holly para ponerme toda serie de obstáculos y, por lo visto, la relación entre ellos fue más allá de lo profesional, aunque Holly en realidad odiaba a J.R.
- Si eso era lo que hacía con sus enemigos, me gustaría saber qué les hacía a sus amigos – añadió Sue Ellen, levantándose...
- Evidentemente – dijo Bobby mirando cómo Sue Ellen se alejaba – J.R. aún estaba casado con Sue Ellen, y cuando ella los encontró en casa de Holly, Sue Ellen empezó a beber, de nuevo...Lo peor de todo es que tuvo un accidente con el coche de J.R., y con ella iba el primo de Ray, Mickey Trotter, que intentaba detenerla. Mickey entró en coma y poco después falleció...
Val levantó la vista y observó a Ray, no muy lejos de ellos, tomando una copa con Donna.
- Dios mío, debió de ser horrible para Ray...y también para Sue Ellen – comentó. - J.R. convertía la vida de todos los que le rodeaban en un infierno. Fue un milagro que no destruyese a Sue Ellen...- añadió Gary.
En otro rincón de la sala, Sue Ellen conversaba con unos antiguos conocidos. De repente, oyó una voz familiar. Desgraciadamente familiar.
- ¡Sue Ellen, querida! ¡Qué sorpresa más agradable!
Ella se giró lentamente: allí, como si el tiempo se hubiera congelado, estaba una artificial Marilee Stone, con una copa de champán en la mano.
- Vaya, Marilee...Ha pasado mucho tiempo... – dijo Sue Ellen, con una falsa sonrisa en su rostro.
- Para algunas, más que otras... – respondió Marilee, con su sarcasmo habitual.
- He oído que tu nieto ya tiene dieciséis años. Enhorabuena, “querida”, Seth estaría orgulloso de él...Por lo menos, de él.
- Dime una cosa, Sue Ellen. Me han dicho que ahora te dedicas a la prensa rosa. ¿Es eso cierto, la Ewing Oil es sólo una tapadera? Ya te dedicaste una vez a vender lencería erótica, así que nada de ti me sorprendería...
Sue Ellen intentaba reprimir su ira. Siempre había odiado a aquella mujer entrometida y manipuladora.
- Pues a mí me dijeron que ibas tantas veces al cirujano que acabaste casándote con uno...para que te hiciera precios especiales.
- Por lo menos, a mí sólo me ponen la mano encima profesionales – dijo, bajando la voz, y luego volvió a subirla. – No como a ti, que has elegido a un verdadero chapucero, por lo que veo...
Sue Ellen cogió una de las copas de cava que había sobre una mesa...
- Oh, nena. No lo sabía – dijo Marilee, observando la copa - Tranquila, haré como si no te viera...Bebe un traguito, si quieres...
Aquello fue la última gota. Simuló un tropezón y tiró el champán encima del vestido de Marilee. Unas amigas se le acercaron y preguntaron si todo iba bien.
- Sí, claro. Es sólo que Sue Ellen se ha mareado un poco y ha derramado su copa de champán encima mío, sin querer, claro...
Sue Ellen se enfureció y se dirigió alterada hacia el tocador.
Mientras tanto, Bob se tropezó con Holly al acercarse a saludar a unos viejos amigos de la familia. Holly se apartó para hablar con él en privado.
- Bobby, lo siento si os he hecho sentir incómodos, especialmente a Sue Ellen.
- No te preocupes, era una cuestión de tiempo. Lo que no entiendo es...¿qué haces aquí? Pensaba que habías vendido la Harwood Oil después de aquello...
- Por poco lo hice. Después de nuestro último encuentro en Galveston, me fui de crucero por el Nilo, y allí conocí al que sería mi marido: un inglés guapísimo y muy rico que dirigió mi empresa, eso sí, después de casarnos y cambiarle el nombre. Si supieras cuántas veces me arrepentí de las cosas que hice durante mi estancia en Dallas...
- ¿Has venido aquí con tu marido? ¿Cómo se llama? Quizá le conozca...
- Simon falleció el año pasado, y ahora yo vuelvo a dirigir la empresa. Pero el petróleo es sólo una parte del negocio. Podríamos cenar juntos un día de estos, y ponernos al día...¿Qué, te animas...?
De repente, se acercó Pam:
- ¿Y puede saberse a qué tiene que animarse?
- Hola, Pamela. Me alegro mucho de volver a verte. Estás guapísima...
- Tú también. Lo siento, pero voy a robarte a mi marido...
Bobby se despidió de Holly y volvieron a la mesa. Una vez sentados, Pam se inventó una excusa.
- Gary quería saber...cuál de vosotros dos ganó la competición por la Ewing Oil.
Bobby miró sorprendido a Gary, y este, miró atónito a Pam.
Ajena a esto, Sue Ellen entró en la sala de tocadores, donde una mujer morena de felinos ojos verdes, sentada frente al espejo, estaba retocándose el maquillaje. La mujer, conocida como Alexis, la reconoció al instante y aprovechó el gran espejo para poder observarla en el reflejo disimuladamente, sin perder detalle de su madura belleza. No la conocía personalmente, pero había seguido el imparable ascenso de Sue Ellen Lockwood en los últimos años y no podía evitar recordarse a sí misma, años antes, cuando se convirtió en la mujer más poderosa de Denver: dejaba de ser Alexis Carrington para convertirse en Alexis Colby... no solo dejaba atrás un amargo pasado, comenzaba una nueva vida rodeada de todo aquello que su divorcio le había arrebatado y tenía poder... “Ojalá dejar atrás a Blake hubiese sido tan sencillo como cambiar el apellido”... o deshacerse de la nueva Sra. Carrington: Krystle. Sue Ellen se había convertido en una mujer poderosa también, por sus propios medios finalmente, pero compartían el mismo punto de partida: el matrimonio con dos de los hombres más poderosos de sus respectivos estados, Blake Carrington y J.R. Ewing.
- Buenas noches – dijo Sue Ellen educadamente, ocupando el asiento a su lado para aplicarse el rímel.
Alexis respondió cortésmente, pero sin intención de iniciar una conversación con ella, dedicándole una sonrisa mientras renovaba el lápiz de color rojo sobre sus todavía sugerentes labios. Sue Ellen aprovechó la proximidad para encontrar lo que las fotos de la prensa no conseguían mostrar, alguna cicatriz que demostrase lo que todo el mundo daba por cierto, una de sus múltiples operaciones de cirugía estética... pero no lo consiguió. Parecía que aquella mujer había hecho el consabido pacto con el diablo para mantenerse siempre joven, porque viéndola a tan escasa distancia y recordando las fotos de los acontecimientos sociales a los que asistió en sus primeros años como presidenta de la ColbyCo, se diría que no habían pasado más de cinco años... cuando en realidad eran veinte los que separaban a aquella mujer de la que estaba sentada a su lado.
- Perdone... pero usted es Alexis Carrington Colby ¿no? – se atrevió finalmente a decir Sue Ellen, reconociéndola.
- Sí, querida... y mejor olvidar mis restantes apellidos de casada, son demasiados y convierten mi nombre en algo largo y muy aburrido... como un matrimonio en sí mismo – añadió Alexis en tono sarcástico -. Y usted, si no me equivoco, debe de ser Sue Ellen Lockwood. Debo felicitarla por lo alto que ha llegado en este competitivo mundo... tan dominado por los hombres.
- Me ha costado mucho... y no estoy hablando solamente de dinero... – respondió Sue Ellen agradeciendo el elogio de una mujer que era casi legendaria en el mundo del petróleo – ¿Sabe algo? De alguna manera usted me inspiró a convertirme en lo que soy ahora...
Alexis se sentía halagada, cerró los ojos y le dedicó otra de sus sonrisas, sacando la polvera de su bolso para aplicarla delicadamente sobre sus pómulos.
- Yo era muy joven cuando mi madre seguía todos los acontecimientos sociales a los que asistían los Carrington de Denver – dijo Sue Ellen, siendo ella ahora la que observaba indirectamente a Alexis a través del reflejo -. La admiraba, señora Carrington, y quería que mi hermana Kristin y yo fuésemos algún día como usted...
La falsa sonrisa se quedó congelada en el sofisticado rostro de Alexis ante semejante confesión. Pero pronto la recuperó, si en algo era una experta Alexis era en reaccionar con extraordinarios reflejos a esas sutiles ofensas... incluso cuando sólo lo eran bajo su punto de vista, ya que Sue Ellen no había hecho el comentario con ese ánimo.
- ¡Que graciosa!... ¿Su madre dice? No nos engañemos querida... No hay tanta diferencia de edad entre nosotras... La única diferencia es que, cuando usted, aburrida de ser la engañada esposa de J.R. Ewing, consiguió sus primeros beneficios vendiendo lencería, yo cerraba negocios multimillonarios al otro lado del mundo.
-Si, eso es cierto... pero J.R. no murió de modo misterioso el día de nuestra boda y me aproveché de su fortuna... He levantado mi imperio por mis propios medios.
- ¡Oh sí! Lo olvidaba ... también hizo cine... ¿Cómo se titulaba aquella película?... ¿Se casó con el director no es cierto?. ¿Estoy confundida o su única producción nunca llegó a estrenarse...?
Sue Ellen ya había terminado de retocar su maquillaje y estaba cansada de aquella conversación vacía con una mujer que posiblemente no volvería a ver en su vida, así que cogió su bolso y se dispuso a regresar al salón para disfrutar de la velada. Alexis no iba a dejarlo ahí y dejó la polvera sobre el tocador para retocarse el cabello y darle el golpe de gracia.
- Mi querida Sue Ellen, en el fondo no se parece en nada a mí, le queda muchísimo por aprender... Me recuerda mucho más a la rubia mantenida que Blake decidió convertir en la definitiva señora Carrington...
Sue Ellen le sonrió, antes de soplar sobre la polvera y lanzarle todo el contenido sobre su cara, que ahora estaba cubierta del polvo rosado y le impedía ver, aunque no oír las risas de aquella mujer que regresaba al baile.
Minutos después, John Ross subía al estrado para entregar las becas de aquel año en memoria de su abuelo John Jock Ewing.
- Antes de proceder a la lectura de los becados, quisiera mencionar a varias personas que no están hoy aquí, por diferentes motivos. Uno de ellos es, evidentemente, mi abuelo Jock Ewing. – La sala empezó a aplaudir cortésmente pero sin estusiasmo – También quiero mencionar a dos personas que no están aquí, pero que también se merecerían entregar las becas: me refiero a mi hermano James Beaumont-Ewing y a mi primo Christopher Ewing. – Pam y Bob aplaudieron alegremente. – Finalmente, no puedo sino rendir homenaje a la persona que me enseñó todo lo que sé sobre el petróleo, y que me sirve de inspiración cada día.
Marilee levantó una ceja, mientras Sue Ellen sonreía orgullosa de su hijo.
- Estoy hablando de mi padre, J.R. Ewing. Espero que un hijo mío algún día pueda decir lo mismo que yo voy a decir de mi padre: aunque haya personas que no estén de acuerdo, fue un modelo a seguir: papá, quiero dedicarte este aplauso. – John Ross animó a los asistentes a aplaudir con él. Gary y Val no pudieron evitar mirarse fijamente, motivándose el uno al otro a seguir con el aplauso, a pesar de que J.R. no lo merecía. A continuación, John Ross leyó los nombres de los estudiantes seleccionados.
En un aeropuerto privado cerca de Dallas, un reactor se disponía a despegar. En él, Richard Channing bebía su acostumbrado vaso de leche, cuando recibió una llamada. Cogió su móvil y, al ver que era el número de Alan Beam, gritó al piloto:
- David, espera un momento. Tengo una llamada importante. – Acto seguido, pulsó la tecla para aceptar la llamada - Soy Richard Channing.
- Hola, señor Channing, aquí Alan Beam – dijo el hombre, vestido con traje de etiqueta, ya que llamaba desde el Baile de los Barones – Sólo quería confirmarle que Gary Ewing se halla anímicamente en el mejor momento para cerrar el negocio. Le acaban de restregar por la cara lo importante que era su hermano J.R. Si le conozco un poco, el lunes por la mañana me pedirá que contacte con usted para insistir en que su empresa es la más indicada para su propuesta.
- Enhorabuena, Beam. Mañana daré la orden para que se le transfieran dos millones de dólares. Uno, a la cuenta que posee en su banco suizo. El otro, a su cuenta personal del “First Commercial Bank”, especificando que la transferencia la ha realizado su querida y difunta tía Gladys de Connecticut. Es un chico afortunado: todos los estudiantes aplicados tienen su recompensa. Recuerde ahora que todo va a depender de usted...
- No se preocupe, señor Channing. Todo saldrá a la perfección. Gary Ewing acabará mordiendo el polvo...
Richard dio por terminada la llamada y avisó al piloto:
- David, podemos despegar, llévame de vuelta a San Francisco. Quiero desintoxicarme de esta ciudad lo antes posible. Demasiadas Lady Macbeths para mi gusto...
Entretanto, Bobby se había servido una copa del mueble-bar de los Krebbs, aunque en la fiesta no se permitían bebidas alcohólicas. Betsy le sorprendió con el vaso en la mano.
- ¿Qué estás haciendo? No nos permiten beber alcohol en esta fiesta.
- ¿Ah, no? Entonces, ¿qué puedo hacer? ¿Hablar con las vacas, o tal vez contigo, hermanita querida, e interrumpir tus intentos de seducir a ese memo de Johnny Lee? Si es que no lo has hecho ya...
Betsy no pudo evitar sonrojarse. Maggie y Chris habían salido fuera con los demás y seguían bailando juntos.
- Bobby, sabes que el alcohol te sienta muy mal...y si vuelve a pasar lo que solía pasar en la academia, esta vez no me haré responsable. Tendrás que afrontar la verdad y tus propios problemas...
- Tú no sabes nada de nada...
- Oh, sí que lo sé. Sé que el Director casi descubre que te habías liado con tu profesor de Arte. Para taparte, tuve que fingir que era yo la que había estado tonteando con uno de tus amigos...
- ¿Y tenías que chantajearle para que te siguiera el juego...?
- No me quedó más remedio: quería evitar la expulsión, pero ya era demasiado tarde. Pero piensa dos veces lo que hagas, a partir de ahora, porque, aunque no te guste el instituto provinciano al que vamos, ni esos memos que están ahí fuera, esto es lo que hay, y más vale que te vayas acostumbrando...
Betsy dejó a su hermano en el salón de los Krebbs, con su vaso de bourbon casi vacío. Y así era como se sentía también él, en aquel momento: casi vacío. Luego, salió al exterior y caminó hacia la casa principal. En la entrada, vio aparcada la motocicleta de Chris. Reparó en que tenía la llave conectada, y levantó la vista para ver si su primo estaba cerca de allí. Quería pedirle permiso, pero no vio a Chris por ninguna parte, así que decidió subirse a la moto, y arrancó. Luego cogió el camino que llevaba a la carretera municipal.
En Dallas, Bob había subido al estrado esta vez. Era el encargado de entregar el Premio al Petrolero del Año. Después de hacer un par de bromas muy típicas de él, Bob recogió el sobre de manos de la azafata, y lo abrió. A continuación, leyó el nombre escrito en la tarjeta.
- Y el ganador de este año es... – dijo pronunciando las palabras con lentitud, para crear suspense - ...el señor Simon Thompson. Este premio se concede a título póstumo, y lo recogerá la viuda del señor Thompson, la señora...Holly Harwood-Thompson...
Los Ewing se miraron entre ellos...hasta que Sue Ellen exclamó:
- Desde luego, estos premios ya no son lo que eran...
A pesar de todo, aplaudieron a la mujer, que subió elegantemente y, al recoger el galardón, dio un beso en la mejilla a Bob...que no pasó desapercibido a Pamela. Sue Ellen miró a ésta, y Val también...Gary apuró su vaso de Perrier y los Krebbs se miraron el uno al otro.
- Ha sido un Baile razonablemente tranquilo – sentenció Lucy, media hora después, mirando a Will, que conducía su Mercedes verde en dirección al rancho - en una ocasión, mi tío J.R. le lanzó un pastel a tu primo Cliff en mitad de uno de estos bailes. Años después, Sue Ellen dio un puñetazo a J.R. delante de todo el mundo.
- Entonces, sí que ha sido un baile tranquilo, el de este año – dijo, mientras se giraba sonriente para mirarla...
De improviso, como si saliera de la nada, una motocicleta chocó contra el auto y la pareja se detuvo, saliendo a toda prisa.
Allí, en el suelo, yacía el joven conductor de la moto. Lucy observó:
- Parece la moto de Christopher...
Will le quitó el casco, y comprobó que tenía una herida que sangraba...
- ¡Dios mío! – gritó Lucy, al ver la cara del herido. - ¡Es mi hermano Bobby!
- No respira – dijo Will, después de auscultarle. Lucy se quedó horrorizada...
- ¡No, no puede estar muerto! – exclamó ella.
FIN DEL EPISODIO 9
Actores invitados:
Randolph Powell (Alan)
Fern Fitzgerald (Marilee)
Kehly Gray (Kelly)
y
JOAN COLLINS
como ALEXIS
"IMPERIO EWING" es un ciberserial escrito y editado por TONI DÍAZ y PAM´S TWIN SISTER. Los personajes principales de este ciberserial fueron creados por DAVID JACOBS para las series "DALLAS" y "KNOTS LANDING".
Las fotos que se han utilizado pertenecen en su mayoría a WARNER BROS. Su finalidad es exclusivamente ilustrativa y no lucrativa. Ninguno de los actores, guionistas, productores o actores ajenos a estas series, tienen ningún tipo de relación con el ciberserial, aunque estamos abiertos a todo tipo de ofrecimiento.
Dedicamos cariñosamente este episodio a Emilio, por su desinteresada colaboración al escribir la escena del tocador.
INICIO
Próximamente, el Episodio 10:
"EL EFECTO DOMINÓ"