INCONDICIONALES

Inconditionales Pro Sancta Ecclesia

 
IDEARIO DE VIDA
 

VI. DEL DON DE SÍ MISMOS

46. La incondicionalidad en el servicio a la Santa Iglesia se perfecciona con el don de sí mismos. Los incondicionales hacen donación de sí al Señor y se ofrecen como víctimas por los pecados contra la paz, la concordia y la unidad, a fin de que la Iglesia, "uni­ficada por virtud y a imagen de la Trinidad, aparezca en el mundo como Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu".

47. La oblación de sí mismo es el sacrificio más perfecto que el hombre puede ofrecer a Dios. Por esta oblación nos ofrecemos a Dios como víctimas; al ofrecemos como víctimas le autorizamos, por así decido, para que él haga suya la víctima y disponga de ella a su voluntad, bien para inmolada, bien para otros fines distintos; 10 que él quiera. Por el don de sí mismo el incondicional se "desapropia", de alguna manera, no es de él, ni vive para él.

48. Por la oblación de sí mismos, los incondicionales quieren seguir más de cerca a nuestro Señor Jesucristo que al entrar en el mundo se ofreció en oblación al Padre y renovó esta ofrenda durante su vida hasta la inmolación total de la Cruz. Este don de sí mismo es una disposición básica y permanente en los incondicionales, como 10 fue en Cristo.

Unidos de este modo a Cristo, han de ser como "una humani­dad agregada" en la que él pueda prolongar la realización de sus mis­terios. Los sufrimientos de Cristo continúan de alguna manera en su Iglesia y en ella busca quien le consuele. Al ofrecerse como víctima, los incondicionales quieren consolar a Cristo en su Iglesia, desean corregir las descompensaciones que se dan en su Cuerpo Místico y reparar las rupturas en la comunión de sus miembros. Por el don de sí mismos entran de alguna manera en los estados de Cristo, se introdu­cen en los misterios de la redención y de la Iglesia (cf.S. Juan Eudes).

 

49. La oblación de sí mismo no se debe confundir con una actitud pasiva. Es un servicio activo, real y eficaz a la evangeliza­ción, es una actividad pastoral y misionera, es un servicio oculto cier­tamente y poco valorado quizás en determinados ambientes que sólo reconocen la necesidad de la militancia externa, temporalista, y desprecian las actitudes y posturas que ellos llaman "espiritualistas". "Dar la vida por los hermanos" no es una actitud espiritualista ni desencarnada, sino un servicio pastoral real.
La oblación de sí mismo y el espíritu de reparación siempre empujan al compromiso, al trabajo, a la acción, ponen el alma en ten­sión apostólica. Quien ha hecho oblación de sí mismo al Padre, si es sincero, se ha de preguntar constantemente: ¿Qué puedo hacer por el Señor y por mis hermanos? ¿Qué quieres, Señor, que haga?

50. La oblación de sí es una consecuencia del "hambre y sed de justicia" que devora el alma del incondicional y de sus ardientes deseos de paz, unidad y concordia, urgidos por la caridad que "es paciente, afable, no tiene envidia, disculpa sin límites, cree sin lími­tes, espera sin límites, aguanta sin límites, goza con la verdad" (1Cor.13). Miren cada vez más su solidaridad en Cristo con todos los' sufrimientos humanos y recuerden que abrir a todos los hombres los caminos del amor y trabajar por instaurar la fraternidad universal no son cosas inútiles (cf.GS 38).

51. Los sufrimientos que padece la humanidad sobre la tierra son sufrimientos que soporta el Señor Jesús, pues todos los hombres son miembros de su Cuerpo al menos en potencia. Jesús se encuen­tra ahora más inmerso en la historia que en su vida mortal. El Getsemaní de Jesús dura todavía. Le dejamos solo en nuestra oración abandonada, en nuestros prójimos desatendidos, en nuestros indivi­dualismos, en nuestro desinterés por los problemas de la Iglesia y de los hombres. Le ofrecemos reparación mediante la oración, la prácti­ca del amor fraterno hacia los miembros más dolientes de su Cuerpo, con nuestra entrega a su amor y servicio, con nuestra oblación y don perfecto de nosotros mismos.
Trabajen sin descanso para que cesen o disminuyan las dis­cordias, contiendas, cismas, sectas, herejías, divisiones, enfrenta­mientos, aunque esto suponga sacrificios y aunque aparentemente nada consigan.

52. En su condición de víctimas por la paz, la unidad y la con­cordia, los incondicionales sienten una especial responsabilidad por los pecados de los consagrados al Señor y por las actitudes de des­conocimiento y desconexión mutuas entre los llamados a dar testi­monio de unidad y comunión fraterna. Oran y se sacrifican para que entre los discípulos del Señor, llamados a un especial seguimiento, abunde la caridad mutua, la fraternidad, la obediencia, la serviciali­dad, la humildad, la unidad, el espíritu de entrega y la generosidad.

53. Cuando llegue a conocimiento de los incondicionales casos concretos de enemistad, violencias, enfrentamiento s o rupturas entre personas, grupos, instituciones o pueblos, no ahorren esfuerzos para restaurar la concordia, se impongan sacrificios y oren insisten­temente; no critiquen, se sacrifiquen; no comenten, oren.

54. Si descubren algún signo de distensión, fraternidad o comunión, por leve que sea, o un gesto de pacificación y entendi­miento entre personas, grupos, instituciones o pueblos, por insignifi­cante que sea, hagan cuanto esté en sus manos y oren al Señor de la paz para que esos gestos prosperen y cuajen en frutos de unidad, con­cordia y paz.


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