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HISTORIA DE SANTA MARIA, CUANDO SUBIÓ A LOS CIELOS

         Cómo subió santa María Madre de Jesucristo a los cielos lo hallamos en el libro que hizo San Juan evangelista. Según dice que los apóstoles, por razón de la predicación, fueron esparcidos por todo el mundo, y santa María quedó en la casa de San Juan, que era cerca del Monte Sión, y visitaba muy a menudo con gran devoción los lugares dónde su hijo Jesucristo fue bautizado, y dónde ayunara, y dónde tomara la Pasión, y dónde fuera enterrado, y dónde resucitara, y dónde subiera a los cielos; y esta vida hacía ella mientras vivió.

        Empero que dicen algunos que cuando murió que había setenta años y dos más, más no es así. Y es verdad lo que hayamos escrito en otro lugar, que cuando concibió santa María a Jesucristo que había ella doce años, y vivió con Él treinta y tres años. Y después que el subió al cielo, vivió ella nueve años. Y en ese tiempo predicaron los apóstoles en Galilea, y en Judea.

 

        Y un día, mientras que estaba su corazón encendido en el deseo de su Hijo, se le conmovió toda la voluntad, y comenzó a llorar muy fuertemente, porque había tan gran tiempo que no hubiera solaz de su Hijo. Y estando ella así, se le apareció un ángel con una gran lumbre, y saludó a la Madre de Dios con gran reverencia, lo más que le pudo, diciendo:

    -Bendita, sálvete Dios, y recibe la bendición de tu Hijo que te traigo. He aquí Señora este ramo de palma que te traigo del Paraíso, y cuando fueres finada, has de hacerlo has de llevar delante de tu lecho. Y sabe que de aquí a tres días te saldrá el ánima del cuerpo, que tu Hijo te espera, así como a madre honrada.

     Y respondió Santa María:

    -Si yo he la tu gracia, ruegote que me digas como es tu nombre. Empero te ruego más encarecido: que antes que muera se junten los apóstoles, mis hijos y mis hermanos, que los vea yo antes que muera, y que ellos me entierren, y que sean ante mí cuando saliese la mi ánima. Y otrosí demando y ruego que cuando la mi ánima saliere del cuerpo, que no vea ningún diablo, ni se pare ante mí.

Y  díjole  el ángel:

    -Señora, ¿Por qué deseas saber el mi nombre que es grande y maravilloso? Baste que todos los apóstoles serán aquí ajuntados, y harán honradas vigilias ante el tu lecho, y estando ellos delante, te saldrá el ánima, que aquel que adujo profeta a deshora de Judea a Babilonia en su cabello, puede aducir a ti sin duda ninguna los apóstoles en un punto. Y tu Señora, ¿por qué has miedo de ver al diablo, que tú quebrantaste la su cabeza, y le tulliste todo su poderío? Empero quiere Dios que se cumpla tu voluntad y que no veas al diablo.

    Y esto dicho, subióse el ángel al cielo con gran claridad, Aquella palma había en sí muy gran lumbre, y era bien como pértiga verde, mas la hojas eran claras como el lucero.

 

    Y estando san Juan predicando en Éfeso, hizo un gran trueno a deshora, y le tomó una nube blanca, y pusole ante la puerta de santa María. Y empujando a la puerta, entró. Y él, que era virgen, saludó a la Virgen con gran reverencia, y viéndolo la bienaventurada santa María, quedóse maravillada; y habiendo gran gozo, que no pudo estar que no llorase, y dijo:

    -Juan, hijo, acuérdate de las palabras de tu maestro, cuando me encomendó a ti, que fuese tu madre, y a ti a mí, que fueses mi hijo. Sepas que me lleva Dios de este mundo, y he de morir. Y encomiéndote el mío cuerpo, que hayas cuidado de él, que oí decir que los judíos hicieron su concejo, diciendo:«Esperemos a cuando muera aquélla que trajo a Jesucristo en el su vientre, y robaremos el su cuerpo, y echarlo hemos en el fuego, que se queme». Y por ende harás tú llevar esta palma ante el lecho, cuando llevases el mío cuerpo a enterrar.

     Y dijo San Juan:

    -Así lo quisiese Dios que fuesen aquí todos los apóstoles, mis hermanos, en tal que pudiésemos hacer las vigilias cuales a ti pertenecen, y loarte, Madre Señora, así como te conviene.

 

    Y él diciendo esto, tomaron las nubes los apóstoles en las tierras dónde predicaban, y transportáronlos a las puertas de santa María. Y viéndose todos ajuntados,  maravillabanse, y dicen:

    -¿Qué razón es esta por que así nos ayuntó Dios aquí?

    Y salió a ellos san Juan, y díjoles cómo había santa María a morir, y díjoles:

    Mas hermanos, para mentar que no llore ninguno cuando moriere, que si nos viesen los del pueblo llorar, tomarían en turbación, y dirán: «Catad cómo éstos hombres temen a la muerte, pero que ellos predican la resurrección»

    Y viendo santa María todos los apóstoles, ante sí ajuntados, bendijo a Dios, y estuvo en medio de ellos, las lámparas encendidas. Y cerca a la tercera hora de la noche, vino Jesucristo con las órdenes de los ángeles, y con las compañías de los patriarcas, y con los pueblos de los mártires, y con la hueste de los confesores, y con el coro de la vírgenes. Y ordenándose todos ante el lecho de santa María Virgen, cantaban todos muy dulcemente. Y primero comenzar Jesucristo, y decía:

    -Vente para Mí, la mi escogida, y ponerte en la silla, que mucho te amo.

    Y dijo Santa María:

    Hete aquí, el mi corazón.

    Y entonces cuantos vinieron con Jesucristo comenzaron de cantar dulcemente diciendo: «Aquí es la que nunca pecó, y por ende habrá fruto con las almas santas» Y Santa María de si misma decía: «Todos los hombres del mundo me dirán Bienaventurada, que aquel que es muy poderoso, el su santo nombre, hizo en mi grandes cosas» Entonces el cantor de los cantares, nuestro Señor Jesucristo, comenzó más alto que todos, diciendo:

    -Ven, mi esposa, ven y recibe la corona de gloria que mereciste.

     Y ella aún dijo:

    -Heme a donde vengo, que debo cumplir la tu voluntad, y la mi alma se alegra mucho contigo.

    Y así salió el alma del cuerpo, y voló en los brazos de su hijo, y bien como nunca fue corrompida en la carne, así nunca sintió dolor ninguno cuando murió. Y dijo nuestro Señor a los apóstoles: «Llevad el cuerpo de esta Virgen al Valle de Josafat, ponedle en un monumento nuevo que hallareis, y, esperadme y tres días hasta que venga Yo a vosotros» Y luego la cercaron las flores y las rosas, que son la honra de los mártires, y los lirios de los valle, que son la compañía de los ángeles y de los confesores y de las vírgenes. En pos de ellos iban los apóstoles, diciendo: «¿A dónde vas Virgen muy sabia? ¡Oh, Señora, acuérdate de nosotros!» Entonces la compañía de los ángeles que quedaron en el cielo, fascinándose del cantar de ellos salieron a recibir muy aprisa, y viniendo el su rey, que traía el alma de su madre en los brazos, maravillándose, comenzaron a decir:

    -¿Quién es ésta que viene del mundo, cumplida de riquezas y sobrazada de su hijo?

    Y dijeron los que iban con Jesucristo:

    -Esta es la más hermosa que nunca fue en el mundo, y bien como las vistes que fue de grande amor y de gran caridad, así gozosa entra en el cielo, y será en la gloria del Paraíso , a la diestra de su hijo.

    Y los apóstoles vieron la su alma, que era tan alba que no hay lengua en el mundo que lo pudiese contar. Y tres vírgenes que se acaecieron al finamiento de santa María, despojado el su cuerpo para que lo bañasen, tan grande fue la claridad que salió de su cuerpo, que mientras la tañían para lavar, no podían ver. Y tanto estuvo  esta claridad hasta que las vírgenes bañaron el su cuerpo. Y los apóstoles tomaron el su cuerpo con muy gran honra, y pusiéronlo sobre el lecho. Dijo san Juan a San Pedro:

    Tú lleva esta palma ante el lecho, que Dios te hizo nuestro príncipe mayoral, y ordenóte pastor y príncipe general de las sus ovejas.

    Y dijo San Pedro a San Juan:

    -A ti conviene de llevarla, que Dios te escogió que fuese virgen, y por ende conviene, pues eres virgen , que lleves la palma de la Virgen, que tú, hermano, lo mereciste mejor que todos nosotros, que dormiste en el regazo de nuestro Señor Dios, y después bebiste fuentes de sapiencia, y diote gracia más que los otros. Y así semeja derecho, pues que tú recibiste mayor don de Dios, que honres más a su madre. Y por ende tú debes llevar esta palma de la luz, y las obsequias de santidad, que bebiste de la fuente de claridad que siempre ha de durar; y yo llevaré el cuerpo santo con el lecho, y los otros apóstoles, nuestros hermanos, estando derredor del lecho, loen a Dios.

    Y dijo San Pablo:

    -  Y yo, que soy el menor de cuantos aquí sois, ayudarte he a llevar.

    Y alzando San Pedro y San Pablo el lecho, San Pedro mandó cantar, y decir: «Israel sale a Egipto» y todos los otros apóstoles comenzaron a cantar alabanzas a Dios . Y Jesucristo cubrió de una nube el lecho y los apóstoles, en tal guisa que no los podía ver ninguno. Y fueron y los ángeles, cantando con los apóstoles y fincheron toda la tierra de un sueño de gran de sabor. Y oyendo los hombres aquel tan dulce canto, salieron muy aprisa de la ciudad, y demandaban que qué era esto. Entones hubo y alguno que dijo: «Creo que son los discípulos de Jesucristo que llevan a Santa Maria muerta» y en esto fueron todos a tomar armas, forzándolos unos a  otros, diciendo: «Venid todos, y matemos a los discípulos, y quememos aquel cuerpo que trajo aquel engañador» Y oyendo esto el obispo de los judíos, maravillóse, y dijo muy sañudo: “Recordad el tabernáculo de aquel que  turbo a nosotros y a todo nuestro linaje que gloria recibe ahora» Y diciendo esto, echo  las manos a deshora del lego, y pegáronsele al lecho, de manera que estaba agarrotado. Y cuando esto vieron, que había esta pena, estaban él y todos los otros aullando y llorando, y diciendo que ahora eran ciegos. Y aquel obispo comenzó a dar voces, y a decir a  San Pedro:

    -Oh, Pedro, no me desprecies en esta tribulación, mas pidote merced que ruegues a Dios por mí, que te debes acordar cómo te ayude en algún tiempo yo, y cómo te excusé cuando te acusaba la manceba portera.

    Y díjole san Pedro:

    -Somos embargados en las exequias de nuestra Señora, y por ende no podemos ahora parar mientes para tu salud. Empero si creyeres en el nuestro Señor Jesucristo y en ésta que lo adujo, cierto se que será luego sano cumplidamente

    Y respondió el judío:

    -  Creo yo que Jesucristo es hijo de Dios verdadero, y que ésta es su madre muy santa.

    Y cuando esto dijo, luego se le despegaron las manos del lecho, empero quedaron en sus brazos una sequedad muy grande, y dolor, que no se partían de él. Y díjole San Pedro: «Besa el lecho, y di: “Creo en Jesucristo, que ésta trajo en el su vientre, y quedó virgen después que parió”»; y él haciendo así, luego fue sano como lo era primero. Y dijo san Pedro: «Toma esta palma de mano de San Juan, nuestro hermano, y ponerla has sobre el pueblo ciego, y cuantos no quisieren creer, nunca más podrán ver».

    Y llevando los apóstoles a Santa María, pusiéronla en el monumento, y subieron, y así, como les mandó Jesucristo. Y al tercer día, viniendo Jesucristo con grande compaña de ángeles, saludólos, diciéndoles:

    -Dios os dé paz.

    Y respondiéronle ellos:

    -Señor, sea a Ti gloria, que haces todas las cosas maravillosas.

    Y dijo Nuestro Señor a los apóstoles:

    -¿Y que os semeja qué gracia y qué honra puedo ahora dar a mi madre?

    Y dijeron ellos:   

    -Señor, seméjanos a nosotros, tus siervos, que bien así como Tú eres en el cielo en cuerpo y en ánima, que así resucites el cuerpo de la tu madre , y que lo pongas a la tu diestra parte para siempre jamás.

    Y otorgándolo Él, luego vino San Miguel ángel, y presentó el ánima de santa Maria ante Jesucristo. Entonces habló el Salvador, diciendo: «Levántate, la mi madre y la mi paloma, y el tabernáculo de la gloria, vaso de vida, templo celestial, que bien así como nunca sentiste mancilla, así no tornarás polvo en el sepulcro», y luego el alma tornó al cuerpo de Santa María, y salió glorioso del monumento, y así subió al cielo con grande compaña de ángeles consigo

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