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Sobre la transitoriedad de la vida
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Llorenç Vidal .
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La fugacidad de la vida, de la felicidad, del placer, del amor y de la belleza ha sido, a lo largo de los tiempos, una constante no sólo del pensamiento filosófico, sino también de la creación poética, que en determinados autores y en algunas de sus obras ha tomado una consistencia y una corporeidad mayores. Basta, en una mirada retrospectiva, detenernos en los primeros versos de la conocida composición "A las ruinas de Itálica" de Rodrigo Caro, modelada entre la evocación, el llanto y la leyenda, para encontrar un ejemplo fehaciente:
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Se trata de un sentimiento que nuestro Miquel Costa i Llobera revive y recrea en los tercetos encadenados de su sugestivo poema de "Noves poesies" titulado "Sobre les ruïnes del teatre romà de Pollentia", cuya reflexión final, después de un lamento de índole más bien histórica, nos dice:
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Sin
embargo este sentimiento de fugacidad de todo lo existente y la
nostalgia, cuando no dolor, que engendra pueden ser contemplados no
solamente en el testimonio externo de los vestigios del pasado, sino
que se hacen carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre cuando
son ecos de nuestra propia existencia. Es el caso de Joan Alcover en "La
relíquia" ("Cap al tard"), cuyo profundo
sentido elegíaco, con motivo del retorno al "jardí desolat"
de su juventud, le lleva a exclamar: |
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Otras
veces el sentimiento de fugacidad se hace reflexión humana
contemplativa, de expresión casi estoica, como ocurre en la concisión
de los tres rasgos fenoménicos del haikai "Transitorietat"
de mis "Petits poemes". |
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¿Qué pasa, sin embargo, cuando con el paso irreversible de estos años que transcurren, se deslizan y agotan, llega el olvido de los seres y de las cosas que han formado parte, a veces íntima, de nuestra vida o de la vida de nuestro entorno y de nuestra sociedad? ¿Significa el olvido su desaparición o tienen algún tipo de permanencia más allá de nuestro olvido?
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Es Ricardo Molina, del grupo poético cordobés de postguerra "Cántico", quien en su poema "Nombre y olvido", integrado en su "Elegía de Medina Azahara", se atreve a plantearse esta doliente pregunta:
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Una
pequeña muestra de diversas y variadas formas personales de
enfrentarse poéticamente al doloroso problema, nunca agotado, de la
fugacidad de la vida, la felicidad, el placer, la belleza y el amor.
No para resolverlo, ya que quizás sea irresoluble, sino para hacerlo
consciente en el devenir de nuestra subjetiva y efímera
existencialidad. |
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Llorenç Vidal
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(Última Hora, 13 de junio de 2000) |
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