La loca del acantilado

 

Un día la mujer caminó por la playa. Su mirada fija en la arena, no sabía que buscaba. Recogió una caracola de un bello color anaranjado, distraídamente la guardó en su bolso. A esa hora de la mañana la playa estaba solitaria, el aire frío, el mar intranquilo y muy verde. Se sentó en una roca y miró el horizonte, algún barco lejano indicaba que iba en busca de otros mundos. Entrecerró los ojos , y miró el cielo. Las pocas nubes, muy blancas, tenían prisa por alejarse antes que llegara el sol. Las gaviotas de siempre volaban muy alto aún, solo para caer en picada al agua y sacar su presa, de manera certera, llevando a sus nidos, al pobre pez que no supo defenderse.

Los pescadores volvían con sus pequeñas embarcaciones después de haber pasado la noche en el mar. De a poco fueron amarrando sus frágiles botes, y descargando las redes llenas de la preciada carga. Desde las casas cercanas, y aún con los ojos de sueño, los chiquillos corrían a abrazar a sus padres, como dando gracias por verlo de nuevo. Las mujeres, desgreñadas y de mirada triste, denotaban en sus rostros las angustias pasadas cada noche que sus hombres se iban al mar.

Después de descargar sus botes, los hombres ayudados por sus mujeres y chiquillos, arrastraban sus redes dejándolas preparadas  para la aventura de la noche y luego llevaban los pescados para venderlos en los pequeños puestos. La caleta entonces empezaba a tomar vida. Los gritos de los vendedores, el colorido y la variedad de pescados, era como un cuadro viviente.

La mujer se alejó, siguió su camino, sumida en sus pensamientos. El sol ya entibiaba la mañana. Su recorrer la llevó a un lugar rocoso. Le gustaban las rocas, más que la playa. Escondían tantos tesoros! Se puso de rodillas y atentamente miró las rocas brillantes y llenas de pequeñas vidas que se movían incansables. El agua estaba muy fría, las olas golpeaban furiosas en las rocas, salpicando su frágil cuerpo  con  agua salada. Se sintió renacer, su melancolía había desaparecido. Qué magia tiene el mar, se dijo a sí misma, el mar ata, aprisiona de una manera extraña; el ruido de las olas le respondió con su música eterna.

Sacó su cuaderno, y escribió, de su sentir, de todo aquello que la aprisionaba, de sus sueños destrozados como su vida. Se había casado muy joven, sin haber conocido de la vida mas allá que su casa, se casó sin pensar lo que hacía, creyendo estar enamorada. Si nada sabia del amor! Muy pronto se dió cuenta de su error, sin piedad rompieron sus sueños...No quiso seguir escribiendo, no valía la pena!

Después de sus caminatas volvía a su casa. Nadie supo cuando llegó a élla, una casita pequeña, al borde de un acantilado, cubierta de hiedras y flores silvestres. El interior, forrado en madera, lucía cuadros de paisajes pintados por ella misma, corales y algas secas, pequeños troncos y caracolas de colores completaban la decoración. Una vieja vitrola que había comprado usada, era su mayor lujo. Un pequeño sillón desvencijado, le servía de cama, una mesa y dos sillas. Siempre que se sentaba a comer, tendía un mantel muy blanco bordado a mano, y las servilletas cuidadosamente dobladas, dos copas de cristal y dos platos, la vieja vitrola, dejaba escuchar a Mozart. Antes de cenar, cerraba los ojos por un instante, y sonreía, luego sus ojos brillaban como si una lágrima quisiera brotar, comía en silencio, pero a veces levantaba la vista como si alguien hubiera estado sentado frente a ella...entonces su cara se llenaba de luz, mientras la música seguía muy suavemente en ese fondo de paz y ternura. La pequeña casa, tenía perfume a lilas, traía reminisencias de algo que se quedó en el tiempo, pero era alegre, llena de luz.

Recuerdo cuando la conocí. Un día caminando yo por la playa, vi a una mujer de mediana edad sentada en una roca, parecía ausente de todo, sus ojos buscaban algo en el horizonte...al sentir mi presencia se volvió hacia mí, sus ojos me impresionaron, de un café oscuro, con un círculo azul intenso, tenian un brillo extraño.

.- Hola , le dije, te he molestado?

.- Nada me molesta, respondió con una voz suave y profunda.

.- Ven siéntate a mi lado; me llamo Esperanza, y sonrió, de una manera dulce.

.-¿Quién eres? le pregunté. .- ¿De dónde has venido!

Sus ojos me miraron.

Soy...dijo, y vengo de...no sé, nunca me he preguntado de donde he venido, aunque sospecho, que del país de las Hadas.

No supe si hablaba en serio, o sólo me hacía una broma. Ella de nuevo volvió los ojos al mar, no quise interrumpir sus pensamientos. Le dije, adiós Esperanza... no pareció darse cuenta de mi voz...me alejé silenciosa y pensativa, además de intrigada, por esa mujer tan extraña que no sabía de donde venía....

Nadie en el pequeño poblado costero, sabía de dónde la mujer había llegado, tampoco sabían de que vivía...sólo sabían que la veían pasar, siempre sola, con una falda azul, larga, sandalias y un sombrero de paja adornado con una rosa fresca. Nadie se atrevía a hablarle, pero el que se animaba, siempre recibía una palabra amable de ella. Empezaron a llamarla la loca del acantilado. Mi curiosidad iba en aumento, sin que ella me viera, la seguía a la distancia, aunque creo que ella se daba cuenta, nunca volvió la cabeza para mirarme. La seguía por su caminar sin rumbo por la playa, hasta llegar a los roqueríos, alli, ella esperaba el atardecer, entonces, cuando el sol ya había caido y el cielo se vestía de azul verdoso, ella empezaba a escribir...las páginas se iban llenando de una manera asombrosa. No le importaba si ya no habia luz, la luna la iluminaba. Cuando la noche estaba totalmente oscura, una luz que parecía emanar de ella, iluminaba de manera extraña y muy particular las idas y venidas del mar. No se daba cuenta que las olas la mojaban...solo escribía.

Volví a la ciudad, mis quehaceres hicieron que me olvidara de ella. Un día junto a un grupo de amigos, la recordé, les conté la impresión que producía, y de qué manera me habia ayudado, sin darme cuenta, a seguir con mis novelas. Algunos también me tildaron de loca, otros querían conocerla.

Un fin de semana, nos fuimos a la playa. Allí seguía ella con sus caminatas, mirándolo todo, absorbiendo paisajes, asimilando palabras. La noté mas cansada, su cabello largo y ya muy canoso, estaba atado en una trenza que caía por su espalda, un poco encorvada. No sé por que sentí una profunda tristeza. Dejando un poco mas atrás a mis amigos, me acerqué a élla, la saludé;

.-¿Cómo estas Esperanza?

Mi saludo la tomó por sorpresa.

.-Estoy...me respondió...estoy...

No más palabras, ni una despedida. La ví alejarse hacia su casa del acantilado, su paso mas lento, su inseparable sombrero adornado con la rosa roja. Así pasó el fin de semana.

La noche en que volvíamos a la ciudad, quise ir a mirar su casa, sus huellas en la arena mojada. La casa estaba a oscuras...ella no se veía en ninguna parte. Mis amigos y yo, fuimos a recorrer la playa. De pronto vi huellas, no solo de sus pies, otras huellas habían junto a las suyas. Se dirigían al mar, un pedazo de luna brillaba en las rocas cercanas. Me acerqué. El viento desparramaba muchos papeles. Tomé uno...

"Lo veré llegar desde el mar...Le diré, has llegado! Y él sin volver la vista atrás, tomará la luna de mis manos...."

Sentí la tibieza de las lágrimas en mis mejillas...busqué las páginas esparcidas por el viento, y junto con ellas, un sombrero de paja...habían dos rosas rojas prendidas a el. Quise dejar las rosas en su puerta, buscamos la casa, no estaba, había desaparecido. Traté de quitar las rosas del sombrero, y no pude...entonces lo guardé.

Siempre lo miro, y ésto, nadie lo sabe, pero las rosas que lo adornaban, siguen alli, frescas y perfumadas...Ella nunca más apareció...El había llegado desde el mar, y compartiendo la luna...iniciaron el viaje al amor eterno.

Enero 29/2001

 

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