Tal y como tenía previsto el plan norteamericano
de “divide y vencerás”, la presencia de Máximo Gómez
–y su tajante posición frente al empréstito que
gestionaba la Asamblea del Cerro- profundizó las
tensiones y los enfrentamientos entre ambas partes.
Algunos miembros de la Asamblea visitaron al General, en
su residencia de la Quinta de los Molinos, tratando de
convencerlo para que cambiara su actitud, pero sus
esfuerzos fueron inútiles; ante la negativa del Jefe
del ELC, la Asamblea procedió a su destitución.
El 12 de marzo de 1899 Gómez publicó un
manifiesto en el que señalaba: “Nada se me debe y me
retiro contento y satisfecho por haber hecho cuanto he
podido en beneficio de mis hermanos. Y en donde quiera
que el destino me imponga plantar mi tienda, allí
pueden los cubanos contar con un amigo”..... Al mismo
tiempo que la Asamblea del Cerro decidía la destitución
de Gómez, perdía el apoyo de la mayoría del pueblo
cubano y sentenciaba por ello, su propio final, lo que
indefectiblemente sucedería el 4 de abril de 1899.
La estrategia yanqui triunfaba; a finales del mes
de mayo de aquel año se procedió al licenciamiento del
ELC y a la distribución de los tres millones de pesos
que tan “generosamente” había “donado” el
gobierno de los Estados Unidos. Un tiempo antes, habían
procedido a desarmar a los antiguos defensores del
gobierno colonial, debido a la desconfianza
norteamericana hacia aquellos y al temor de que en un
momento determinado pudiera existir alguna reacción a
sus actividades en la Isla; con ello demostraban los
yanquis sus verdaderas intenciones de dominio absoluto
de Cuba y de desprecio a todos sus habitantes.
Despejado el camino, los yanquis continuaron
ejecutando su estrategia para lograr la anexión de
Cuba. Sin embargo, a pesar de las diferencias de
criterios entre la Asamblea del Cerro y el General en
Jefe del ELC, en cuanto a la forma de licenciar al Ejército,
ambos mantenían igual criterio sobre la defensa de la
independencia del país y se oponían por consiguiente a
la prolongación de la ocupación norteamericana. Por
otra parte, no cesaban las manifestaciones de los
cubanos por alcanzar la ansiada independencia y cada vez
que algún político gringo se refería velada o
directamente a la posible anexión de Cuba a la Unión
Americana, recibía una contundente respuesta por parte
de los cubanos; los yanquis llegaron entonces a la
conclusión –muy a su pesar- de que la anexión de
Cuba solo la podían lograr por la fuerza.
No obstante, eran varios los factores que jugaban
en contra de la utilización de la violencia para lograr
la anexión: el arraigo del sentimiento independentista
en un pueblo con una demostrada trayectoria de lucha
guerrera, que no aceptaría fácilmente la sumisión;
la violación que ello constituiría del
compromiso adoptado por el Congreso Norteamericano en la
Resolución Conjunta; su estrategia geopolítica, que en
aquellos momentos apuntaba a la construcción de un
canal interoceánico, arrebatándole a Colombia el
territorio de Panamá; en política interna, las
aspiraciones reeleccionistas del presidente McKinley, a
las que les vendrían muy mal el empleo de la fuerza
militar; así como la actitud hostil a la posible anexión,
por parte de los productores azucareros asentados en el
sur de los Estados Unidos, que veían como una amenaza
la posible futura concurrencia de ese producto en los
mercados yanquis. Visto lo visto, decidieron entonces
continuar su política de doble discurso y mientras
hablaban de mantener sus compromisos expuestos en la
Resolución Conjunta, en cuanto a la Independencia
del país, buscaban la forma de que en realidad
esta fuera lo más limitada posible.
Un
dato más a tomar en consideración: en el mes de junio
de 1900 el gobierno de ocupación convocó a efectuar
unas elecciones municipales; sus resultados no fueron
nada halagüeños para los yanquis: a pesar de los métodos
que pusieron en práctica para que salieran “sus”
candidatos, la inmensa mayoría de los que fueron
elegidos representaban el espíritu independentista de
su pueblo.
Orestes
Martí
Las Palmas de Gran Canaria
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