El dulce milagro
¿Qué es esto? ¡Prodigio! Mis manos florecen.
Rosas, rosas, rosas a mis dedos crecen.
Mi amante besóme las manos, y en ellas,
¡Oh gracia! brotaron rosas como estrellas.
Y voy por la senda voceando el encanto
y de dicha alterno sonrisa con llanto,
y bajo el milagro de mi encantamiento
se aroman de rosas las alas del viento.
Y murmura al verme la gente que pasa:
-¿No veis que está loca? Tornadla a su casa.
¡Dice que en las manos le han nacido rosas
y las va agitando como mariposas!
¡Ah, pobre la gente que nunca comprende
un milagro de éstos y que sólo entiende,
que no nacen rosas más que en los rosales!
¡Y que no hay más trigo que el de los trigales!
Que requiere líneas y color y forma
y que sólo admite realidad por norma.
Que cuando uno dice: -voy con la dulzura,
de inmediato buscan a la criatura.
Que me digan loca, que en celda me encierren,
que con siete llaves la puerta me cierren,
que junto a la puerta pongan un lebrel,
carcelero rudo, carcelero fiel.
Cantaré lo mismo: -Mis manos florecen.
Rosas, rosas, rosas a mis dedos crecen.
¡Y toda mi celda tendrá la fragancia,
de un inmenso ramo de rosas de Francia!
Juana de Ibarbourou
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La hora
Tómame ahora que aún es temprano
y que llevo dalias nuevas en la mano.
Tómame ahora que aún es sombría
esta taciturna cabellera mía.
Ahora, que tengo la carne olorosa
y los ojos limpios y la piel de rosa.
Ahora, que calza mi planta ligera
la sandalia viva de la primavera.
Ahora que en mis labios repica la risa
como una campana sacudida aprisa.
Después... ¡ah, yo sé
que ya nada de eso más tarde tendré!
Que entonces inútil será tu deseo
como ofrenda puesta sobre un mausoleo.
¡Tómame ahora que aún es temprano
y que tengo rica de nardos la mano!
Hoy, y no más tarde. Antes que anochezca
y se vuelva mustia la corola fresca.
Hoy, y no mañana. Oh, amante, ¿no ves
que en la enredadera crecerá ciprés?
Juana de Ibarbourou
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Proverbios y cantares
Nunca perseguí la gloria
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles
como pompas de jabón.
Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse.
II
¿Para qué llamar caminos
a los surcos del azar?...
Todo el que camina anda,
como Jesús, sobre el mar.
III
A quien nos justifica nuestra desconfianza
llamamos enemigo, ladrón de una esperanza.
Jamás perdona el necio si ve la nuez vacía
que dio a cascar al diente de la sabiduría.
IV
Nuestras horas son minutos
cuando esperamos saber,
y siglos cuando sabemos
lo que se puede aprender.
V
Ni vale nada el fruto
cogido sin sazón...
Ni aunque te elogie un bruto
ha de tener razón.
VI
De lo que llaman los hombres
virtud, justicia y bondad,
una mitad es envidia,
y la otra no es caridad.
VII
Yo he visto garras fieras en las pulidas manos;
conozco grajos mélicos y líricos marranos...
El más truhán se lleva la mano al corazón,
y el bruto más espeso se carga de razón.
VIII
En preguntar lo que sabes
el tiempo no has de perder...
Y a preguntas sin respuesta
¿quién te podrá responder?
IX
El hombre, a quien el hambre de la rapiña acucia,
de ingénita malicia y natural astucia,
formó la inteligencia y acaparó la tierra.
¡Y aún la verdad proclama! ¡Supremo ardid de guerra!
X
La envidia de la virtud
hizo a Caín criminal.
¡Gloria a Caín! Hoy el vicio
es lo que se envidia más.
XI
La mano del piadoso nos quita siempre honor;
mas nunca ofende al darnos su mano el lidiador.
Virtud es fortaleza, ser bueno es ser valiente;
escudo, espada y maza llevar bajo la frente;
porque el valor honrado de todas armas viste:
no sólo para, hiere, y más que aguarda, embiste.
Que la piqueta arruine y el látigo flagele;
la fragua ablande el hierro, la lima pula y gaste,
y que el buril burile, y que el cincel cincele,
la espada punce y hienda y el gran martillo aplaste.
XII
¡Ojos que a la luz se abrieron
un día para, después,
ciegos tornar a la tierra,
hartos de mirar sin ver!
XIII
Es el mejor de los buenos
quien sabe que en esta vida
todo es cuestión de medida:
un poco más, algo menos...
XIV
Virtud es la alegría que alivia el corazón
más grave y desarruga el ceño de Catón.
El bueno es el que guarda, cual venta del camino,
para el sediento el agua, para el borracho el vino.
XV
Cantad conmigo a coro: Saber, nada sabemos,
de arcano mar venimos, a ignota mar iremos...
Y entre los dos misterios está el enigma grave;
tres arcas cierra una desconocida llave.
La luz nada ilumina y el sabio nada enseña.
¿Qué dice la palabra? ¿Qué el agua de la peña?
XVI
El hombre es por natura la bestia paradójica,
un animal absurdo que necesita lógica.
Creó de nada un mundo y, su obra terminada,
"Ya estoy en el secreto -se dijo-, todo es nada."
XVII
El hombre sólo es rico en hipocresía.
En sus diez mil disfraces para engañar confía;
y con la doble llave que guarda su mansión
para la ajena hace ganzúa de ladrón.
XVIII
¡Ah, cuando yo era niño
soñaba con los héroes de la Ilíada!
Áyax era más fuerte que Diomedes,
Héctor, más fuerte que Ayax,
y Aquiles el más fuerte; porque era
el más fuerte...¡Inocencias de la infancia!
¡Ah, cuando yo era niño
soñaba con los héroes de la Ilíada!
XIX
El casca-nueces-vacías,
Colón de cien vanidades,
vive de supercherías
que vende como verdades.
XX
¡Teresa, alma de fuego
Juan de la Cruz, espíritu de llama,
por aquí hay mucho frío, padres, nuestros
corazoncitos de Jesús se apagan!
XXI
Ayer soñé que veía
a Dios y que a Dios hablaba;
y soñé que Dios me oía...
Después soñé que soñaba.
XXII
Cosas de hombres y mujeres,
los amoríos de ayer,
casi los tengo olvidados,
si fueron alguna vez.
XXIII
No extrañéis, dulces amigos,
que esté mi frente arrugada:
yo vivo en paz con los hombres
y en guerra con mis entrañas.
XXIV
De diez cabezas, nueve
embisten y una piensa.
Nunca extrañéis que un bruto
se descuerne luchando por la idea.
XXV
Las abejas de las flores
sacan miel, y melodía
del amor, los ruiseñores:
Dante y yo -perdón, señores-,
trocamos -perdón, Lucía-,
el amor en Teología.
XXVI
Poned sobre los campos
un carbonero, un sabio y un poeta.
Veréis cómo el poeta admira y calla,
el sabio mira y piensa...
Seguramente, el carbonero busca
las moras o las setas.
Llevadlos al teatro
y sólo el carbonero no bosteza.
Quien prefiere lo vivo a lo pintado
es el hombre que piensa, canta o sueña.
El carbonero tiene
llena de fantasías la cabeza.
XXVII
¿Dónde está la utilidad
de nuestras utilidades?
Volvamos a la verdad:
vanidad de vanidades.
XXVIII
Todo hombre tiene dos
batallas que pelear:
en sueños lucha con Dios;
y despierto, con el mar.
XXIX
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
XXX
El que espera desespera,
dice la voz popular.
¡Qué verdad tan verdadera!
La verdad es lo que es,
y sigue siendo verdad
aunque se piense al revés.
XXXI
Corazón, ayer sonoro,
¿ya no suena
tu monedilla de oro?
Tu alcancía,
antes que el tiempo la rompa,
¿se irá quedando vacía?
Confiemos
en que no será verdad
nada de lo que sabemos.
XXXII
¡Oh fe del meditabundo!
¡Oh fe después del pensar!
Sólo si viene un corazón al mundo
rebosa el vaso humano y se hincha el mar.
XXXIII
Soñé a Dios como una fragua
de fuego, que ablanda el hierro,
como un forjador de espadas,
como un bruñidor de aceros,
que iba firmando en las hojas
de luz: Libertad. - Imperio.
XXXIV
Yo amo a Jesús, que nos dijo:
Cielo y tierra pasarán.
Cuando cielo y tierra pasen
mi palabra quedará.
¿Cuál fue, Jesús, tu palabra?
¿Amor? ¿Perdón? ¿Caridad?
Todas tus palabras fueron
una palabra: Velad.
XXXV
Hay dos modos de conciencia:
una es luz, y otra, paciencia.
Una estriba en alumbrar
un poquito el hondo mar;
otra, en hacer penitencia
con caña o red, y esperar
el pez, como pescador.
Dime tú: ¿Cuál es mejor?
¿Conciencia de visionario
que mira en el hondo acuario
peces vivos,
fugitivos,
que no se pueden pescar,
o esa maldita faena
de ir arrojando a la arena,
muertos, los peces del mar?
XXXVI
Fe empirista. Ni somos ni seremos.
Todo nuestro vivir es emprestado.
Nada trajimos; nada llevaremos.
XXXVII
¿Dices que nada se crea?
No te importe, con el barro
de la tierra, haz una copa
para que beba tu hermano.
XXXVIII
¿Dices que nada se crea?
Alfarero, a tus cacharros.
Haz tu copa y no te importe
si no puedes hacer barro.
XXXIX
Dicen que el ave divina,
trocada en pobre gallina,
por obra de las tijeras
de aquel sabio profesor
(fue Kant un esquilador
de las aves altaneras;
toda su filosofía,
un sport de cetrería),
dicen que quiere saltar
las tapias del corralón,
y volar
otra vez, hacia Platón.
¡Hurra! ¡Sea!
¡Feliz será quien lo vea!
XL
Sí, cada uno y todos sobre la tierra iguales:
el ómnibus que arrastran dos pencos matalones,
por el camino, a tumbos, hacia las estaciones,
el ómnibus completo de viajeros banales,
y en medio un hombre mudo, hipocondríaco, austero,
a quien se cuentan cosas y a quien se ofrece vino...
Y allá, cuando se llegue, ¿descenderá un viajero
no más? ¿O habránse todos quedado en el camino?
XLI
Bueno es saber que los vasos
nos sirven para beber;
lo malo es que no sabemos
para qué sirve la sed.
XLII
¿Dices que nada se pierde?
Si esta copa de cristal
se me rompe, nunca en ella
beberé, nunca jamás.
XLIII
Dices que nada se pierde
y acaso dices verdad,
pero todo lo perdemos
y todo nos perderá.
XLIV
Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.
XLV
Morir... ¿Caer como gota
de mar en el mar inmenso?
¿O ser lo que nunca he sido:
uno, sin sombra y sin sueño,
un solitario que avanza
sin camino y sin espejo?
XLVI
Anoche soñé que oía
a Dios, gritándome: ¡Alerta!
Luego era Dios quien dormía,
y yo gritaba: ¡Despierta!
XLVII
Cuatro cosas tiene el hombre
que no sirven en la mar:
ancla, gobernalle y remos,
y miedo de naufragar.
XLVIII
Mirando mi calavera
un nuevo Hamlet dirá:
He aquí un lindo fósil de una
careta de carnaval.
XLIX
Ya noto, al paso que me torno viejo,
que en el inmenso espejo,
donde orgulloso me miraba un día,
era el azogue lo que yo ponía.
Al espejo del fondo de mi casa
una mano fatal
va rayendo el azogue, y todo pasa
por él como la luz por el cristal.
L
-Nuestro español bosteza.
¿Es hambre? ¿sueño? ¿Hastío?
Doctor, ¿tendrá el estómago vacío?
-El vacío es más bien en la cabeza.
LI
Luz del alma, luz divina,
faro, antorcha, estrella, sol...
Un hombre a tientas camina;
lleva a la espalda un farol.
LII
Discutiendo están dos mozos
si a la fiesta del lugar
irán por la carretera
o campo traviesa irán.
Discutiendo y disputando
empiezan a pelear.
Ya con las trancas de pino
furiosos golpes se dan;
ya se tiran de las barbas,
ya se las quieren pelar.
Ha pasado un carretero,
que va cantando un cantar:
«Romero, para ir a Roma,
lo que importa es caminar;
a Roma por todas partes,
por todas partes se va».
LIII
Ya hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.
Españolito que vienes
al mundo, te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.
Antonio Machado.
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Versos sencillos
(La rosa blanca, La niña de Guatemala, etc.)
I
Yo soy un hombre sincero
de donde crece la palma,
y antes de morirme quiero
echar mis versos del alma.
Yo vengo de todas partes,
y hacia todas partes voy:
arte soy entre las artes,
en los montes, monte soy.
Yo sé los nombres extraños
de las yerbas y las flores,
y de mortales engaños,
y de sublimes dolores.
Yo he visto en la noche oscura
llover sobre mi cabeza
los rayos de lumbre pura
de la divina belleza.
Alas nacer vi en los hombros
de las mujeres hermosas:
y salir de los escombros,
volando las mariposas.
He visto vivir a un hombre
con el puñal al costado,
sin decir jamás el nombre
de aquella que lo ha matado.
Rápida, como un reflejo,
dos veces vi el alma, dos:
cuando murió el pobre viejo,
cuando ella me dijo adiós.
Temblé una vez, —en la reja,
a la entrada de la viña—
cuando la bárbara abeja
picó en la frente a mi niña.
Gocé una vez, de tal suerte
que gocé cual nunca: —cuando
la sentencia de mi muerte
leyó el alcaide llorando.
Oigo un suspiro, a través
de las tierras y la mar,
y no es un suspiro, —es
que mi hijo va a despertar.
Si dicen que del joyero
tome la joya mejor,
tomo a un amigo sincero
y pongo a un lado el amor.
Yo he visto al águila herida
volar al azul sereno,
y morir en su guarida
la víbora del veneno.
Yo sé bien que cuando el mundo
cede, lívido, al descanso,
sobre el silencio profundo
murmura el arroyo manso.
Yo he puesto la mano osada,
de horror y júbilo yerta,
sobre la estrella apagada
que cayó frente a mi puerta.
Oculto en mi pecho bravo
la pena que me lo hiere:
el hijo de un pueblo esclavo
vive por él, calla, y muere.
Todo es hermoso y constante,
todo es música y razón,
y todo, como el diamante,
antes que luz es carbón.
Yo sé que al necio se entierra
con gran lujo y con gran llanto,
y que no hay fruta en la tierra
como la del camposanto.
Callo, y entiendo, y me quito
la pompa del rimador:
cuelgo de un árbol marchito
mi muceta de doctor.
II
Yo sé de Egipto y Nigricia,
y de Persia y Xenophonte;
y prefiero la caricia
del aire fresco del monte.
Yo sé de las historias viejas
del hombre y de sus rencillas;
y prefiero las abejas
volando en las campanillas.
Yo sé del canto del viento
en las ramas vocingleras:
nadie me diga que miento,
que lo prefiero de veras.
Yo sé de un gamo aterrado
que vuelve al redil, y expira,
y de un corazón cansado
que muere oscuro y sin ira.
III
Odio la máscara y vicio
del corredor de mi hotel:
me vuelvo al manso bullicio
de mi monte de laurel.
Con los pobres de la tierra
quiero yo mi suerte echar:
el arroyo de la sierra
me complace más que el mar
Denle al vano el oro tierno
que arde y brilla en el crisol:
a mí denme el bosque eterno
cuando rompe en él el sol.
Yo he visto el oro hecho tierra
barbullendo en la redoma:
prefiero estar en la sierra
cuando vuela una paloma.
Busca el obispo de España
pilares para su altar;
¡en mi templo, en la montaña,
el álamo es el pilar!
Y la alfombra es puro helecho,
y los muros abedul,
y la luz viene del techo
del techo de cielo azul.
El obispo, por la noche,
sale, despacio, a cantar:
monta, callado, en su coche,
que es la piña de un pinar.
Las jacas de su carroza
son dos pájaros azules:
y canta el aire y retoza,
y cantan los abedules.
Duermo en mi cama de roca
mi sueño dulce y profundo:
roza una abeja mi boca
y crece en mi cuerpo el mundo.
Brillan las grandes molduras
al fuego de la mañana,
que tiñe las colgaduras
de rosa, violeta y grana.
El clarín, solo en el monte,
canta al primer arrebol:
la gasa del horizonte
prende, de un aliento, el sol.
¡Díganle al obispo ciego,
al viejo obispo de España
que venga, que venga luego,
a mi templo, a la montaña!
IV
Yo visitaré anhelante
los rincones donde a solas
estuvimos yo y mi amante
retozando con las olas.
Solos los dos estuvimos,
solos, con la compañía
de dos pájaros que vimos
meterse en la gruta umbría.
Y ella, clavando los ojos,
en la pareja ligera,
deshizo los lirios rojos
que le dio la jardinera.
La madreselva olorosa
cogió con sus manos ella,
y una madama graciosa,
y un jazmín como una estrella.
Yo quise, diestro y galán,
abrirle su quitasol;
y ella me dijo: "¡Qué afán!
¡Si hoy me gusta ver el sol!"
"Nunca más altos he visto
estos nobles robledales:
aquí debe estar el Cristo,
porque están las catedrales."
"Ya sé dónde ha de venir
mi niña a la comunión;
de blanco la he de vestir
con un gran sombrero alón."
Después, del calor al peso,
entramos por el camino,
y nos dábamos un beso
en cuanto sonaba un trino.
¡Volveré, cual quien no existe,
al lago mudo y helado:
clavaré la quilla triste:
posaré el remo callado!
V
Si ves un monte de espumas,
es mi verso lo que ves:
mi verso es un monte, y es
un abanico de plumas.
Mi verso es como un puñal
que por el puño echa flor:
mi verso es un surtidor
que da un agua de coral.
Mi verso es de un verde claro
y de un carmín encendido:
mi verso es un ciervo herido
que busca en el monte amparo.
Mi verso al valiente agrada:
mi verso, breve y sincero,
es del vigor del acero
con que se funde la espada.
VI
Si quieren que de este mundo
lleve una memoria grata,
llevaré, padre profundo,
tu cabellera de plata.
Si quieren, por gran favor,
que lleve más, llevaré
la copia que hizo el pintor
de la hermana que adoré.
Si quieren que a la otra vida
me lleve todo un tesoro,
¡llevo la trenza escondida
que guardo en mi caja de oro!
VII
Para Aragón, en España,
tengo yo en mi corazón
un lugar todo Aragón,
franco, fiero, fiel, sin saña.
Si quiere un tonto saber
por qué lo tengo, le digo
que allí tuve un buen amigo,
que allí quise a una mujer.
Allá, en la vega florida,
la de la heroica defensa,
por mantener lo que piensa
juega la gente la vida.
Y si un alcalde lo aprieta
o lo enoja un rey cazurro,
calza la manta el baturro
y muere con su escopeta.
Quiero a la tierra amarilla
que baña el Ebro lodoso:
quiero el Pilar azuloso
de Lanuza y de Padilla.
Estimo a quien de un revés
echa por tierra a un tirano:
lo estimo, si es un cubano;
lo estimo, si aragonés.
Amo los patios sombríos
con escaleras bordadas;
amo las naves calladas
y los conventos vacíos.
Amo la tierra florida,
musulmana o española,
donde rompió su corola
la poca flor de mi vida.
VIII
Yo tengo un amigo muerto
que suele venirme a ver:
mi amigo se sienta, y canta;
canta en voz que ha de doler.
En un ave de dos alas
bogo por el cielo azul:
un ala del ave es negra,
otra de oro Caribú.
El corazón es un loco
que no sabe de un color:
o es su amor de dos colores,
o dice que no es amor.
Hay una loca más fiera
que el corazón infeliz:
la que le chupó la sangre
y se echó luego a reír.
Corazón que lleva rota
el ancla fiel del hogar,
va como barca perdida,
que no sabe a dónde va.
En cuanto llega a esta angustia
rompe el muerto a maldecir:
le amanso el cráneo: lo acuesto:
acuesto el muerto a dormir.
IX
Quiero, a la sombra de un ala,
contar este cuento en flor:
la niña de Guatemala,
la que se murió de amor.
Eran de lirio los ramos,
y las orlas de reseda
y de jazmín; la enterramos
en una caja de seda.
...Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor:
él volvió, volvió casado:
ella se murió de amor.
Iban cargándola en andas
obispos y embajadores:
detrás iba el pueblo en tandas,
todo cargado de flores.
...Ella, por volverlo a ver,
salió a verlo al mirador:
él volvió con su mujer:
ella se murió de amor.
Como de bronce candente
al beso de despedida
era su frente ¡la frente
que más he amado en mi vida!
Se entró de tarde en el río,
la sacó muerta el doctor:
dicen que murió de frío:
yo sé que murió de amor.
Allí, en la bóveda helada,
la pusieron en dos bancos:
besé su mano afilada,
besé sus zapatos blancos.
Callado, al oscurecer,
me llamó el enterrador:
¡Nunca más he vuelto a ver
a la que murió de amor!
X
El alma trémula y sola
padece al anochecer:
Hay baile; vamos a ver
la bailarina española.
Han hecho bien en quitar
el banderón de la acera;
porque si está la bandera,
no sé, yo no puedo entrar.
Ya llega la bailarina:
soberbia y pálida llega:
¿Cómo dicen que es gallega?
Pues dicen mal: es divina.
Lleva un sombrero torero
y una capa carmesí:
¡Lo mismo que un alhelí
que se pusiese un sombrero!
Se ve, de paso, la ceja,
ceja de mora traidora:
y la mirada, de mora,
y como nieve la oreja.
Preludian, bajan la luz,
y sale en bata y mantón,
La Virgen de la Asunción
bailando un baile andaluz.
Alza, retando, la frente;
Crúzase al hombre la manta:
en arco el brazo levanta:
mueve despacio el pie ardiente.
Repica con los tacones
el tablado zalamera,
como si la tabla fuera
tablado de corazones.
Y va el convite creciendo
en las llamas de los ojos,
y el manto de flecos rojos
se va en el aire meciendo.
Súbito, de un salto arranca:
húrtase, se quiebra, gira:
abre en dos la cachemira,
ofrece la bata blanca.
El cuerpo cede y ondea;
la boca abierta provoca;
es un rosa la boca:
lentamente taconea.
Recoge, de un débil giro,
el manto de flecos rojos:
se va, cerrando los ojos,
se va, como en un suspiro...
Baila muy bien la española;
es blanco y rojo el mantón:
¡Vuelve, fosca a su rincón,
el alma trémula y sola!
XI
Yo tengo un paje muy fiel
que me cuida y que me gruñe,
y al salir, me limpia y bruñe
mi corona de laurel.
Yo tengo un paje ejemplar
que no come, que no duerme,
y que se acurruca a verme
trabajar, y sollozar.
Salgo, y el vil se desliza
y en mi bolsillo aparece;
vuelvo, y el terco me ofrece
una taza de ceniza.
Si duermo, al rayar el día
se sienta junto a mi cama:
si escribo, sangre derrama
mi paje en la escribanía.
Mi paje, hombre de respeto,
al andar castañetea:
hiela mi paje, y chispea:
mi paje es un esqueleto.
XII
En el bote iba remando
por el lago seductor
con el sol que era oro puro
y en el alma más de un sol.
Y a mis pies vi de repente,
ofendido del hedor,
un pez muerto, un pez hediondo
en el bote remador.
XIII
Por donde abunda la malva
y da el camino un rodeo,
iba un ángel de paseo
con una cabeza calva.
Del castañar por la zona
la pareja se perdía:
la calva resplandecía
lo mismo que una corona.
Sonaba el hacha en lo espeso
y cruzó un ave volando:
pero no se sabe cuándo
se dieron el primer beso.
Era rubio el ángel; era
el de la calva radiosa,
como el tronco a que amorosa
se prende la enredadera.
XIV
Yo no puedo olvidar nunca
la mañanita de otoño
en que le salió un retoño
a la pobre rama trunca.
La mañanita en que, en vano,
junto a la estufa apagada,
una niña enamorada
le tendió al viejo la mano.
XV
Vino el médico amarillo
a darme su medicina,
con una mano cetrina
y la otra mano al bolsillo:
¡Yo tengo allá en un rincón
un médico que no manca
con una mano muy blanca
y otra mano al corazón!.
Viene, de blusa y casquete,
el grave del repostero,
a preguntarme si quiero
o Málaga o Pajarete:
¡Díganle a la repostera
que ha tanto tiempo no he visto,
que me tenga un beso listo
al entrar la primavera!
XVI
En el alféizar calado
de la ventana moruna,
pálido como la luna,
medita un enamorado.
Pálida, en su canapé
de seda tórtola y roja,
Eva, callada, deshoja
una violeta en el té.
XVII
Es rubia: el cabello suelto
da más luz al ojo moro:
voy, desde entonces, envuelto
en un torbellino de oro.
La abeja estival que zumba
más ágil por la flor nueva,
no dice, como antes, "tumba":
"Eva" dice: todo es "Eva".
Bajo, en lo oscuro, al temido
raudal de la catarata:
¡y brilla el iris, tendido
sobre las hojas de plata!
Miro, ceñudo, la agreste
pompa del monte irritado:
¡y en el alma azul celeste
brota un jacinto rosado!
Voy, por el bosque, a paseo
a la laguna vecina:
y entre las ramas la veo,
y por el agua camina.
La serpiente del jardín
silba, escupe, y se resbala
por su agujero: el clarín
me tiende, trinando, el ala.
¡Arpa soy, salterio soy
donde vibra el Universo:
vengo del sol, y al sol voy:
soy el amor: soy el verso!
XVIII
El alfiler de Eva loca
es hecho del oro oscuro
que le sacó un hombre puro
del corazón de una roca.
Un pájaro tentador
le trajo en el pico ayer
un relumbrante alfiler
de pasta y de similor.
Eva se prendió al oscuro
talle el diamante embustero:
y echó en el alfiletero
el alfiler de oro puro.
XIX
Por tus ojos encendidos
Y lo mal puesto de un broche.
pensé que estuviste anoche
jugando a juegos prohibidos.
Te odié por vil y alevosa:
te odié con odio de muerte:
náusea me daba de verte
tan villana y tan hermosa.
Y por la esquela que vi
sin saber cómo ni cuándo.
sé que estuviste llorando
toda la noche por mí.
XX
Mi amor del aire se azora;
Eva es rubia, falsa es Eva:
viene una nube, y se lleva
mi amor que gime y que llora.
Se lleva mi amor que llora
esa nube que se va:
Eva me ha sido traidora:
¡Eva me consolará!
XXI
Ayer la vi en el salón
de los pintores, y ayer
detrás de aquella mujer
se me saltó el corazón.
Sentada en el suelo rudo
está en el lienzo: dormido
al pie, el esposo rendido:
al seno el niño desnudo.
Sobre unas briznas de paja
se ven mendrugos mondados:
le cuelga el manto a los lados,
lo mismo que una mortaja.
No nace en el torvo suelo
ni una viola, ni una espiga:
¡muy lejos, la casa amiga,
muy triste y oscuro el cielo!...
¡Esa es la hermosa mujer
que me robó el corazón
en el soberbio salón
de los pintores de ayer!
XXII
Estoy en el baile extraño
de polaina y casaquín
que dan, del año hacia el fin,
los cazadores del año.
Una duquesa violeta
va con un frac colorado:
marca un vizconde pintado
el tiempo en la pandereta.
Y pasan las chupas rojas;
pasan los tules de fuego,
como delante de un ciego
pasan volando las hojas.
XXIII
Yo quiero salir del mundo
por la puerta natural:
en un carro de hojas verdes
a morir me han de llevar.
No me pongan en lo oscuro
a morir como un traidor:
yo soy bueno, y como bueno
¡moriré de cara al sol!
XXIV
Sé de un pintor atrevido
que sale a pintar contento
sobre la tela del viento
y la espuma del olvido,
Yo sé de un pintor gigante,
el de divinos colores,
puesto a pintarle las flores
a una corbeta mercante.
Yo sé de un pobre pintor
que mira el agua al pintar,
el agua ronca del mar,
con un entrañable amor.
XXV
Yo pienso, cuando me alegro
como un escolar sencillo,
en el canario amarillo,
¡que tiene el ojo tan negro!
Yo quiero, cuando me muera,
sin patria, pero sin amo,
tener en mi tumba un ramo
de flores, ¡y una bandera!
XXVI
Yo que vivo, aunque me he muerto,
soy un gran descubridor,
porque anoche he descubierto
la medicina de amor.
Cuando al peso de la cruz
el hombre morir resuelve,
sale a hacer bien, lo hace, y vuelve
como de un baño de luz.
XXVII
El enemigo brutal
nos pone fuego a la casa:
el sable la calle arrasa,
a la luna tropical.
Pocos salieron ilesos
del sable del espanol:
la calle, al salir el sol,
era un reguero de sesos.
Pasa, entre balas, un coche:
entran, llorando, a una muerta:
llama una mano a la puerta
en lo negro de la noche.
No hay bala que no taladre
el portón: y la mujer
que llama, me ha dado el ser:
me viene a buscar mi madre.
A la boca de la muerte,
los valientes habaneros
se quitaron los sombreros
ante la matrona fuerte.
Y después que nos besamos
como dos locos, me dijo:
"¡vamos pronto, vamos, hijo:
la niña está sola: vamos!"
XXVIII
Por la tumba del cortijo
donde está el padre enterrado,
pasa el hijo, de soldado
del invasor: pasa el hijo.
El padre, un bravo en la guerra,
envuelto en su pabellón
alzase: y de un bofetón
lo tiende, muerto, por tierra.
El rayo reluce: zumba
el viento por el cortijo:
el padre recoge al hijo,
y se lo lleva a la tumba.
XXIX
La imagen del rey, por ley,
lleva el papel del Estado:
el niño fue fusilado
por los fusiles del rey.
Festejar el santo es ley
del rey: y en la fiesta santa
¡la hermana del niño canta
ante la imagen del rey!
XXX
El rayo surca, sangriento,
el lóbrego nubarrón:
echa el barco, ciento a ciento,
los negros por el portón.
El viento, fiero, quebraba
los almácigos copudos;
andaba la hilera, andaba,
de los esclavos desnudos.
El temporal sacudía
los barracones henchidos:
una madre con su cría
pasaba, dando alaridos.
Rojo, como en el desierto,
salió el sol al horizonte:
y alumbró a un esclavo muerto,
colgado a un seibo del monte.
Un niño lo vio: tembló
de pasión por los que gimen:
¡y, al pie del muerto, juró
lavar con su vida el crimen!
XXXI
Para modelo de un dios
el pintor lo envió a pedir:
¡para eso no! ¡para ir,
Patria, a servirte los dos!
Bien estará en la pintura
el hijo que amo y bendigo:
¡mejor en la ceja oscura,
cara a cara al enemigo!
Es rubio, es fuerte, es garzón
de nobleza natural:
¡hijo, por la luz natal!
¡hijo, por el pabellón!
Vamos, pues, hijo viril:
vamos los dos: si yo muero,
me besas: si tú... ¡prefiero
verte muerto a verte vil!
XXXII
En el negro callejón
donde en tinieblas paseo,
alzo los ojos, y veo
la iglesia, erguida, a un rincón.
¿Será misterio? ¿será
revelación y poder?
¿Será, rodilla, el deber
de postrarse? ¿qué será?
Tiembla la noche: en la parra
muerde el gusano el retoño;
grazna, llamando al otoño,
la hueca y hosca cigarra.
Graznan dos: atento al dúo
alzo los ojos, y veo
que la iglesia del paseo
tiene la forma de un búho.
XXXIII
De mi desdicha espantosa
siento, oh estrellas, que muero:
yo quiero vivir, yo quiero
ver a una mujer hermosa.
El cabello, como un casco,
le corona el rostro bello:
brilla su negro cabello
como un sable de Damasco.
¿Aquélla?... Pues pon la hiel
del mundo entero en un haz,
y tállala en cuerpo, y ¡haz
un alma entera de hiel!
¿Esta?... Pues esta infeliz
lleva escarpines rosados,
y los labios colorados,
y la cara de barniz.
El alma lúgubre grita:
"¡mujer, maldita mujer!"
¡no sé yo quién pueda ser
entre las dos la maldita!
XXXIV
¡Penas! ¿quién osa decir
que tengo yo penas? Luego,
después del rayo, y del fuego,
tendré tiempo de sufrir.
Yo sé de un pesar profundo
entre las penas sin nombres:
¡la esclavitud de los hombres
es la gran pena del mundo!
Hay montes, y hay que subir
los montes altos; ¡después
veremos, alma, quién es
quien te me ha puesto al morir!
XXXV
¿Qué importa que tu puñal
se me clave en el riñón?
¡Tengo mis versos, que son
más fuertes que tu puñal!
¿Qué importa que este dolor
seque el mar, y nuble el cielo?
El verso, dulce consuelo,
nace al lado del dolor.
XXXVI
Ya sé: de carne se puede
hacer una flor: se puede,
con el poder del cariño,
hacer un cielo,– ¡y un niño!
De carne se hace también
el alacrán; y también
el gusano de la rosa,
y la lechuza espantosa.
XXXVII
Aquí está el pecho, mujer,
que ya sé que lo herirás;
¡más grande debiera ser,
para que lo hirieses más!
Porque noto, alma torcida,
que en mi pecho milagroso,
mientras más honda la herida,
es mi canto más hermoso.
XXXVIII
¿Del tirano? Del tirano
di todo, ¡di más!, y clava
con furia de mano esclava
sobre su oprobio al tirano.
¿Del error? Pues del error
di el antro, di las veredas
oscuras: di cuanto puedas
del tirano y del error.
¿De mujer? Bien puede ser
que mueras de su mordida;
¡Pero no manches tu vida
diciendo mal de mujer!
XXXIX
Cultivo una rosa blanca,
en julio como en enero,
para el amigo sincero
que me da su mano franca.
Y para el cruel que arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo:
cultivo la rosa blanca.
XL
Pinta mi amigo el pintor
sus angelones dorados,
en nubes arrodillados,
con soles alrededor.
Pínteme con sus pinceles
los angelitos medrosos
que me trajeron, piadosos,
sus dos ramos de claveles.
XLI
Cuando me vino el honor
de la tierra generosa,
no pensé en Blanca ni en Rosa
ni en lo grande del favor.
Pensé en el pobre artillero
que está en la tumba, callado:
pensé en mi padre, el soldado:
pensé en mi padre, el obrero.
Cuando llegó la pomposa
carta, en su noble cubierta,
pensé en la tumba desierta,
no pensé en Blanca ni en Rosa.
XLII
En el extraño bazar
del amor, junto a la mar,
la perla triste y sin par
le tocó por suerte a Agar.
Agar, de tanto tenerla
al pecho, de tanto verla
Agar, llegó a aborrecerla:
majó, tiró al mar la perla.
Y cuando Agar, venenosa
de inútil furia, y llorosa,
pidió al mar la perla hermosa,
dijo la mar borrascosa:
"¿Qué hiciste, torpe, qué hiciste
de la perla que tuviste?
la majaste, me la diste:
yo guardo la perla triste".
XLIII
Mucho, señora, daría
por tender sobre tu espalda
tu cabellera bravía,
tu cabellera de gualda:
despacio la tendería,
callado la besaría.
Por sobre la oreja fina
baja lujoso el cabello,
los mismo que una cortina
que se levanta hacia el cuello.
la oreja es obra divina
de porcelana de China.
Mucho, señora, te diera
por desenredar el nudo
de tu roja cabellera
sobre tu cuello desnudo:
muy despacio la esparciera,
hilo por hilo la abriera.
XLIV
Tiene el leopardo un abrigo
en su monte seco y pardo:
yo tengo más que el leopardo,
porque tengo un buen amigo.
Duerme, como un juguete,
la mushma en su cojinete
de arce del Japón: yo digo:
«No hay cojín como un amigo.»
Tiene el conde su abolengo,
tiene la aurora el mendigo,
tiene ala el ave: ¡yo tengo
allá en México un amigo!
Tiene el señor presidente
un jardín con una fuente,
y un tesoro en oro y trigo:
tengo más, tengo un amigo.
XLV
Sueño con claustros de mármol
donde en silencio divino
los héroes, de pie, reposan:
¡de noche, a la luz del alma,
hablo con ellos: de noche!
están en fila: paseo
entre las filas: las manos
de piedra les beso: abren
los ojos de piedra: mueven
los labios de piedra: tiemblan
las barbas de piedra: empuñan
la espada de piedra: lloran:
¡vibra la espada en la vaina!
mudo, les beso la mano.
¡Hablo con ellos, de noche!
están en fila: paseo
entre las filas: lloroso
me abrazo a un mármol: "¡Oh mármol,
dicen que beben tus hijos
su propia sangre en las copas
venenosas de sus dueños!
¡Que hablan la lengua podrida
de sus rufianes! ¡Que comen
juntos el pan del oprobio,
en la mesa ensangrentada!
¡Que pierden en lengua inútil
el último fuego! ¡Dicen,
oh mármol, mármol dormido,
que ya se ha muerto tu raza!"
Echame en tierra de un bote
el héroe que abrazo: me ase
del cuello: barre la tierra
con mi cabeza: levanta
el brazo, ¡EI brazo le luce
lo mismo que un sol! : resuena
la piedra: buscan el cinto
las manos blancas: ¡del soclo
saltan los hombres de mármol!
XLVI
Vierte, corazón, tu pena
donde no se llegue a ver,
por soberbia, y por no ser
motivo de pena ajena.
Yo te quiero, verso amigo,
porque cuando siento el pecho
ya muy cargado y deshecho,
parto la carga contigo.
Tú me sufres, tú aposentas
en tu regazo amoroso,
todo mi ardor doloroso,
todas mis ansias y afrentas.
Tú, porque yo pueda en calma
amar y hacer bien, consientes
en enturbiar tus corrientes
en cuanto me agobia el alma.
Tú, porque yo cruce fiero
la tierra, y sin odio y puro,
te arrastras, pálido y duro,
mi amoroso compañero.
Mi vida así se encamina
al cielo limpia y serena,
y tú me cargas mi pena
con tu paciencia divina.
Y porque mi cruel costumbre
de echarme en ti te desvía
de tu dichosa armonía
y natural mansedumbre.
Porque mis penas arrojo
sobre tu seno, y lo azotan,
y tu corriente alborotan,
y acá lívido, allá rojo,
Blanco allá como la muerte,
ora arremetes y ruges,
ora con el peso crujes
de un dolor más que tú fuerte.
¿Habré, como me aconseja
un corazón mal nacido,
de dejar en el olvido
a aquel que nunca me deja?
¡Verso, nos hablan de un Dios
a dónde van los difuntos:
verso, o nos condenan juntos,
o nos salvamos los dos!
José Martí.
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Búsqueda espacial
Antes de haber nacido, cuando apenas
en las galaxias era calofrío,
o sed en rotación por el vacío,
o sangre sin la cárcel de las venas;
antes de ser en túnica de arenas
un angustiado palpitar sombrío,
antes, mucho antes que este cuerpo mío
supiera de esperanzas y de penas:
ya buscaba tu nombre, tu semblante,
el disperso latir de tu vivencia,
tu mirada en las nubes esparcida;
porque, desde el asomo delirante
de mis instintos ciegos, tu existencia
era ya por mis ansias presentida.
II
¿Cuántas transmutaciones has pasado?
¿cuántos siglos de luz, cuántos colores,
nebulosas, crepúsculos y flores
para llegar a ser, has transitado?
¿En qué constelaciones has brillado?
¿Después de cuántas muertes y dolores,
de huracanes, relámpagos y albores
la forma corporal has conquistado?
No puedo concebir mi pensamiento
esa edad atmosférica que hicimos
en giratoria espera; mas yo siento
que milenios de lumbres anduvimos
esperanzados en el firmamento,
hasta unir este amor con que existimos.
Elías Nandino.
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Metamorfosis
Era un cautivo beso enamorado
de una mano de nieve que tenía
la apariencia de un lirio desmayado
y el palpitar de una ave en agonía.
Y sucedió que un día,
aquella mano suave
de palidez de cirio,
de languidez de lirio,
de palpitar de ave,
se acercó tanto a la prisión del beso,
que ya no pudo más el pobre preso
y se escapó; mas, con voluble giro,
huyó la mano hasta el confín lejano,
y el beso, que volaba tras la mano,
rompiendo el aire, se volvió suspiro.
Luis G. Urbina.
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La canción desesperada
Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.
El río anuda al mar su lamento obstinado.
Abandonado como los muelles en el alba.
¡Es la hora de partir, oh abandonado!
Sobre mi corazón llueven frías corolas.
¡Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos!
En ti se acumularon las guerras y los vuelos.
De ti alzaron las alas los pájaros del canto.
Todo te lo tragaste, como la lejanía.
Como el mar, como el tiempo. ¡Todo en ti fue naufragio!
Era la alegre hora del asalto y el beso.
La hora del estupor que ardía como un faro.
Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego,
turbia embriaguez de amor, ¡todo en ti fue naufragio!
En la infancia de niebla mi alma alada y herida.
Descubridor perdido, ¡todo en ti fue naufragio!
Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo.
Te tumbó la tristeza, ¡todo en ti fue naufragio!
Hice retroceder la muralla de sombra,
anduve más allá del deseo y del acto.
Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí,
a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto.
Como un vaso albergaste la infinita ternura,
y el infinito olvido te trizó como a un vaso.
Era la negra, negra soledad de las islas,
y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.
Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta.
Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.
¡Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme
en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos!
Mi deseo de ti fue el más terrible y corto,
el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.
Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas,
aún los racimos arden picoteados de pájaros.
Oh la boca mordida, oh los besados miembros,
oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.
Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo
en que nos anudamos y nos desesperamos.
Y la ternura, leve como el agua y la harina.
Y la palabra apenas comenzada en los labios.
Ese fue mi destino y en él viajó mi anhelo,
y en él cayó mi anhelo, ¡todo en ti fue naufragio!
Oh sentina de escombros, en ti todo caía,
qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron.
De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste
de pie como un marino en la proa de un barco.
Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes.
Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo.
Pálido buzo ciego, desventurado hondero,
descubridor perdido, ¡todo en ti fue naufragio!
Es la hora de partir, la dura y fría hora
que la noche sujeta a todo horario.
El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.
Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros.
Abandonado como los muelles en el alba.
Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos.
Ah más allá de todo. Ah más allá de todo.
Es la hora de partir. ¡Oh abandonado!
Pablo Neruda.
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Poema 15
Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
Pablo Neruda.
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Poema 20
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.
Pablo Neruda.
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El día que me quieras
El día que me quieras tendrá más luz que junio;
la noche que me quieras será de plenilunio,
con notas de Beethoven vibrando en cada rayo
sus inefables cosas,
y habrá juntas más rosas
que en todo el mes de mayo.
Las fuentes cristalinas
irán por las laderas
saltando cristalinas
el día que me quieras.
El día que me quieras, los sotos escondidos
resonarán arpegios nunca jamás oídos.
Extasis de tus ojos, todas las primaveras
que hubo y habrá en el mundo serán cuando me quieras.
Cogidas de la mano cual rubias hermanitas,
luciendo golas cándidas, irán las margaritas
por los montes y praderas,
delante de tus pasos, el día que me quieras...
y si deshojas una, te dirá su inocente
postrer pétalo blanco: ¡Apasionadamente!
Al reventar el alba del día que me quieras,
y en el estanque, nido de gérmenes ignotos,
florecerán las místicas corolas de los lotos.
El día que me quieras será cada celaje
ala maravillosa, cada arrebol miraje
de "Las Mil y una Noche", cada brisa un cantar,
cada árbol una lira, cada monte un altar.
El día que me quieras, para nosotros dos
cabrá en un solo beso la beatitud de Dios.
Amado Nervo.
*********************************************
En paz
Artifex vitae, artifex sui
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales coseché siempre rosas.
... Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡más tú no dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas,
y en cambio tuve algunas santamente serenas...
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
Amado Nervo.
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Gratia Plena
Todo en ella encantaba, todo en ella atraía:
su mirada, su gesto, su sonrisa, su andar...
El ingenio de Francia de su boca fluía.
Era llena de gracia, como el Avemaría;
¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar!
Ingenua como el agua, diáfana como el día,
rubia y nevada como Margarita sin par,
al influjo de su alma celeste amanecía...
Era llena de gracia, como el Avemaría;
¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar!
Cierta dulce y amable dignidad la investía
de no sé qué prestigio lejano y singular,
más que muchas princesas, princesa parecía:
era llena de gracia, como el Avemaría;
¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar!
Yo gocé el privilegio de encontrarla en mi vía
dolorosa; por ella tuvo fin mi anhelar.
Y cadencias arcanas halló mi poesía.
Era llena de gracia, como el Avemaría;
¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar!
!Cuánto, cuánto la quise! ¡Diez años fue mía;
pero flores tan bellas nunca pueden durar!
Era llena de gracia, como el Avemaría,
y a la fuente de gracia, de donde procedía,
¡se volvió... como gota que se vuelve a la mar!
Amado Nervo.
*********************************************
Silencio
Así como del fondo de la música
brota una nota
que mientras vibra crece y se adelgaza
hasta que en otra música enmudece,
brota del fondo del silencio
otro silencio, aguda torre, espada,
y sube y crece y nos suspende
y mientras sube caen
recuerdos, esperanzas,
las pequeñas mentiras y las grandes,
y queremos gritar y en la garganta
se desvanece el grito:
desembocamos al silencio
en donde los silencios enmudecen.
Octavio Paz
*********************************************
Acabar con todo
Dame, llama invisible, espada fría,
tu persistente cólera,
para acabar con todo,
oh mundo seco,
oh mundo desangrado,
para acabar con todo.
Arde, sombrío, arde sin llamas,
apagado y ardiente,
ceniza y piedra viva,
desierto sin orillas.
Arde en el vasto cielo, laja y nube,
bajo la ciega luz que se desploma
entre estériles peñas.
Arde en la soledad que nos deshace,
tierra de piedra ardiente,
de raíces heladas y sedientas.
Arde, furor oculto,
ceniza que enloquece,
arde invisible, arde
como el mar impotente engendra nubes,
olas como el rencor y espumas pétreas.
Entre mis huesos delirantes, arde;
arde dentro del aire hueco,
horno invisible y puro;
arde como arde el tiempo,
como camina el tiempo entre la muerte,
con sus mismas pisadas y su aliento;
arde como la soledad que te devora,
arde en ti mismo, ardor sin llama,
soledad sin imagen, sed sin labios.
Para acabar con todo,
oh mundo seco,
para acabar con todo.
Octavio Paz
*********************************************
Definición del amor
Es hielo abrazador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.
Es un descuido que nos da cuidado,
un cobarde con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.
Es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero paroxismo;
enfermedad que crece si es curada.
Este es el niño, Amor, éste es su abismo.
¡Mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo!
Francisco de Quevedo.
**********************************************
Un día te querré
Un día te querré... Un día: ¿cuándo?
No lo sé, ni me importa, todavía.
Tan segura de amarte estoy, un día,
que ni anhelo ni busco, voy andando.
Mi mano que la espera va ahuecando
hoy reposa indolente, blanda y fría.
Un día te querrá... Hoy sólo ansía
encerrarse en la tuya, descansando.
Mi amor sabe aguardar. No es impaciente:
su deseo es arroyo, y no torrente
que hacia ti, con certeza, sigue andando.
Y una tarde cualquiera y diferente
me ha de dar a tu amor, serenamente.
Un día te amaré: ¿qué importa cuándo?
Julia Prilutzky Farny.
*********************************************
Después de todo
Después de todo -pero después de todo-
sólo se trata de acostarnos juntos,
se trata de la carne,
de los cuerpos desnudos,
lámpara de la muerte en el mundo.
Gloria degollada, sobreviviente
del tiempo sordomudo
mezquina paga de los que mueren juntos.
A la miseria del placer, eternidad,
condenaste la búsqueda, al injusto
fracaso encadenaste sed,
clavaste el corazón a un muro.
Se trata de mi cuerpo al que bendigo,
contra el que lucho,
el que ha de darme todo
en un silencio robusto
y el que se muere y mata a menudo.
Soledad, márcame con tu pie desnudo.
Aprieta mi corazón como las uvas
y lléname la boca con su licor maduro.
Jaime Sabines.
*************************************
Entresuelo
Un ropero, un espejo, una silla,
ninguna estrella, mi cuarto, una ventana,
la noche como siempre, y yo sin hambre,
con un chicle y un sueño, una esperanza.
Hay muchos hombres fuera, en todas partes,
y más allá la niebla, la mañana.
Hay árboles helados, tierra seca,
peces fijos idénticos al agua,
nidos durmiendo bajo tibias palomas.
Aquí, no hay mujer. Me falta.
Mi corazón desde hace días quiere hincarse
bajo alguna caricia, una palabra.
Es áspera la noche. Contra muros, la sombra
lenta como los muertos, se arrastra.
Esa mujer y yo estuvimos pegados con agua.
Su piel sobre mis huesos
y mis ojos dentro de su mirada.
Nos hemos muerto muchas veces
al pie del alba.
Recuerdo que recuerdo su nombre,
sus labios, su transparente falda.
Tiene los pechos dulces, y de un lugar
a otro de su cuerpo hay una gran distancia:
de pezón a pezón cien labios y una hora,
de pupila a pupila un corazón, dos lágrimas.
Yo la quiero hasta el fondo de todos los abismos,
hasta el último vuelo de la última ala,
cuando la carne toda no sea carne, ni el alma
sea alma.
Es precioso querer. Yo ya lo sé. La quiero.
¡Es tan dura, tan tibia, tan clara!
Esta noche me falta.
Sube un violín desde la calle hasta mi cama.
Ayer miré dos niños que ante un escaparate
de maniquíes desnudos se peinaban.
El silbato del tren me preocupó tres años,
hoy sé que es una máquina.
Ningún adiós mejor que el de todos los días
a cada cosa, en cada instante, alta
la sangre iluminada.
Desamparada sangre, noche blanda,
tabaco del insomnio, triste cama.
Yo me voy a otra parte.
Y me llevo mi mano, que tanto escribe y habla.
Jaime Sabines.
*************************************
Por qué me quité del vicio
No es por hacerles desaigre...
Es que ya no soy del vicio...
Astedes mi lo perdonen,
pero es qui hace más de cinco
años que no tomo copas,
onqui ande con los amigos...
¿Que si no me cuadran?...¡Harto!
Pa' qué he di hacerme el santito;
si he sido rete borracho...
¡Como pocos lo haigan sido!
Perora sí ya no tomo,
¡manque me lleven lo pingos!
Dende antes que me casara
encomencé con el vicio,
y luego ya de casado,
también le tupí macizo...
¡Pobrecita de mi vieja!
¡Sempre tan guena conmigo...!
¡Por más que l'ice sofrir
nunca me perdió el cariño!
Era una santa la pobre
y yo con ella un endino.
Nomás porque no sofriera
llegué a quitarme del vicio,
pero poco duró el gusto...
la de malas se nos vino
y una noche redepente,
quedó com'un pajarito...
Dicen que jué el corazón...
¡Yo no sé lo que haiga sido!,
pero sento en la concencia
que jue mi vicio cochino
el qu'hizo que nos dejara
solitos a mí y a m'hijo,
un chilpayate de ocho años
que quedaba guerfanito
a l'edá en que hace más falta
¡la madre con su cariño!
Me sentí disesperado
de verme solo con m'hijo...
¡Pobrecita criatura!
¡Mal cuidado, mal vestido!
sempre solo... ricordando
al ángel que 'bía perdido...
Antonces pa' no pensar
golgí a darle al vicio
porque poniéndome chuco
me jallaba más tranquilo,
y cuando ya estaba briago
y casi juera de juicio
¡parece que mi dejunta
'taba allí junto conmigo!
Al salir del trabajo,
m'iba yo con los amigos.
Y aluego ya a medios chiles
mercaba yo harto refino,
y regresaba a mi casa
'onde mi aguardaba m'hijo.
Y allí...¡duro!, trago y trago
hasta ponerme bien pítimo...
¡Y aistaba la tarugada!
Ya indiantes les he dicho
luegito vía a mi vieja
que llegaba a hablar conmigo
y encomenzaba a decirme
cosas de mucho cariño,
y yo a contestar con ella
como si juera dialtiro,
cierto lo questaba viendo,
y en tan mientras que m'hijo
si abrazaba a mí asustado
diciéndome el pobre niño:
¿'Onde está mi mamacita?...
Dime 'onde está papacito...
¿Es verdá que ti está hablando?
¿Cómo yo no la deviso?...
"Pos qué no la ve, tarugo...
¡Vaya que li haga cariños!"
Y el pobrecito lloraba
y pelaba sus ojitos
buscando ritiasustado
a aquella a quien tanto quiso.
Una nochi, al rigresar
d'estarle dando al oficio,
llego y al abrir la puerta
¡Ay Jesús lo que deviso!
Hecho bolas sobre el suelo
'taba tirado m'hijo
risa y risa como un loco,
y pegando chicos gritos...
"¿Qué ti pasa?...¿Qué sucede?...
¿Ti has guelto loco dialtiro?"...
Pero entonces, en la mesa
vide el frasco del refino
que yo 'bía dejado lleno,
interamente vacío...
luego, luego me dí cuenta
y me puse retemuino;
¡Qui has hecho, izcuintle malvado!
¡Ya bebites el refino!...
¡Pa' qui aprendas a ser gueno
voy a romperte el hocico!...
Y aluego con harto susto...
que l'hizo volver al juicio,
y con una voz de angustia
que no he di olvidar, me dijo:
"No me puegues papacito,
jué por ver a mi mamita
como cuando habla contigo!
¡Jué pa' que ella me besara
y m'hiciera hartos cariños!...
........................................
Desde entonces ya no tomo,
onqui ande con los amigos
No es por hacerles desaigre,
pero ya no soy del vicio...
Y cuando quiero rajarme
porque sento el gusanito
de tomarme una copa,
nomás mi acuerdo de m'hijo
y entonces si,¡ ya no tomo
manque me lleven los pingos!...
Carlos Rivas Larrauri.
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No pasa del corredor…
Si ustedes me lo permiten
escribiré en español,
porque hoy no me da la gana
de hacer versos en "folklore".
Y si no me lo permiten,
concédanme su perdón
y sin más contemplaciones
doblen la hoja y... se acabó.
Pero como yo les debo
dar alguna explicación
del motivo que me obliga
a escribir en español,
o en algo que se parezca
a ese idioma encantador
(no vaya a venir alguno
y diga que es presunción
llamar lengua castellana
a ésta en que escribiendo estoy),
voy a explicarles a ustedes
la causa por la que yo
hoy escribo estas cuartillas
en mal romance español.
Imagínense que anoche
un amigo me pidió
que fuera en su compañía
a cierta amable reunión;
y yo, que soy complaciente,
no quise decir que no
y fui a donde me llevaba mi amigo;
pero, por Dios puedo jurarles
a ustedes que no imaginaba yo
la plancha que iba a tirarme
en la famosa reunión,
por causa de una señora
que me tildó de impostor
en el preciso momento
en que alguien me presentó
diciéndole que yo era Rivas Larrauri,
el autor de aquellas rimas vernáculas
de "grata" recordación
(lo de "grata" lo dijo él,
no vayan a creer que yo).
Y es que la buena señora,
en su inocente candor,
no quiere admitir la idea,
ni jurándolo por Dios,
de que pueda quien escribe
esas "cosas" de "folklore",
vestir de gente decente
y hablar "casi" en español.
La muy... ingenua pensaba
que este humilde servidor,
en vez de usar un "plumaje"
cortado a la perfección
(esto es para que Martínez,
mi sastre, con esta flor
me cobre un poquito menos
en la próxima ocasión),
vistiera de rigurosa mezclilla
un buen "overol";
y en lugar del "Borsalino",
del "Stetson" o del "Dobbs",
un sombrero de petate
o un gorrito muy... "folklore".
Mucho menos concebía
que pudiera hablarle yo
sin decir "dialtiro", "ansina",
"me cuadra", "no li aunque" y "pos."
Y como sé que la duda
dialtiro se le quedó,
pos he querido prebarle
que también en español
echa verso, si. se ofrece,
su güen cuate y servidor...
Pero... ¡caray! si ora caigo
en que ya se mi olvidó
qu'encomencé en castellano
y ya rigresé al "folklore".
¡Lo que preba mesmamente
que tiene muncha razón
la siñora que no créiba
ni de relajo que yo
juera persona decente
y qui hablara en español...!
Y preba también, de plano,
qu'en cualesquera ocasión
"¡el que nace pa maceta,
no pasa del corredor...!
Carlos Rivas Larrauri.
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Ayer te besé en los labios
Ayer te besé en los labios.
Te besé en los labios. Densos,
rojos. Fue un beso tan corto
que duró más que un relámpago,
que un milagro, más.
El tiempo
después de dártelo
no lo quise para nada
ya, para nada
lo había querido antes.
Se empezó, se acabó en él.
Hoy estoy besando un beso;
estoy solo con mis labios.
Los pongo
no en tu boca, no, ya no
-¿adónde se me ha escapado?-.
Los pongo
en el beso que te di
ayer, en las bocas juntas
del beso que se besaron.
Y dura este beso más
que el silencio, que la luz.
Porque ya no es una carne
ni una boca lo que beso,
que se escapa, que me huye.
No.
Te estoy besando más lejos.
Pedro Salinas.
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Tú me quieres blanca
Tú me quieres alba,
me quieres de espumas,
me quieres de nácar.
que sea azucena
sobre todas, casta.
de perfume tenue.
corola cerrada
Ni un rayo de luna
filtrado me haya.
ni una margarita
se diga mi hermana.
tú me quieres nívea,
tú me quieres blanca,
tú me quieres alba.
Tú que hubiste todas
las copas a mano,
de frutos y mieles
los labios morados.
tú que en el banquete
cubierto de pámpanos
dejaste las carnes
festejando a Baco.
tú que en los jardines
negros del Engaño
vestido de rojo
corriste al Estrago.
Tú que el esqueleto
conservas intacto
no sé todavía
por cuáles milagros,
me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡me pretendes alba!
Huye hacia los bosques,
vete a la montaña;
límpiate la boca;
vive en las cabañas;
toca con las manos
la tierra mojada;
alimenta el cuerpo
con raíz amarga;
bebe de las rocas;
duerme sobre escarcha;
renueva tejidos
con salitre y agua;
habla con los pájaros
y lévate al alba.
y cuando las carnes
te sean tornadas,
y cuando hayas puesto
en ellas el alma
que por las alcobas
se quedó enredada,
entonces, buen hombre,
preténdeme blanca,
preténdeme nívea,
preténdeme casta.
Alfonsina Storni.
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