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Tipos de tabaco

 
 

 

Tipos de tabaco, Historia del Tabaco como evoluciono

Las campañas antitabaco ya tienen varios años de existencia, y las medidas restrictivas son cada vez más fuertes en algunos países. Muchos se preguntan el motivo. La humanidad ha fumado durante siglos, así que ¿a qué viene este súbito furor? ¿Y por qué precisamente ahora? La respuesta podría encontrarse echando un vistazo a los libros de historia. Porque, en contra de la creencia generalizada que opina que la fobia a cigarrillos, puros pipas es propia de fines del siglo XX, la realidad nos muestra que la estimación social de los tipos de tabaco ha sufrido un desarrollo cíclico que terminó llevándolo a donde comenzó: a ser considerado como un vicio nefasto y desde todo punto de vista rechazable.

   
 


Los fumadores de hoy día, que se sienten víctimas de un acoso implacable, aluden con enojo a los métodos inquisitoriales de los antitabaquistas. Y es un término bastante exacto, porque de hecho, hace siglos, la Inquisición era una acérrima enemiga de todos los tipos de tabaco y perseguía- aunque no a muerte- a los que fumaban en público. Al poco tiempo de comenzar a propagarse los diferentes tipos de tabaco por Europa la Iglesia prohibió terminantemente fumar dentro de los templos y recintos sagrados; sin embargo, numerosos sacerdotes fumaban a escondidas de sus fieles. Hoy no es la Iglesia sino el Estado el que intenta erradicar el vicio; y a pesar de ello, numerosos políticos, incluidos ministros y jefes de Estado, son fumadores, aunque intentan esconderse detrás de su propia cortina de humo, de los fotógrafos y de las cámaras de televisión para que no los tomen “in fraganti”. De todas formas, en lo que a nosotros se refiere, las medidas no obligan a dejar de fumar tabaco a quien no quiera hacerlo sino a respetar un espacio que en definitiva es de todos. Intenta establecer ciertas de convivencia que deberían extenderse a otras áreas, porque hay quienes opinan que poco sirve prohibirle al dueño de una línea de colectivos que fume o no determinados tipos de tabaco, en determinado lugar y permitirle que a sus vehículos exhalen grandes bocanadas de gases tóxicos por las calles de la ciudad. Los diferentes tipos de tabaco tienen su origen en el Nuevo Mundo, desde donde se difundió a toda la humanidad. Los indios de distintas zonas de América eran aficionados a liar, en forma de tubo, las hojas de una planta desconocida para los conquistadores, prender fuego a un extremo y aspirar el humo, chupando por el otro. Costumbre más que extraña, exótica e inexplicable para los marinos del viejo continente, que, sin embargo, no tardaron en tomarle el gusto. No pasó mucho tiempo sin que la nueva planta fuera embarcada hacia Europa, y poco después, en diversos países, comenzaron a darse las primeras pitadas.
Corrían los albores del siglo XVI, y ya encontramos allí un primer ejemplo de que la consideración social del hábito ha tenido siempre una gran influencia en el número de fumadores. Porque el consumo de tabaco era considerado entonces como algo propio de las clases bajas, mientras que la nobleza y los aristócratas –aunque cultivaban diferentes tipos de tabaco en su jardines, para darse corte ante sus amistades de poseer una planta exótica- lo rechazaban drásticamente. Eso sin contar con que los efectos del humo, que a veces producía mareos y vómitos para los bronquios poco entrenados, no parecían demasiado recomendables.
Unos decenios más tarde parece en escena un caballero francés llamado Jean Nicot, que durante los años que desempeñó el cargo de embajador en Lisboa manifestó haber descubierto una hierba de las Indias, maravillosamente eficaz contra el cáncer –por raro que hoy pueda sonar-, el herpes y la sarna, y envió unas muestras a la entonces reina de Francia, Catalina de Médicis. Dicha hierva, claro, no era otra que el tabaco, y la encendida defensa que el francés hizo de ella puede haber motivado que el primer agente activo de la planta sea hoy denominado nicotina.
A lo largo del siglo XVII el número de fumadores fue aumentando tanto en Europa como en las en aquel entonces colonias americanas. En Inglaterra, país donde llegó de la mano de sir Walter Raleigh, contó con la oposición del rey Jacobo I, que encontraba repugnante la naciente costumbre de fumar en pipa; y más repugnante aún el hecho de que el tabaco de mejor calidad llegara a través de España, enemigo feroz de Inglaterra en aquel entonces. Pero sus intentos por conseguir que los ingleses conservaran el pulmón inmaculado, fueron completamente inútiles, y viendo que no podía erradicar el vicio decidió ponerlo a precios prohibitivos. En 1608 creó el impuesto al tabaco y elevó las tazas aduaneras para su exportación aún 4000%. Mientras tanto, Raleigh fundó en los Estados Unidos la colonia de Virginia, que pronto se convertiría en el primer productor de tabaco del mundo. Años después, cuando en 1618 Jacobo I ordenó ejecutar a Raleigh, argumentando para ello el fracaso de sus últimas expediciones, quién sabe si no aprovecharía también la ocasión para desquitarse del introductor del vicio humeante en el territorio inglés. En todo caso, parece que Raleigh aprovechó para fumarse la última pipa de su vida… camino del cadalso.
Paralelamente el auge del humo se produce el del tabaco en polvo, otro de los tipos de tabaco, que se aspira y se masca, en una importación de las costumbres de los indígenas americanos. Esta variante en el consumo del tabaco se mantendrá a lo largo de dos siglos y alcanzará su máximo esplendor en el siglo XVIII, paradójicamente mientras entablaba una dura lucha contra su principal competidor: el rapé, introducido en la alta sociedad de Francia por el anteriormente mencionado Nicot, verdadero promotor de vicios. Mientras tanto, España seguía consolidando su posición como primer importador europeo de tabaco, que enraba principalmente a través de los puertos andaluces, particularmente Sevilla, donde se crea, en 1620, la primera fábrica de tabaco. Ésta, ante la creciente demanda sería ampliada y reinaugurada en 1770. El hábito se extendió por Europa en parte por medio de los comerciantes y en parte gracias a las guerras, muy numerosas a lo largo del siglo XVIII. Sus efectos estimulantes o tranquilizantes, según como se fumara, aumentaron su popularidad.
Por aquel entonces fumar era ya una costumbre –la palabra vicio aún no se le había aplicado- difundida y aceptada en toda Europa; fumaban ricos y pobres, villanos y aristócratas, hombres y mujeres. Las ventas de los diferentes tipos de tabaco llegaron tan alto en algunos países que se convirtieron en su principal fuente de ingresos.

Durante la Guerra Civil estadounidense, el Norte compraba armas a la enviciada Europa, pagándolas con tabaco. Ya nadie hablaba de vicio nefasta o costumbre de plebeyos. Simplemente, se fumaba, principalmente en puro y en pipa, mientras dosis más diminutas de tabaco envueltas en papel, y conocidas como cigarrillos, irían poco a poco ganando terreno.
La nueva y majestuosa fábrica de Sevilla –El Escorial del Tabaco, como se la conocía-se convirtió en la principal abastecedora de Europa. Y al mismo tiempo entró en la tradición y folclore de su país gracias a su equipo de operarias: las famosas cigarreras de Sevilla. Estas fueron popularizadas por George Bizet, que convirtió a una de ellas en la protagonista de su ópera Carmen.
Poco a poco, durante los siglos XVII y XIX, fumar dejó de ser una costumbre y pasó a convertirse en una moda; el mercado del tabaco no se limitaba ya a la planta, sino que ofrecía una colección amplísima de accesorios para el fumador. En 1826 salieron al mercado inglés los fósforos, que no tardaron en ser producidos en masa. Las estadísticas demostraron que con su aparición el consumo de tabaco registró un aumento espectacular.
Pero las primeras advertencias sobre la salud y sus cuidados no tuvieron como protagonista al tabaco sino a los fósforos. Éstos, al ser encendidos, dejaban escapar un olor fuerte y repugnante, motivo por el cual aparecía en las cajas un aviso se leía que las personas con pulmones delicados deberían abstenerse de encenderlos. Dicho de otro modo, lo que se consideraba perjudicial para el pulmón eran los fósforos y no el tabaco. Éste pasaba impunemente de bronquio en bronquio, con nuevas mezclas y sabores, señalando el principio de la competencia entre los tabacos cubano, norteamericano y turco.
La entrada del siglo XX trajo consigo la extensión desmesurada del hábito; habían llegado las revoluciones industriales, el capitalismo, la producción en masa y cada vez más tipos de tabaco. La edad contemporánea se iba a caracterizar por ser la era de la velocidad y de la acción, frente a la vida pausada y contemplativa de siglos anteriores. En semejante contexto, con horarios de trabajo agobiantes, masificación de las grandes ciudades, falta de tiempo, ¿ quién podría seguir disfrutando tranquilamente del tabaco? Probablemente lo que se a dado en llamar el “ajetreo de la vida moderna” haya sido uno de los factores determinantes de la preferencia del cigarrillo frente al puro y la pipa. Fumar ya no era sólo un acto pasivo que acompañaba la conversación, a la lectura, al tiempo libre. Ahora comenzaban a predominar sus caracteres de estimulante, tranquilizante, “doping” o instrumento de trabajo.
En 1909 el barón alemán Carl von Auer von Welsbach inventa el encendedor de nafta, cinco años después de haber inventado, él también, las piedras de mechero. Ya existían hacía tiempo los fósforos, pero la popularidad del nuevo artefacto es inmediata; el equipo del fumador- paquete de cigarrillos y fuego – puede llevarse encima a todas partes. El cigarrillo es perfecto para consumir en toda ocasión, en un breve espacio de tiempo. Mientras se espera el tren o el colectivo; después de desayunar o de comer; en una breve pausa durante el trabajo. Estamos asistiendo a lo que pronto será la consolidación de uno de los mitos del siglo XX…y de su droga más popular y extendida.

En nuestro país fueron los “43”, los primeros cigarrillos armados y empaquetados a mano y hoy, aunque renovados, todavía perduran en el mercado. Nacieron en 1898, cuando en una bohardilla de la entonces calle Piedad, hoy Bartolomé Mitre, se instala la S.A. Manufactura de Tabacos Piccardo y Cía. Ltda., con sólo una máquina picadora de tabaco, que se acciona manualmente. La empresa creció y se fusionó luego, en 1977, con la Compañía Nobleza de Tabacos. A la par crecieron otras empresas como Massalin y Calesco, Manufactura de Tabacos Particulares de V.F. Greco y Cía., MAnufactua de Tabaco Imparciales S.A., que finalmente también se unieron.
El auge de las comunicaciones ayudó a extender el hábito: la publicidad del tabaco está por todas partes. Su consumo se va asociando a diferentes prototipos sociales. Los astros de Hollywood fuman cigarrillos sin filtros; las vampiresas del teatro y el music-hall, con largas boquillas; los escritores, en pipa, y los hombres de Estado, puros. Todo el mundo fuma. O casi todo el mundo.
Aún no existían leyes claras sobre ello, pero los adultos sentían instintivamente que los menores no debían empezar a echar humo por la boca y la nariz, y se lo prohíben. Aún así, encender un cigarrillo pareció ser unas de las pruebas primitivas que había que pasar para llegar a la hombría. El fumar, que en un principio era sólo cosa de hombres, luego también de mujeres y más delante de jóvenes, terminó siendo un problema de todos, fumadores y “fumadores no fumadores”.

Es curioso cómo la humanidad no se dio cuenta de la sensación de necesidad que iba ejerciendo el tabaco sobre ella, pero no le faltaron oportunidades. Hubiera bastado con que se diera cuenta del síndrome colectivo de abstinencia que experimentaba en períodos de carestía económica, como las guerras; el tabaco de ningún modo podía faltar. No importaba su calidad, ni los tipos de tabaco bastaba con que fuera fumable.
Pero en los años 50 se dio la voz de alarma, cuando investigaciones médicas dignas de todo crédito comenzaron a anunciar la estrecha relación existente entre el tabaco y enfermedades, como diversos tipos de cáncer (pulmón, garganta, vejiga), infarto, bronquitis crónica y complicaciones en el embarazo. Fue el inicio de una guerra entre la medicina y la industria tabacalera, que iba a durar décadas y que aún continúa. Los fabricantes de tabaco emprendieron al poco tiempo el contraataque. Su principal arma fue el lanzamiento de los cigarrillos con filtro, argumentando que eran mucho más suaves y retenían gran cantidad de toxinas. Significativamente la palabra “suave” estuvo a partir de entonces muy presente en las campañas publicitarias de cigarrillos. En los Estados Unidos, sin embargo, poco importaba ya que John Wayne anunciara “Camel”, Gary Cooper y Robert Taylor declararan que preferían “Lucky Streeke”, o que Rita Hayworth dejara bien en claro que para ella no había ninguna marca como “Chesterfield”. Los médicos eran insistentes: el tabaco, con filtro o sin él, era nocivo para la salud. El tira y afloje continuó, con clara ventaja para los fumadores, durante mucho tiempo. Ala gente no le parecía importarle saber que los cigarrillos dañaban su cuerpo; al fin de cuentas también lo hacían el café, el alcohol, la polución… ya se sabe, era el viejo reproche: “Todo lo que me gusta es inmoral, es ilegal o engorda”. Por otra parte, la sociedad occidental comenzó a verse invadida por drogas más evidentes, más dañinas y sobre todo ilegales; y la atención sanitaria se desvió del tabaco momentáneamente.
Pero sólo por un tiempo, porque en 1974 la Organización Mundial de la Salud dio oficialmente al tabaco la categoría de droga. A partir de entonces los antitabaquistas contaron con un arma de primer orden contra las chimeneas humanas que contaminan sus vidas.
Las zonas sin humo y los cartelitos de “Prohibido Fumar” aumentaron por todas partes. Pero el tabaco también: si sacamos un promedio del consumo global en un año, vemos que a cada habitante del planeta le corresponde una medida de 1200 cigarrillos, 60 paquetes al año, fume o no fume. Así las cosas en los 80 fue cuando comenzó la gran ofensiva. El ambiente era propicio para ello: no sólo la totalidad de los estudios médicos confirmaron la peligrosidad de los tipos de tabaco y su altísimo grado de adicción, sino que la presente década a estado caracterizada por el afán de vivir más sanamente, la nutrición equilibrada y el culto al buen estado físico. En síntesis una década light, con una sociedad cada vez más light, en la que el humo tiene cada vez menos cabida.
La actual campaña antitabaco se podría decir que comenzó en los Estados Unidos y desde allí se extendió por el resto del mundo occidental. Esto dio lugar a muchos fumadores empedernidos a argumentar que todo se reduce a un caso de mimetismo yanqui, como principal excusa para abandonar el vicio. No les falta razón, a la hora de hablar de la influencia de los Estados Unidos, pero es un hecho incuestionable que el tabaco daña y, además, molesta.
La corriente antitabáquica sigue un curso imparable. Proliferan en todos los países las leyes y decretos en los que como punto primordial se establece que “siempre prevalecerá el derecho a la salud de los no fumadores”, al que le siguen profusos artículos en los que se fijan restricciones sobre la fabricación, venta y consumo de tabaco en lugares públicos, así como capítulos enteros dedicados a las infracciones y sus respectivas multas.
En la Argentina, por ejemplo, además de las nuevas normas que pretenden establecer un equilibrio entre fumadores y no fumadores, existe una ley, la 23. 344, que obliga a que en cada marquilla esté impresa la indicación de que “El fumar es perjudicial para la salud”. Sin embargo , la leyenda y el atado de cigarrillos que la exhibe termina muchas veces ignorada por sus consumidores y hecha un bollo en el medio de la calle, que dicho sea de paso, es también un espacio de todos que no siempre se respeta como debería. Aún así, y más allá de las leyes del Estado, la población está tomando conciencia de los daños que produce el tabaco. Para una gran mayoría de jóvenes fumar ya no es un placer, sino una lenta pero efectiva manera de acabar con sus vidas. Para ellos, “fumando espero a la mujer que quiero” –parafraseando al tango que ubican vagamente en el pasado- es una actitud poco menos que suicida.
Sin embargo, las ventas de cigarrillos todavía son más que considerables. Sólo en Argentina se estima que hay 8 millones de fumadores.
En 1988 en los Estados Unidos entró en vigor la prohibición de fumar el los vuelos de cabotaje de menos de dos horas de duración, ahora no se puede fumar en los vuelos de cabotaje duren lo que duren. En Nueva York, está absolutamente prohibido fumar en las oficinas de los edificios públicos. Algunas compañías, incluso, facilitan a sus empleados los medios para dejar de fumar, aumentan los salarios de los no fumadores o dan un plazo para dejar el hábito; o de lo contrario a la calle. Frente a este panorama la industria tabacalera está tratando de reconvertir aceleradamente su actividad diversificándose, especialmente en el sector alimentario.
El fumar, además de un vicio o un placer, para muchos involucra aspectos culturales. sociales y hasta emotivos. Si dejar de fumar fuera tan fácil, sin duda que muchos ya lo habrían logrado. Tal como están las cosas, fumar ya no sería un placer fumar, sino más bien un pecado.

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