LOS BRAVOS
El incendio de las tribunas
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Los bravos de las Américas: Parados: Alfredo
Bengochea (coach), Edwin Valarezo, Bolívar Valarezo, José de la Gasca, Raul
"Latigo" Gutierrez, Francisco de la Torre, Aurelio Uraga, Ricardo Suarez, Juan
Veintimilla, Panchón Sanchez; Agachados: Walter Valarezo, José Cedeño, Edmundo
Viteri, Carlos Mora, Enrique Arroba, Fernando Cremieux, Frank Petersen. |
El 20 de septiembre de 1975, en un encuentro
irregular que apenas alcanzó dos innings y un tercio, "Los Bravos de las
Américas" popularmente aceptados como LOS BRAVOS, dijeron adiós a los diamantes,
después de haber animado el béisbol durante cuatro temporadas en que pusieron la nota de
entusiasmo que el deporte necesitaba. Le dieron a las tribunas ese alarido que hacía
falta, y se "trenzaron" con las barras de Emelec y Barcelona en entrevemos de
gargantas que todavía se recuerdan. Sus estallidos de cólera ante el fallo del umpire
contra uno de sus ídolos, obligaba a veces a cerrar el micrófono a los narradores que
transmitían sin cabinas selladas. Hasta se dieron el lujo de hacer renunciar a dirigentes
por no aceptar "sus métodos".
Los Bravos hicieron historia por estos hechos, en donde muchas veces se llegó a la bronca
imposible de contener. Su barra, compuesta por guapas muchachas y violentos caballeros,
desterraron la monotonía en el cemento, para que sus rivales buscaran el contraataque que
dio ese fervor que en la pelota del Caribe es tan común. Es indudable que hacen falta en
el Yeyo Uraga; y si no regresaron con su pelota, ella misma sigue fiel al béisbol, aunque
ya no alienta con la misma potencia que cuando jugaban "sus bravos".
Si ambientáramos la palabra placer al deporte, podríamos
paralelarlo con lo que Los Bravos sentían cuando ganaban; cuando sus hombres corrían en
el campo en busca del pentágono; cuando su ánimo era una verdadera fiesta espiritual;
pero el cambio era demasiado brusco al oír la voz del umpire gritar ... ¡Strike out!
Mientras el "uniforme bravo" se quedaba paralizado en el "home".
Entonces el placer se convertía en martirio.
La tribuna norte fue su guarida; allí se ubicaban para
iniciar el concierto; ellos creían en el árbitro, pero éste debía ser muy prudente en
sus decisiones hacia Los Bravos, porque si acaso no estaba de acuerdo con "sus
reglamentos", entonces se convertían en juez; eran los dueños de la verdad. Así
fundaron esa pequeña jorga del escándalo, que hoy se añora y comenta. Así perdieron y
ganaron; fue una lástima que no fabricaran un campeonato, pues hubiera sido el aliciente
para seguir en la brega beisbolística.
Al desaparecer Pilsener, algunos de sus integrantes se refugiaron en bombachos de
"Los Tigres" ' Ya en 1972 pelearon el campeonato a Liga que con Eleodoro Arias
se llevaba el torneo; Raúl Gutiérrez (5-1), tiraba por los felinos, con la colaboración
de Arthur Cárter (3-3) y Bolívar Valarezo (2-4), pero Arias era superior (8-3) y tenía
la colaboración de Víctor Ramírez (3-3).
En 1973, nuevamente segundos, tras de Barcelona, definiendo en un desafío que fue una
verdadera y multitudinaria demostración de fanatismo. Ya a las seis de la tarde el Yeyo
estaba copado y a las 8 de la noche nadie se movía de su asiento, no porque no podía,
sino porque quien abandonaba su puesto se quedaba fuera del alcance para observar el
partido. Por primera vez llegaban de distintos lugares de la República fanáticos que
deseaban observar la final. Eso es parte de lo que entregaron Los Bravos; porque si es
verdad que era Barcelona el favorito de la hinchada, no es menos cierto que había sido la
rebelión brava la que auguró multitudes, una vez que comenzó sus peleas en el diamante.
Justo un equipo de este calibre y de estas reacciones debía poner en la línea de
coaches, como su voz mandante, a un pelotero de colorido y capacidad que no defraudara su
emoción; que tendría que pelear con todos. Así surge Miguel Garcerán, un colombiano
guerrillero del béisbol. Sus encontronazos con los umpires, sus bateos precisos y
preciosos obligan a sus compañeros a rendir todo su sudor y su pelota en favor de la
causa. Surgieron con sus averages un grupo de muchachos potentes y veloces: Walter
Valarezo comenzó a hacerse sentir y Olmedo Arroba decidía su futuro; Enrique Arroba y
Edmundo Viteri se entregaban de lleno a su emoción por el béisbol y eran prospectos;
William Luzuriaga (4-2), ponía la cuota de clase y picardía que lo elevó a la fama. Un
gringo, todo cariño al deporte, Arthur Cárter, puso su parte, mientras los dominicanos
Miguel Ortiz y Luis Torres se encariñaron con la divisa; Modesto García era un tigre
más en la receptoría; los demás ayudaban y entendían el porqué había que jugar como
felinos, pues de lo contrario eran descarte en los planes de "sus managers", que
surgían multitudinarios en las tribunas. ¡Qué tiempos aquellos! Era lindo ver a los
partidarios de Los Bravos en los momentos en que el drama llegaba a su punto culminante.
Cuando la vuelta de la victoria estaba en tercera y el bateador en tres y dos, entonces
comenzaban a anudarse los pañuelos y había un silencio sepulcral en el cemento de Los
Bravos, hasta que terminaba el acto. Entonces podía suceder aquello de Cauros que hizo
llorar a la orquesta y paralizarla. Los pañuelos comenzaban a salir de los bolsillos de
los hombres y de las carteras de las damas, para saludar o secarse los ojos. ¡Qué
tiempos aquellos!.
Este es uno de los pocos equipos que debió jugar siempre por inspiración, darle ese
chance que le dan los managers a sus primeros cuatro bateadores, cuando se conoce de su
inspiración y capacidad... ¡libres! Sí, porque este era un equipo para la libertad, sin
muchas ataduras y así podía desarrollar cada pelotero sus facultades, que eran muchas y
no merecían que se las contengan.
Hubo días que jugó pelota de alma, contra los libros, y con ello fabricó victorias
inesperadas, pero luego, en otras noches, caía en picada y perdía desafíos. Fue un gran
equipo, y con otros conjuntos, patrocinó nuevos valores nacionales que le dieron con el
tiempo calidad al béisbol ecuatoriano. Metió al diamante peloteros que, en otros equipos
no hubieran conseguido el mismo chance. Ellos se identificaron con la causa y jugaron como
querían sus partidarios. Olmedo Arroba fue uno de ellos, con ese equipo cimentó su juego
en velocidad y coraje; allí debió entregarse desde el ¡Play ball!. Tuvo que sobrevivir
entre estrellas y fue estrella, porque la barra se lo exigió y él le dio la respuesta
favorable, o lo "expulsaban" de sus filas. Igual Walter Valarezo que si no
logró tecnificarse en la novena, esta primera prueba fue decisiva para conocer el por
qué se llama a esta pelota Serie A; luego siguió jugando hasta llegar a convertirse en
un buen para-cortos y un bateador que en cualquier momento botaba la pelota fuera de la
cerca. Ni qué decir de un muchacho como Edmundo Viteri, que sin tener un físico ideal
para enfrentar los encontronazos propios del béisbol, se obligó a desarrollar la
técnica del esquive, la picardía para robar las bases, la evasión a hombres de 150
libras. Desarrolló su ingenio y se convirtió con el tiempo en un alternante de primera
con jugadores de primera.
La inicial era cubierta por Juan Lozada, que comenzaba su ascenso. Zurdo y poseedor de un
swing relampagueante, ponía en el campo desde ese entonces algo que pudo desarrollar en
breve tiempo. Y poco fue lo que necesitó para convertirse en el mejor bateador nacional
por promedios de los años 70'. Con Los Bravos ganó en experiencia y supo de la velocidad
de curvas y rectas que lanzaban los importados de entonces. Se fue asimilando a ese temple
y llegó seguro ante los importados posteriores. Esto fue el aporte que nos dieron Los
Bravos, pero por sobre todo, lo que ha venido decayendo cuando ellos iniciaron su éxodo:
la vitalidad que le dieron a su barra y a las barras contrarias. Eso se añora y se
seguirá añorando por mucho que algunas veces se pasaran de la línea. Fueron un puñado
de deportistas que iniciaron "la ruta del progreso" en la responsabilidad que
tiene el fanático con su equipo; ganando o perdiendo, siempre estuvieron dispuestos a
pregonar su asistencia; no importaba el marcador, aunque por momentos asustaban, pero
hasta esos sustos que proporcionaron Los Bravos es añoranza.
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