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ANÁLISIS, COMENTARIO Y DEMÁS

 

Literatura 

Rebelarse vende, y vende bien

Dos autores canadienses lanzan un libro donde dejan en claro que la cultura alternativa, aparte de aportar millones de dólares a quienes la promueven, no ha servido de nada. Sin estar de acuerdo del todo con su tesis, Rebelarse Vende es lectura de análisis, sonrisas, y mucha, mucha información.

Rebelarse Vende
Joseph Heath y Andrew Potter
Unicornio, 2005

Hace algunos años Malcolm McLaren confesó que concibió a The Sex Pistols con un solo propósito: enriquecerse hasta la locura, "y cuando me gasté todo el dinero repetí la fórmula con Bow Wow Wow. El escándalo vende". 

Algo que McLaren quizá nunca imaginó (y sin duda soltó carcajadas al enterarse) fue su invento derramaría millones de litros de tinta de los críticos quienes creían que The Sex Pistols eran en realidad un acto contestario hacia una sociedad burguesa y otras lindezas y que se tomaran tan en serio lo que, en principio y final, fue una broma.

Las palabras de McLaren retumbaron en mi mente durante gran parte que dediqué a la lectura de este libro, y pensaba si ellos también se habrían topado con lo dicho por McLaren. Porque Heath y Potter, dos sociólogos canadienses, acaban de publicar un libro respecto a algo que muchos sospechábamos, esto es, que quienes creen actuar en contra del capitalismo y compran afiches, llaveros y camisas supuestamente "revolucionarias" (la portada del libro, una taza con la efigie del Ché, condensa la tesis básica del libro) al final se mueven al más puro estilo de quién compra ropa carísima de diseñador. No hay diferencia: la izquierda también ha creado una "sociedad de consumo" idéntica a la que dice denunciar. Y lo más lamentable, asumen los autores, "es que tanta parefernalia no ha servido de nada".

Tomemos con ejemplo a la gurú antiglobalización Naomí Klein quien rabiosamente ha denunciado a las sociedades capitalistas "por su avaricia al determinar costos que les representen un beneficio directo" pero cuyos libros no son precisamente baratos y quien cobra hasta 20 mil dólares por dar una conferencia. O Michael Moore, un tipo a quien irrita "la ostentación de los poderosos" pero quien sin rubor alguno viaja a todos lados en limusina y en vuelos de primera clase.

Heath y Potter ofrecen muchos más ejemplos, buena parte de ellos jocosos como el concierto antiVietnam de Woodstock 1969 hecho película (Hollywood, claro, es parte esencial del juego) hasta los tours organizados por los grupos antiglobalizadores para protestar donde se requiera del mismo modo en que hay viajes para visitar Montecarlo o Las Vegas. Y los autores desde hoy lo previenen: los globalifóbicos lo único que van a conseguir a la larga es un desprestigio progresivo pues, arguyen, "lo que la izquierda requiere hoy no son protestas ni agresiones, que no producen admiración sino hartazgo". 

Esta es una razón, a propósito, por la cual los libros de Klein se han vendido cada vez menos pues son reiterativos en la queja y no ofrecen propuestas; a muchos lectores de tendencia izquierdista pudiera encantarles la quejumbre por sentirse víctimas de una conspiración, pero semejante discurso difícilmente atraerá nuevos lectores procedentes de otros espectros, y eso es lo que siempre necesita todo movimiento que quiera crecer.

En resumen, Rebelarse vende señala a lo que parece ser un despertar de la izquierda como mero marketing, y aunque da a entender que esto se ha dado muchas veces sin intención por parte de sus promotores, lo que dijo McLaren nos da a pensar que muchos, como él, lo hicieron a propósito y que, que criticar al rico también vende, y vende bien, tanto así que, se termina siendo uno de ellos.