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ANÁLISIS, COMENTARIO Y DEMÁS

 

Y demás/Música

 

Rolling Stone, los Stones y Mick Jagger

 

Los Rolling Stones lanzan nuevo álbum que, claro, es alabado hasta la ionosfera por Rolling Stone. Pero el marketing y Mick Jagger son la esencia del grupo del que, contra lo que diga la revista, sus últimos álbumes han sido mediocres, incluido A Bigger Bang, el más reciente.

OCTUBRE, 2005. Por supuesto que eso de llamarlos "los nuevos fabricantes de hits", como lo hiciera Rolling Stone en una portada reciente no es algo para tomarse en serio, máxime si el álbum entonces estaba a punto de salir a la venta de modo que es muy difícil tener hits por adelantado. Pero de la Rolling Stone no se podía esperar más: para su editor Jann Wenner los Stones nunca han grabado un álbum que tenga menos de cuatro estrellas --al más reciente le da cuatro y media-- aparte que al éste álbum le llama "el mejor que el grupo ha hecho en los últimos 20 años" lo cual entonces ubicaría, ingenuamente, a discos anteriormente alabados como Steel Wheels, Voodoo Lounge y Voices of Babylon, como lo que realmente fueron, producciones mediocres.

Ni siquiera ese ataque "leve" contra George Bush titulado "Sweet Neo Con" e incluido en A Bigger Bang, su nuevo material, nos hará ver de nuevo a los Stones como esos rebeldes que en los sesenta escandalizaron incluso a la Reina Isabel. Todo es parte de una estrategia de marketing, y Mick Jagger lo sabe muy bien; está consciente que si se va de lleno contra el actual huésped de la Casa Blanca perdería miles de fans que no necesariamente piensan políticamente como él. Por eso se ha asegurado de afirmar que "amo y admiro a Estados Unidos, es un país al que le debo mucho... dos de mis hijas tienen pasaportes norteamericanos", algo que, por ejemplo, no dirían Robbie Williams ni Billy Bragg, un par de cantantes británicos que han atacado con ferocidad a GWB y que, en cierto modo, han visto bajar la venta de sus discos allí, aunque en el caso de Bragg, en la Unión Americana si mucho vende seis discos de cada producción suya.

Desde los sesenta Jagger y los Stones representan el lado hedonista del rock and roll; criticaron a la guerra de Vietnam con cierta suavidad y procuraban hacer mutis cada vez que les pedían su opinión sobre Richard Nixon, "¿por qué me preguntan eso? ¿le gusta el blues como a mí?", comentó un perplejo Keith Richards cuando le inquirieron sobre aquel mandatario allá a inicios de los setenta. Desde entonces Jagger conocía las reglas del juego y decidió jugarlas con más honestidad que muchos colegas suyos: en vez de hablar por los pobres con una mano mientras con la otra cobraba cheques abundantes (como hoy lo hace impunemente un tal Michael Moore), Jagger deseaba escalar las esferas sociales sin meterse en vericuetos populistas; para fines de los sesenta ya era parte del jet set y, cuando terminaba aquella década, era un VIP de la Studio 54.

Por supuesto que aquí podría saltar a la palestra algún stonemaníaco politizado: ¿Y qué de esa oda contra el consumismo llamada (I Can't Get No) Satisfaction", o bien ese tema de rebeldía titulado "Street Fighting Man"? De nuevo el marketing: quien haya vivido en un país del primer mundo en 1964 --sí, esa canción ya tiene más de 40 años-- no necesitaba escuchar "Satisfaction" para darse cuenta que los bienes materiales contrastaban con un sentimiento generalizado de vacío existencialista; el mundo adulto, que empezó a tambalearse en los cincuenta, terminó por derrumbarse tras la muerte de Kennedy, y con él todos los valores hasta hace poco intocables. Además, Jagger, listo él, también preparó el título como para indicar voracidad ("¡eso es lo que dije!", repite en el estribillo).

En "Street Fighting Man" la letra llama a favor de una revolución. ¿Y qué tiene de raro si Jagger la escribió en 1968, año en el cual quien no pensara en una revolución vivía en el Ártico, y quizá ni así? Jagger siempre ha sido un lector incansable lo cual le ha permitido servir, como ocurrió en esas dos canciones, de vocero, aunque no necesariamente comparta esos puntos de vista. Si tomáramos literalmente todo lo que ha escrito, entonces tenderíamos a pensar que realmente el cantante es Lucifer, como nos asegura en su "Sympathy for the Devil".

Lo que es innegable es que los Rolling Stones han grabado muchísimos discos de altísima calidad y que, después de los Beatles, son el grupo inglés de rock más influyente de la historia. Y algo más sorprendente: son auténticas reliquias que hoy siguen vigentes con sus piedras casi íntegras, algo que no podría afirmar Pete Townshend, líder de The Who, o lo que queda de ellos, el otro sobreviviente de una época en que el buen rock se daba como suelen verse edecanes bellísimas en las carreras de autos.

Tan conocedor del juego es Mick Jagger que tomó todas las drogas imaginables en los sesenta pero a mediados de la década siguiente paró en seco esa afición. Su contraparte Richards no tuvo el mismo tino de modo que varias veces estuvo a punto de irse a la tumba a hacerle compañía a Brian Jones. Claro que los desplantes hormonales aún le sobran a Jagger, como ocurrió hace unos años en que embarazó a una modelo brasileña con lo cual también se derrumbó su matrimonio con Jerry Hall. Pero Jagger es hoy más un asiduo a los gimnasios que a esas fiestas de excesos; esto, aunado a una dieta que sólo su cocinero conoce, le han permitido al líder Stone llegar a una edad que hoy es más del doble del total de años (27) en que Jimi Hendrix estuvo en este planeta.

Pero el hecho que el grupo continúa activo no es, como quiere hacernos creer Jann Wenner, que cada disco suyo sea un acontecimiento que merezca portada y un artículo de cuatro o cinco páginas. La realidad es que los Rolling Stones son reverenciados, como lo son la mayoría de los músicos de los sesenta, por lo que hicieron entonces. Pocos fans de los Beatles atesoran los "nuevos" sencillos que aparecieron a mediados de los noventa pero quien quiera poner su vida en riesgo sólo tiene que criticar, una, una sola, de las canciones contenidas en Sgt Pepper o Abbey Road en su presencia.

Con los Stones sucede lo mismo. Sus obras maestras ocurrieron cuando, quizá desde una perspectiva un tanto con desventaja --pero riquísima y productiva en
calidad-- se pusieron a competir en la veta de rock-arte con los Beatles y grabaron discos como Let It Bleed, To Her Satanic's Majestic Request y aun Between the Buttons (álbum que contiene la bellísima "Ruby Tuesday"). En esa época grabaron maravillas como "Paint It Black", "As Tears go By", "You Can't Always Get What You Want" y la excelsa "She's a Rainbow", que podría tutearse, sin avergonzarse, con cualquier composición del Sgt. Pepper.

Sin embargo y si nos fiamos de la memoria musical,"Angie" de 1973, fue el último gran hit de los Stones y, además, la canción con la cual América Latina terminó de abrazarlos. Hubo otros éxitos, claro, como "It's Only Rock and Roll", "Miss You", "Start Me Up" y, ya más recientemente, la versión de su muy unplugged particular que hicieron al "Like a Rolling Stone", de Dylan.

                                    Mick, el líder de las finanzas

Cuenta Bill Wyman en Stone Alone, su biografía: "Brian (Jones) era una persona bastante creativa; podría aprender a tocar casi cualquier instrumento en cuestión de minutos", y páginas más adelante, agrega: "cuando empezaron los hits Brian era el más creativo, el líder, y a quien las chicas iban a ver (...) Mick era el vocalista, pero definitivamente en aquel entonces no era el líder..."

El deterioro de Brian Jones se dio no tanto porque consumía drogas, sino porque las mezclaba peligrosamente. A las anfetaminas las combinaba con antidepresivos y ello había resultado, casi al final de su vida, en un comportamiento cada vez más errático. Fue el mismo Brian quien se autodestruyó, con el agravante que en los sesenta no existían, como hoy, clínicas de rehabilitación. En cambio, Mick Jagger procuraba no combinarlas. Consumía hachís y mariguana en vez de los fármacos, pero siempre uno a la vez. Esto le salvó la vida al terminar los sesenta, suerte que no tuvo Jones, quien falleció ahogado en una bañera en 1969 tras consumir un cóctel de barbitúricos.

La realidad es que los Rolling Stones son reverenciados, como lo son la mayoría de los músicos de los sesenta, por lo que
hicieron entonces.


Mick Jagger era el líder de las finanzas del grupo. Había estudiado contabilidad y, sabedor de cómo muchos cantantes ingleses firmaban contratos esclavizantes con las disqueras sin siquiera leerlos, se documentó hasta dónde pudo antes de entregar la firma con Decca Records, ansiosa de unos competidores de los Beatles, a quienes había dejado ir. El vocalista de los Stones siempre ha sido brillante para los negocios, tanto así que, de no haberse convertido en cantante, de cualquier modo se las habría ingeniado para convertirse en millonario.

Sin embargo fue convencido por sus asesores que necesitaba de un manager profesional pues las finanzas le quitaban tiempo al grupo para, "divertirse", pongámoslo así, de modo que contrataron a Allen Klein, un neoyorquino de origen judío, igual que Brian Epstein. Klein les hizo ganar millones de dólares, quizá muchos más que los que hubieran logrado con Jagger, sólo que el representante obtuvo tajadas aun mayores y no sólo eso, se quedó con los derechos de las canciones que los Stones habían grabado en Decca, una mina que aun hoy arroja magníficos dividendos Para colmo, después el mánager representó a los Beatles, excepto McCartney, en las postrímerías del grupo.

Klein pasó a convertirse en el némesis de Mick Jagger y esto se le quedó marcado al cantante quien después de eso juró que jamás volvería a ser esquilmado. El manejaría las decisiones financieras de los Rolling Stones, y a quien no le gustara era libre de salir.  "Sé que un día ya no estaré aquí y eso no puede importarme menos", dijo Jagger en la entrevista que dio a Rolling Stone. "Tiene que pasar algún día". 

Mientras tanto (y esperamos sinceramente una vida aun más longeva al cantante y su grupo) hemos de vivir con los sempiternos Rolling Stones. Respetables y admirados, pero de ninguna manera "los nuevos fabricantes de hits", ni siquiera irónicamente, según Jann Wenner.