"Ni un vagón, ni una locomotora, ni un kilo de trigo. ni un litro de carburante han de ser abandonados al enemigo. En las regiones ocupadas, deben organizarse bandas de partisanos a pie y a caballo para hacer una guerra de acoso, hacer saltar los puentes y las carreteras, incendiar los depósitos, los pueblos y los bosques. El enemigo ha de ser atacado hasta su aniquilaclon..." (Stalin)

Uno de los enigmas de la guerra en Siria es la abstención alemana. De Creta a Beirut, la distancia no alcanza 800 km. Rodas está aún más cercana, y, tras la devastación de la escuadra en Alejandría, Chipre está por tomar. La temeridad de Churchill, la participación gaullista en el asunto de Siria abren un nuevo teatro de operaciones en que Hitler encuentra por completo realizada la cooperación franco-alemana que buscó en Montoire. Sin embargo, se abstiene de intervenir. Entonces nadie se preguntó bastante la causa de esta abstención. Como la pantomima antes del circo, el teatro mediterráneo está cerrado. Desde el Báltico al mar Negro, 3 millones de hombres, 600 000 caballos, 600 000 vehículos automóviles, 19000 trenes están en marcha. Está en curso la aplicación del plan «Barbarossa».

Conforme a las instrucciones de Hitler, la preparación de la guerra contra Rusia empezó ya en verano de 1940. El primer oficial del estado mayor del ejército encargado del estudio estratégico, fue un hombre detestado por Hitler, el general Erich Marks, ex colaborador del general Schleicher, asesinado en la purga de 1934. Admirador de Moltke, gran conocedor de las operaciones de 1870, Marks ha preparado la mayor batalla de frentes invertidos de la historia. La Wehrmacht atacaría en Ucrania, iría hasta Rostov, en el Don, y luego, girando en ángulo recto, iría hasta Moscú, sorprendiendo por la espalda la totalidad de los ejércitos rusos... La concepción es genial, pero Hitler la rechaza diciendo que es fruto de un cerebro demasiado complicado.

los responsables de la
operación barbarossa: hitler (en el centro), posa con sus
mariscales de campo, y (a su derecha) hermann göring, jefe de la
luftwaffe, en la cancillería alemana en 1940. A Marks sucede Paulus. Las distancias, la mediocridad de las comunicaciones y la dificultad de los aprovisionamientos le espantan. Elimina Ucrania de la zona de operaciones rápidas, a causa de la ausencia casi total de rutas. El esfuerzo principal se dirigirá a Moscú, en un eje señalado por una calzada sólida y un ferrocarril.Tras la batalla inicial, el avance alemán se detendrá a la altura de Smolensko, para permitir la reorganización de los transportes y la adaptación de los ferrocarriles al ancho europeo... Pero Hitler aparta ese plan raquítico y metódico. Quiere un esquema más vasto y la prosecución ininterrumpida de las operaciones. La guerra de Rusia debe terminarse en una sola campaña, antes del invierno.

Finalmente, las grandes líneas estratégicas quedan establecidas por el propio Hitler en su directiva nº 21, llamada «Barbarossa», con fecha de 18 de diciembre. Enuncia los principios generales de la guerra que quiere hacer contra Rusia: campaña corta, envolvimiento de las masas enemigas, evitación de un repliegue general de los rusos a su inmensidad, conquista de una línea Volga-Arjánguelsk, desde donde la Luftwaffe podrá destruir el último arsenal soviético, las industrias de los Urales. Tres grupos de ejércitos harían la tarea: dos al Norte, uno al Sur de las marismas del Prípiat. Los preparativos deben estar terminados para el 15 de mayo, para que pueda abrirse la campaña ya a fines del deshielo... Ya se sabe que la intromisión mussoliniana en los Balcanes retrasó esa primavera al verano.

El trabajo de estado mayor se hace en Zossen, cerca de Berlín, donde se ha establecido la casa Brauchitsch-Halder, el Oberkommando des Heeres, después de la victoria sobre Francia. Contrariamente a lo que pasó cuando la preparación de las campañas del Oeste, Hitler no interviene en los detalles. Jodl, estratega personal del Führer, se mantiene, o es mantenido, igualmente aparte. «Ni una sola vez —dice Warlimont—, ni como participante, ni como observador, el general Jodl asistió a los Kriegspiele sobre la campaña de Rusia...» Hitler mira más allá, piensa en el mañana de una victoria que considera segura, en la reorganización del Este, el desplazamiento de los rusos hacia Asia, la instalación, en su lugar, de poblaciones germánicas, incluidos colonos holandeses e ingleses. En sus soliloquios ante sus íntimos, sueña en voz alta: «Haré un Edén de los territorios conquistados...».

Una de las últimas personas a quienes el Führer hace aún un esfuerzo por convencer es Góring. A comienzos de 1941, le anuncia su decisión de atacar a Rusia, motivándola con la amplitud amenazadora de los preparativos soviéticos y con la política de cerco que ha observado en las palabras de Molótov. Góring pide permiso para consultarlo con la almohada y presentar sus objeciones al día siguiente. Hace ver que una guerra al Este interrumpirá la ofensiva aérea contra Inglaterra en el momento en que entra en la fase de los grandes resultados. Teme que la fuerza alemana se atasque en la inmensidad rusa. Propone la inversa del plan de Hitler, es decir, transformar en alianza el tratado de Moscú y lanzar a Rusia contra la India. «El Führer –dice- me escuchó con calma, pero mis argumentos no le conmovieron.»

el führer en su cuartel general. a su derecha, el mariscal
von brauchtitsch, el mariscal keitel; a su izquierda, el general
halder, jefe del estado mayor del ejercito. Lo esencial de los preparativos de «Barbarossa» se traza en el gran consejo de guerra del 2 de febrero. Cuatro oleadas de transporte se han organizado. A las 25 divisiones que ya se encuentran en Polonia y en Rumania, se añaden 7 divisiones en marzo, 13 en abril, 30 en mayo, 51 en junio, manteniéndose hasta el último instante las concentraciones más importantes al oeste de la línea Radom-Varsovia-Neidenburg. A pesar de las autopistas y la densidad de la red ferroviaria alemana, muchas unidades se trasladan a pie. Algunas recorren de esta manera 800 km. para volver desde los Balcanes.El mando sigue siendo el de las grandes victorias sobre Francia. Aunque les soporte cada vez, peor, aunque se queje de la poca inteligencia del primero y desprecie el catolicismo del segundo, Hitler conserva al mariscal von Brauchitsch y al capitán general Halder en sus puestos respectivos de comandante en jefe y jefe de estado mayor del Reichsheer. La galeria de jefes de ejército y de flota aérea presenta las mismas figuras, y el trío de los grandes ejecutantes de 1940, von Leeb, von Bock y von Rundstedt, vuelve a hallarse a la cabeza de los grupos de ejércitos.

En el Norte, Leeb, Heeresgruppe «Nord». Alínea sobre el Niemen al XVIII ejército, von Küchler, a la 4ª agrupación blindada, Hoepner, y al XVI ejército, Busch, o sea, 29 divisiones y 570 tanques. La 1 Luftflotte, capitán general Keller, le acompaña. Dos buenas carreteras le proporcionan dos ejes de operaciones, una hacia Riga, y otra hacia Dünaburg. Se reúnen al sur del lago Peipus y se dirigen hacia Leningrado. En el centro, Bock, Heeresgruppe «Mitte». Esta vez, tiene el papel principal y los medios más importantes: el IX ejército, Strauss, la 2ª agrupación blindada, Hoth, la agrupación blindada, Guderian, el IV ejército, von Kluge; 49 grandes unidades, 930. tanques, más los servicios de la flota aérea más importante, Luftflotte nº 2, mariscal Kesselring. Su misión inicial consiste en romper el centro del dispositivo soviético tomando como eje del esfuerzo la autopista BrestMoscú. Brauchitsch habría querido que le fuera asignada esta ciudad como objetivo al grupo de ejércitos. pero se ha atraído una terrible reprimenda de Hitler: «Sólo cerebros petrificados en concepciones fósiles pueden dejarse hipnotizar por una capital enemiga. Moscú no es más que un nombre. Las ciudadelas del bolchevismo son Leningrado y Stalingrado. Cuando estén tomadas éstas, se derrumbará el bolchevismo». El grupo «Mitte», pues, alcanzará la región de Smolensko y recibirá órdenes correspondientes a la situación del momento.

En el Sur, Rundstedt, Heeresgruppe «Süd»: VI ejército, von Reichenau, 1ª agrupación blindada; von Kleist; XVII ejército, von Stülpnagel; XI ejército, von Schobert: 42 divisiones, 750 tanques, y la IV Luftflotte del capitán general Liihr. Se le encarga conquistar Ucrania. A causa de los pantanos del Prípiat, tan grandes como Francia, no será posible ninguna cooperación entre Rundstedt y Bock antes que ambos hayan alcanzado el Dniéper.

Como en el despliegue clásico de la legión romana, los auxiliares están en las alas. En el ala izquierda, Carelia formará un teatro distinto, en que el ejército finlandés, 16 divisiones, recibirá el apoyo de 5 divisiones alemanas, entre las cuales las dos divisiones de montaña del Rommel del Norte, el general Dietl. En el ala derecha, Rumania proporcionará 2 ejércitos, III y IV, entre los cuales se intercalará el XI ejército alemán. Hungría y Eslovaquia harán salir de los Cárpatos, una, 3 brigadas rápidas, y la otra, 2 divisiones ligeras. A pesar de su preocupación por el secreto, el mando alemán ha tenido que dar a los estados mayores finlandés, rumano, húngaro y eslovaco, el mínimo de indicaciones necesarias para organizar la cooperación.

En cambio, respecto al Commando Supremo y el gran amigo Mussolini, silencio total. El 2 de junio, por iniciativa de Hitler y a pesar de la repugnancia del Duce («Estoy cansado de que me llamen»), tiene lugar una nueva entrevista en el Brennero. Durante horas, Hitler perora sobre la pérdida del Bismarck y, vertiendo lágrimas, sobre la fuga de Hess. Al dejarle, el perspicaz Mussolini dice a su yerno que el Führer no tiene plan preciso y que una paz de compromiso está más en el orden del día que nunca...

Febrilmente, Alemania impulsa su fabricación de tanques. Pero ignora todavía el T-34 que le espera al otro lado de la frontera. En el frente del Este, Alemania dispondrá de 139 divisiones, a las que se añadirán 51 divisiones aliadas. 2 Panzer y 11 divisiones de infantería se encuentran aún en el interior del Reich. Dos grandes unidades blindadas combaten en Libia. El resto de las fuerzas alemanas guardarán las conquistas. List se ha quedado en los Balcanes, con su XII ejército reducido a 7 divisiones. En Francia, el mariscal von Witzleben manda, desde Saint-Germain-en-Laye, el grupo «D», que cuenta con el XV ejército, Hasse, el VII ejército, Dollmann, y el 1 ejército, von Blaskowitz; 38 divisiones en total. 7 divisiones, a las órdenes de von Falkenhorst, dominan Noruega, y una octava ocupa Dinamarca. En efectivos, la Wehrmacht cuenta 6673000 hombres, de ellos, 4900000 en el Reichsheer (72,5%), 1485000 en la Luftwaffe (22%), y 80000 en los Waffen SS (1,1%). La movilización está lejos de alcanzar a todos los hombres válidos, y el total de muertos o incapacitados desde setiembre de 1939 apenas supera los 100000. El potencial humano del Reich está intacto.

El plan de operaciones contra Rusia no lleva la marca del genio. Se abre en abanico en el espacio ruso, es decir que favorece la elusión del ejército rojo, la maniobra en retirada que Hitler declara querer evitar. Es cierto que, tras la ruptura del centro, el Führer cuenta con proceder por amplias vueltas, para envolver y capturar a las masas enemigas. Prevé que el grupo Mitte, llegado a la región de Smolensko, se desmembrará, cediendo una parte de sus unidades rápidas al grupo Norte, para la conquista de Leningrado, y otra parte al grupo Süd, para la conquista de Ucrania. La preocupación de no copiar a Napoleón, a quien Hitler considera un hombre de guerra de segunda fila, inferior a Federico II y a él mismo, probablemente influyó en la desvaloración sistemática de Moscú como objetivo militar.

Sin embargo, Hitler no ha desdeñado las experiencias de sus dos predecesores en la invasión de Rusia. Sabe perfectamente que Carlos XII y Bonaparte fueron vencidos por las distancias, el clima, la dispersión del enemigo, el desgaste de sus fuerzas por la inmensidad. Pero cree que responde a las distancias con la velocidad, y a la inmensidad con el motor. Con piernas perseguía Napoleón a Kutuzov. Con carretas de bueyes llevaba Loevenhaupt a Carlos XII el pan que éste reclamaba para tomar Moscú. El, Hitler, tiene sus blindados, que van en diez días desde el Eifel al canal de la Manchá, de Tripolitania a Egipto, del Danubio al Egeo. Tiene sus transportes aéreos para suplir los transportes terrestres en un momento de crisis. Los precedentes de los siglos XVIII y XIX no se aplican a la Wehrmacht.

Queda el adversario. De todos los pueblos, los alemanes son los mejor situados para conocerlo. Hasta el final de la república de Weimar, numerosos oficiales de la Reichswehr, comprendido su futuro jefe supremo Walther von Brauchitsch, pasaron temporadas en la URSS, para iniciarse en las armas prohibidas por el tratado de Versalles. Sin embargo, parece que los informes alemanes sobre el enemigo fueron de valor dudoso, y que la evaluación de la fuerza soviética varió según la demostración que se deseaba sacar. Unas veces, el ejército soviético es pintado como una potencia terrorífica dispuesta a sumergir el Reich, y otras veces es pintado como un edificio apolillado que se hundirá al primer empujón. Unas veces se invoca la guerra de Finlandia, otras veces se describen los preparativos gigantescos que hacen de Rusia un campamento y un arsenal.

El 2 de febrero, Halder hizo sobre el ejército rojo una exposición sumaría que llevaba a la siguiente conclusión: «Nuestras fuerzas son sensiblemente iguales en número y muy superiores en calidad». A comienzos de abril, la Abteilung Fremde Heere Ost traza un cuadro más serio. A base de un millón y medio de hombres por promoción, Rusia puede poner en pie de guerra al menos 12 millones de hombres jóvenes, y las dimensiones de su ejército sólo están limitadas por sus posibilidades industriales. Las fuerzas móviles de Europa alcanzan 145 divisiones de infantería, 26 divisiones de caballería y 40 brigadas motomecánicas, o sea 211 grandes unidades, frente a 190 para Alemania y sus aliados. Quedan en Extremo Oriente 25 divisiones de infantería, 8 de caballería, 5 brigadas mecanizadas, pero no es posible calcular qué fracción de esa masa resulta disponible por el pacto de no agresión firmado unas semanas antes entre la Unión Soviética y el Japón. El material, más bien superabundante que deficitario, en general es heterogéneo y pasado de moda. Se han puesto tanques en todas partes; las divisiones ordinarias cuentan con batallones blindados orgánicos, y el número total de artefactos debe alcanzar los 10000, o sea el triple de los alemanes. En cambio, el ejército soviético no tiene Panzerdivisionen, y sus dos tanques corrientes, el T-26B, copia del Vickers inglés, y el BT-34, 10 t, copia del Christie, son máquinas de combate débiles e imperfectas. La Abt. Fremde Heere Ost sabe que en España se han experimentado tipos más poderosos, pero no cree que sean bastante numerosos como para desempeñar en el conjunto un papel decisivo.

En total, los alemanes no tienen dudas sobre su superioridad militar. Cuentan con un derrumbamiento del ejército ruso, tan rápido y espectacular como el del ejército francés. La aprensión con que tantos jefes de alto rango entrarán en Rusia no procede de una comparación técnica alarmante entre los medios soviéticos y los medios hitlerianos. Viene de los recuerdos del 14-17, de la inquietud producida por la inmensidad rusa, por la decepción de haber vuelto a una lucha en dos frentes, del escepticismo creciente sobre el resultado de una guerra en que la acumulación de victorias no lleva más que a nuevos combates.

Exteriormente, la Wehrmacht está espléndida. El número total de sus divisiones ha llegado a 208; el de las divisiones acorazadas ha pasado de 10 a 21, y el de las motorizadas, de 8 a 17. El material ha sufrido la prueba de diversas campañas, y, lo que es más decisivo aún, los hombres se han templado en el fuego de los combates. «El menos bueno de los infantes alemanes -enseña Hitler- es mejor que el mejor de los infantes extranjeros.» . Sus victorias sucesivas, repetidas, inexorables, lo han mostrado.

Tal es la apariencia. La severa realidad pone sus sombras en esos fulgores. Es verdad que el número de las Panzerdivisionen se ha doblado, pero el número de los batallones de tanques sólo a pasado de 35 a 57, y el número medio de carros ha bajado de 258 a 196 por división. La industria registra un primer fallo: debería entregar 600 tanques por mes y entrega 227. Alemania se va a lanzar contra ese país devorador que es Rusia sólo con 750 tanques más que contra Francia: 3 330 en vez de 2574. Las 15 divisiones motorizadas que lanzará en el frente ruso sólo representan la octava parte de su infantería, y los otros siete octavos marcharán a pie por las estepas ardientes, esperando el fango y la nieve. La mayor parte de los grupos de artillería, de los trenes de combate, son hipomóviles, y ni los atalajes ni los vehículos son apropiados para los atolladeros que les esperan. Ahora bien, ya no se trata de que esa infantería modelo 1918 se limite a seguir a las Panzer para recoger los prisioneros. Tendrá que desplegarse y luchar sin detención.

La Luftwaffe, por su parte, está lejos de haber recibido un refuerzo correspondiente al aumento de sus tareas. 1 500 aparatos siguen encargados de proseguir la lucha ofensiva y defensiva contra Inglaterra. La fracción destinada al frente ruso comprende solamente 729 cazas, 1160 bombarderos y 120 observadores, efectivos totalmente insuficientes, casi irrisorios, ante la extensión y la profundidad de los frentes que se van a abrir.

Antes incluso de que hayan empezado las hostilidades, aparecen dificultades de aprovisionamiento. Las fabricaciones de buna, o caucho sintético, son tan insuficientes, en cantidad y en calidad, que se está obligado a contar con las pequeñas cargas de caucho natural traídas por los forzadores del bloqueo. La obsesión con que piensa Hitler en la protección de los pozos de petróleo se explica cuando se sabe que los carburantes a base de lignitos fabricados en Leuna cubren menos del 30% de las necesidades, y que las reservas no corresponden más que a tres meses de operaciones para la gasolina y a un mes para el benzol.

Así, Hitler ataca a Rusia con un instrumento militar no solamente demasiado débil, sino mucho más débil que el que Alemania habría podido forjar si su jefe hubiera tenido la paciencia de prepararlo durante algunos años más. Ese instrumento militar bastó ampliamente para las fulminantes victorias logradas de 1939 a 1941, bien contra ejércitos mucho menos poderosos, como en Polonia o en los Balcanes, bien contra ejércitos víctimas de una sorpresa técnica, como en Francia. En Rusia, el adversario es gigantesco, y el país neutraliza la velocidad más aún por las condiciones del terreno que por la enormidad de las distancias. Pero cuando Brauchitsch quiso abrir ese capítulo, presentando observaciones sobre los límites de la guerra motorizada, Hitler le cerró brutalmente la boca. Está cansado de escuchar objeciones de esos militares que siempre se han engañado.

También rehusó Hitler oír las peticiones que se le dirigieron para proteger al ejército contra el frío ruso. Fabricaciones en masa de equipos especiales descubrirían el secreto, y es un axioma que el ejército rojo estará destruido antes de los grandes fríos. Una quinta parte, aproximadamente, de las fuerzas alemanas se quedará en Rusia para guardar la nueva frontera europea desde el Caspio al mar Blanco: se calculan sobre esa base las previsiones de ropa de abrigo y de elementos para el invierno. «Desmovilizaré al resto del ejército -anuncia el Führer- y continuaré la guerra contra Inglaterra con la Luftwaffe y la Kriegsmarine.»

El carácter de esa guerra provoca una nueva querella entre Hitler y sus generales. «Existía entre él y ellos -dirá Jodl- una oposición de principios sobre la naturaleza de la guerra con Rusia. Los generales la veían como el choque de dos ejércitos, mientras que el Führer la veía como una lucha de exterminación entre dos formas incompatibles de la civilización.»

El 30 de marzo, los jefes de ejército son convocados a la Cancillería. Hitler aparece ante ellos con la mirada oscura y el rostro crispado. «La guerra contra Rusia –dice- no se puede llevar según las leyes del honor. Es una lucha de ideología y una lucha de razas que requiere un grado de dureza sin precedentes... Los militares deben desprenderse de sus concepciones caballerescas anticuadas y dejar de imaginar que todo acabará en un armisticio tras el cual el vencedor y el vencido no tendrán más que darse la mano... Sé muy bien que esto está por encima de la comprensión de mis generales, pero noten que quiero ser obedecido. Rusia no ha reconocido las convenciones de Ginebra. No dará cuartel a mis SS. Entiendo, pues, que los comisarios políticos del ejército rojo no han de ser considerados como combatientes, y una vez capturados, han de ser inmediatamente liquidados...» Ninguna protesta tiene tiempo de sonar. Hitler ha salido ya de la sala, con paso furioso.

En torno a Brauchitsch, continúa la escena. Los tres jefes de grupo de ejércitos rodean al general en jefe, le dicen que han sido insultados y le conminan a protestar en nombre de ellos. Pero Brauchitsch ha perdido el vigor. Aun dando razón a los protestarios, les dice que hay que evitar exasperar al Führer y que va a reflexionar sobre los medios de hacerle volver sobre su decisión sin resonancia. Sus débiles esfuerzos no impedirán que sea dada por el O.K.W. el 6 de junio, la orden de exterminación de los comisarios (Kommissñrbefehl).

El 13 de mayo, se toma una decisión aún más cargada de consecuencias. Las retaguardias de los ejércitos alemanes en Rusia se organizarán de manera enteramente nueva. Los poderes de los generales cesarán en el límite del frente. Pisando los talones a los combatientes, llegarán el Partido, la Gestapo, las SS, todos los organismos ideológicos, represivos y depredadores del Estado hitleriano. Un teórico medio loco, Alfred Rosenberg, será nombrado ministro de los Territorios del Este. Una vasta organización, designada bajo el nombre convencional de Oldenburg, se pone en pie para el saqueo sistemático de las conquistas. Rusia quedará dividida en seis gobiernos económicos y entregada a los más duros de los Gauleiter, Koch, Terboven, etc. Se arrebatarán todos los recursos utilizables. Se recuerda a los ejecutantes que no han de tomar en consideración los sufrimientos ni aun la supervivencia de las poblaciones. Quien se muera de hambre será uno menos que habrá que echar para dejar sitio a los colonos alemanes.

Ciertamente, habría otra política: la que consistiría en hacerse aliado del pueblo ruso. Pero las instrucciones del ministro de los Territorios del Este ordenarán lo contrario: se trata de desplazar al pueblo ruso a Asia. «El porvenir —dice sentenciosamente el medio loco Rosenberg— reserva años duros para los rusos. Pero dentro de cien años nos darán las gracias por haberles devuelto a su hábitat natural.» El ruso es un Untermensch, un subhombre, respecto al cual el superhombre alemán tiene las mismas obligaciones que respecto a los animales: nada de crueldad gratuita, pero sí un derecho discrecional de vida y muerte.

El mariscal Timoshenko da sus instrucciones al aire libre. Sin embargo, los movimientos de tropas alemanas no pueden pasar inadvertidos. Todos los servicios de información del mundo los conocen. Todos los diplomáticos acreditados en Berlín comprueban que las vías férreas y las Autobahne están sobrecargadas de transportes militares en dirección al Este. La inminencia de una guerra germano-rusa es la conversación de todas las embajadas, mientras que los viajeros que llegan de Moscú se asombran y declaran que en Rusia nadie está inquieto. Stalin se marcha de veraneo a la orilla del mar Negro. A las advertencias secretas de Churchill, Molótov responde con un comunicado de la Agencia Tass del 13 de junio: «Los medios responsables soviéticos creen necesario declarar que esos rumores (concentraciones de tropas, intenciones agresivas alemanas) son torpes maniobras de los que tienen interés en la ampliación y prolongación de la guerra». El gobierno ruso sigue escrupulosamente fiel al pacto de Moscú.

Al día siguiente del comunicado de la Agencia Tass, una constelación militar se reúne en la nueva Cancillería del Reich. No pasa inadvertida en Berlín, donde se dice que esa reunión de mariscales es la señal de hostilidades inminentes contra Rusia. Ante Hitler, rodeado de los principales jefes del O.K.W.: Keitel, Jodl, Warlimont; del O.K.H.; Brauchitsch, Hálder, Paulus; del O.K.L., Gñring, Milch, Jeschonek, Bodenschatz; del O.K.M.; Raeder y Fricke, comparecen sucesivamente los jefes del frente de Noruega, Falkenhorst y Stumpff; del grupo de ejércitos «Süd», Rundstedt, Reichenau, Stülpnagel, Kleist, Schovert y Lóhr; del Báltico, Carl y Schmundt; del grupo de ejércitos «Nord», Leeb, Busch, Küchler, Hoepner y Keller; del grupo de ejércitos «Mitte», Bock, Kluge, Strauss, Guderian, Hoth y Kesselring. Dan cuenta al Führer de sus preparativos y responden a sus preguntas. Entre esas compariciones se intercala un almuerzo, en que participan también los capitanes generales Fromm y Udet. Hitler pronuncia un discurso en que insiste en su tema familiar: cuando Rusia esté vencida, Inglaterra pedirá la paz. Vencer a Rusia exige cuatro semanas de batalla intensa, seguidas de acciones de violencia decreciente. El grueso del ejército debe haber vuelto a Alemania, y el mundo debe haber tomado su nuevo rostro para Navidad. Falta una cosa aún: la fecha de la agresión. El 17, se fija para el domingo 22 de junio. La última decisión se tomará el 21, a las 13 h. La consigna «Altona» significará la anulación de la orden de ataque: la consigna «Dortmund» significará su confirmación.

La consigna «Dortmund» está dada ya hace varias horas cuando, en la noche del 21 al 22, Molótov convoca al conde Schulenberg. Le abre su corazón: le dice su preocupación. El gobierno soviético tiene conciencia de cierto descontento del gobierno alemán. El gobierno soviético querría conocer la razón, para ver qué puede hacer por remediarlo. Schulenberg promete transmitir ese deseo a Berlín. Cuando vuelve a su embajada, su servicio de Cifra acaba de interpretar el telegrama de Ribbentropp ordenándole entregar a Herr Molótov la declaración de guerra del Reich.

Las últimas horas, la última noche, están cargadas de una melancolía punzante. El jefe del estado mayor, Franz Halder, ha querido sobrevolar el inminente campo de batalla: regresa deprimido por la impresión de inmensidad y vastedad que ha recibido. El jefe de cuerpo de ejército von Manstein pasa la noche del 21 de junio en una casa amiga, en Prusia Oriental: se demora largamente en la terraza, en la noche estival, con la sensación del precio incalculable de los segundos que caen del reloj. El propio Guderian... Está en su sitio, con su agrupación blindada, ante Brest-Litovsk, que ha tomado durante la campaña de Polonia y que mañana ha de volver a tomar. El Bug, aún en crecida, rutila bajo las estrellas. Guderian ha observado minuciosamente la orilla oriental. Ningún preparativo de defensa, y, en la vieja ciudadela, los soldados rusos hacían un ejercicio de desfile... Así pues, una vez más, el enemigo será sorprendido; pero la espera de una nueva página de acción y de gloria no llega a aliviar el peso que le oprime el pecho desde que ha sabido que el Führer emprende una guerra al Este antes que la guerra al Oeste esté ganada.

En la tropa, numerosos soldados esperan desde hace tres días en sus tanques y sus camiones. Otros acaban la marcha de aproximación por los anchos caminos arenosos de Polonia oriental. Han recibido treinta cigarrillos y una botella de schnaps para cáda cuatro, pero, a pesar de esas larguezas, muchos no creen en la guerra. «Los Ivanes son nuestros aliados. Marchan contra Inglaterra. Nos abren su territorio para que vayamos a unirnos con Rommel por el Cáucaso. Han vendido Ucrania a Hitler y vamos a ocuparla...» A las dos, una locomotora silba en el puente de Brest-Litovsk. Un tren de trigo soviético entra en Alemania. Los aduaneros de ambos lados han cumplido las formalidades rutinarias. La frontera duerme. Los rusos duermen en sus cuarteles. Stalin duerme en una villa del mar Negro. En Berlín, despiertan al embajador Dekanosov, a quien Ribbentropp espera en el Auswártiges Amt dándo vueltas de un lado para otro y repitiendo que Hitler tiene razón de acabar con Rusia. Como el embajador no sabe alemán, el intérprete Pavlov tiene que traducirle la larga requisitoria que Ribbentropp juzga necesario pronunciar. Cuando Dekanosov comprende que es la guerra, se levanta, hace una pequeña reverencia seca, y no vuelve a abrir la boca sino para reclamar sus pasaportes. Ribbentropp pasa luego a la sala de conferencias, donde los diplomáticos y los corresponsales extranjeros han sido también convocados. Algunas señoras en traje de noche se mezclan a los hombres sacados del sueño, unos de los cuales se exaltan, y hablan de la mayor noche de la historia, y otros no ocultan su espanto y su abatimiento. Al salir para cablegrafiar al mundo la gran noticia, el día se levanta y los pájaros cantan en el Tiergarten.

En el frente, la artillería ha abierto el fuego a las 3 h 15, en el momento en que una banda de cielo se coloreaba de rosa encima de Unión Soviética.

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