Pioneros de la literatura dominicana de la diáspora



1900-1950

       Son los hermanos Henríquez Ureña los iniciadores de la hoy denominada literatura dominicana de la diáspora. En 1901 Francisco Henríquez y Carvajal fue enviado a los Estados Unidos por el presiden-te Juan Isidro Jimenes a negociar la deuda externa dejada por el dictador Francisco Ulises Heureaux al país. Entre las cosas importantes que llevó Henríquez y Carvajal a Norteamérica estaban el anhelo de cumplir con la encomienda del presidente Jimenes y sus hijos Frank y Pedro. Meses después llegaría Max.  La primera estadía de los hermanos Henríquez Ureña en los Estados Unidos duró cuatro años (1901-1904). De esa época son las poesías juveniles de Pedro Henríquez, su estudio crítico dedicado a la obra de D’Annunzio y su primer encuentro con el teatro norteamericano.

       Otro dominicano notable llegado a los Estados Unidos el primer lustro del siglo XX fue Fabio Fiallo, designado como Cónsul Dominicano en New York en 1905. Al momento de su llegada a la urbe new-yorquina la obra literaria de Fiallo se reducía al poemario Primavera sentimental (1902). Tres años des-pués apareció su Cuentos frágiles (1908), obra pionera del discurso romántico que acompañaría todo el resto de su producción poética y narrativa. Aunque algunas de las narraciones de Cuentos frágiles como “Ernesto de Anquises“ y “La domadora” habían aparecido en República Dominicana en las revis-tas Letras y Ciencias (1899) y La Cuna de América (1903), muchas de las historias y el libro en su con-junto aparecieron por primera vez en New York.

       La segunda estadía de Pedro Henríquez Ureña en los Estados Unidos va de 1914 a 1919. En esa ocasión se desempeñó, primero como corresponsal del perió-dico Heraldo de Cuba en Washington (1914-1915) y luego, como redactor del semanario Las Novedades (1915-1916) de New York. En la imprenta de Las Novedades dio a la publicidad la versión definitiva de su pieza teatral El nacimiento de Dioni-sio (1916). En 1917 se integró al personal docente de la Universidad de Minnesota como profe-sor de español, literatura del siglo XIX e historia de la civilización es-pañola e hispanoamericana. Tam-bién enseñó drama español y poesía lírica de los siglos XIX y XX en las escuelas de verano de las Uni-versidades de Chicago y de California

       En el tercer lustro del siglo XX varios dominicanos fueron incorporados a la dirección de Las Nove-dades, un tabloide de temas políticos y culturales, fundado en 1876 por José G. García, que acogió positivamente la producción literaria de Fabio Fiallo, José M. Bernard, Manuel Florentino Cestero, Jesu-sa Alfau de Solalinde, Francisco Henríquez y Carvajal y Manuel de Jesús Galván Velásquez, cuarto hijo del autor de Enriquillo, Manuel de Jesús Galván. Este último en su condición de redactor de dicho se-manario mantuvo, entre 1916 y 1918, un intere-sante espacio denominado “Crónica General” donde comentaba temas políticos, sociales y económicos norteamericanos y latinoamericanos. En muchas de esas crónicas Galván Velásquez arremetió abiertamente contra el entonces presidente norteame-ricano Woodrow Wilson (1913-1921) por haber ordenado la primera in-tervención norteamericana a República Dominicana en 1916.

       El escritor dominicano más prolífico en New York entre 1915 y 1920 fue Ma-nuel Florentino Cestero, con tres obras publicadas: El canto del Cisne (1915), Esta-dos Unidos por dentro (1918) y El amor en New York (1920) El Canto del cisne es un conjunto de ocho cuentos de aliento modernista, como lo sugiere el título, que relatan diferentes aspectos de la vida newyorquina. El tema general de Estados Unidos por dentro es la deshumanización de la sociedad norteamericana. El volumen está compuesto por una introducción dividida en cinco partes, y 42 historias orientadas a demostrar que los norteame-ricanos sólo funcionan empujados por el dinero, la ambición y el egoísmo. Más que cuentos en sí, esas narraciones de Cestero, son crónicas y retratos de la realidad cruda y del comportamiento de la sociedad norteamericana que él conoció. Aunque no penetra profundamente en la sicología de sus protagonistas, Cestero analiza desde diversas perspectivas polí-ticas la idiosincrasia de los estadouni-denses y las causas que, a su entender, han hecho de los Estados Unidos un país inapropiado para alcanzar el sueño ameri-cano que ellos mismos pregonan. El amor en Nueva York, por su parte, es una novela cuya temática revela la imposibilidad de conquistar plenamente el amor en un medio tan mate-rialista como el newyorquino.

       De la misma época de Manuel Florentino Cestero, es la producción de Jesusa Alfau Galván de So-lalinde, quien vivió en New York entre 1916 y 1920. Durante su estadía en la urbe newyorquina colaboró con periódicos norteamericanos y españoles, especialmente con Las Novedades, dirigido por su pa-dre, entre 1916 y 1918. Sus artículos en Las Novedades, ilustrados por ella misma, versaban sobre crítica de arte y temas sociales cotidianos. De ellos cabe destacar, por su frescura y ambientación, “Visiones del norte”, “El amor de las Estrellas” y “Thanksgiving”, entre otros.

       Posteriormente, en 1925, apareció Cien días en Nueva York (1925), de Gustavo Bergés Bordas (1895-1925) obra en la que Bergés Bordas sostiene la misma postura crítica de Manuel Florentino Cestero con respecto a la sociedad norteamericana.

       Aunque publicada en Santo Domingo en 1949 y desconectada totalmente de la problemática polí-tica y social estadounidense, Virginia Peña de Bordas escribió la novela Toeya en New York. Toeya es una obra de factura indianista, en la que De Peña de Bordas evoca el dolor y el sufrimiento de los pri-meros pobladores de Quisqueya. Además de Toeya, de Peña de Bordas escribió Atardecer en las mon-tañas, Sombra de pasión, La hora del destino, Amores de Júpiter y Selene, Magia de primavera y El fulgor de las estrellas publicadas póstumamente en 1978 bajo el título Seis Novelas cortas. De ellas Magia de primavera y El Fulgor de una estrella se des-arrollan en New York y Long Island.

       En ese mismo año (1949) apareció el volumen Los cuentos que Nueva York no sabe de la autoría de Angel Rafael Lamarche, compuesto por catorce historias que recogen las impresiones de su viaje a New York en la cuarta década del siglo XX. En sus cuentos Lamarche coincide con Florentino Cestero y Bergés Bordas en lo referente a las excentricidades de la sociedad norteamericana.

       Otra figura apreciable de la literatura dominicana en los Estados Unidos de la primera mitad del siglo XX fue Andrés Francisco Requena. En 1938, tras haber publicado el poemario Romancero heroico del generalísimo en 1937; el libro de ensayo Un paladín de la democracia: el generalísimo Trujillo Mo-lina en 1938 y la novela Los enemigos de la tierra que narra el desplazamiento del campesino domini-cano hacia Santo Domingo, Requena fue nombrado Agregado de la Embajada Dominicana en Chile. Sin embargo, en 1940, poco después de la aparición de otra de sus obras laudatorias a Trujillo, el poe-mario Romance de Puerto Trujillo, disgustado por las actuaciones de la maquinaria política trujillista, renunció a dicho cargo y se refugió en Cuba. De Cuba se trasladó a los Estados Unidos incorporándo-se al ejército norteamericano del cual fue expulsado en 1946. En 1948 fundó en New York el periódico Patria, que le sirvió de tribuna para denunciar los males que afectaban a la sociedad dominicana de entonces. En 1949 firmó su pacto con la muerte al publicar Cementerios sin cruces, novela en la que además de censurar los múltiples crímenes ordenados por Trujillo, ridiculiza y caricaturiza al dictador. A partir de entonces fue acosado y perseguido por matones del tirano quienes lo asesinaron en una calle neoyorquina, el 2 de octubre de 1952.

       La producción de este primer grupo de escritores e intelectuales dominica-nos en los Estados Unidos es mayormente de orientación política y muchos de los textos de esa época, especialmente los de Manuel de Jesús Galván Velásquez, Manuel Florentino Cestero y Gustavo Bergés Bordas, critican el comportamiento de la sociedad norteamericana, sobre todo, su ambición y su frialdad y, también, su actitud represiva en perjuicio de los países pobres. Esa línea discursiva podría ser, adrede o no, una respuesta a la primera invasión norteamericana a República Dominicana.
                              



   
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Franklin Gutiérrez