Inmediatamente al E. de la aldea de Mos se abre una amplia vega tradicionalmente destinada a la agricultura. Esta vega está recorrida longitudinalmente por un regato de cieta entidad (en gallego rega) conocido con el nombre de Río das Pontellas, aunque en los mapas topográficos figura como Arroio Grixó. El topónimo Pontellas alude a la aldea que se encuentra al S., y que debe haber recibido tal apelativo de rudimentarios puentes (pontellas) instalados por los vecinos para circular sobre el arroyo.
Este es el escenario donde hacia los años veinte del siglo XX se producía la repetida aparición de una luz itinerante que los vecinos identificaron como un alma en pena. Veamos la tradición oral recogida por D. Abilio Folgar.
  La luz (
a luciña, así la llamaban los paisanos) aparecía hacia el anochecer en una pontella localizada al S. de la vega, y recorría el río lentamente sobre su cauce,  hasta un molino enclavado hacia el N. denominado Muiño do Portamós, o do Escribano. El trayecto era siempre el mismo, y lo seguía, de un lado para otro, desde que caía la noche hasta la madrugada. Una señora de unos setenta años (hacia 1975), contaba que siendo niña, y viniendo en compañía de otras jóvenes de la novena que se realizaba en la iglesia de Sta. Xusta, al llegar al lugar de A Costa de Sta. Xusta, lugar alto, situado hacia el E. desde donde se divisa toda la vega (véase fotografía), la vieron andar sobre el río, y recordaron que no podían fijarse detenidamente en ella, porque de hacerlo, la luciña abandonaba su camino de costumbre, se iba hacia ellas, y las golpeaba en el rostro. Al observarla, las niñas huyeron despavoridas, y se refugiaron en una casa del lugar. Una vez dentro, trataron de fijarse en ella detalladamente  a través de la ventana, pero entonces la luciña abandona el río, y a toda velocidad, atravesando la vega se dirige contra la vivienda, dando un fuerte golpe en la ventana, que las hizo estremecer de miedo. Entonces tanto las niñas como los moradores de la casa se pusieron a rezar en memoria de aquella luciña, por suponer que se trataba de un alma en pena, retornada a este mundo para purgar sus deudas pendientes. Gracias a estas oraciones, la luz, lentamente se fue alejando, y volvió al río para seguir su itinerario de costumbre. Estas niñas siguieron yendo a la novena los días restantes, y día tras día la volvieron a ver, si bien no omitieron la recomendación de no observarla detenidamente.
El caso es que la
luciña segúia manifestándose repetidamente noche tras noche, y así durante años. Los vecinos de las aldeas cercanas llegaron a acostumbrase a esta presencia, y acabaron por no concederle mayor importancia. Pensaban que algún día, cuando ese ánima cumpliese su castigo desaparecería. Sin embargo, como suele ocurrir con frecuencia, hubo quien se atrevió a desafiarla en un arrebato de fanfarronería. Así, en una ocasión, acompañando a las niñas fue un joven muy atrevido con el objeto de luchar conta esa ánima. Una vez llegado al lugar de A Costa, se pusieron a ver hacia el río ofensivamente, por lo que la luciña abandonó su itinerario normal, atravesó los campos a toda prisa, y ya se les venía encima cuando el chico asió un palo para defenderse, pero fue tan grande el golpe que recibió, que quedó sin conocimiento, habiendo de ser llevado a su casa con ayuda.
Algún tiempo después, se había instalado en la zona un
aguardenteiro (individuo que recorría las aldeas en otoño para elaborar el conocido orujo gallego), el cual tras escuchar estas historias, y queriendo pasar por destemido y valiente decidió enfrentarse nuevamente con el espectro. En una noche, siendo ya muy tarde, se fue hacia el río con una antorcha (un fachico), y con una botella de aguardiente, y allí se puso a esperar a la luciña. Cuando el ánima se hubo aproximado a él, le plantó fuego a la botella del orujo con la intención de hacer huir al fantasma. Pero el que se asustó fue él, quedándose sin habla al observar que aquella luz, en realidad era la llama de una vela portada por un ser de gran envergadura, cubierto con una gran capa,  de tez muy pálida, y pelo canoso, con  una boca de fuego, y con dientes brillantes que hacía rechinar. Ante semejante visión el valiente varón optó por darse a la fuga precipitadamente, pero cayó rendido por el camino. Cuando lo encontraron los vecinos era incapaz de articular palabra alguna. Al recuperarse, confirmó que, en efecto, se trataba de un alma en pena, y que la única solución para acabar con su sufrimiento era hacerle misas y rezarle, para tratar de acortar su castigo, y ayudarle a entrar en el Cielo.

3. DISCUSIÓN.

Estos relatos, en principio, no son diferentes a otros muchos publicados. Sin embargo, presentan la importante novedad de que no están esquematizados por el etnógrafo de turno, y además, presentan la posibilidad de ser ceñidos  a lugares o edificios concretos. Sin embargo, para ser intelegibles a todo tipo de lector deben ser insertados en unas adecuadas coordenadas culturales, e incluso científicas. En efecto, el lector ajeno a la cultura gallega o incluso, rural en general (dado que las apariciones no son privativas del marco geográfico gallego), podrá preguntarse cómo es posible que aquellas gentes aún en pleno siglo XX sostuviesen como reales este tipo de historias, y asimismo, cómo puede alguien llegar a ver espectros, y cómo socialmente sus experiencias son admitidas como ciertas.  Los campos que habremos de abordar para hacerlas comprensibles son varios, pero son los principales el estudio del contexto cultural, así como el sondeo de las aportaciones de la ciencia. De no hacerlo así llegaríamos a la conclusión de que estas gentes vivían en el mayor de los atrasos culturales, y eran atrozmente ignorantes. Debemos tener en cuenta, que sólo muy ocasionalmente se ha intentado en la biliografía etnográfica gallega pasar más allá de la descripción de estos relatos y  generalmente de modo resumido, lo cual deja muchas dudas sobre la credibilidad de los narradores.

3.1. El contexto sociocultural.

En líneas generales este tipo de relatos eran conservados en ambientes puramente rurales. El hábitat normal gallego es la aldea, conjunto de casas y otras dependencias, con tendencia a apiñarse en núcleos, de no muchos
fuegos (por ejemplo, no más allá de 20-30 unidades familiares, en los mejores casos). El resto del territorio está dedicado a zonas de cultivo y montes, particulares y comunales. Varias aldeas constituyen una parroquia, caracterizada por poseer una única iglesia, y estar debida y estrictamente delimitada teritorialmente.
La sociedad gallega tradicional, como todas las agrícolas, era sumamente conservadora e inmovilista en los aspectos culturales. Recordemos que los parámetros de toda cultura se inculcan desde la más tierna infancia de muchos modos, y así, en Galicia, el catolicismo, y toda una amplia gama de creencias religiosas no homologadas por la Iglesia oficial se adquirían desde muy temprano.
El peso del ambiente cultural sobre el individuo no tiene nada que ver con su estatus académico. Vermos ahora dos ejemplos en los que la influencia de los aprendizajes impresos en el subconsciente, en buena medida,  nos encadena para toda la vida, predisponiéndonos a mostrar involuntariamente estados de ánimo correlativos a nuestro ambiente cultural ante determinados estímulos externos.
Coinocemos el caso de un joven de una parroquia del rural de Vigo  (Matamá), nacido a comienzos de los años sesenta del siglo XX, licenciado universitario, y aunque criado en una familia católica practicante, desde la adolescencia mostró siempre una actitud muy crítica hacia las creencias religiosas, teniéndolas por carentes de fundamento, y sostenidas por principios de inercia social irreflexiva. Nos cuenta que cuando hacia comienzos de los años ochenta falleció su abuela materna, su madre contó en el velatorio que seis meses antes había tenido una
cita (un aviso de una muerte inminente que se ha de producir en algún miembro de la familia antes de siete meses). Una noche cuando era ya una hora muy avanzada, y todos dormían, la madre fue despertada por la voz de una mujer adulta que la llamaba por su nombre desde el patio de la vivienda. Entonces aquélla se acercó a la puerta para preguntar a la mujer quién era y qué quería de ella. Pera la señora insistía en que le abriese la puerta, y ante la indecisión de la madre de nuestro confidente, interviene su padre que desde la alcoba le ordena que bajo ningún concepto le abriese la puerta. Entonces la madre vuelve a la habitación, y en esto suena un terrible estruendo que hace temblar tabiques y puertas de la casa. Rápidamente entendieron que se trataba de  una cita. El hecho es que nuestro amigo y su hermnano dormían en la habitación que tenía la pared hacia el patio,y no se enteraron de nada. El terrible aviso fue mantenido en secreto por sus padres  hasta que se produjo el óbito de la abuela.
PÁGINA SIGUIENTE