Capitulo 11
Caminaba a paso rápido
menos por necesidad, que por sentirme arrastrado dentro del flujo peatonal
de la calle Florida. Esta se percibe distinta, según uno sea
turista o superviviente de la megalopolis. Me distraje un instante en una
vidriera de electrodomésticos. Entre los grabadores, heladeras y
demás prodigios tecnológicos, los televisores color trasmitían
sincronizadamente la misma imagen. El constante rumor del gentío
daba cierto toque de absurdo al movimiento de labios del locutor en
pantalla. La paleta de colores se fundió en un anacrónico
blanco y negro y apareció la imagen del General Videla leyendo el
acta de defunción de la democracia. Letras amarillas tranquilizaban
al televidente con el recordatorio "1976 - 24 de Marzo - 1986. A 10 años
del golpe de estado".
¿Diez años ya? .
Me reintegre a la masa itinerante haciendo un amargo repaso de los últimos
dos lustros. La vida continuaba. Recordé el comentario de unos
desconocidos parientes de mi ya lejanisima Susana. Desde la comodidad de
su casa en la gran nación del norte, le preguntaban como se vivía
"allá abajo". Para ellos, cualquier país al sur
del Río Grande era una curiosidad que ni valía la pena
intentar comprender. Países bananeros, amenazados entre el marxismo
y generales al estilo Idi Amin.
Si la madurez de una república se mide por el respeto a la
justicia, por más que intentaba defender a mi país las cosas
no estaban todo lo claras que uno hubiera deseado. Comparada la situación
con lo omnipotente que habían sido las juntas militares, el hecho
que estuvieran purgando condenas era un avance encomiable. Pero
confirmando un axioma revolucionario, más apropiado para la década
del '60 que para los '80, quien detentara la fuerza de las armas, tendría
la ultima palabra . En el lenguaje corriente, los que tenían los
fierros eran "ellos". Y si bien la presión y el contexto
internacional fueron importantes para el juicio a las juntas, los
ejecutores materiales, los que tiraron físicamente del gatillo, no
estaban dispuestos a ser vecinos del nuevo lugar de residencia de las cúpulas
genocidas.
Los movimientos de izquierda más radicalizados pedían "paredón,
paredón, a todos los milicos que vendieron la nación".
Aquellos círculos de poder que de una forma u otra apoyaron
al Proceso, exigían una reivindicación publica a los
vencedores de la guerra antisubversiva. Repetían "Ahora se
olvidan de lo que pasaba en el país entonces, pero. . . "
En el caso de mi familia no nos olvidábamos.
Quizás en algún cajón, un manuscrito reservado
explique lo que pasaba entonces. Quizás algún historiador
del siglo veintiuno edite una enciclopedia en treinta capítulos
coleccionables, en la que se explique porque se empezó a hablar del
"Punto final".
Lo cierto, lo injustamente cierto, fue que comenzaron a filtrarse
trascendidos y su posterior y predecible desmentida.
Arrepentido de haberme ido de Regina casi dos años antes,
estaba trabajando como entrenador en una pileta municipal. Mi estado anímico
no era de los mejores. Trabajando a media maquina y con un noviazgo que
crecía, mi generoso tiempo libre lo ocupaba corriendo, estando con
Estela o yendo al cine. En una de esas salidas vimos "La historia
oficial", ganadora de un oscar de la Academia. Sabíamos el
argumento y estabamos atentos a una escena en particular que nos habían
anticipado.
Sobre el final del film se insertan unas imágenes
documentales de una marcha en Plaza de Mayo. Aparece en pantalla un par de
segundos un manifestante, que nunca supimos quien fue, portando una foto
ampliada para nosotros harto conocida. Una joven de pelo lacio insinuando
una sonrisa. Al pie de la pancarta, la identificacion:Maria Elina Corsi.
22- 11- 76
La aparición fugaz de Marielina en un film premiado
internacionalmente, la tomamos como un reconocimiento a nuestra historia
familiar. Ese invierno otras películas también me
movilizaron y recordaron todo lo vivido.
Trabajando en esa pileta me mantenía en contacto con el grupo
de Ateneo. Tanto tiempo había pasado desde esos años en que
fatigábamos el agua yendo y viniendo, y sin embargo Osvaldo seguía
siendo el aglutinante.
El siempre sostenía que los nadadores pasan y los
entrenadores quedan. Desde el borde, formaba nuevas camadas de nadadores.
Esa posición privilegiada le permitía juzgar el avance de la
natación argentina. Nosotros, nadadores de fines de la década
del '70, habíamos manejado menos volumen de carga, menos metraje y
usado técnicas de entrenamiento que entonces se podrían
tachar de obsoletas. Los jóvenes de mediados de los '80 se sometían,
en cambio, a unas exigencias físicas para nosotros impensadas.
Eran, a todas luces, superiores. Al menos en el agua.
Esos nadadores, en lo esencial igual a cualquier otro joven de su
generación, eran completamente diferentes a como habíamos
sido nosotros; eran la generación del Proceso.
Para ellos el golpe del 24 de marzo era casi lo mismo que el cruce
de los andes del General San Martín, es decir un hecho histórico.
Del pasado inmediato, pero historia al fin. La desinformacion de los
gobiernos militares había dado sus frutos.
Osvaldo quería poner en contacto a esos adolescentes con
personas que habían sufrido directamente el accionar represivo. Tal
cual dice el informe de la CONADEP, para que nunca más debamos
padecer a una dictadura sangrienta.
Desde el comienzo del año, el y otros profesores del club,
habían estado coordinando unas reuniones con ese fin.
Nos invitaron a Estela y a mi a uno de esos encuentros de
esclarecimiento, destinada a los nadadores mas grandes. Al llegar al lugar
de reunión, ya estaban los ex nadadores, los nadadores activos y
tres sobrevivientes convocados a contar su experiencia. Un matrimonio y
una mujer joven, de la cual no recuerdo el nombre. Del matrimonio, quizás
la más conocida para el gran publico sea la esposa. En la película
"La Noche de los lápices" aparece una embarazada en el
calabozo a punto de dar a luz. Ella es Calvo Laborde y dio detalles de esa
escena.
- Por el tiempo que tenia de embarazo, sabia que en cualquier
momento podía nacer la criatura. En esos días en que estaba "chupada"
lo único que deseaba es hubiera algún medico cerca. Cuando
empezaron las contracciones grite que alguien fuera a buscar ayuda. Lo único
que hicieron fue ponerme arriba de una chapa de zinc y sacarme fuera del
calabozo. Me llevaron a un patio y los cuatro o cinco escalones me los
hicieron bajar como venia. Acostada en la chapa esa, reboté en cada
uno de los desniveles. Me pareció que muy bien no sabían lo
que tenían que hacer, yo quería un medico, o alguien que me
ayudara con el bebe, porque sentía que ya nacía. Me pusieron
en el asiento de atrás de un Falcon y me dejaron sola. Así
sola como estaba nació la criatura. Era de noche y yo la ponía
cerca mío para que no tuviera frío. Al rato vino uno y se
puso a gritar porque había manchado el asiento. Lo único que
hizo fue ligar el cordón umbilical. -
De los que estabamos ahí, nadie abrió la boca.
Prosiguió la otra mujer.
- A mi me secuestraron junto con mi hermano. Después de 10 días
nos largaron. Pero a los tres meses a el lo levantaron de nuevo y nunca
volvió a aparecer-
Tomo luego la palabra el marido de Calvo Laborde. Refiriéndose
a su esposa empezó.
- A ella la fajaron, pero a mi apenas me tocaron. Eso fue realmente
una locura, no sabían lo que tenían que averiguar ni como
conducir un interrogatorio. A mi, por ejemplo me pusieron en calzoncillos
y me acostaron en la parrilla. El que tenia la picana en la mano, me dijo
"Canta. . ¿estuviste en Chile en el '72? " Yo me quede de
una pieza. Claro que había estado. Me habían hecho un
reportaje en la universidad de Santiago para una revista de izquierda. Les
dije que si y les conté con lujo de detalles todo el viaje y el
reportaje. Después me preguntaron acerca de gente que conocía,
que militaba y les dije todo lo que sabia. Me tuvieron un rato largo
preguntándome cosas y después me dejaron vestir y me
llevaron al calabozo. -
Uno de los profesores de Ateneo, sicólogo, comenzó con
la batería de preguntas. Dirigiéndose a Calvo Laborde le
pregunto
- Vos estuviste declarando en el juicio a los Comandantes. . . ¿pensas
que se va a sancionar la ley de punto final? -
El panorama que pintó fue desalentador. Advirtió sobre
los riesgos de la impunidad y el resurgimiento del militarismo en el país.
Mientras ella exponía metódicamente su punto de vista, yo
tragaba saliva. Coincidían sus oscuros pronósticos con los
que había dado papá. Uno de los nadadores jóvenes
intento defender a los legisladores.
- Pero si el congreso lo aprueba es ley. . . y la ley hay que
respetarla-
- En la antigua Grecia la esclavitud era ley. . . ¿podemos
decir que esa ley era justa? -
Alguien pregunto si los diputados estarían de acuerdo con lo
actuado por las juntas. En forma unánime coincidimos en que había
algo que no salía a la prensa, grupos de presión ocultos que
no iban a aceptar avanzar más allá de lo conseguido hasta
entonces.
Argentina se ubicaba, de acuerdo a ese análisis, como el
menos bananero de los países sudamericanos; pero subdesarrollado
jurídicamente al fin.
Volvimos Estela y yo con una sensación de impotencia, que se
tradujo en un triste mutismo. Me quiso consolar.
- Dios los juzgara. . . -
- Si, mientras tanto ellos preparan el próximo golpe.
La posibilidad de que los verdugos quedaran impunes nos conducía
a un estado anímico cambiante. Por momentos teníamos la
certeza que en lo medular, la situación no difería mucho de
la vivida durante el proceso. Apenas hablábamos de la burla de los
represores, pero en forma latente, al leer el diario o ver los noticiosos,
cada uno a su manera bufaba o se deprimía.
Ya casi me había acostumbrado a correr delante de la ESMA,
sin pensar en las cosas atroces que se habían llevado a cabo ahí
dentro. Al trotar mirando el Río de la Plata, sentía que
estaba mirando también la dilatada e imprecisa tumba de Marielina,
fruto de algún traslado. En noviembre se cumplirían diez años
desde la ultima vez que la habíamos visto con vida. En algún
momento habíamos sido niños. Luego alguien, que también
tuvo su niñez, habría apoyado en la nuca el caño de
un fusil y borrado con una llamarada a la primogénita de los Corsi.
¿Se habrían imaginado mis padres en la sala de partos el final
de su primer hija? ¿Que habrán sentido cuando esa noche
arranco el ultimo coche?
¿Que es tener un hijo, que es perderlo?
No matar. Otra vez ese mandamiento que en la Argentina había
tenido tantas excepciones.
Una aporia, una situación sin salida. Una injusticia por
imperio de las armas. La muerte de los ejecutores no traería a mi
hermana de vuelta. Además que como católico no podría
matar a un ser humano. ¿Como entonces ellos podían haber
matado a semejante cantidad de personas y en esas circunstancias de
indefension?
En el caso de enfrentamiento con un enemigo definido, donde lo que
esta directamente amenazado es la propia vida, seria al menos entendible
el hecho de matar un semejante. Pero a personas con nombre y apellido, con
las cuales uno ha hablado, escuchado su voz, sus pedidos de misericordia
me parecía fuera de mi alcance racional.
Otra de las películas que en ese triste 1986 logró
llamarme la atención, bien podría ser calificada como de
entretenimiento para el gran publico. Arnold Schwarzeneger, la mole de
musculos austríaca, es la estrella de "Terminator". Fui a
verla dispuesto a pasar una hora y media de entretenimiento ligero y me
fui del cine con el esbozo del porque paso lo que pasó.
Schwarzeneger encarna, si cabe el termino, a un robot del futuro que viene
a nuestros días a matar a una mujer, Sarah Connor. Porque tiene esa
misión no es el caso referir. Una frase perdida en medio de las
persecuciones fue lo que me impactó. Dice el muchacho asignado a
defenderla "Huelen como Humanos, parecen humanos, pero no lo son. No
es posible hablar con ellos o intentar razonar. Tienen una misión
que cumplir y es eliminarte, Sarah. No tienen sentimientos ni
remordimientos, están programados para la aniquilación, son
Terminators, y la única forma de detenerlos es destruyéndolos.
"
No se los mata, se los elimina porque son maquinas. No hay muerte,
no hay asesinato, luego no hay pecado.
Únicamente así pude empezar a entender el porque de
tanta aberración. Los represores habrán supuesto que todos
los sospechados de "pensar raro" eran maquinas del mal, pasibles
de ser desconectadas. Recordé que en la facultad nos enseñaban
el carácter de igualdad entre los miembros de una ecuación,
es decir si a=b luego b=a. Si alguien pone una bomba y mueren inocentes,
es una maquina, un Terminator y hay que eliminarlo. Si alguien justifica
la muerte de cien inocentes (y esta justificación fue hecha)¿No
estaría actuando de la misma manera? ¿Que rotulo merecería?
Unos días antes de navidad se aprobó finalmente la
llamada ley de punto final, y a continuación se fijo fecha para la
prescripción de las causas. El brindis de fin de año no pudo
ser más superficial, con el único consuelo de la condena
moral de la sociedad; al menos las cúpulas purgarían las
penas.
En enero del '87 casi había abandonado las esperanzas de
volver a ser entrenador de natación. La palabra casamiento empezaba
a repetirse, para ser refutada por la inestabilidad laboral. Casi al
terminar ese primer mes del año, atendí distraídamente
un llamado telefónico. Sentado frente al televisor, maldecí
al que interrumpía mi entretenimiento.
- ¿Familia Corsi? -
- ¿Si? -
- Quisiera hablar con Miguel-
Cambie de un salto mi posición en el sillón y mientras
trataba de identificar esa voz ligeramente familiar contesté
- Soy yo. . . ¿quien es? -
- ¡Que haces pibe!. . . Sesto, el presidente de Circulo, desde
Regina-
Extraño gesto en mi, cerré los ojos y volví a
recordar esos dos veranos al borde de la pileta reginense. Antes de
devolver el saludo, adivine un cambio positivo en mi vida.
Prosiguió la invitación
- Nos quedamos sin técnico y se nos vienen encima los
torneos, mira vos, justo en medio de la temporada. . . ¿te venís
para acá? -
Cuarenta y ocho horas más tarde estaba viajando rumbo a mi
nuevo destino. A diferencia de la primera vez, entonces fui sobre seguro,
a retomar mi crecimiento en el lugar donde lo había dejado. Estela
tardaría unos días en ir para allá, supeditado a
encontrarle trabajo y alojamiento.
Desde el punto de vista deportivo, poco fue lo que se pudo hacer a
escasas tres semanas del torneo. Desde el punto de vista laboral, todo
salió a pedir de boca, para mi y para Estela. A la semana de mi
arribo ella también estaba en Regina y con trabajo.
Los niños que había dejado ya me miraban desde lo
alto. El sabor de aventura había desaparecido, pero era feliz. Un
simple llamado telefónico había cambiado mi humor de la
noche a la mañana.
Termino el verano, y mientras preparaban la pileta cubierta,
volvimos a Buenos Aires a buscar más cosas, dejadas en la ansiosa
carrera. Luego de dos semanas, más serenos, viajamos nuevamente a
Regina. Esa vez la despedida fue multitudinaria. Las dos familias reunidas
en la terminal, eran prodigas en recomendaciones y consejos. Ya antes de
subir habíamos planificado volver para Semana Santa, una veintena
de días más tarde. Sin embargo, no creo que los consejos
recibidos por mis abuelos, cuando subieron al barco para hacer la América,
hayan sido tantos.
La abuela materna de Estela me miró fijo a los ojos y en tono
admonitorio disparó
- Miguel. . . juicio-
No pude menos que reírme y le conteste, con cierta precognición
política.
- Juicio y castigo es lo que falta-
Mi futuro suegro, que sabia lo que es padecerla como madre política,
festejó recatadamente la respuesta.
Empezamos la natación invernal. Por primera vez desde que era
entrenador, disponía de pileta cubierta con libertad absoluta de
tiempo y espacio. Todo marchaba bajo control y, si las cosas seguían
de esa manera, ese invierno seria el ultimo como soltero. Tal como habíamos
planificado, reservamos pasaje para celebrar semana Santa en Buenos Aires.
Un sorpresivo paro de micros, nos obligo a viajar en tren. Cuando a la
medianoche del miércoles subimos a nuestro medio de transporte, yo
ya estaba malhumorado. La ultima vez que había hecho viajes de
larga distancia en tren había sido en Europa. No creo ser un mal
argentino si digo que prefiero los ferrocarriles del viejo continente a
los nuestros. A media mañana, lejos aun de nuestro destino, mi
novia daba rienda suelta a su sociabilidad. Recorría los vagones
hablando con nuestros circunstanciales compañeros de infortunio.
Yo, trataba de entender porque no le molestaba semejante viaje. En una de
esas idas y venidas, su rostro perdió brillo. Haciéndose oír
por encima del traqueteo de los vagones me dijo alarmada.
- Hay problemas con los milicos-
- ¿Que problemas? -
- No se, no se sabe muy bien que, pero parece que es serio-
Súbitamente, acompañando unas imágenes de
trenes europeos, la palabra "acojonados" me estalló en el
pecho. Entendí con lucido espanto lo que significa perder la
libertad.
Nos ubicamos cerca de las radios, reprimiendo malamente la ansiedad
por terminar el viaje. Cerca de la medianoche llegamos a Constitución
donde papá nos esperaba. Llevamos a Estela a su casa Al llegar a la
nuestra me di cuenta lo que nos pesaba que mamá fuera Madre de
Plaza de Mayo. Nadie lo decía, pero recordábamos la amenaza
de cambiar el rotulo de N. N. por M. M. , muchos más. No había
que tener mucha imaginación para pensar en los primeros pasos de
una posible junta militar: tomarían metódicamente la lista
de las Madres y, por orden alfabético, harían el operativo
de limpieza.
Bien entrada la madrugada, con un compás de espera en las
noticias, nos fuimos a dormir. El viernes Santo lo pasamos pegados al
televisor. Ya de noche, fuimos con Estela y algunos de sus primos a la
Plaza de Mayo. Queríamos estar cerca del teatro de operaciones. Uno
de los del grupo se encontró en la plaza con un periodista conocido
de el. Charlo unos minutos y luego, con rostro grave, describió el
estado de la situación. En esas horas, tan serio aparecía el
futuro próximo, que pensé que no volvería a Villa
Regina.
No voy a narrar hechos que, por conocidos, seria redundante
enumerar.
La tarde del domingo de Pascuas nos encontró formando parte
de la multitud que, solidarizada en la Plaza, reafirmo el nunca más
al autoritarismo. Al concluir el episodio, mientras nos desconcentrabamos
aliviados, sentí que habíamos crecido como país. La
imagen de Tejero en las Cortes españolas y la de nuestros
deplorables carapintadas, se me antojaban patéticamente similares.
El anacrónico grotesco de los iluminados por la verdad absoluta,
parecía haber fenecido para siempre.
Volvimos a Regina.
Se fue el invierno.
Poco antes de la primavera nos casamos. Nuestra luna de miel la
pasamos en San Pablo, Brasil.
Parecería ocioso describir un viaje de este tipo, no tanto
por la privacidad, sino por la falta de originalidad de estos eventos. Una
familia amiga de mi flamante esposa actuó como guía turística
de la noche paulista. En una de esas salidas, conocimos a un
norteamericano radicado temporalmente en la ciudad. Cuando fuimos
presentados ya llevaba una cantidad apreciable de caipirinha en su haber
sanguíneo. No solamente el idioma ingles salva los obstáculos
lingüísticos entre los hombres. También el alcohol etílico.
En una mezcla de ingles, portugués, y buena voluntad nos
fuimos entendiendo. Resultó ser que Bill, Tim, o Jim, quizás
el nombre sea lo de menos, jugaba golf todos los fines de semana con uno
de los hermanos Born. El operativo "mellizas" llevado a cabo por
el líder montonero Firmenich en 1975, consistió en el
secuestro de dichos hermanos. A doce años de haberse pagado el
rescate y ser liberados, Born se lamentaba que los que terminaron con la
subversión estuvieran presos. El americano, con palabras doblemente
dificultosas, hilvanó términos como "marxismo", "contrainsurgencia"
y "líderes socialdemocratas".
Me decidí por otra cerveza.
Mientras escuchaba su explicación acerca de la injusticia que
se cometía en la Argentina, me pregunté cuanto sabia yo
sobre el pasado reciente de Angola, o de Finlandia por ejemplo.
En enero del '88 tuvo lugar otro pronunciamiento militar, el de
Monte Caseros. Si bien no estuvimos tranquilos durante esas horas, la
ansiedad fue inferior a la alcanzada en Semana Santa.
Pasó otro verano de natación. Empecé a darme
cuenta que me detenía cada vez con mayor frecuencia a acariciar la
cabecita de los niños. Los padres de mis nadadores bromeaban y
preguntaban cuando íbamos a hacer nuestro aporte a la natación
reginense.
En mayo, en una de las comunicaciones telefónicas con Buenos
Aires, mamá me dijo
- ¡Hay!. . . ¿sabes que? soñé que Estela
estaba embarazada de una nena. . . era divina, gorda, con rulitos. . .
hermosa-
- No vieja, vos sos bruja, pero quedate piola que por ahora no
pensamos encargar-
Colgué el tubo tragándome la interpretación
sicologica. Marielina, si hubiera estado viva, tendría 33 años.
Edad más que prudente para que mis padres hayan sido abuelos.
Posiblemente a mamá se le mezclaban los dos sentimientos, el de que
mi hermana estuviera todavía en este mundo y el de la alegría
de tener un nieto. Pobre mamá. Yo había perdido a una
hermana. ¿que será perder a un hijo? Ojalá que nunca lo
supiera.
A pesar de mi seguridad le pregunté a Estela.
- Vos no estas, ¿no? -
- No, que voy a estar.
Que suerte, pense. ¿o que lastima?
Pasaron quince días. Una noche, al volver de entrenamiento,
mi esposa me esperaba parada al lado del equipo de audio.
Mientras volcaba al cuaderno de entrenamiento el metraje y detalles
de la sesión de ese día, Estela puso la 9° sinfonía
de Beethoven. Molesto porque no encontraba el porque de un desempeño
pobre de uno de los nadadores le dije
- Bajá eso que esta muy fuerte-
- Fui al medico. . -
- Si, me parece que este también va a tener que ir porque los
tiempos que está haciendo dan lástima-
- . . . dio positivo-
- ¿Que cosa? -
- Los estudios-
- ¿Estudios de que? -
La emoción le enrojeció los ojos. Me alcanzó el
sobre con los análisis, al tiempo que decía
- Vas a ser papá-
Pensé
¿Padre? , ¿yo? . . . ¿y como? .
En realidad esa pregunta retórica, de respuesta obvia,
planteaba una miríada de cosas que, en una fracción de
segundo, no tenían respuesta.
Se sucedieron los días primero, luego las semanas. Estela
empezó a engrosar el talle. Nuestro retoño hacía
sentir su presencia pateando en el liquido amniótico. Un
interrogante que siempre había tenido, lo supe entonces, volvió
por su respuesta. ¿Que es la vida? , luego ¿que es la muerte? .
Mi casi olvidada experiencia OOBE, cuando fue el accidente, me había
llevado cerca, muy cerca, de trasponer el limite entre nuestra realidad y
lo inconmensurable. Podía suponer que nuestra alma va a algún
destino de luz o tinieblas. No podía, ni tenia deseos de entender
la vida eterna de otra manera tal cual nos la habían enseñado
en el colegio. Marielina estaría en algún lugar imposible de
entender en palabras temporoespaciales. Pero estaría ahí.
¿Y el hijo por nosotros engendrado? Su alma, ¿de donde
vendría? En un instante la nada, al siguiente, un ser humano,
alguien que va a amar, a sufrir, dejar a su vez otros hijos y, luego,
morir. ¿Que derecho teníamos en crear vida, en traerla a este
lugar de egoísmo? . Mis padres, cuando nació Marielina,
nunca imaginaron que pasara lo que luego ocurrió. ¿Como haría
yo para evitar que a ese hijo, todavía desconocido, nada le haga daño?
Finalmente, o quizás, de nuevo ¿porque estamos aquí?
El medico que vigilaba la evolución del embarazo arriesgó
una fecha probable para el parto, fines de diciembre. En el consultorio
deslice un deseo
- Ojalá que nazca en enero-
Mi esposa y el profesional me miraron extrañados
Agregué
- Así agarra la categoría del año siguiente. .
. digo, mas posibilidades en natación. . . -
La mirada extrañada se convirtió en piadosa. Concluí
mi intervención
- Fue un chiste. . . je. . . -
En Buenos Aires, no podía ser de otro modo, los futuros
abuelos estaban alborotados. Desde recomendaciones telefónicas a la
primipara, hasta avalancha de nombres sugeridos, trataban de no olvidar
detalle.
Se aproximaba diciembre y en el club aumentaban los preparativos
para la próxima temporada estival.
El dos de diciembre a las seis de la mañana Estela se levantó.
Adormecido desde la cama, escuche que algo me decía. A las
primerizas hay que tenerle paciencia, así que le contesté
- Yo también te quiero-
- No, te digo que rompí bolsa-
- ¿Cual bolsa, la que compramos hace poco? -
- Llamá al ginecólogo que me parece que se viene-
De un salto me di cuenta que mi deseo por que compita en la otra
categoría no iba a ser posible.
A media mañana estaba internada esperando que se produzca el
nacimiento. Llamé a Buenos Aires para comunicar el inminente
arribo. Atendió papá. Me dio las recomendaciones y
felicitaciones pertinentes y antes de colgar me dijo
- Que día que se eligieron-
- ¿Porque? -
- ¿No escuchaste la radio? . Otra vez los carapintadas, esta
vez en Villa Martelli. -
Me lleve la radio y me instale al lado de Estela. El medico, como se
hace con los niños molestos, me dio la tarea de anotar la
frecuencia de las contracciones. Como si fueran los tiempos parciales de
una competencia de natación, minuciosamente fui anotando la
frecuencia y duración. A la ansiedad del evento como padre, le
sumaba la ansiedad como argentino. Tratando de no importunar a la
parturienta, pegaba el oído al aparato y palpitaba por la doble
emoción. Cuando no aguantaba la presión de las
informaciones, me refugiaba en la marcha del parto. A la inversa, cuando
temía por alguna complicación, volvía a barrer el
dial en búsqueda de noticias frescas.
Finalmente a las once de la noche, ingresamos a la sala de partos.
Le tome la mano a Estela y mientras el medico hacía el corte quirúrgico
me pregunté que seria, ¿varón o nena?
Para tranquilizarnos, el profesional iba relatando lo que estaba
haciendo. La cabecita emergió un poco. Pidió a Estela el
ultimo pujo. Empezó a salir la criatura. Mantuvo la incógnita
un instante
- Me parece. . . que es. . . un. . . a ¡nena!-
Mamá había tenido tenido razon. Mientras la enfermera
la higienizaba y vestia, me acerqué y acaricie la cabecita de la
recién nacida. Como un tonto, con los ojos llenos de lagrimas,
repetí varias veces
- Hija. . . mi hija. . . -
Otro fin de año en Buenos Aires.
Hay vacíos que no se pueden llenar nunca, perdidas que son
para siempre. Pero por fin, después de muchisimo tiempo, podíamos
brindar porque había alguien nuevo en la familia. Quedaba en algún
lugar de nuestra historia una mancha de dolor. Reparada parcialmente con
el castigo a los responsables, era un ínfimo consuelo.
Mis hermanos no cabian de gozo en su condición de tíos.
Mis padres no cumplían un papel muy decoroso en el rol de abuelos.
Del lado de mi familia política, parecía que se habían
contagiado del mismo mal que había en casa. A decir verdad, Estela
y yo también estabamos chochos.
Al volver a Regina, recién entonces, comprendí la
responsabilidad que era manejar grupos de niños y adolescentes.
Empece a preguntarme cual seria el criterio a usar para elegir el docente,
para mi hija.
María Carolina, ese verano apenas una beba, se me antojaba frágil
en extremo. Al darle el biberón la miraba con detenimiento y me
preguntaba como seria cuando llegué a los veinte años. Con
cada llanto nocturno, con cada pequeño resfrío, fui
comprendiendo la frase que dice que la paternidad es una esperanzada
angustia.
Tan indefensa ella y tanto maldad ahí afuera.
Estela me preguntaba en ocasiones que pensaba y yo le mentía
que en nada. Nunca pude engañarla y sin embargo ella perdono mis
monstruos mentales. Eran míos, y no debía empañar su
alegría de madre.
Alguien, alguna vez, me había dicho que ser padre es una
experiencia inefable. Empece a transitar mentalmente el dolor que podían
haber sentido mis padres esa noche. Esos años. Quizás aun
entonces. Dios, eso no. Por favor que nunca suceda eso. ¿Como lo podían
haber soportado? . Sin ninguna estridencia, sin ningún chispazo
trascendente, fui conociendo la entereza de papá y mamá.
Durante el gobierno militar no habían sucumbido ni a la depresión
ni a la locura. Sin olvidarse de Marielina nos guiaron a nosotros, y aun
lo seguían haciendo. Héroes cotidianos, anónimos, a
los cuales nunca nadie los pondrá en el bronce.
Nietzsche dijo "Lo que no nos destruye nos fortalece".
Quizás peque de parcial si digo que mis padres soportaron cosas que
no cualquiera podía resistir. Soportaron lo insoportable y salieron
íntegros de ese infierno.
A fines de enero de 1989 viajé con uno de mis nadadores a un
torneo nacional en Mendoza. La víspera del viaje fue el copamiento
del batallón de La Tablada, uno de los hechos mas notorios en la
historia de la guerrilla urbana en nuestro país.
A pesar que en los torneos de natación usualmente me gustaba
hablar con otros técnicos acerca de nuestro deporte, ese campeonato
de la República estuve distante. Pensé en el retroceso ante
la opinión publica que las agrupaciones de derechos humanos podrían
sufrir. Desde la recuperación de la democracia, la llamada "cría
del proceso" había aprovechado cualquier oportunidad para
tachar de izquierdistas a dichos organismos. Todavía entonces decir
izquierda era casi sinónimo de subversivos. Uno de los implicados
en el ataque era el sacerdote Puijane. Durante un festival musical de
beneficencia , en el cual había cantado Estela, le había
estrechado la mano y lo había felicitado por su militancia por los
derechos humanos. Había sido en el '85 u '86. Luego de enterarme de
su participación, me sentía como un idiota útil, como
la carne de cañón de los '70. Hable por teléfono con
mamá y me contó espantada.
- ¿Vos viste? Ese muchacho, Jorge Baños, llevaba el
juicio de Mariel, un encanto de chico, vieras que atento que era. . .
hacer eso. . . que terrible. . . -
Me quede pensando en lo desafortunado de ese ataque. La derecha
tendría motivos para meter a todo el zurdaje en la misma bolsa.
Se aproximaban las elecciones presidenciales. En marzo Angeloz,
candidato del Radicalismo, vino a Cipolletti, a 100 km. de Regina. Casi
igual que seis años atrás fuimos a verlo con Estela. La única
diferencia con ese lejano Luna Park fue que llevamos a nuestra hija con
nosotros; una genuina radical de cuna.
Seis años atrás se hablaba de un pacto militar-
sindical. La palabra indulto apareció tímidamente en algún
medio gráfico.
Me quise tranquilizar. Vox pouli, Vox dei. El pueblo nunca se
equivoca.
El resultado electoral hizo notoria mi falibilidad en pronósticos
políticos. Esa noche, mientras me amargaba frente a la contundencia
de los gráficos de torta, temí por el futuro de la justicia
en esta parte del planeta.
Cambió el gobierno y pasaron los meses. No podíamos
dar crédito a lo que se insinuaba.
Indulto.
Lisa y llanamente un "aquí no paso nada".
Papá había tenido razón. Los ex- comandantes
tarde o temprano iban a salir. Para algunos una reparación histórica.
Para nosotros una confirmación de somos una republiqueta bananera.
La burla a la justicia, al verdadero sentido ético de la
palabra justicia, se iba a realizar en dos etapas. Primero, para los
genocidas menos encumbrados, o héroes en la lucha antisubversiva.
Luego, si no se armaba mucho revuelo, serian devueltos a las calles
que alguna vez asolaron, los ideólogos de la solución final
argentina.
A despecho que el error presidencial era una decisión tomada,
los organismos de Derechos Humanos se abocaron a una campaña para
oponerse a tamaña burla. Me puse en contacto con la gente que en
Villa Regina estaba trabajando con esa finalidad.
Menos de una decena de personas, catalogadas en la localidad como "los
zurditos" parecían haberse percatado de lo que iba a suceder.
Nos distribuimos para juntar firmas en lugares estratégicos del
pueblo: salidas de los bancos, paradas importantes de colectivos, grandes
supermercados, etc.
Yo monté guardia a la entrada de un supermercado, destinado a
la gente de clase media o media- baja. Sentado a la mesa, identificado con
un cartel manuscrito, veía pasar a gente que parecía no
verme. Conocidos que, quizás inconscientemente, torcían el
rumbo y escogían otra puerta, otra salida.
La gente por la cual mi hermana había luchado,
equivocadamente o no, fue la que más me defraudó. No supe si
debía atribuirlo a un vaciamiento de principios, fruto de la
propaganda oficial, o quizás a una indiferencia lisa y llana de
nuestro pasado reciente. Educar al soberano. Desinformarlo o manipulearlo.
En algunos casos, y no tan aislados, escuche ese lugar común, tan
frívolo como indiferente:"con los milicos estabamos mejor".
No lo podía admitir, estaba mucho más allá de
mi raciocinio. A ellos, el proletariado en términos marxistas, les
daba lo mismo que gente como la que había hecho semejantes
atrocidades quedara libre. Pan y circo. Un Boca- River suscitaba mas interés
que un indulto.
¿Y si el que estaba equivocado era yo?
¿Y si la clave para subsistir era no pensar, no cuestionar,
aceptar la historia oficial a pie juntillas?
Esa noche tuve un sueño, cargado de una simbologia clara.
Estabamos reunidos los cuatro hermanos en el estadio olímpico
de Munich, donde se realizaron los juegos en 1972 , el año en que
Marielina termino el secundario. Íbamos a correr la final de
atletismo de la posta 4 x 100 llanos. Las finales siempre se corren de
noche. La iluminación del estadio era mortecina, tal cual lucia la
avenida Juan B. Justo la noche del operativo.
Yo era el segundo relevo. Mariel venia con una sonrisa serena y me
alcanzaba el "testimonio" ese tubo que se entrega al atleta al
hacer el cambio. El sentido era evidente:la lucha continua.
Salieron.
Diciembre del '90. Tramos finales del indulto.
Viajamos a Capital para pasar las fiestas. Balance forzoso, el de
ese año nos remitía al fin de año del '76. La
justicia había dictaminado que eran asesinos y sin embargo los
asesinos serian liberados antes que dieran las doce campanadas del ultimo
día del año. Igual que el primer fin de año sin
Mariel, los matadores caminarían nuevamente por la reina del Plata.
La confesión y el perdón implican un arrepentimiento
por los pecados. Propósito de enmienda, me habían inculcado
en el colegio, para estar en gracia de Dios.
Pero ellos no se arrepentían de nada. Es decir, en
circunstancias similares obrarían exactamente igual.
Semejante perspectiva era, al menos, inquietante.
Las entidades defensoras de Derechos humanos convocaron a una
jornada de duelo en la Plaza de Mayo. Fuimos mamá, Myriam y yo.
Salimos de la estación de subte con la congoja de saber que
ese iba a ser el ultimo acto al que concurriríamos.
Myriam y yo nos colocamos una cinta negra alrededor del brazo. Mamá,
con delicado esmero, se puso el pañuelo blanco en la cabeza. Nos
ubicamos uno a cada lado de mamá y caminamos hacia la plaza.
Pasee la mirada por la gente reunida. Me sorprendió descubrir
que la gran mayoría eran de un nivel sociocultural elevado. Rostros
graves, como si estuviéramos en un velatorio . Nada para gritar,
ninguna consigna. Nada, solo el vacío de sentirse burlado.
Un poco más atrás de donde estabamos vi al ex- grupo
de Ateneo. Me acerque y nos saludamos quedamente. Pasó una columna
de manifestantes peronistas insultando al presidente. La tarde iba
cayendo, junto con el manto de vergüenza.
Le comenté a uno de mis antiguos camaradas de agua.
- Si fuera director de cine, terminaría la película
con una vista de la plaza y mientras la pantalla se va poniendo negra, una
leyenda en letras blancas que dijera: "en la Argentina el crimen, a
veces queda impune". . . ¿que te parece? -
Reflexionó un poco y me corrigió
- No, mejor esta. . . "en la Argentina el crimen, casi siempre
queda impune"-
Volví con mamá y Myriam. Las miré y dije
- Ya está-
Myriam, conteniendo el llanto, casi gritó
- ¿Como que ya está? . . . ¿Así queda todo?
-
Sin encontrar una respuesta atinada, sacudí derrotado la
cabeza y repetí
- Ya está-
Mamá permanecía en silencio. Se sacó el pañuelo
blanco, lo besó y lo guardo. Preguntó
- ¿Vamos? -
Nos volvimos a agarrar los tres y bajamos, con tristeza, las
escaleras del subte.
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