Capitulo 11

Caminaba a paso rápido menos por necesidad, que por sentirme arrastrado dentro del flujo peatonal de la calle Florida. Esta se percibe distinta, según uno sea turista o superviviente de la megalopolis. Me distraje un instante en una vidriera de electrodomésticos. Entre los grabadores, heladeras y demás prodigios tecnológicos, los televisores color trasmitían sincronizadamente la misma imagen. El constante rumor del gentío daba cierto toque de absurdo al movimiento de labios del locutor en pantalla. La paleta de colores se fundió en un anacrónico blanco y negro y apareció la imagen del General Videla leyendo el acta de defunción de la democracia. Letras amarillas tranquilizaban al televidente con el recordatorio "1976 - 24 de Marzo - 1986. A 10 años del golpe de estado".

¿Diez años ya? .
Me reintegre a la masa itinerante haciendo un amargo repaso de los últimos dos lustros. La vida continuaba. Recordé el comentario de unos desconocidos parientes de mi ya lejanisima Susana. Desde la comodidad de su casa en la gran nación del norte, le preguntaban como se vivía "allá abajo". Para ellos, cualquier país al sur del Río Grande era una curiosidad que ni valía la pena intentar comprender. Países bananeros, amenazados entre el marxismo y generales al estilo Idi Amin.
Si la madurez de una república se mide por el respeto a la justicia, por más que intentaba defender a mi país las cosas no estaban todo lo claras que uno hubiera deseado. Comparada la situación con lo omnipotente que habían sido las juntas militares, el hecho que estuvieran purgando condenas era un avance encomiable. Pero confirmando un axioma revolucionario, más apropiado para la década del '60 que para los '80, quien detentara la fuerza de las armas, tendría la ultima palabra . En el lenguaje corriente, los que tenían los fierros eran "ellos". Y si bien la presión y el contexto internacional fueron importantes para el juicio a las juntas, los ejecutores materiales, los que tiraron físicamente del gatillo, no estaban dispuestos a ser vecinos del nuevo lugar de residencia de las cúpulas genocidas.

Los movimientos de izquierda más radicalizados pedían "paredón, paredón, a todos los milicos que vendieron la nación".
Aquellos círculos de poder que de una forma u otra apoyaron al Proceso, exigían una reivindicación publica a los vencedores de la guerra antisubversiva. Repetían "Ahora se olvidan de lo que pasaba en el país entonces, pero. . . "
En el caso de mi familia no nos olvidábamos.
Quizás en algún cajón, un manuscrito reservado explique lo que pasaba entonces. Quizás algún historiador del siglo veintiuno edite una enciclopedia en treinta capítulos coleccionables, en la que se explique porque se empezó a hablar del "Punto final".

Lo cierto, lo injustamente cierto, fue que comenzaron a filtrarse trascendidos y su posterior y predecible desmentida.

Arrepentido de haberme ido de Regina casi dos años antes, estaba trabajando como entrenador en una pileta municipal. Mi estado anímico no era de los mejores. Trabajando a media maquina y con un noviazgo que crecía, mi generoso tiempo libre lo ocupaba corriendo, estando con Estela o yendo al cine. En una de esas salidas vimos "La historia oficial", ganadora de un oscar de la Academia. Sabíamos el argumento y estabamos atentos a una escena en particular que nos habían anticipado.
Sobre el final del film se insertan unas imágenes documentales de una marcha en Plaza de Mayo. Aparece en pantalla un par de segundos un manifestante, que nunca supimos quien fue, portando una foto ampliada para nosotros harto conocida. Una joven de pelo lacio insinuando una sonrisa. Al pie de la pancarta, la identificacion:Maria Elina Corsi. 22- 11- 76

La aparición fugaz de Marielina en un film premiado internacionalmente, la tomamos como un reconocimiento a nuestra historia familiar. Ese invierno otras películas también me movilizaron y recordaron todo lo vivido.
Trabajando en esa pileta me mantenía en contacto con el grupo de Ateneo. Tanto tiempo había pasado desde esos años en que fatigábamos el agua yendo y viniendo, y sin embargo Osvaldo seguía siendo el aglutinante.
El siempre sostenía que los nadadores pasan y los entrenadores quedan. Desde el borde, formaba nuevas camadas de nadadores. Esa posición privilegiada le permitía juzgar el avance de la natación argentina. Nosotros, nadadores de fines de la década del '70, habíamos manejado menos volumen de carga, menos metraje y usado técnicas de entrenamiento que entonces se podrían tachar de obsoletas. Los jóvenes de mediados de los '80 se sometían, en cambio, a unas exigencias físicas para nosotros impensadas. Eran, a todas luces, superiores. Al menos en el agua.

Esos nadadores, en lo esencial igual a cualquier otro joven de su generación, eran completamente diferentes a como habíamos sido nosotros; eran la generación del Proceso.
Para ellos el golpe del 24 de marzo era casi lo mismo que el cruce de los andes del General San Martín, es decir un hecho histórico. Del pasado inmediato, pero historia al fin. La desinformacion de los gobiernos militares había dado sus frutos.
Osvaldo quería poner en contacto a esos adolescentes con personas que habían sufrido directamente el accionar represivo. Tal cual dice el informe de la CONADEP, para que nunca más debamos padecer a una dictadura sangrienta.
Desde el comienzo del año, el y otros profesores del club, habían estado coordinando unas reuniones con ese fin.

Nos invitaron a Estela y a mi a uno de esos encuentros de esclarecimiento, destinada a los nadadores mas grandes. Al llegar al lugar de reunión, ya estaban los ex nadadores, los nadadores activos y tres sobrevivientes convocados a contar su experiencia. Un matrimonio y una mujer joven, de la cual no recuerdo el nombre. Del matrimonio, quizás la más conocida para el gran publico sea la esposa. En la película "La Noche de los lápices" aparece una embarazada en el calabozo a punto de dar a luz. Ella es Calvo Laborde y dio detalles de esa escena.
- Por el tiempo que tenia de embarazo, sabia que en cualquier momento podía nacer la criatura. En esos días en que estaba "chupada" lo único que deseaba es hubiera algún medico cerca. Cuando empezaron las contracciones grite que alguien fuera a buscar ayuda. Lo único que hicieron fue ponerme arriba de una chapa de zinc y sacarme fuera del calabozo. Me llevaron a un patio y los cuatro o cinco escalones me los hicieron bajar como venia. Acostada en la chapa esa, reboté en cada uno de los desniveles. Me pareció que muy bien no sabían lo que tenían que hacer, yo quería un medico, o alguien que me ayudara con el bebe, porque sentía que ya nacía. Me pusieron en el asiento de atrás de un Falcon y me dejaron sola. Así sola como estaba nació la criatura. Era de noche y yo la ponía cerca mío para que no tuviera frío. Al rato vino uno y se puso a gritar porque había manchado el asiento. Lo único que hizo fue ligar el cordón umbilical. -

De los que estabamos ahí, nadie abrió la boca. Prosiguió la otra mujer.
- A mi me secuestraron junto con mi hermano. Después de 10 días nos largaron. Pero a los tres meses a el lo levantaron de nuevo y nunca volvió a aparecer-
Tomo luego la palabra el marido de Calvo Laborde. Refiriéndose a su esposa empezó.
- A ella la fajaron, pero a mi apenas me tocaron. Eso fue realmente una locura, no sabían lo que tenían que averiguar ni como conducir un interrogatorio. A mi, por ejemplo me pusieron en calzoncillos y me acostaron en la parrilla. El que tenia la picana en la mano, me dijo "Canta. . ¿estuviste en Chile en el '72? " Yo me quede de una pieza. Claro que había estado. Me habían hecho un reportaje en la universidad de Santiago para una revista de izquierda. Les dije que si y les conté con lujo de detalles todo el viaje y el reportaje. Después me preguntaron acerca de gente que conocía, que militaba y les dije todo lo que sabia. Me tuvieron un rato largo preguntándome cosas y después me dejaron vestir y me llevaron al calabozo. -

Uno de los profesores de Ateneo, sicólogo, comenzó con la batería de preguntas. Dirigiéndose a Calvo Laborde le pregunto
- Vos estuviste declarando en el juicio a los Comandantes. . . ¿pensas que se va a sancionar la ley de punto final? -
El panorama que pintó fue desalentador. Advirtió sobre los riesgos de la impunidad y el resurgimiento del militarismo en el país. Mientras ella exponía metódicamente su punto de vista, yo tragaba saliva. Coincidían sus oscuros pronósticos con los que había dado papá. Uno de los nadadores jóvenes intento defender a los legisladores.
- Pero si el congreso lo aprueba es ley. . . y la ley hay que respetarla-

- En la antigua Grecia la esclavitud era ley. . . ¿podemos decir que esa ley era justa? -
Alguien pregunto si los diputados estarían de acuerdo con lo actuado por las juntas. En forma unánime coincidimos en que había algo que no salía a la prensa, grupos de presión ocultos que no iban a aceptar avanzar más allá de lo conseguido hasta entonces.
Argentina se ubicaba, de acuerdo a ese análisis, como el menos bananero de los países sudamericanos; pero subdesarrollado jurídicamente al fin.
Volvimos Estela y yo con una sensación de impotencia, que se tradujo en un triste mutismo. Me quiso consolar.

- Dios los juzgara. . . -
- Si, mientras tanto ellos preparan el próximo golpe.

La posibilidad de que los verdugos quedaran impunes nos conducía a un estado anímico cambiante. Por momentos teníamos la certeza que en lo medular, la situación no difería mucho de la vivida durante el proceso. Apenas hablábamos de la burla de los represores, pero en forma latente, al leer el diario o ver los noticiosos, cada uno a su manera bufaba o se deprimía.
Ya casi me había acostumbrado a correr delante de la ESMA, sin pensar en las cosas atroces que se habían llevado a cabo ahí dentro. Al trotar mirando el Río de la Plata, sentía que estaba mirando también la dilatada e imprecisa tumba de Marielina, fruto de algún traslado. En noviembre se cumplirían diez años desde la ultima vez que la habíamos visto con vida. En algún momento habíamos sido niños. Luego alguien, que también tuvo su niñez, habría apoyado en la nuca el caño de un fusil y borrado con una llamarada a la primogénita de los Corsi. ¿Se habrían imaginado mis padres en la sala de partos el final de su primer hija? ¿Que habrán sentido cuando esa noche arranco el ultimo coche?

¿Que es tener un hijo, que es perderlo?
No matar. Otra vez ese mandamiento que en la Argentina había tenido tantas excepciones.
Una aporia, una situación sin salida. Una injusticia por imperio de las armas. La muerte de los ejecutores no traería a mi hermana de vuelta. Además que como católico no podría matar a un ser humano. ¿Como entonces ellos podían haber matado a semejante cantidad de personas y en esas circunstancias de indefension?
En el caso de enfrentamiento con un enemigo definido, donde lo que esta directamente amenazado es la propia vida, seria al menos entendible el hecho de matar un semejante. Pero a personas con nombre y apellido, con las cuales uno ha hablado, escuchado su voz, sus pedidos de misericordia me parecía fuera de mi alcance racional.

Otra de las películas que en ese triste 1986 logró llamarme la atención, bien podría ser calificada como de entretenimiento para el gran publico. Arnold Schwarzeneger, la mole de musculos austríaca, es la estrella de "Terminator". Fui a verla dispuesto a pasar una hora y media de entretenimiento ligero y me fui del cine con el esbozo del porque paso lo que pasó. Schwarzeneger encarna, si cabe el termino, a un robot del futuro que viene a nuestros días a matar a una mujer, Sarah Connor. Porque tiene esa misión no es el caso referir. Una frase perdida en medio de las persecuciones fue lo que me impactó. Dice el muchacho asignado a defenderla "Huelen como Humanos, parecen humanos, pero no lo son. No es posible hablar con ellos o intentar razonar. Tienen una misión que cumplir y es eliminarte, Sarah. No tienen sentimientos ni remordimientos, están programados para la aniquilación, son Terminators, y la única forma de detenerlos es destruyéndolos. "

No se los mata, se los elimina porque son maquinas. No hay muerte, no hay asesinato, luego no hay pecado.
Únicamente así pude empezar a entender el porque de tanta aberración. Los represores habrán supuesto que todos los sospechados de "pensar raro" eran maquinas del mal, pasibles de ser desconectadas. Recordé que en la facultad nos enseñaban el carácter de igualdad entre los miembros de una ecuación, es decir si a=b luego b=a. Si alguien pone una bomba y mueren inocentes, es una maquina, un Terminator y hay que eliminarlo. Si alguien justifica la muerte de cien inocentes (y esta justificación fue hecha)¿No estaría actuando de la misma manera? ¿Que rotulo merecería?

Unos días antes de navidad se aprobó finalmente la llamada ley de punto final, y a continuación se fijo fecha para la prescripción de las causas. El brindis de fin de año no pudo ser más superficial, con el único consuelo de la condena moral de la sociedad; al menos las cúpulas purgarían las penas.

En enero del '87 casi había abandonado las esperanzas de volver a ser entrenador de natación. La palabra casamiento empezaba a repetirse, para ser refutada por la inestabilidad laboral. Casi al terminar ese primer mes del año, atendí distraídamente un llamado telefónico. Sentado frente al televisor, maldecí al que interrumpía mi entretenimiento.
- ¿Familia Corsi? -

- ¿Si? -
- Quisiera hablar con Miguel-
Cambie de un salto mi posición en el sillón y mientras trataba de identificar esa voz ligeramente familiar contesté
- Soy yo. . . ¿quien es? -
- ¡Que haces pibe!. . . Sesto, el presidente de Circulo, desde Regina-
Extraño gesto en mi, cerré los ojos y volví a recordar esos dos veranos al borde de la pileta reginense. Antes de devolver el saludo, adivine un cambio positivo en mi vida.
Prosiguió la invitación
- Nos quedamos sin técnico y se nos vienen encima los torneos, mira vos, justo en medio de la temporada. . . ¿te venís para acá? -
Cuarenta y ocho horas más tarde estaba viajando rumbo a mi nuevo destino. A diferencia de la primera vez, entonces fui sobre seguro, a retomar mi crecimiento en el lugar donde lo había dejado. Estela tardaría unos días en ir para allá, supeditado a encontrarle trabajo y alojamiento.

Desde el punto de vista deportivo, poco fue lo que se pudo hacer a escasas tres semanas del torneo. Desde el punto de vista laboral, todo salió a pedir de boca, para mi y para Estela. A la semana de mi arribo ella también estaba en Regina y con trabajo.
Los niños que había dejado ya me miraban desde lo alto. El sabor de aventura había desaparecido, pero era feliz. Un simple llamado telefónico había cambiado mi humor de la noche a la mañana.
Termino el verano, y mientras preparaban la pileta cubierta, volvimos a Buenos Aires a buscar más cosas, dejadas en la ansiosa carrera. Luego de dos semanas, más serenos, viajamos nuevamente a Regina. Esa vez la despedida fue multitudinaria. Las dos familias reunidas en la terminal, eran prodigas en recomendaciones y consejos. Ya antes de subir habíamos planificado volver para Semana Santa, una veintena de días más tarde. Sin embargo, no creo que los consejos recibidos por mis abuelos, cuando subieron al barco para hacer la América, hayan sido tantos.

La abuela materna de Estela me miró fijo a los ojos y en tono admonitorio disparó
- Miguel. . . juicio-
No pude menos que reírme y le conteste, con cierta precognición política.
- Juicio y castigo es lo que falta-
Mi futuro suegro, que sabia lo que es padecerla como madre política, festejó recatadamente la respuesta.

Empezamos la natación invernal. Por primera vez desde que era entrenador, disponía de pileta cubierta con libertad absoluta de tiempo y espacio. Todo marchaba bajo control y, si las cosas seguían de esa manera, ese invierno seria el ultimo como soltero. Tal como habíamos planificado, reservamos pasaje para celebrar semana Santa en Buenos Aires. Un sorpresivo paro de micros, nos obligo a viajar en tren. Cuando a la medianoche del miércoles subimos a nuestro medio de transporte, yo ya estaba malhumorado. La ultima vez que había hecho viajes de larga distancia en tren había sido en Europa. No creo ser un mal argentino si digo que prefiero los ferrocarriles del viejo continente a los nuestros. A media mañana, lejos aun de nuestro destino, mi novia daba rienda suelta a su sociabilidad. Recorría los vagones hablando con nuestros circunstanciales compañeros de infortunio. Yo, trataba de entender porque no le molestaba semejante viaje. En una de esas idas y venidas, su rostro perdió brillo. Haciéndose oír por encima del traqueteo de los vagones me dijo alarmada.

- Hay problemas con los milicos-
- ¿Que problemas? -
- No se, no se sabe muy bien que, pero parece que es serio-
Súbitamente, acompañando unas imágenes de trenes europeos, la palabra "acojonados" me estalló en el pecho. Entendí con lucido espanto lo que significa perder la libertad.
Nos ubicamos cerca de las radios, reprimiendo malamente la ansiedad por terminar el viaje. Cerca de la medianoche llegamos a Constitución donde papá nos esperaba. Llevamos a Estela a su casa Al llegar a la nuestra me di cuenta lo que nos pesaba que mamá fuera Madre de Plaza de Mayo. Nadie lo decía, pero recordábamos la amenaza de cambiar el rotulo de N. N. por M. M. , muchos más. No había que tener mucha imaginación para pensar en los primeros pasos de una posible junta militar: tomarían metódicamente la lista de las Madres y, por orden alfabético, harían el operativo de limpieza.

Bien entrada la madrugada, con un compás de espera en las noticias, nos fuimos a dormir. El viernes Santo lo pasamos pegados al televisor. Ya de noche, fuimos con Estela y algunos de sus primos a la Plaza de Mayo. Queríamos estar cerca del teatro de operaciones. Uno de los del grupo se encontró en la plaza con un periodista conocido de el. Charlo unos minutos y luego, con rostro grave, describió el estado de la situación. En esas horas, tan serio aparecía el futuro próximo, que pensé que no volvería a Villa Regina.
No voy a narrar hechos que, por conocidos, seria redundante enumerar.
La tarde del domingo de Pascuas nos encontró formando parte de la multitud que, solidarizada en la Plaza, reafirmo el nunca más al autoritarismo. Al concluir el episodio, mientras nos desconcentrabamos aliviados, sentí que habíamos crecido como país. La imagen de Tejero en las Cortes españolas y la de nuestros deplorables carapintadas, se me antojaban patéticamente similares. El anacrónico grotesco de los iluminados por la verdad absoluta, parecía haber fenecido para siempre.

Volvimos a Regina.
Se fue el invierno.
Poco antes de la primavera nos casamos. Nuestra luna de miel la pasamos en San Pablo, Brasil.
Parecería ocioso describir un viaje de este tipo, no tanto por la privacidad, sino por la falta de originalidad de estos eventos. Una familia amiga de mi flamante esposa actuó como guía turística de la noche paulista. En una de esas salidas, conocimos a un norteamericano radicado temporalmente en la ciudad. Cuando fuimos presentados ya llevaba una cantidad apreciable de caipirinha en su haber sanguíneo. No solamente el idioma ingles salva los obstáculos lingüísticos entre los hombres. También el alcohol etílico.

En una mezcla de ingles, portugués, y buena voluntad nos fuimos entendiendo. Resultó ser que Bill, Tim, o Jim, quizás el nombre sea lo de menos, jugaba golf todos los fines de semana con uno de los hermanos Born. El operativo "mellizas" llevado a cabo por el líder montonero Firmenich en 1975, consistió en el secuestro de dichos hermanos. A doce años de haberse pagado el rescate y ser liberados, Born se lamentaba que los que terminaron con la subversión estuvieran presos. El americano, con palabras doblemente dificultosas, hilvanó términos como "marxismo", "contrainsurgencia" y "líderes socialdemocratas".
Me decidí por otra cerveza.

Mientras escuchaba su explicación acerca de la injusticia que se cometía en la Argentina, me pregunté cuanto sabia yo sobre el pasado reciente de Angola, o de Finlandia por ejemplo.
En enero del '88 tuvo lugar otro pronunciamiento militar, el de Monte Caseros. Si bien no estuvimos tranquilos durante esas horas, la ansiedad fue inferior a la alcanzada en Semana Santa.
Pasó otro verano de natación. Empecé a darme cuenta que me detenía cada vez con mayor frecuencia a acariciar la cabecita de los niños. Los padres de mis nadadores bromeaban y preguntaban cuando íbamos a hacer nuestro aporte a la natación reginense.
En mayo, en una de las comunicaciones telefónicas con Buenos Aires, mamá me dijo

- ¡Hay!. . . ¿sabes que? soñé que Estela estaba embarazada de una nena. . . era divina, gorda, con rulitos. . . hermosa-
- No vieja, vos sos bruja, pero quedate piola que por ahora no pensamos encargar-
Colgué el tubo tragándome la interpretación sicologica. Marielina, si hubiera estado viva, tendría 33 años. Edad más que prudente para que mis padres hayan sido abuelos. Posiblemente a mamá se le mezclaban los dos sentimientos, el de que mi hermana estuviera todavía en este mundo y el de la alegría de tener un nieto. Pobre mamá. Yo había perdido a una hermana. ¿que será perder a un hijo? Ojalá que nunca lo supiera.
A pesar de mi seguridad le pregunté a Estela.

- Vos no estas, ¿no? -
- No, que voy a estar.
Que suerte, pense. ¿o que lastima?
Pasaron quince días. Una noche, al volver de entrenamiento, mi esposa me esperaba parada al lado del equipo de audio.
Mientras volcaba al cuaderno de entrenamiento el metraje y detalles de la sesión de ese día, Estela puso la 9° sinfonía de Beethoven. Molesto porque no encontraba el porque de un desempeño pobre de uno de los nadadores le dije
- Bajá eso que esta muy fuerte-
- Fui al medico. . -
- Si, me parece que este también va a tener que ir porque los tiempos que está haciendo dan lástima-
- . . . dio positivo-
- ¿Que cosa? -
- Los estudios-
- ¿Estudios de que? -
La emoción le enrojeció los ojos. Me alcanzó el sobre con los análisis, al tiempo que decía

- Vas a ser papá-
Pensé
¿Padre? , ¿yo? . . . ¿y como? .
En realidad esa pregunta retórica, de respuesta obvia, planteaba una miríada de cosas que, en una fracción de segundo, no tenían respuesta.
Se sucedieron los días primero, luego las semanas. Estela empezó a engrosar el talle. Nuestro retoño hacía sentir su presencia pateando en el liquido amniótico. Un interrogante que siempre había tenido, lo supe entonces, volvió por su respuesta. ¿Que es la vida? , luego ¿que es la muerte? . Mi casi olvidada experiencia OOBE, cuando fue el accidente, me había llevado cerca, muy cerca, de trasponer el limite entre nuestra realidad y lo inconmensurable. Podía suponer que nuestra alma va a algún destino de luz o tinieblas. No podía, ni tenia deseos de entender la vida eterna de otra manera tal cual nos la habían enseñado en el colegio. Marielina estaría en algún lugar imposible de entender en palabras temporoespaciales. Pero estaría ahí.

¿Y el hijo por nosotros engendrado? Su alma, ¿de donde vendría? En un instante la nada, al siguiente, un ser humano, alguien que va a amar, a sufrir, dejar a su vez otros hijos y, luego, morir. ¿Que derecho teníamos en crear vida, en traerla a este lugar de egoísmo? . Mis padres, cuando nació Marielina, nunca imaginaron que pasara lo que luego ocurrió. ¿Como haría yo para evitar que a ese hijo, todavía desconocido, nada le haga daño?
Finalmente, o quizás, de nuevo ¿porque estamos aquí?
El medico que vigilaba la evolución del embarazo arriesgó una fecha probable para el parto, fines de diciembre. En el consultorio deslice un deseo
- Ojalá que nazca en enero-

Mi esposa y el profesional me miraron extrañados
Agregué
- Así agarra la categoría del año siguiente. . . digo, mas posibilidades en natación. . . -
La mirada extrañada se convirtió en piadosa. Concluí mi intervención
- Fue un chiste. . . je. . . -
En Buenos Aires, no podía ser de otro modo, los futuros abuelos estaban alborotados. Desde recomendaciones telefónicas a la primipara, hasta avalancha de nombres sugeridos, trataban de no olvidar detalle.
Se aproximaba diciembre y en el club aumentaban los preparativos para la próxima temporada estival.
El dos de diciembre a las seis de la mañana Estela se levantó. Adormecido desde la cama, escuche que algo me decía. A las primerizas hay que tenerle paciencia, así que le contesté

- Yo también te quiero-
- No, te digo que rompí bolsa-
- ¿Cual bolsa, la que compramos hace poco? -
- Llamá al ginecólogo que me parece que se viene-
De un salto me di cuenta que mi deseo por que compita en la otra categoría no iba a ser posible.
A media mañana estaba internada esperando que se produzca el nacimiento. Llamé a Buenos Aires para comunicar el inminente arribo. Atendió papá. Me dio las recomendaciones y felicitaciones pertinentes y antes de colgar me dijo
- Que día que se eligieron-
- ¿Porque? -
- ¿No escuchaste la radio? . Otra vez los carapintadas, esta vez en Villa Martelli. -

Me lleve la radio y me instale al lado de Estela. El medico, como se hace con los niños molestos, me dio la tarea de anotar la frecuencia de las contracciones. Como si fueran los tiempos parciales de una competencia de natación, minuciosamente fui anotando la frecuencia y duración. A la ansiedad del evento como padre, le sumaba la ansiedad como argentino. Tratando de no importunar a la parturienta, pegaba el oído al aparato y palpitaba por la doble emoción. Cuando no aguantaba la presión de las informaciones, me refugiaba en la marcha del parto. A la inversa, cuando temía por alguna complicación, volvía a barrer el dial en búsqueda de noticias frescas.

Finalmente a las once de la noche, ingresamos a la sala de partos. Le tome la mano a Estela y mientras el medico hacía el corte quirúrgico me pregunté que seria, ¿varón o nena?
Para tranquilizarnos, el profesional iba relatando lo que estaba haciendo. La cabecita emergió un poco. Pidió a Estela el ultimo pujo. Empezó a salir la criatura. Mantuvo la incógnita un instante
- Me parece. . . que es. . . un. . . a ¡nena!-
Mamá había tenido tenido razon. Mientras la enfermera la higienizaba y vestia, me acerqué y acaricie la cabecita de la recién nacida. Como un tonto, con los ojos llenos de lagrimas, repetí varias veces

- Hija. . . mi hija. . . -

Otro fin de año en Buenos Aires.
Hay vacíos que no se pueden llenar nunca, perdidas que son para siempre. Pero por fin, después de muchisimo tiempo, podíamos brindar porque había alguien nuevo en la familia. Quedaba en algún lugar de nuestra historia una mancha de dolor. Reparada parcialmente con el castigo a los responsables, era un ínfimo consuelo.
Mis hermanos no cabian de gozo en su condición de tíos. Mis padres no cumplían un papel muy decoroso en el rol de abuelos. Del lado de mi familia política, parecía que se habían contagiado del mismo mal que había en casa. A decir verdad, Estela y yo también estabamos chochos.
Al volver a Regina, recién entonces, comprendí la responsabilidad que era manejar grupos de niños y adolescentes. Empece a preguntarme cual seria el criterio a usar para elegir el docente, para mi hija.

María Carolina, ese verano apenas una beba, se me antojaba frágil en extremo. Al darle el biberón la miraba con detenimiento y me preguntaba como seria cuando llegué a los veinte años. Con cada llanto nocturno, con cada pequeño resfrío, fui comprendiendo la frase que dice que la paternidad es una esperanzada angustia.
Tan indefensa ella y tanto maldad ahí afuera.
Estela me preguntaba en ocasiones que pensaba y yo le mentía que en nada. Nunca pude engañarla y sin embargo ella perdono mis monstruos mentales. Eran míos, y no debía empañar su alegría de madre.
Alguien, alguna vez, me había dicho que ser padre es una experiencia inefable. Empece a transitar mentalmente el dolor que podían haber sentido mis padres esa noche. Esos años. Quizás aun entonces. Dios, eso no. Por favor que nunca suceda eso. ¿Como lo podían haber soportado? . Sin ninguna estridencia, sin ningún chispazo trascendente, fui conociendo la entereza de papá y mamá. Durante el gobierno militar no habían sucumbido ni a la depresión ni a la locura. Sin olvidarse de Marielina nos guiaron a nosotros, y aun lo seguían haciendo. Héroes cotidianos, anónimos, a los cuales nunca nadie los pondrá en el bronce.

Nietzsche dijo "Lo que no nos destruye nos fortalece". Quizás peque de parcial si digo que mis padres soportaron cosas que no cualquiera podía resistir. Soportaron lo insoportable y salieron íntegros de ese infierno.

A fines de enero de 1989 viajé con uno de mis nadadores a un torneo nacional en Mendoza. La víspera del viaje fue el copamiento del batallón de La Tablada, uno de los hechos mas notorios en la historia de la guerrilla urbana en nuestro país.
A pesar que en los torneos de natación usualmente me gustaba hablar con otros técnicos acerca de nuestro deporte, ese campeonato de la República estuve distante. Pensé en el retroceso ante la opinión publica que las agrupaciones de derechos humanos podrían sufrir. Desde la recuperación de la democracia, la llamada "cría del proceso" había aprovechado cualquier oportunidad para tachar de izquierdistas a dichos organismos. Todavía entonces decir izquierda era casi sinónimo de subversivos. Uno de los implicados en el ataque era el sacerdote Puijane. Durante un festival musical de beneficencia , en el cual había cantado Estela, le había estrechado la mano y lo había felicitado por su militancia por los derechos humanos. Había sido en el '85 u '86. Luego de enterarme de su participación, me sentía como un idiota útil, como la carne de cañón de los '70. Hable por teléfono con mamá y me contó espantada.

- ¿Vos viste? Ese muchacho, Jorge Baños, llevaba el juicio de Mariel, un encanto de chico, vieras que atento que era. . . hacer eso. . . que terrible. . . -
Me quede pensando en lo desafortunado de ese ataque. La derecha tendría motivos para meter a todo el zurdaje en la misma bolsa.

Se aproximaban las elecciones presidenciales. En marzo Angeloz, candidato del Radicalismo, vino a Cipolletti, a 100 km. de Regina. Casi igual que seis años atrás fuimos a verlo con Estela. La única diferencia con ese lejano Luna Park fue que llevamos a nuestra hija con nosotros; una genuina radical de cuna.
Seis años atrás se hablaba de un pacto militar- sindical. La palabra indulto apareció tímidamente en algún medio gráfico.

Me quise tranquilizar. Vox pouli, Vox dei. El pueblo nunca se equivoca.
El resultado electoral hizo notoria mi falibilidad en pronósticos políticos. Esa noche, mientras me amargaba frente a la contundencia de los gráficos de torta, temí por el futuro de la justicia en esta parte del planeta.

Cambió el gobierno y pasaron los meses. No podíamos dar crédito a lo que se insinuaba.
Indulto.
Lisa y llanamente un "aquí no paso nada".
Papá había tenido razón. Los ex- comandantes tarde o temprano iban a salir. Para algunos una reparación histórica. Para nosotros una confirmación de somos una republiqueta bananera.

La burla a la justicia, al verdadero sentido ético de la palabra justicia, se iba a realizar en dos etapas. Primero, para los genocidas menos encumbrados, o héroes en la lucha antisubversiva.
Luego, si no se armaba mucho revuelo, serian devueltos a las calles que alguna vez asolaron, los ideólogos de la solución final argentina.
A despecho que el error presidencial era una decisión tomada, los organismos de Derechos Humanos se abocaron a una campaña para oponerse a tamaña burla. Me puse en contacto con la gente que en Villa Regina estaba trabajando con esa finalidad.
Menos de una decena de personas, catalogadas en la localidad como "los zurditos" parecían haberse percatado de lo que iba a suceder. Nos distribuimos para juntar firmas en lugares estratégicos del pueblo: salidas de los bancos, paradas importantes de colectivos, grandes supermercados, etc.

Yo monté guardia a la entrada de un supermercado, destinado a la gente de clase media o media- baja. Sentado a la mesa, identificado con un cartel manuscrito, veía pasar a gente que parecía no verme. Conocidos que, quizás inconscientemente, torcían el rumbo y escogían otra puerta, otra salida.
La gente por la cual mi hermana había luchado, equivocadamente o no, fue la que más me defraudó. No supe si debía atribuirlo a un vaciamiento de principios, fruto de la propaganda oficial, o quizás a una indiferencia lisa y llana de nuestro pasado reciente. Educar al soberano. Desinformarlo o manipulearlo. En algunos casos, y no tan aislados, escuche ese lugar común, tan frívolo como indiferente:"con los milicos estabamos mejor".

No lo podía admitir, estaba mucho más allá de mi raciocinio. A ellos, el proletariado en términos marxistas, les daba lo mismo que gente como la que había hecho semejantes atrocidades quedara libre. Pan y circo. Un Boca- River suscitaba mas interés que un indulto.
¿Y si el que estaba equivocado era yo?
¿Y si la clave para subsistir era no pensar, no cuestionar, aceptar la historia oficial a pie juntillas?
Esa noche tuve un sueño, cargado de una simbologia clara.
Estabamos reunidos los cuatro hermanos en el estadio olímpico de Munich, donde se realizaron los juegos en 1972 , el año en que Marielina termino el secundario. Íbamos a correr la final de atletismo de la posta 4 x 100 llanos. Las finales siempre se corren de noche. La iluminación del estadio era mortecina, tal cual lucia la avenida Juan B. Justo la noche del operativo.

Yo era el segundo relevo. Mariel venia con una sonrisa serena y me alcanzaba el "testimonio" ese tubo que se entrega al atleta al hacer el cambio. El sentido era evidente:la lucha continua.
Salieron.

Diciembre del '90. Tramos finales del indulto.
Viajamos a Capital para pasar las fiestas. Balance forzoso, el de ese año nos remitía al fin de año del '76. La justicia había dictaminado que eran asesinos y sin embargo los asesinos serian liberados antes que dieran las doce campanadas del ultimo día del año. Igual que el primer fin de año sin Mariel, los matadores caminarían nuevamente por la reina del Plata.
La confesión y el perdón implican un arrepentimiento por los pecados. Propósito de enmienda, me habían inculcado en el colegio, para estar en gracia de Dios.

Pero ellos no se arrepentían de nada. Es decir, en circunstancias similares obrarían exactamente igual.
Semejante perspectiva era, al menos, inquietante.
Las entidades defensoras de Derechos humanos convocaron a una jornada de duelo en la Plaza de Mayo. Fuimos mamá, Myriam y yo.
Salimos de la estación de subte con la congoja de saber que ese iba a ser el ultimo acto al que concurriríamos.
Myriam y yo nos colocamos una cinta negra alrededor del brazo. Mamá, con delicado esmero, se puso el pañuelo blanco en la cabeza. Nos ubicamos uno a cada lado de mamá y caminamos hacia la plaza.
Pasee la mirada por la gente reunida. Me sorprendió descubrir que la gran mayoría eran de un nivel sociocultural elevado. Rostros graves, como si estuviéramos en un velatorio . Nada para gritar, ninguna consigna. Nada, solo el vacío de sentirse burlado.

Un poco más atrás de donde estabamos vi al ex- grupo de Ateneo. Me acerque y nos saludamos quedamente. Pasó una columna de manifestantes peronistas insultando al presidente. La tarde iba cayendo, junto con el manto de vergüenza.
Le comenté a uno de mis antiguos camaradas de agua.
- Si fuera director de cine, terminaría la película con una vista de la plaza y mientras la pantalla se va poniendo negra, una leyenda en letras blancas que dijera: "en la Argentina el crimen, a veces queda impune". . . ¿que te parece? -
Reflexionó un poco y me corrigió
- No, mejor esta. . . "en la Argentina el crimen, casi siempre queda impune"-

Volví con mamá y Myriam. Las miré y dije
- Ya está-
Myriam, conteniendo el llanto, casi gritó
- ¿Como que ya está? . . . ¿Así queda todo? -
Sin encontrar una respuesta atinada, sacudí derrotado la cabeza y repetí
- Ya está-
Mamá permanecía en silencio. Se sacó el pañuelo blanco, lo besó y lo guardo. Preguntó
- ¿Vamos? -
Nos volvimos a agarrar los tres y bajamos, con tristeza, las escaleras del subte.

Post Scriptum


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