Emerson Pugh
El alma del poeta se orienta hacia el misterio.
Sólo el poeta puede mirar lo que está lejos,
dentro del alma, en turbio y mago sol envuelto.
En esas galerías sin fondo, del recuerdo,
donde las pobres gentes colgaron cual trofeo
el traje de una fiesta apolillado y viejo,
allí el poeta sabe el laborar eterno
mirar de las doradas abejas de los sueños.
Poetas, con el alma atenta al hondo cielo,
en la cruel batalla o en el tranquilo huerto,
la nueva miel labramos con los dolores viejos,
la veste blanca y pura pacientemente hacemos,
y bajo el sol bruñimos el fuerte arnés de hierro.
El alma que no sueña, el enemigo espejo,
proyecta nuesta imagen con un perfil grotesco.
Sentimos una ola de sangre, en nuestro pecho,
que pasa... y sonreímos, y a laborar volvemos.
¡Oh, viejas moscas voraces como abejas en abril,
viejas moscas pertinaces sobre mi calva infantil!
¡Moscas del primer hastío, en el salón familiar,
las claras tardes de estío en que yo empecé a soñar!
Y en la aborrecida escuela, raudas moscas divertidas,
perseguidas por amor de lo que vuela
-que todo es volar-, sonoras, rebotando en los cristales
en los días otoñales... Moscas de todas las horas,
de siempre... Moscas vulgares, de mi juventud dorada,
de esta segunda inocencia que da en no creer en nada,
de siempre... Moscas vulgares, que de puro familiares
no tendréis digno cantor: yo sé que os habéis posado
sobre el juguete encantado, sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor, sobre los párpados yertos de los muertos.
Inevitables golosas, que ni labráis como abejas,
ni brilláis cual mariposas; pequeñitas, revoltosas,
vosotras, amigas viejas, me evocáis todas las cosas.
¿Quién me presta una escalera para subir al madero, para quitarle los clavos a Jesús el Nazareno? (saeta popular)
¡Cantar del pueblo andaluz, que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía, que echa flores
al Jesús de la agonía, y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero
sino al que anduvo en la mar!
¿Para qué llamar caminos a los surcos del azar?
Todo el que camina anda, como Jesús, sobre el mar.
Yo he visto garras fieras en las pulidas manos;
conozco grajos mélicos y líricos marranos...
El más truhán se lleva la mano al corazón,
y el bruto más espeso se carga de razón.
El hombre, a quien de la rapiña acucia,
de ingénita malicia y natural astucia,
formó la inteligencia y acaparó la tierra.
¡Y aún la verdad proclama! ¡Supremo ardid de guerra!
la envidia de la virtud hizo a Caín criminal.
¡Gloria a Caín! Hoy el vicio es lo que se envidia más.
Cantad conmigo en coro: Saber, nada sabemos,
de arcano mar vinimos, a ignota mar iremos...
Y entre dos misterios está el enigma grave;
tres arcas encierra una desconocida llave.
La luz nada ilumina y el sabio nada enseña.
¿Qué dice la palabra? ¿Qué el agua de la peña?
El hombre es por naturaleza la bestia paradójica,
un animal absurdo que necesita lógica.
Creó de nada un mundo, y su obra terminada,
"ya estoy en el secreto -se dijo-, todo es nada".
Como todas las cosas están llenas de mi alma,
emerges de las coas llenas del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza.
Déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
Por esas manos, hijas de tus manos,
tendrían que matar las manos mías.
Por sus ojos abiertos en tierra,
verá en los tuyos lágrimas un día.
Yo no lo quiero,amada.
Para que nada nos amarre,
que no nos una nada.
Ni la palabra que aromó tu boca,
ni lo que no dijeron las palabras.
Ni la fiesta de amor que no tuvimos,
ni tus sollozos junto a la ventana.
Amo el amor de los marineros que besan y se van.
Dejan una promesa y no vuelven nunca más.
En cada puerto una mujer espera;
los marineros besan y se van.
Una noche se acuestan con la muerte en el lecho del mar.
Amo el amor que se reparte en besos, lecho y pan.
Amor que puede ser eterno y puede ser fugaz.
Amor que quiere libertarse para volver a amar.
Amor divinizado que se acerca, amor divinizado que se va.
Ya no se encantarán mis ojos en tus ojos,
ya no se endulzará junto a tí mi dolor.
Pero hacia donde vaya llevaré tu mirada,
y hacia donde camines llevarás mi dolor.
Fui tuyo, fuiste mía. ¿Qué mas?
Juntos hicimos un recodo en lar ruta donde el amor pasó.
Fui tuyo, fuiste mía. Tú serás del que te ame,
del que corte en tu huerto lo que he sembrado yo.
Yo me voy, estoy triste, pero siempre estoy triste.
Vengo desde tus brazos. No sé hacia dónde voy.
Desde tu corazón me dice adiós un niño,
¡y yo le digo adiós!...
Tengo vergüenza de mi boca triste,
de mi voz rota y mis rodillas rudas;
ahora que me miraste y que viniste,
me encontré pobre y me palpé desnuda.
Ninguna piedra en el camino hallaste
más desnuda de luz en la alborada
que esta mujer a la que levantaste,
porque oíste su canto, la mirada.
Yo callaré para que no conozcan
mi dicha los que pasan por el llano,
en el fulgor que da a mi frente tosca
y en la tremolación que hay en mi mano...
Es noche y baja a la hierba el rocío;
mírame largo y habla con ternura,
¡que ya mañana, al descender al río,
la que besaste llevará hermosura!
Te acordaste del negro racimo
y lo diste al lagar carmesí,
y aventaste las hojas del álamo
con tu aliento, en el aire sutil.
¡Y en el ancho lagar de la muerte
aún no quieres mi pecho oprimir!
Caminando, vi abrir las violetas;
el falerno del viento bebí.
y he bajado amarillos mis párpados
por no ver más enero ni abril.
Y he apretado la boca, anegada
de la estrofa que no he de exprimir.
¡Has querido la nube de otoño
y quieres volverte hacia mí!
Me vendió el que besó mi mejilla,
me negó por la túnica ruin.
Yo en mis versos el rostro con sangre,
como Tú sobre el paño, le di.
Y en mi noche del Huerto me han sido
Juan cobarde y el Angel hostil.
Ha venido el cansancio infinito
a clavarse en mis ojos, al fin;
el cansancio del día que muere,
y del alba que debe venir;
¡el cansancio del cielo de estaño
y el cansancio del cielo de añil!
Ahora suelto la mártir sandalia
y las trenzas, pidiendo dormir.
Y perdida en la noche, levanto
el clamor aprendido de tí:
¡Padre nuestro, que estás en los cielos!
¿Por qué te has olvidado de mí?
Y pasaba el invierno y no venía,
y pasaba también la primavera,
y el verano de nuevo persistía
y el otoño me hallaba con mi espera.
Señor, Señor, mi espalda está desnuda.
¡Haz restallar en mí con mano ruda
el látigo que sangra a los perversos!
Que está la tarde ya sobre mi vida,
y esta pasión ardiente y desmedida
la he perdido, Señor, ¡haciendo versos!
¡Oh, no puedo llorar!
Dame tus manos
y verás cómo el alma resbala tranquilamente,
cómo el alma cae en una lágrima...
Eran de lirios los ramos;
y las orlas de reseda
y de jazmín; la enterramos
en una caja de seda...
Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor;
él volvió, volvió casado;
ella se murió de amor.
Iban cargándola en andas
obispos y embajadores;
detrás iba el pueblo en tandas,
todo cargado de flores...
Ella, por volverlo a ver,
salió a verlo al mirador;
él volvió con su mujer,
ella se murió de amor.
Como de bronce candente,
al beso de despedida,
era su frente -¡la frente
que más he amado en mi vida!...
Se entró de tarde en el río,
la sacó muerta el doctor;
dicen que murió de frío,
yo sé que murió de amor.
Allí, en la bóveda helada,
la pusieron en dos bancos:
besé su mano afilada,
besé sus zapatos blancos.
Callado, al oscurecer,
me llamó el enterrador;
nunca más he vuelto a ver
a la que murió de amor.