15, 16 y 17 de julio de 2006
A las trece horas del viernes 14 de julio de 2006 ya nos hemos plantado en
el 4 x 4 que nos sacará de Barcelona en dirección a Chamonix. Por segunda
vez en poco más de un año vamos a intentar hacernos con el Mont Blanc.
Después de 11 horas de autopistas: Barcelona - Perpignan - Montpellier -
Orange - Valence - Chambéry (por el oeste) - Annecy - Chamonix, un par de
ellas utilizadas para comer y cenar, nos encontramos con que el albergue
"La Tapia" de Chamonix, donde pensábamos pasar la noche, ha cometido un
error y nos ha reservado noche para el 15 de julio... hoy 14 está todo
completo. Aquí apunto los datos de ese establecimiento por si alguno
quiere cometer el mismo error que nosotros:
La Tapia contact@latapia.com
152, Route de la Frasse
Tel: 0033 450.53.18.19
Móvil: 06 87 40 11 56
74400 Chamonix
Precio del 2.006 habitación de cuatro: 15 euros por noche y persona.
15 de julio de 2006. El 4 x 4 ha sido lo suficientemente cómodo como para
pasar la noche en él, además nos hemos ahorrado una pasta. A primera hora
de la mañana nos acercamos a la Oficina de Turismo para que un compañero,
un poco acapullado, se saque el seguro de rescate de montaña. La Oficina
de Turismo ha cerrado la sección de seguros este fin de semana, el resul-
tado es que nos hemos de alargar a la Asociación de Guías de Montaña, una
decena de metros más allá, para que lo pueda conseguir ¡Abren a la 9 y las
predicciones anuncian lluvias a partir del medio día!. Después de darle un
poco de bronca conseguimos pillar el cremallera que lleva al Nid d'Aigle
a las 10:15 (23,50 eur por persona ida y vuelta) con lo que nos plantamos
a unos 2.372 metros a eso de las 11:30.
Nos quedan por delante poco menos de 800 metros de desnivel para llegar
al refugio de Tete Rousse donde tenemos reservada noche. Dos horas y
cuarto más tarde, tras ascender por un sendero muy bien marcado lleno de
cabras montesas que no se espantan en absoluto, y tras atravesar un nevero
donde encontramos a algunos que se paran para ponerse los crampones,
llegamos al refugio sin novedad y sin que el tiempo nos haya molestado.
Esta vez está todo bien, había reservado hace meses y confirmado antes de
ayer (requisito indispensable para que te mantengan la reserva). Os paso
los datos de ese refugio:
teterousse@wanadoo.fr
Tel.: 0033 450 58 24 97
Tel.: 0033 619 02 90 71
El primero para reservar y el segundo para confirmar (eso al menos este
año).
El precio por pasar la noche cuatro personas, más cenar y desayunar, nos
sales por unos 176 euros (unos 41 euros cada federado y unos 53 para el no
federado). Al preguntarnos el guarda a que hora queremos desayunar, supo-
nía él que al día siguiente subiríamos solamente al refugio de Gouter, le
comentamos que nuestra intención es llegar a la cima del Mont Blanc de una
sola tirada, sin pasar la noche en ese refugio de subida y si hacerlo de
bajada. Nos indica entonces que es preferible desayunar tarde, a eso de
las cuatro, para salir a las cinco y estar en el refugio de Gouter a las
siete o siete treinta y, tras cuatro horas más de ascensión, llegar a la
cima del Mont Blanc a eso de las doce o la una más o menos. Tres horas más
de descenso nos dejarían, como mucho, a eso de las cinco en el Gouter. Un
poco por inconscientes y dejándonos llevar por su experiencia, le hacemos
caso y acordamos levantamos tarde, demasiado tarde, para iniciar una
jornada en la que habremos de ascender más de 1.600 metros de desnivel (el
Tete Rousse se encuentra a 3.167 m.).
La tarde la empleamos en la principal afición de todos los que nos encon-
tramos en este refugio, observar el flanqueo de la "bolera"; más conocida
por estos pagos como "le couloir" (el corredor). Hemos visto como pasaban
casi corriendo todos los montañeros y oído como caían gran cantidad de
rocas por allí, en un siniestro y emocionante juego de bolos.
16 de julio de 2006. A las cinco de la mañana nos ponemos en marcha, somos
casi los únicos. Con los frontales encendidos atravesamos la zona de acam-
pada libre, para adentrarnos en el nevero que asciende hacia el sendero
que lleva a la bolera. Uno rato más tarde y ya sin necesidad de luces, nos
plantamos en el letrero que advierte de los riesgos de ese paso. La verdad
es que, a pesar de que nos habían informado de que era una verdadera
tómbola el cruzar por ahí, no habíamos llegado a imaginar todo lo que
íbamos a vivir en él, tanto de ida como de vuelta. El compañero Joan solo
había dado cuatro pasos cuando empezamos a oír, por encima de nuestras ca-
bezas, el ruido de piedras rebotando por todos lados. Retrocede a toda
velocidad mientras nosotros nos parapetamos en los huecos de la pared
rocosa del inicio del corredor. Las piedras le pasan por delante y detrás
sin que, milagrosamente, ninguna le toque. Eso si, una del tamaño de dos
puños rebota cerca de mi y, a pesar de estar a cubierto, me golpea en la
parte exterior del muslo de la pierna derecha dejándomelo dolorido durante
bastantes días. Ni siquiera quiero imaginar que hubiera pasado si me
hubiese dado en la rodilla. Muy, pero que muy acojonados, pasamos a toda
ostia y de uno en uno, después de oír el último de mis quejidos de dolor.
La cresta rocosa que lleva al Gouter, después de la adrenalina gastada
hasta el momento, nos sabe a cosa de críos. Una pared que parece vertical
nos lleva hasta ese refugio por medio de una gran grimpada muy bien equi-
pada, con cable por todos lados y con unos anclajes que pueden durar
decenas de años; eso si, hemos de utilizar constantemente las manos.
Siete treinta de la mañana. Los tres vómitos que encontramos en acceso al
refugio de Gouter nos indican que no todos los que han logrado subir hasta
aquí, lo han hecho en buenas condiciones. Menos mal que hemos comprado
agua (4 euros cada botella de litro y medio). La "buena" gente del Gouter
no abre hasta bien entradas las ocho de la mañana y, en ese refugio al
igual que en el Tete Rousse, no hay agua corriente ni siquiera en los
lavabos. Nos paramos unos minutos a descansar y a colocarnos los crampo-
nes; a Joan le duele un costado, parece ser que en el Corredor le ha gol-
peado una piedra y, por los nervios, ni se ha dado cuenta. Detrás de
nosotros un muro de hielo cubre totalmente la parte posterior del refugio.
Por una grieta que aparece en medio de ese muro se inicia la ascensión al
Mont Blanc. A eso de las ocho pasamos por ella para salir a un mar de
blancura, luz y color; una visión erizada de gigantescas y espectaculares
montañas nevadas, imposibles de encontrar en los Pirineos. Una traza sobre
la nieve, muy bien marcada,nos conduce por la amplia cresta de la Aiguille
de Gouter (3.817 m.) y, tras atravesar la zona de acampada libre, nos
enfila en dirección al muro del Dome du Gouter (4.304 m.) que pensamos
subir de bajada si nos encontramos aun con fuerzas. Una enorme pared de
nieve, que hemos de ascender en contínuos zig-zags, nos hace empezar a
resoplar. Una hilera interminable de montañeros desciende de ella. Noso-
tros somos los únicos que ascendemos. Casi en la cima de esa estribación
del Dome du Gouter encontramos unos enormes bloques de hielo, de más de
cinco metros de altura y veinte o treinta de largo, que nos hacen com-
prender en que lugar nos encontramos y lo insignificantes que somos.
Una pequeña explanada nos da un respiro, el compañero Josep María ha empe-
zado a quedarse descolgado; le esperamos y descansamos. Ya estamos a más
de 4.000 m. y todo grupo con el que nos cruzamos va encordado. Delante
nuestro, en el inicio de una nueva e interminable ascensión en zig-zag,
se encuentra el refugio de supervivencia de Vallot, situado a 4.362 m. Nos
encordamos en él, poniéndose Joan de primero y yo el último. Nueva ascen-
sión en zig-zag, nuevos resoplidos y nuevo descanso antes de iniciar el
paso de una de las estrechas crestas que llevan a la cima. Josep María
quiere abandonar, dice no encontrarse con fuerzas. Le falta tan poco para
llegar a la cima que, tras una consulta con la mirada entre nosotros, no
se lo permitimos. Rebajamos aun más el ritmo y continuamos, tras un nuevo
descanso, con la ascensión con el sistema de la cuenta de pasos: El pri-
mero, a ritmo muy lento, va contando sus pasos hasta llegar a cincuenta y
se para a descansar. Nuevos zig-zags, nuevas crestas. Unos enormes bloques
de nieve los flanqueamos por la izquierda para iniciar lo que parece el
último tramo hacia la cima. Vamos contando los pasos, vamos cantando los
metros de altitud que faltan para llegar. A falta de 120 m. Josep María
vuelve a insistir en abandonar, no se lo volvemos a permitir. Rebajamos la
cuenta de pasos hasta cuarenta.
Las pilas de la cámara se me han congelado y no puedo sacar fotos. Un par
de anglófonos que descienden nos dicen que la cima está allí mismo. Vemos
una estrecha cresta que parece subir hacia un cielo brillante y azul,
dejando debajo de ella bastantes nubes y nuestro triste planeta. Un nuevo
esfuerzo, la respiración empieza a hacerse difícil, para llegar a un
pequeño repecho donde la visión de una nueva, larguísima y angosta cresta
nos hace perder la moral. Por el altímetro calculamos que debe de ser la
última. Seguimos ascendiendo contando los pasos, varias veces nos hemos de
parar para recuperarnos en medio de esa cresta. Unas enormes palas de
nieve, que parecen descender hacia el infinito, se encuentran a cada lado
de ella y, al final de la de la izquierda vemos unas minúsculas manchitas
que parecen ser las casas de las múltiples edificaciones del valle de
Chamonix; al fondo de la de la derecha se nos muestra un enorme glaciar
que parece discurrir como si fuera un manso río. Por suerte nos encontra-
mos solos en el lugar, los detalles que he leído sobre esta última cresta
hablan de las dificultades con las que se encuentran las cordadas que se
cruzan y, aunque parezca increíble, las desavenencias que se han producido
en ella... casi peleas para conseguir pasar unos antes que otros.
A las dos de la tarde estamos en la cima. Josep María empieza a llorar,
Jordi también se emociona... era la ilusión de su vida y ya había inten-
tado subir al Mont Blanc, sin conseguirlo, hace nueve años. La cámara
vuelve a funcionar, aunque no tenemos a nadie para que nos haga unas
fotos. Al final la pongo en disparo automático y, aunque algo torcida y
descolocada, tengo la imagen de los cuatro en la punta más alta de la
Unión Europea.
Abrazos, lloros, fotos... unos minutos después iniciamos el descenso. Esta
vez, ya recuperados, no necesitamos contar los pasos. En la estrecha
cresta nos encontramos con una cordada de polacos que aun llegan más tarde
que nosotros. Aceleramos un poco para llegar a una zona más amplia donde
les indicamos, tras colocarnos en el borde de la pala, que se crucen con
nosotros. Llegamos al final y Jordi se desploma. No sabemos si es el mal
de altura o sencillamente que ha agotado sus fuerzas, pero le hemos de
ayudar y llevarle de vez en cuando la mochila, incluido Josep María que se
ha recuperado totalmente. Los descansos los hacemos cada vez más largos,
hasta llegamos a pensar que llegaremos al Gouter ya de noche. Durante este
descenso me pasa una curiosidad que me pone histérico; se me hunde la
pierna en la nieve hasta la ingle y, cuando intento sacarla del agujero,
se me queda trabada entre los bloques de nieve y hielo. Cada esfuerzo para
sacarla hace que se trabe aun más. Dándole con el piolo tardo más de diez
minutos en poderme liberar.
Resultado final de este segundo, intenso y más importante día del Mont
Blanc... 1.643 metros de ascensión, 993 de descenso y QUINCE horas emplea-
das en ello. Ni que decir tiene que llegamos al Gouter como si fuera un
regalo, que casi no cenamos del agotamiento y que a eso de las nueve ya
estábamos los cuatro en los sacos intentando dormir. Una curiosidad... en
el Gouter solo hay dos posibilidades para desayunar, a las dos de la
madrugada si pretendes subir al Mont Blanc, o a las ocho de la mañana si
pretendes descender de allí.
Los datos de ese refugio:
Tel.: 0033 450.93.90.05
Tel:: 0033 450.54.40.93
El primero para reservar y el segundo para confirmar (eso al menos este
año).
El precio por pasar la noche cuatro personas, más cenar y desayunar, nos
sales por unos 160 euros. El guarda se enrolla bien y nos cobra a los
cuatro como si fuéramos todos federados.
17 de julio de 2006. La hora no la tienen bien calculada. Si ya es dema-
siado tarde a las ocho de la mañana, peor es a las ocho treinta. A esa
hora nos empiezan a dar el desayuno. Sobre las nueve empezamos el descen-
so... vamos un poco más inseguros, midiendo nuestras fuerzas y tratando de
detectar cualquier dolor muscular producido por el cansancio de ayer,
aunque parece que más de diez horas de cama nos han recuperado bastante.
El descenso hacia el Tete Rousse largo, casi interminable; la desgrimpada
es continua... pero no es lo que más nos obsesiona. A cada momento vemos
la pedrera que desciende hacia la bolera, de vez en cuando oímos desli-
zarse las piedras y los gritos de "avalanche". Un par de payasos van
delante de nosotros sin casco los inconscientes. Llegamos a la bolera, una
lluvia de piedras de enorme tamaño caen en ese momento (logro filmar un
video bastante largo de ello). Por suerte no pasa nadie en ese momento. Un
grupo de montañeros está parapetado al otro lado. Enormes pedrolos rebotan
por todas partes a su alrededor. Cuando acaban de caer los dos payasos
inician el trayecto... justo en medio vuelve a haber otra avalancha, no
les queda más remedio que acelerar el paso. Por suerte no les da ni una
piedra. Me atrevo a pasar yo, este es el momento, no se oye ni un solo
ruido... y cuando ya solo me faltan cuatro o cinco metros para llegar al
final, se planta delante mío un capullo de unos veinte años que ha empe-
zado a cruzar sin mirar si hay alguien en medio del camino, supongo que
por los nervios. Le grito, le insulto, le maldigo en francés, no me
entiende. A duras penas logramos cruzarnos en la zona más complicada.
Cuando llego al otro lado empiezo a darle la bronca a sus compañeros...
tampoco me entienden, son todos polacos. Otro polaco empieza a atravesar
para, a pesar de llevar los crampones puestos, resbalar y caer deslizán-
dose unos tres metros. Logra aferrarse a unas piedras y, al intentar
incorporarse de nuevo, vuelve a deslizarse cuatro o cinco metros más
pedrera abajo. Me da la sensación de estar contemplando algo irreal, la
muerte de un montañero en directo sin poder hacer nada por evitarlo. Todo
ruido ha desaparecido, la treintena de personas que esperamos a ambos
lados aguantamos la respiración. Al final logra aferrarse a unas piedras
mientras un compañero suyo le lanza una cuerda, por suerte lleva el arnés
puesto y un mosquetón y, tras asegurarse, se hace un ovillo para exponer
el mínimo posible a la previsible nueva lluvia de piedras que ha de llegar
en breve. Dos polacos empiezan a tirar de la cuerda con dificultad, agarro
el extremo de ella y la paso al otro lado del cable que cruza la bolera
(bueno para asegurarse cuando está llena de nieve, inservible sin ella ya
que queda a más de dos metros de altura). Empezamos a estirar con fuerza
para sacar al tipo del atolladero. Está tan acojonado que ni siquiera es
capaz de hacer un esfuerzo para salir de allí, sigue hecho un ovillo. Al
final lo sacamos y, tembloroso, se aparta todo lo que puede de la zona de
peligro… unos segundos más tarde caen algunas piedras aunque, menos mal,
con menor intensidad que otras veces. Mis compañeros se deciden a pasar.
Joan rápidamente llega al otro lado, Jordi se encalla en la zona donde el
hielo ha borrado el camino, pero al fin logra atravesar. A Josep María le
cuesta algo más, se encalla en el mismo lugar, nervioso como está no atina
a clavar el piolet en ningún lugar. Teme la caída de piedras. Se cambia de
mano el piolet y al intentar clavarlo de nuevo se le cae de las manos. Por
fin logra cruzar dejando el piolet a unos tres metros por debajo del paso
de la bolera, esperando al valiente que quiera arriesgarse a recogerlo. El
polaco sigue en un rincón, me ve, me da la mano y las gracias en inglés;
me dice que hoy es su segundo nacimiento. Le pregunto si volverá a inten-
tar cruzar y me contesta que no. Me despido con un "au revoir".
El camino de descenso hacia el Tete Rousse y la estación de Nid d'Aigle
todo un paseo, todo un placer el encontrarnos de nuevo con un sendero bien
marcado bajo nuestros pies. Comentamos entre nosotros lo que hemos leído
hasta la fecha sobre el paso del Corredor, nos extrañamos del poco énfasis
que muestran sobre el peligro que entraña cruzarlo. Los riesgos que hemos
pasado igual son debidos a la falta de nieve, quizá sin ella cualquier
piedra que caiga produzca unos aludes tan peligrosos como los que hemos
visto. Es posible que con nieve no llegue a caer ni una décima parte de lo
de estos días. ¿Quien sabe?
Mapa recomendado: Institut Geogrphique National - 3531 ET
Carte de Randonnée - ST-Gervais - Les Bains
Massif du Mont Blanc
Libros recomendados: Desnivel Ediciones - Grandes Montañas de Europa
Desnivel Ediciones - Los cuatromiles de los Alpes
Presiona aquí para ver el video de la caída de rocas en la Bolera:
Alud de rocas
Presiona aquí para ver el recorrido fotográfico de esta ascensión:
Mont Blanc 2006 1ª parte Mont Blanc 2006 2ª parte
Rafa Montoliu
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